U. S. Dallas.
Sábado, 1.02
Bajo la mirada atenta de Scully, el guardia de seguridad utilizó un tintineante llavero para abrir la puerta del camarote donde habían aislado a Miriel Bremen. No se molestó en llamar; era evidente que Miriel los había oído acercarse, pues los pasos resonaban en las planchas metálicas de la cubierta, incluso por encima del amortiguado eco del huracán.
Scully esperó en el pasillo, con los ojos enrojecidos de dormir poco y pensar demasiado. EÍ guardia de seguridad abrió la pesada puerta de metal y le hizo señas de que entrara. Scully tragó saliva y cruzó el umbral con la cabeza erguida.
Miriel Bremen se hallaba sentada en un estrecho catre, con los codos apoyados en las rodillas y la barbilla entre las manos. Levantó la vista hacia Scully y sus ojos, también enrojecidos, brillaron al reconocerla, pero desprovistos de esperanza.
—¿Por fin me trae agua y pan a mi solitaria celda? —preguntó.
Scully miró al guardia y después a Miriel.
—¿Quiere comer algo? Creo que podrán prepararle algo.
Miriel negó con la cabeza suspirando y mesándose con manos temblorosas el cabello.
—No, no tengo hambre. Sólo era una broma.
De pronto Scully cayó en la cuenta del brusco cambio en la actitud de Miriel Bremen desde su primer encuentro en Berkeley… y creyó comprender el motivo. La activista se mostraba tan resuelta como antes, pero estaba asustada.
Sin embargo, por extraño que pareciera, el temor de Miriel no provenía de hallarse prisionera a bordo de un destructor de la Marina. Después de todo, no hacía nada ilegal, aun cuando era obvio que se proponía entorpecer la prueba de Yunque Brillante. No, Miriel Bremen parecía perdida. A juzgar por su demacrado rostro, se hallaba confundida, como si sus convicciones la hubieran llevado demasiado lejos. Con el espectro de la detonación experimental inminente, su activismo se había convertido en abierto fanatismo, hasta el punto de estar dispuesta a abandonar todo su trabajo en Berkeley y dirigirse precipitadamente hacia un tifón a bordo de un pequeño pesquero.
Scully permaneció en medio del camarote, tratando de disimular la inquietud que le invadía. Desde el día que había conocido a Miriel Bremen y puesto un pie en la oficina central de Detened Esta Locura Nuclear, había estado reviviendo escenas de su primer año en la universidad, durante el cual también había estado a punto de unirse a una causa. Aun teniendo en cuenta la impetuosidad de la juventud, tales actividades habían ido contrariando los deseos de sus padres. Cuando unos años más tarde entró en el FBI, también contrarió los deseos de éstos, pero esta vez no abandonó tan fácilmente sus convicciones. Al ver lo ocurrido a Miriel Bremen comprendió que ella también podría haber andado en la cuerda floja. Si las cosas hubieran resultado de otro modo, habría podido caer por un precipicio igualmente escarpado.
Scully se volvió hacia el guardia.
—¿Podría dejarnos unos minutos a solas?
El guardia de seguridad la miró intranquilo.
—¿Debo esperar al otro lado de la puerta, señora? —preguntó.
Scully se cruzó de brazos.
—A esta mujer no se le ha acusado de ningún delito —replicó—. No creo que sea ninguna amenaza para mi seguridad. —Entonces se volvió hacia Miriel—. Además, he recibido instrucción en lucha cuerpo a cuerpo y defensa propia en la academia de Quantico. Creo que podría encargarme de ella, si fuera preciso.
El guardia miró a Scully con una mezcla de reserva y respeto y luego asintió. Cerró la puerta detrás de él y se alejó por el pasillo.
—Usted misma lo ha dicho, agente Scully —empezó Miriel—. No se me ha acusado de ningún delito. No he hecho nada ni a usted ni a este barco, ni a los preparativos de Yunque Brillante. Sólo he pedido socorro en medio de un temporal.
Como si escuchara sus palabras, el viento silbaba con tal fuerza que reverberaba por todo el destructor. Scully advirtió cómo la enorme embarcación se mecía en las aguas embravecidas mientras regresaban al atolón Enika.
—¿Por qué me tienen aquí? —preguntó Miriel, siguiendo con su ofensiva—. ¿Por qué se me ha encerrado en este camarote?
—Porque la gente está nerviosa —respondió Scully—. Usted está al corriente de la prueba… no se moleste en decir que su aparición en este lugar en este preciso momento ha sido una coincidencia. Pero aún no hemos decidido qué clase de maldad ha tramado.
—¿Maldad? —Miriel se recostó en su catre con expresión perpleja—. Están a punto de hacer detonar un arma que no deja poso radiactivo, violando todas las leyes y tratados internacionales. Y usted, una representante federal, se queda de brazos cruzados aprobándolo. Y sin embargo llama a mi propósito «maldad». ¿Qué cree que podemos hacer Ryan Kamida y yo con un barco pesquero sin armas o explosivos a bordo? No se trata de un barco de asalto de Greenpeace.
—Han traído consigo un barril lleno de ceniza negra —replicó Scully.
Miriel la miró sorprendida.
—¿Y? ¿Qué se supone que podemos hacer con eso?
—Encontraron una ceniza negra muy parecida en el lugar del crimen de Nancy Scheck, en Gaithersburg, Maryland.
Miriel se levantó del catre y se arregló la blusa todavía húmeda.
—¿La comandante Scheck? Ni siquiera sabía que esa bruja estuviera muerta.
—¿Pretende que la crea?
—Me trae sin cuidado, porque probablemente tampoco es capaz de creer lo que va a ocurrir en realidad, lo que está sucediendo aquí mismo, delante de sus narices.
—Demuéstrelo —dijo Scully—. Déme una sola prueba objetiva y la creeré encantada. Pero no espere que acepte esas absurdas explicaciones. Usted también es científica y sabe de qué hablo. ¿Qué cree que va a ocurrir durante la prueba de Yunque Brillante? Faltan menos de cinco horas.
—Tengo una idea mejor —respondió Miriel, apartando la silla del pequeño escritorio, como si prefiriera aquel duro e incómodo asiento al estrecho catre—. Déjeme explicarle algo que ya ha ocurrido y podrá extraer sus conclusiones. ¿Ha oído hablar del Indianápolis, un destructor estadounidense de la Segunda Guerra Mundial?
Scully apretó los labios.
—Me suena. —Hizo una pausa antes de proseguir—. Era el barco que transportó uno de los primeros núcleos de bomba atómica a la isla Timian, ¿verdad? Como parte de los preparativos del bombardeo sobre Hiroshima.
Miriel pareció sorprendida y al mismo tiempo complacida de que Scully supiera la respuesta.
—Así es, el Indianápolis transportó hasta Timian el núcleo de uranio de la bomba atómica Little Boy y ésta fue arrojada sobre Hiroshima, el primer golpe de nuestra primera guerra nuclear mundial.
—Ahórrese los discursos baratos —la interrumpió Scully.
Miriel echaba fuego por los ojos cuando acercó más la silla a Scully y la miró fijamente.
—¿Sabía que durante el viaje de ida del Indianápolis, soldaron el núcleo de la bomba al suelo del camarote del capitán? Nadie sabía qué era exactamente, sólo que se trataba de un arma extremadamente poderosa y ultrasecreta.
»Pero corrió la voz. En los barcos las noticias vuelan, sobre todo en tiempos de guerra. Toda la tripulación del Indianápolis estaba convencida de que llevaban un componente crucial para la victoria contra Japón. Después de una travesía sin incidentes, el Indianápolis entregó el cargamento intacto en Timian, donde ensamblaron la bomba…
Scully la interrumpió con impaciencia.
—Sí, y el Enola Gay despegó y la arrojó sobre Hiroshima, donde murieron setenta mil personas. Ya sé todo eso. ¿Por qué es relevante ahora?
Miriel alzó un esbelto dedo.
—Lo relevante es lo que sucedió después de que el Indianápolis cumpliera su cometido. Nadie piensa nunca en las consecuencias, hacen la vista gorda. Pero después de semejante destrucción tiene que existir alguna clase de expiación, ¿comprende?
Scully sólo pudo negar con la cabeza. Miriel suspiró.
—Creo que existe la justicia en el mundo. Un asesinato masivo como ése no podía ser ignorado.
»Tres días después de que el Indianápolis entregara el núcleo de la bomba, fue torpedeado por un submarino japonés. Pero de los 1196 hombres a bordo, 850 sobrevivieron al hundimiento del barco. Arrojaron al agua los botes salvavidas a tiempo, pero no fueron rescatados por el submarino japonés y los hombres se vieron abandonados a su suerte.
»Permanecieron en aquellas aguas plagadas de tiburones durante cinco días, antes de que un avión norteamericano los divisara. Cinco días perdidos en medio del océano, observando cómo sus camaradas eran devorados por tiburones que llegaban de todas partes, atraídos por el olor de la sangre, cada vez más hambrientos.
Scully no intentó responder siquiera.
—Por culpa de un error burocrático, el Indianápolis no había sido declarado perdido y nadie se molestó en buscarlo. ¡Los encontraron por casualidad! Finalmente, a pesar de los ingentes esfuerzos de rescate, sólo lograron sacar del agua a 318 personas. Se habían perdido tres cuartas partes de la tripulación inicial y dos tercios de los que habían sobrevivido al hundimiento del barco. Fue devastador.
—¡Qué horror! —exclamó Scully, horrorizada sólo de pensarlo—. Pero eso sigue sin implicar nada sobrenatural.
—Si le parece horrible, debería hablar con Ryan Kamida y escuchar su versión —respondió Miriel con serenidad.
—Espere —la interrumpió Scully, contando mentalmente los días—. Según dice, el Indianápolis fue torpedeado nueve días antes de que arrojaran la bomba sobre Hiroshima. ¿Cómo iba a tratarse de alguna clase de venganza sobrenatural si aún no había tenido lugar el bombardeo? Durante la guerra se hundieron muchos barcos en el Pacífico. Mi padre solía contarme las historias. Ha escogido una que le sirve para ilustrar sus propósitos… pero aún no ha dicho lo que quería decir.
—No estoy muy segura de que esté preparada para escucharlo —repuso Miriel.
—¿El qué? —preguntó Scully, recordando las insinuaciones de Mulder—. ¿Que los espectros de las víctimas de las bombas atómicas están causando estragos entre los investigadores de armas nucleares? ¿Que están utilizando medios paranormales para detener la prueba de Yunque Brillante? ¿Cómo quiere que me crea eso?
—No lo pretendo —respondió Miriel. Parecía más tranquila ahora que ya había narrado su historia y en su rostro apareció una expresión endurecida, resignada—. Simplemente hable con Ryan.