38

Atolón Enika.

Sábado, 4.55

—¡No te quedes ahí! —graznó Bear Dooley—. ¡Cierra esa maldita puerta!

—¿No deberíamos traer a ese tipo de vuelta? —preguntó uno de los marinos a voz en cuello.

—¡No puede dejarlo ahí fuera en pleno huracán! —imploró Scully, mirando con impotencia alrededor. ¡Morirá!

Los demás miembros del equipo parecían nerviosos, pero Dooley se limitó a fruncir el entrecejo.

—¿Quién le ha mandado salir corriendo? —replicó el hombre corpulento con petulancia—. No podemos enviar ahora partidas de hombres para rescatar a un estúpido de su estupidez. Se ha cortado la corriente, pero la cuenta atrás de Yunque Brillante sigue avanzando…, ¡y no habrá una segunda oportunidad! ¿Cuáles son vuestras prioridades?

Mulder vio a los dos ingenieros de la Marina lidiar con la pesada puerta, empujándola con los hombros para hacer frente al viento recio. El silencio se instaló en el refugio a oscuras.

Miriel Bremen miraba aterrorizada la puerta por la que acababa de desaparecer Kamida. Mulder se sorprendió al verla tan rígida, aferrada a uno de los paneles de mando. Debería haber insistido en rescatar a su amigo… pero la activista guardó silencio, aceptando resignada el destino de Kamida y asustada del suyo.

—Eso era lo que quería —murmuró.

La luz de una segunda linterna inundó el interior del refugio con un extraño y fluctuante resplandor. Los técnicos se afanaban por arreglar el equipo y volver a poner en marcha el generador de reserva.

—¿Cómo podemos saber si el equipo sigue funcionando? —preguntó Víctor Ogilvy, parpadeando con su cara de sabiondo entre las sombras de la fría luz—. ¿Y si la cuenta atrás se ha interrumpido a causa de otra batería descargada? El impulso electromagnético podría haber aniquilado también todo lo de ahí fuera.

—No tenemos pruebas de ningún impulso electromagnético —apuntó Scully.

Dooley se mesó los cabellos en un gesto cómico.

—El artefacto depende de otro suministro de electricidad completamente distinto, fortalecido contra toda clase de accidentes, condiciones meteorológicas… e incluso el manejo del personal de la Marina —explicó—. Yunque Brillante es una apuesta resistente. —Miró ceñudo a Víctor—. Si no me crees, ¿por qué no vas allí y lo compruebas?

—No, gracias.

El joven pelirrojo, enseguida encontró algo que hacer, pero por la preocupación reflejada en el rostro del ingeniero barbudo, Mulder supo que éste preferiría no haber contemplado siquiera aquella eventualidad.

Consternado, Bear Dooley se volvió hacia Muriel en busca de alguien en quien desahogar su frustración. Acercó el rostro al de ella y gritó tanto que, a la parpadeante luz de la linterna, Mulder vio cómo la baba le asomaba a los labios. Ella se estremeció, pero no retrocedió.

—¡Tú tienes la culpa, Miriel! —la acusó Dooley—. ¡Viniste a Enika por voluntad propia y te recibí calurosamente, pero te has encargado de sabotear la prueba! ¿Qué has hecho con los generadores? ¿Cómo has cortado la corriente? ¡Has hecho todo lo posible por entorpecer esta prueba desde el principio!

»Creía que al menos serías lo bastante honrada para presenciarla aquí conmigo por los viejos tiempos… pero has destruido Yunque Brillante y arruinado todo. ¿Qué has hecho? ¿También fuiste tú quien acabó con Emil Gregory?

—Yo no he hecho nada —replicó Miriel—, o tal vez no lo suficiente. Pero ya veremos. La prueba de Yunque Brillante no va a llevarse a cabo… ni esta mañana ni nunca. Se me ha ido de las manos.

—¿Lo ves? Así pues, lo reconoces —repuso Dooley, señalándola con un dedo—. ¿Qué has hecho? Tenemos que conectar de nuevo esos diagnósticos.

—Habla con el agente Mulder —respondió Miriel, y apretó los labios hasta formar una oscura línea sobre su alargada barbilla—. Está al corriente de todo.

Mulder se sorprendió al oír confirmar a una ex física de armas su fantástica explicación de los acontecimientos.

—¿Así que él también está metido en esto? No es lo bastante listo. —Dooley frunció el entrecejo y se apartó bruscamente de ella—. No quiero volver a saber de ti, Miriel. Eso es todo. Emil se habría avergonzado de ti.

Miriel pareció dolida por aquel comentario, pero siguió aferrada al borde del panel de mandos.

—Vamos a ser aniquilados —murmuró—. Se aproxima la cólera vengativa de los fantasmas de Enika. Ha acabado con el Dallas y nosotros somos los siguientes.

Mulder se acercó a ella.

—¿Lo sabías? ¿Sabías que iba a ocurrir?

Ella asintió.

—Ryan me explicó qué ocurriría, pero debo reconocer… —soltó una breve y amarga carcajada— que una parte de mí nunca lo aceptó. Sin embargo, Ryan podía ser muy carismático, así que seguí adelante para ver qué podía hacer para combatir con medios más prácticos. Pero ahora es… tal como él me dijo que sería. —Exhaló un profundo suspiro—. Al menos Yunque Brillante será detenido de un modo u otro. Todo el material de la prueba desaparecerá de aquí junto con la gente del proyecto y, después de este desastre, dudo que vuelvan a construir esta arma.

Miriel cerró los ojos mientras un temblor le recorría el cuerpo.

—Supongo que siempre he sabido que llegaría el momento de poner a prueba mis convicciones —prosiguió—. Es fácil decidir ser voluntario y repartir panfletos o enarbolar pancartas. Lo que cuesta es afirmar que estás dispuesto a ser arrestado en una manifestación; ése es un límite que mucha gente no está dispuesta a cruzar. —Por un instante miró fijamente a Scully—. Pero hay otros límites en el camino, aún más difíciles… y creo que acabo de cruzar uno.

Con los ojos muy abiertos, Scully miró a Mulder y luego a Miriel.

—No puedo dar crédito a lo que está diciendo. ¿De veras cree que una nube de fantasmas atómicos vendrá a frustrar la prueba de Yunque Brillante porque no están dispuestos a tolerar otra explosión nuclear aquí?

Miriel se limitó a mirarla sin responder, y Scully dejó escapar un suspiro de incredulidad. Se volvió hacia Mulder, exasperada.

—Creo que eso es exactamente lo que va a ocurrir, Scully —repuso él, sorprendiéndola—. Lo creo y estamos acabados si no nos largamos enseguida.

Los tres pescadores del Dragón afortunado se pusieron de pie, visiblemente alterados.

—No queremos seguir aquí —dijo el líder, agitando las manos ante sí como si tratara de recuperar parte de su coraje—. Este lugar es peligroso, es el blanco escogido. Sólo un estúpido se quedaría.

Otro pescador suplicó a Mulder, como si éste estuviera al mando.

—Preferimos arriesgarnos e intentar regresar al barco.

—No podréis zarpar en pleno huracán —replicó Scully—. Es más prudente permanecer aquí.

Los tres pescadores menearon la cabeza con vehemencia.

—No; este lugar es muerte segura.

—Usted misma ha dicho que el barco ha sido reforzado y diseñado para navegar a través de un temporal.

Miriel Bremen asintió.

—Sí, Ryan quería asegurarse de llegar hasta aquí. Pero no sé si tenía intención de volver. No lo creo.

Bear Dooley se paseaba lanzando improperios, buscando todavía algo que romper.

—¡Marchaos todos! Ya veis lo que me importa. Alejaos de mí, que tengo trabajo que hacer. Todavía hay una posibilidad de detener esta prueba. El artefacto está en el otro extremo de la isla y la cuenta atrás continuará tanto si conectamos los diagnósticos como si no.

Mulder miró a Scully y supo qué iba a ocurrir. Y comprendió que debía de tratarse de la misma convicción que había movilizado a Miriel Bremen y demás activistas. Los pescadores se acercaron a la puerta del refugio y trataron de descorrer el cerrojo.

Dooley permaneció de pie despotricando contra ellos.

—¡Estáis locos!

Mulder supo que probablemente Scully le daba la razón.

—¡Vamos, Scully! —exclamó haciendo gestos mientras corría hacia la puerta—. Ven con nosotros.

—¡No, Mulder! —gritó ella.

—Al menos ayúdanos a rescatar al señor Kamida.

El rostro de Scully traslució de pronto incertidumbre. La puerta se abrió de golpe y el vendaval irrumpió con estruendo en el refugio, aunque ya había arrancado todo lo susceptible de ser arrancado. Sin embargo, en esos momentos la voz del torbellino tenía un timbre diferente, casi humano; aullidos, susurrantes y acusadoras voces agazapadas tras el vendaval cada vez más fuertes, más próximas.

Mulder se estremeció y advirtió que Scully sentía la misma sensación de extrañeza, aunque probablemente era incapaz de reconocerlo.

Permaneció en el umbral con los pescadores, empujado hacia atrás por el viento. Miró las horripilantes nubes que se cernían sobre la isla como mazos, listas para aplastarla. Y vio que, más allá de la perturbadora presencia del tifón, se aproximaba algo realmente terrible.

—Tengo un presentimiento —murmuró.

Scully seguía resistiéndose, pero Mulder la llevó a rastras hasta la puerta para que se asomara. Ella se debatió hasta que miró en la negrura de la noche y levantó la vista hacia el cielo.

Entonces se esfumaron de sus labios todas las objeciones.