Atolón Enika.
Sábado, 2.19
Scully acababa de regresar a su camarote para descansar cuando apareció en el umbral el capitán Ives.
—No dejo de sorprenderme —dijo, apoyándose contra el marco de la puerta mientras el barco se balanceaba entre las olas—. Por fin he establecido contacto con Bear Dooley en el atolón, y no sabría decirle si se ha indignado o dado saltos de emoción al enterarse de que tenemos aquí a Miriel Bremen y compañía.
—¿Y qué propone él que hagamos?
Ives meneó la cabeza con incredulidad.
—Quiere que los escoltemos hasta el refugio para que puedan asistir a la prueba.
—Pero… ¿por qué? —preguntó Scully. A continuación se respondió ella misma—: Oh, supongo que quiere ver la cara de Miriel cuando estalle Yunque Brillante.
El capitán Ives frunció el entrecejo y se encogió ligeramente de hombros.
—No creo que sea tan simple —dijo—. Sin duda hay parte de regodeo, pero tengo la impresión de que el señor Dooley siente un sincero respeto por la señorita Bremen y el trabajo que ésta hizo en el pasado. Tal vez crea que la emoción de la cuenta atrás la hará entrar en razón y le mostrará lo que se ha estado perdiendo. Le gustaría curarla de lo que él llamaría un lavado de cerebro antinuclear.
—Comprendo —repuso Scully, abriendo la cremallera de su bolsa para sacar otro impermeable. Se había cambiado y puesto ropa cómoda y seca al llegar a su camarote del Dallas—. Pero ¿qué hay del ciego Ryan Kamida? ¿Por qué iba a querer tenerlo allí?
El capitán Ives esbozó una sonrisa.
—Porque es la única manera de que la señorita Bremen acepte ir.
Scully meneó la cabeza.
—Les encanta jugar, ¿verdad? Bien, ¿cómo llegaremos allí?
—Yo me quedaré aquí en el Dallas —respondió el capitán—. Se acercan vientos huracanados y el temporal arremeterá con toda su fuerza en las próximas tres o cuatro horas. No puedo abandonar el barco. Me preocupa dejar mi lancha allá en el atolón, pero el segundo de a bordo, el comandante Klantze, va a remolcarla hasta aquí.
—Así pues, tendremos que esperar su regreso, ¿no? —preguntó Scully.
A esas alturas Mulder se estaría preguntando qué había sido de ella, después de haber averiguado por su cuenta mucha información que necesitaría compartir… probablemente explicaciones absurdas acerca de la manipulación sobrenatural o interferencia de extraterrestres en el desarrollo de las armas nucleares. Era imposible adivinar con qué iba a salir.
—En realidad es menos ortodoxo que todo eso —repuso el capitán Ives. Se hallaba de pie, con la cabeza en alto y los pies extrañamente juntos, como una estatua—. La señorita Bremen propuso que utilizáramos al Dragón afortunado. Dos de mis hombres la llevarán, aunque los pescadores también quieren ir. Al parecer todo el mundo está decidido a salir a pasear en pleno tifón. —Meneó la cabeza.
»Tengo que admitir que el Dragón afortunado está en condiciones de navegar, y me intranquiliza la idea de verlo estrellarse contra mi barco si empezamos a cabecear con más violencia, como supongo que ocurrirá. Si chocan entre sí los cascos se producirán daños considerables, tanto en el barco pesquero como en el nuestro.
El capitán Ives se quedó meditabundo, con una expresión de incertidumbre. Se había mostrado curiosamente reservado desde que había aceptado a bordo a los pasajeros del Dragón afortunado. Scully se echó la bolsa al hombro y lo siguió por el estrecho corredor.
—Hay algo que le preocupa acerca de esta prueba, ¿verdad? —preguntó finalmente.
El capitán se detuvo, pero no se volvió para mirarla.
—No es más que un montón de sombras del pasado —respondió—. Cosas que me he visto obligado a recordar y que hubiera preferido borrar. Las creía totalmente olvidadas, pero por desgracia esta clase de recuerdos tiene la mala costumbre de volver para atormentarte.
—¿Le importaría explicarse con más detalle?
Ives se volvió finalmente hacia ella, meneando la cabeza. Sus ojos gris pizarra carecían de expresión mientras se atusaba el bigote.
—No… no creo que pudiera.
Scully reconoció esa mirada, pero le pareció incongruente en el rostro de un duro capitán que había pasado tantos años en alta mar.
Detrás de esa mirada vislumbró miedo.
El Dragón afortunado surcaba las olas, alejándose a toda máquina del Dallas en dirección al atolón Enika. El barco era fácil de gobernar, según los hombres que el capitán Ives había seleccionado para llevarlo.
Durante la breve travesía hasta la isla, Miriel Bremen permaneció junto a Ryan Kamida y evitó a Scully. El hombre ciego parecía desorientado y agitado, como temeroso de algo o abrumado por las circunstancias. Scully se preguntó qué le había causado la ceguera y aquellas terribles cicatrices y quemaduras. No creía que se tratara de un superviviente de Nagasaki. Se le veía demasiado joven, exótico… y extraño.
Mientras el pesquero alcanzaba la costa y echaba anclas en la laguna resguardada, Scully divisó a Mulder esperándola bajo la luz brillante de la puerta del refugio. Éste agitó los brazos y el fuerte viento le sacudió la húmeda americana. Ella advirtió que se había quitado la corbata y desabrochado los primeros botones de la camisa.
Mulder acudió a su encuentro y la ayudó a bajar a la arena húmeda, y ella le entregó su bolsa.
—Como parece que voy a pasar más tiempo en la isla que a bordo del barco, he pensado que podría necesitar algunas cosas.
Mulder levantó la vista hacia la tormenta que se cernía sobre ellos como un puño gigante, listo para aplastarlos.
—Creo que de momento no necesitaremos el bronceador.
Bear Dooley salió del refugio arrastrando los pies, ojeroso y absorto en sus interminables preparativos. La prueba debía tener lugar en menos de tres horas. Permaneció con las manos en las caderas, mirando fijamente a Miriel Bremen cuando ésta desembarcó en el atolón Enika.
Miriel ayudó a bajar a Ryan Kamida, pero éste cayó de rodillas, no a causa de un colapso sino más bien para fundirse en un abrazo con el coral y la arena. Levantó la vista y Scully vio que brotaban lágrimas de sus ojos ciegos.
Miriel permaneció a su lado, apretándole el hombro para darle apoyo. Finalmente dirigió la mirada a Bear Dooley.
—Me alegro de tenerte entre nosotros, Miriel —bramó Dooley—, pero no tenías por qué tomarte tantas molestias. De haberlo pedido, te hubiéramos incluido en la tripulación.
—No estaba segura de querer formar parte… en estas circunstancias, Bear. —Miriel habló en tono bajo, pero las palabras hendieron el aire—. Creo que no has tenido ningún problema en organizar la prueba.
La voz carecía de inflexión y Scully pensó que parecía derrotada, resignada. La prueba de Yunque Brillante iba a tener lugar a pesar de todos sus esfuerzos por detenerlo. Scully se preguntó hasta dónde se había propuesto llegar esa mujer.
Los tres pescadores del Dragón afortunado subieron a la cubierta el barril medio lleno de ceniza negra.
—¿Qué vais a hacer con eso? —preguntó Dooley a voz en cuello.
Dos marinos impidieron que los pescadores desembarcaran el barril por la borda y lo dejaran en la playa.
—No lo queremos a bordo —respondieron los pescadores.
—Pues ha estado hasta ahora —replicó uno de los marinos.
—Ahora podemos llevarlo a la orilla —insistió el pescador.
Dooley se acercó a Miriel.
—¿Qué contiene? ¿Algo peligroso?
—Sólo ceniza —respondió Miriel—, nada peligroso.
Dooley meneó su cabeza.
—Antes era capaz de comprenderte, Miriel… pero te has convertido en una extraña para mí.
Los pescadores japoneses lograron esquivar a los marinos y acarrearon el bidón a la orilla.
—No lo quiero en el refugio —ordenó Dooley haciendo gestos.
—Pero si lo dejamos aquí es posible que se lo lleve el viento —repuso uno de ellos.
—No es mi problema —replicó Dooley.
Ryan Kamida alzó la cabeza y volvió su rostro quemado y surcado de lágrimas hacia Miriel y Bear Dooley.
—Permita que lo dejen donde está.
Aliviados, los pescadores se apresuraron a entrar en el refugio para resguardarse de la intensa lluvia.
—¿Por qué no entras conmigo y te enseñaré nuestras elegantes instalaciones? —preguntó Dooley—. Seguro que recuerdas parte del equipo.
—¿Tratas de restregármelo en la cara, Bear? —preguntó ella.
Él parpadeó con sus pequeños ojos.
—Nada de eso —repuso—. Estos ingenieros la mitad de las veces no saben de qué estoy hablando y tú al menos lo entiendes. Por los viejos tiempos y por Emil Gregory, entra a ver a Yunque Brillante.
De mala gana, Miriel dio una palmadita en el hombro a Kamida para que los acompañara, pero éste negó con la cabeza.
—Me quedaré aquí fuera un rato más —pidió Ryan Kamida—. Estoy bien.
Miriel pareció preocupada por dejarlo allí solo, hasta que Scully dio un paso adelante.
—Nosotros nos quedaremos con él, Miriel. Quería que hablara con él, ¿recuerda? —Miriel recordó y asintió antes de seguir a Bear Dooley y los marinos al interior del refugio.
En la playa, Kamida enterró sus dedos llenos de cicatrices en la arena y olió el coral, el agua y la espuma de las olas. Alzó la cabeza hacia las nubes oscuras que anunciaban el huracán. Respiró por la boca y cerró sus ojos ciegos mientras se recostaba con los puños cerrados y los dientes apretados.
—Señor Kamida, Miriel dice que es posible que tenga algo que contarnos… —empezó a decir Scully—, una terrible historia personal. Cree que deberíamos escucharla.
El hombre ciego volvió el rostro cubierto de cicatrices hacia ella y clavó los ojos inertes en un punto entre Mulder y Scully.
—Esperan hallar respuestas —respondió.
—¿Acaso tiene alguna? —preguntó Mulder—. En estos momentos, no estamos ni siquiera seguros de qué preguntas debemos formular.
—No deben hacer preguntas. Y no deberían estar aquí. Son personas inocentes que podrían convertirse en víctimas de guerra.
—Miriel me comentó que le había ocurrido algo terrible. Por favor, cuéntenoslo. ¿Es sobre cómo se quemó y quedó ciego?
El ciego bajó unos instantes la barbilla, como asintiendo voluntariamente. Sentado en la playa con las olas estrellándose contra el acantilado al otro lado de la laguna, Ryan Kamida habló con la voz de un fantasma.
—Nací aquí, en Enika, como toda mi gente, una pequeña tribu. Vivíamos aquí, aunque cuentan las leyendas que éramos de otras islas y en un largo peregrinaje encontramos esta isla y nos quedamos. Era nuestra tierra, un lugar pacífico.
—Pero el atolón Enika no está habitado —replicó Scully.
—Así es —respondió Kamida—. Ahora está deshabitado, pero hace cuarenta años era nuestro hogar, cuando Estados Unidos campaba por el mundo con la cabeza en alto y paso firme, orgulloso de su nueva posición como superpotencia. Tenían aseguradas las armas atómicas y seguían henchidos de orgullo por su victoria en la Segunda Guerra Mundial.
»Pero sus primeras bombas atómicas no eran lo bastante potentes, de modo que tuvieron que construir bombas de fusión, de hidrógeno, cabezas termonucleares. Y para construirlas necesitaban probarlas en lugares donde pasaran inadvertidas… lugares como el atolón Enika, el hogar de mi niñez.
—Sé que los isleños de Bikini y Eniwetok fueron trasladados a otros lugares cuando los evacuaron para las pruebas nucleares. ¿Es eso lo que ocurrió a su gente? —preguntó Scully.
Kamida negó con la cabeza.
—El gobierno no se tomó tantas molestias. Yo sólo era un chico de diez años, pero más tarde me enteré de que la prueba se llamaba Sawtooth.
»Aquí me volví «primitivo e inculto», como dirían algunos, aunque otros describirían mi existencia como «idílica» en un paraíso de buen tiempo y clima cálido, árboles de pan, cocoteros, taros y ñames en abundancia, y pescado y marisco para dar y vender.
»Yo era un joven menudo, delgado y fuerte. En los acantilados que rodeaban la isla había muchas cuevas, pequeñas afloraciones y cavidades que, de haber estado sumergidas, habrían sido el hogar de morenas y pulpos. Pero en tierra firme me proporcionaban aberturas para colarme entre charcos formados por la marea alta y misteriosos laberintos… tesoros medio sumergidos donde recogía mejillones, caracolas y orejas de mar.
»Mis padres esperaban arriba con mis hermanas mayores y mis tíos, mientras yo bajaba serpenteando por las cuevas del acantilado en busca de exquisiteces. —En su duro rostro apareció un atisbo de sonrisa—. Lo recuerdo claramente… Los recuerdos son lo único que he podido ver la mayor parte de mi vida.
Alrededor de la elevación de coral que protegía el refugio se levantó una violenta ráfaga de viento. Scully se echó hacia atrás para no perder el equilibrio y Mulder la cogió del hombro. Ryan Kamida permaneció impasible.
—Habíamos reparado en los extraños barcos que rodeaban la isla, monstruosidades alargadas y metálicas cubiertas de púas. Los marinos desembarcaron con sus uniformes blancos, pero nos escondimos en la selva, creyendo que eran invasores procedentes de otra isla. Si querían localizar y evacuar a los habitantes de Enika, no se esforzaron gran cosa. Estábamos asustados, pero también intrigados. No sabíamos por qué habían instalado en nuestra isla esas extrañas máquinas, estructuras con sorprendentes aparatos y artefactos. Para nosotros era magia… magia negra.
Cogió un puñado de arena húmeda y dejó caer los granos a través de sus dedos llenos de cicatrices.
—Recuerdo muy bien aquel día. Muchos de mis primos habían ido a inspeccionar el artefacto que habían dejado atrás los soldados… otros observaban alejarse los barcos. Pero aquel día yo tenía trabajo. Mi padre insistió en que el nivel del agua era perfecto para buscar tesoros en las cuevas, así que me deslicé por los serpenteantes pasadizos, llevando sólo mi pequeño cuchillo y una red donde guardar las conchas que encontrara.
»Había recogido una oreja de mar lo bastante grande para toda una comida, además de varias conchas. Cuando regresé arrastrándome por la cueva, mi padre me esperaba a la entrada, su figura recortada contra la luz del sol. Le tendí la red que contenía las conchas y él se agachó para cogerla y ayudarme a salir de la cueva. Lo miré a los ojos, que tenían un brillo misterioso cuando se inclinó hacia mí… —Se le hizo un nudo en la garganta e hizo una pausa—. Y de pronto el cielo se volvió blanco y un intenso resplandor lo envolvió todo y destruyó todas las moléculas de color del mundo. Lo último que vieron mis ojos fue la silueta de mi padre, borrosa y traslúcida. Durante una fracción de segundo distinguí con claridad su esqueleto en el preciso momento en que la radiación lo penetraba… hasta que el resto de la onda expansiva lo redujo a cenizas. Y entonces la luz me envolvió.
Scully lo miró fijamente con los ojos muy abiertos y cubriéndose la boca con una mano.
—No sé cómo sobreviví —continuó Kamida—. La onda expansiva fue terrible, pero volví a deslizarme por la cueva mientras la explosión nuclear asolaba la isla. El agua de los charcos hervía y salió disparada hacia arriba como un geiser, abrasándome.
»Al cabo de mucho tiempo me encontré fuera de las cuevas. Gran parte del acantilado se había desintegrado. Me había salvado, pero no era en absoluto una bendición.
»Me abrí paso a tientas por las humeantes rocas y encontré la laguna. El agua seguía hirviendo y me escaldaba las piernas… pero ya las tenía demasiado quemadas para sentir más dolor. Caminé con el agua hasta la cintura, incapaz de ver nada. Pero seguí andando, alejándome cada vez más de la isla… Dicen que recorrí más de tres kilómetros antes de que me recogieran.
—¿Recogieran? —preguntó Scully—. ¿Quién le recogió?
—Un barco de la Marina norteamericana —respondió Kamida— que había sido designado para observar la prueba de Sawtooth. No sabían qué hacer conmigo. Después de su enorme victoria tecnológica, mi supervivencia debía de ser motivo de vergüenza para ellos.
Kamida se sumió unos instantes en sus recuerdos, demasiado ciego para ver el presente.
—Una vez me recuperé, me dejaron en un orfanato de Honolulu. Cambiaron todos los informes y sobreviví. Oh, sí, sobreviví… y años más tarde llegué a ser un empresario de renombre.
»Soy afortunado, porque tengo olfato para los negocios y en los pasados cuarenta años me he convertido en un hombre rico.
»No consta en ningún documento escrito la prueba nuclear Sawtooth, ni el aniquilamiento de mi gente, ni el de mi persona, el único superviviente de una prueba que el gobierno prefirió relegar al olvido.
—Pero si no consta en los archivos y usted era un muchacho tan joven, ¿de dónde ha sacado toda esta información? —preguntó Scully—. ¿Cómo es posible que lo recuerde y esté tan seguro de los detalles?
Kamida clavó su mirada ciega en ella, que se puso nerviosa y apartó la vista intimidada. La voz apagada del anciano le hizo estremecer.
—Porque no han dejado de recordármelo.
Mulder se acercó a él.
—¿Cómo dice?
—Me lo han explicado los espíritus de mi gente —respondió—. Vienen y me hablan, y me piden que no los olvide ni olvide el pasado.
Scully suspiró y miró a Mulder, pero éste la ignoró.
—En otras palabras, su gente fue aniquilada en esta prueba atómica secreta y como único superviviente, puede hablar con sus espíritus.
Scully se puso de pie, decidida a dejar a ese hombre con sus fantasías.
—Vamos, deberíamos entrar en el refugio.
—Agente Mulder —dijo Kamida, aunque Scully no recordaba habérselo presentado— la explosión atómica me cegó al instante, pero también estimuló de alguna manera mis sentidos. Mis ojos ya no sirven para nada, pero puedo ver y oír cosas. Estoy unido a esos perturbadores fantasmas que nunca me dejan solo, lo mismo que las últimas imágenes del estallido que quedaron grabadas en mis nervios oculares.
Scully vio arquear las cejas a Mulder y le sorprendió que creyera esa historia.
—Piénselo, amigo —prosiguió Kamida. Parecía saber intuitivamente quién tenía más probabilidades de creerle—. Llevan reuniendo energía desde hace cuatro décadas y sus gritos han alcanzado ahora el nivel más alto… para ensordecer a quienes me infligieron esta desgracia así como a los que están dispuestos a repetirla.
—Un momento —interrumpió Mulder, intrigado—, ¿está insinuando que la repentina y elevada potencia de una explosión atómica aumentó las facultades del espíritu de las víctimas que murieron en ella, haciéndolos diferentes de los fantasmas normales y corrientes?
—No soy científico —repuso Kamida—, pero es posible que el espíritu de la gente totalmente aniquilada posea más facultades que el de los fallecidos en una muerte más corriente. Fue un genocidio atómico total. Al parecer estos espíritus son conscientes de todo, y son capaces de establecer conexiones y averiguar quién está involucrado en la investigación de esas armas… También saben que Yunque Brillante significa un aterrorizante paso en un terreno movedizo. —Sonrió para sí—. Es posible que los espíritus de mi gente se hayan erigido en protectores de la raza humana.
Scully captó el significado de sus palabras.
—¿Quiere decir que esos espíritus se han dedicado a matar a investigadores de armas nucleares y otras personas relacionadas con la bomba atómica?
—Le confesaré que soy responsable en parte de la muerte del doctor Gregory, agente Scully —respondió Kamida—. Esperaba que al eliminarlo detendría esta prueba, pero me equivoqué. Era demasiado fácil. Por puro rencor dirigí también la aniquilación hacia un anciano de Nuevo México relacionado vagamente con la primera prueba de Trinity que hizo estallar armas nucleares. Los demás habían muerto de enfermedad hacía mucho y fue el primer nombre que pude encontrar. También fui responsable de la muerte de la ejecutiva del Departamento de Energía, la mujer que estaba detrás de la financiación del proyecto Yunque Brillante. Sin su apoyo esta prueba no habría tenido lugar.
»Pero esperé demasiado. He mantenido a los espíritus a raya demasiados meses, demasiados años… y ahora han empezado a ponerse nerviosos y quieren arremeter contra víctimas que no he señalado y que, según ellos, representan una amenaza para nuestra isla.
Scully pensó en las fotos que Mulder le había enseñado de los artilleros de misiles carbonizados por radiación en un refugio subterráneo.
—Cada vez están más atentos y más nerviosos, pero dentro de unas horas cumplirán su cometido de proteger de nuevo esta isla.
—¿Por qué nos cuenta todo esto? —preguntó Mulder—. Confesar un asesinato no es algo que se hace a la ligera.
El susurro del viento dio paso a un incesante rugido y Scully cogió a Kamida del codo para ayudarlo a levantar.
—No es seguro permanecer aquí fuera. Debemos entrar… todos.
—¿Seguro? —exclamó Kamida riendo—. La seguridad es un lujo que ninguno de nosotros podemos permitirnos. Óigame bien, agente Mulder, ha obtenido respuestas porque es un hombre curioso… pero ninguno de nosotros saldrá con vida de ésta. —Ladeó la cabeza hacia el cielo tormentoso, como si hiciera señas a alguien. Luego añadió con un místico susurro—: La bola de fuego alcanzará por fin la costa de la muerte.