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Atolón Enika.

Sábado, 4.40

En el repentino y oscuro caos que siguió al apagón del refugio, Mulder se hizo con una de las linternas de emergencia que colgaban de la pared. La encendió e iluminó alrededor como si se tratara de una lanza brillante, esperando que la luz restaurara el orden y la calma entre los marinos y técnicos allí reunidos. En lugar de ello, vio a Bear Dooley y a los demás ingenieros correr de un lado a otro, tratando de restaurar a tientas sus subsistemas.

—¡Que alguien vuelva a conectar ese maldito generador! —bramó Dooley—. Perderemos todos los datos si no está en marcha dentro de media hora.

Mulder trazó un círculo con la linterna en torno al resto del asustado grupo. No se veían daños a simple vista en el refugio. Scully permanecía a su lado, cogiéndole del brazo para no separarse de él en la confusión.

—¡Pero si acabamos de verificarlo y funcionaba bien! —replicó uno de los desaliñados marinos.

—Pues ahora no, y no tenemos mucho tiempo para arreglarlo antes de que Yunque Brillante estalle. Sal y compruébalo.

—Disculpe, pero no creo que sea cosa del generador —repuso Víctor Ogilvy con voz temblorosa de ansiedad.

Mulder apuntó la linterna hacia él y el ingeniero de gafas sostuvo el teléfono en alto.

—Este aparato está conectado al generador de reserva y ha sido totalmente cargado… pero no consigo comunicar con el Dallas. Ni siquiera se oye el chisporroteo de la electricidad estática. Está desconectado, lo mismo que los paneles de mandos… toda la corriente, incluso los sistemas de seguridad.

Mulder sacó del bolsillo su teléfono celular preguntándose si podría conectar con alguien mediante ese sistema, pero el auricular era un silencioso trozo de plástico contra su oreja; debería haber oído al menos un siseo o el pitido de una mala conexión.

Dooley permaneció de pie con los puños cerrados a los costados, repentinamente apesadumbrado. Mulder sabía que ese hombre corpulento había estado guardando a duras penas la compostura.

—Pero ¿qué ha podido desconectar todo? —preguntó—. ¿Qué clase de accidente ha causado el tifón?

—De accidente nada —replicó Miriel Bremen con calma—. Sabes muy bien qué ocasiona tales efectos, Bear.

—El Dallas ha detectado algo enorme en su radar —apuntó Víctor—. De una potencia descomunal.

Dooley se volvió hacia Miriel, con la boca abierta y los labios temblorosos a medida que se apoderaba de él la incertidumbre.

—No sé de qué estás hablando.

Ella lo miró fijamente. La luz de la linterna de Mulder se reflejó en la fina capa de transpiración que le cubría el rostro.

—Impulso electromagnético.

—Pero ¿cómo? Para eso es preciso una… —miró a la activista horrorizado— explosión nuclear en el aire. ¡Una explosión nuclear! ¿Y si alguien más está utilizando este huracán para encubrir otra prueba? ¡Dios mío, no puedo creerlo! Alguien más ha hecho detonar un artefacto… ¡Eso es lo que el capitán Ives ha detectado en su radar! ¡Otra persona nos está robando el espectáculo!

Se dio media vuelta frenético, buscando algo que aferrar, alguien con quien hablar. Víctor Ogilvy se encogió, como si temiera que lo agarrara por el cuello.

—Pero ¿quién iba a hacer tal cosa? ¿Los rusos? ¿Los japoneses? ¿Quién puede haber practicado una explosión aérea aquí? ¡Elegir éste entre tantísimos lugares! ¡No puedo creerlo!

—Puede que la explicación no sea tan sencilla —replicó Miriel Bremen, y la fría y despiadada convicción que traslucía su voz hizo estremecer a Mulder. Fuera, el viento silbaba como una caldera de agua hirviendo al abrirse paso por entre las paredes de hormigón y arena—. Puede que se trate de algo que se te escapa —susurró.

—¡No trates de asustarme! —replicó Dooley a voz en grito—. No tengo tiempo para eso.

Con Scully todavía cogiéndole del brazo, Mulder volvió a pensar en la historia que les había revelado Ryan Kamida. Él mismo había improvisado una improbable hipótesis a partir de ella y de las pruebas que habían reunido Scully y él.

—Páseme la linterna, Mulder —ordenó Dooley—. Tengo trabajo que hacer. No es momento para charlas.

Mulder se apresuró a obedecerle. A sus espaldas, oyó el ruido metálico de un cerrojo al descorrerse y el chasquido de un pestillo al alzarse. A continuación la pesada puerta blindada del refugio se abrió hacia dentro y el recio viento irrumpió en la cámara cerrada, haciendo volar los papeles.

A la misteriosa luz de la tormenta, Mulder distinguió una silueta recortada en el umbral, preparándose para salir e internarse en las fauces del tifón.

—¡Ha llegado el momento! —exclamó Ryan Kamida volviéndose hacia ellos—. ¡Ya vienen!

De pronto, como si una cadena invisible tirara de él, el hombre ciego se precipitó hacia el feroz temporal.

—¡No, Ryan! —exclamó Miriel Bremen—. ¡Detente!

Kamida se volvió hacia ella un momento antes de ser engullido por el vendaval y la oscuridad.