U. S. Dallas.
Viernes, 20.09
En la oscuridad absoluta de la noche, el mar embravecido tenía aspecto aceitoso. No había luna que penetrara la barrera de nubes, y el viento soplaba con un sonido frío y metálico.
Scully se estremeció mientras se aferraba a la barandilla de cubierta del Dallas, un entrelazado de cuerdas pintadas de gris para crear la impresión de una alambrada. Observó las operaciones de rescate a medida que los marinos saltaban a bordo del barco pesquero. Un grupo de fuertes y jóvenes marinos, empapados de sudor y espuma del mar, atendieron a los tres pescadores, al ciego marcado con cicatrices y a Miriel Bremen, una vez llegaron a la relativa seguridad del destructor.
El capitán Ives miró perplejo al pasajero ciego, incapaz de apartar los ojos de las abultadas cicatrices que le cubrían el rostro, la mirada vacía de sus ojos muertos mientras trataba de subir por la chirriante escalera. Una vez en la cubierta aparentemente inmune a los vientos huracanados, el ciego se volvió despacio hacia Ives, como si supiera que éste lo miraba fijamente, y una débil sonrisa apareció en su rostro marcado de cicatrices.
Scully observó con curiosidad el silencioso encuentro, pero dirigió toda su atención hacia Miriel Bremen cuando ésta apareció en la cubierta del Dallas. Por alguna extraña razón, Scully se sintió traicionada por el hecho de que Miriel la hubiera engañado. Se le encogió el estómago y se preguntó qué podía haber tramado aquella mujer.
Miriel aún no la había visto y Scully habló con aspereza en medio del estruendo del viento y las olas.
—No esperará que creamos que es una coincidencia, ¿verdad, señorita Bremen?
Sorprendida, la activista se volvió en dirección a la voz y torció el gesto.
—Así que sabía usted más cosas acerca de Yunque Brillante, agente Scully. Tonta de mí, le creí. Debió de tomarme por una estúpida al ver que lo desembuchaba todo.
Scully se quedó atónita.
—Eso no es cierto. Yo…
Miriel se limitó a fruncir el entrecejo y a ponerse las gafas mientras el viento le revolvía los cabellos.
—Debería haberlo pensado mejor antes de creer a una agente del FBI.
El capitán Ives permanecía al lado de Scully, observando el aspecto desaliñado de Miriel.
—¿La conoce?
—Sí, capitán. Es una radical activista antinuclear de Berkeley. Se hallaba cerca del lugar donde falleció el doctor Emil Gregory, que estuvo originalmente al mando del proyecto Yunque Brillante.
El capitán Ives entornó los ojos y arrugó la frente.
—Ha escogido el lugar apropiado para un crucero de placer.
Scully volvió a fruncir el entrecejo.
—Y puede estar seguro de que eligieron el nombre del barco a propósito. Dragón afortunado no es una coincidencia. Aunque no podían estar seguros de que alguien lo recordara, debió de parecerles divertido.
Ives hizo señas a varios de sus hombres para que se acercaran.
—Llevad a cada uno a un camarote vacío, anotad sus nombres y ocupaos de que estén cómodos, pero no los dejéis causar problemas. Es posible que las cosas no sean exactamente lo que parecen.
Miró de soslayo al extraño ciego, que permanecía rígido y con una sonrisa contenida en el rostro cubierto de cicatrices.
—Hablaremos con el señor Dooley y le pediremos su opinión sobre el asunto.
—Creo que le sorprenderá saber que tiene más visitas —repuso Scully—. Y nada menos que éstas.
—Seguramente —respondió Ives.
Los tres pescadores parecían encantados y aliviados de estar a bordo de un enorme y estable destructor, mientras que Miriel y el ciego parecían considerarse prisioneros de guerra. Miriel echó a andar con arrogancia en medio de los marinos cuando éstos la escoltaron hasta los camarotes.
—¿Capitán Ives? —llamó uno de los marinos desde la cubierta del Dragón afortunado—. Creo que debería bajar aquí, señor. Hay ciertas cosas interesantes que tal vez desee examinar.
—Está bien, ahora bajo —respondió Ives.
—Me gustaría acompañarle —pidió Scully.
—De acuerdo —replicó Ives—. Al parecer cuenta con los mismos datos dispersos que yo. Esto cada vez es más extraño.
—Por desgracia ninguno de nosotros tiene una visión total —coincidió Scully.
Se descolgaron por la borda y bajaron las resbaladizas escaleras metálicas hasta la cubierta del barco pesquero amarrado al Dallas. Scully aferró los peldaños de la escalera con firmeza para hacer frente a las impredecibles ráfagas de viento.
El Dragón afortunado cabeceaba y se zarandeaba a pesar de que el gran destructor lo protegía de las olas más grandes. Por lo que Scully vio, el pesquero no había sufrido daños; todo el equipo parecía intacto, lo mismo que la cubierta y el casco… pero ella no entendía de embarcaciones pequeñas como para determinar si estaba en condiciones o no de navegar.
Un miembro de la tripulación acudió al encuentro del capitán Ives y Scully, y empezó a señalar rápidamente algunas de las anomalías que había detectado.
—Todos los sistemas parecen funcionar, señor —apuntó el joven marino, elevando la voz para hacerse oír entre el bramido del océano—. Por lo que he observado, no hay daños ni nada que explique la llamada urgente de socorro. Este barco no estaba en apuros.
—Tal vez la tormenta los asustó —repuso Ives.
Scully meneó la cabeza.
—No creo que estuvieran asustados —replicó—. Querían que viniéramos a recogerlos porque era la única forma que tenían para llegar al campo de pruebas de Yunque Brillante.
El capitán Ives gruñó y se atusó el bigote, pero guardó silencio.
Otro marino asomó la cabeza desde los camarotes.
—La construcción del casco es muy extraña —señaló—. Nunca he visto una pequeña embarcación con este diseño. Está prácticamente blindada. Apuesto a que nunca ha existido un barco de esta envergadura tan resistente.
—Parece construido a propósito —murmuró Scully—. Me pregunto si tenían previsto llevarlo a un huracán.
—Tifón —corrigió el capitán Ives.
—Una gran tormenta —dijo Scully—. Si ése era el propósito del barco, necesitaban de un diseño especial.
—Pero es un barco pesquero —intervino el marino a su lado.
—Tenía que parecerlo —replicó Scully.
Ives meneó la cabeza.
—Fíjate en el equipo, las redes… todo está nuevo. Esas redes nunca han sido arrojadas al agua. Son el attrezzo para una función. Creo que tiene razón, agente Scully… hay algo detrás de todo esto.
De la bodega trasera salió otro marino.
—Aquí no hay ningún pez, señor. Ni ningún cargamento; sólo unos suministros y un barril.
—¿Un barril? —repitió Ives—. ¿Y qué hay dentro?
—Pensé que tal vez preferiría abrirlo usted mismo, señor. Por si resultaba algo importante.
Él y Scully bajaron a las bodegas, donde había un bidón sujeto a la pared del casco. Al verlo, la mente de Scully empezó a cavilar. Pensó en Miriel Bremen y sus actividades radicales de protesta, la sospecha de su implicación en la muerte del doctor Gregory… y su llegada allí, seguramente para sabotear la prueba de Yunque Brillante. Miriel tomaría las medidas que creyera necesarias…
Ives cogió el destornillador que un marino le ofreció y procedió a abrir la tapa del barril. Scully volvió a examinarlo y de pronto gritó:
—¡Espere, podría ser una bomba!
Pero Ives ya lo había destapado. Se quedó inmóvil, como si esperara que se produjera una explosión. Al ver que no era así, anunció:
—Nada. Sólo hay una sustancia polvorienta, como ceniza blanca o algo parecido.
Con el corazón palpitante, Scully se acercó al barril. Uno de los miembros de la tripulación le entregó una linterna, que apuntó hacia el interior para iluminar el polvoriento y brillante residuo negro. Ocupaba casi dos tercios del barril.
—¿Por qué habrán traído desde tan lejos un bidón de cenizas? ¿Lo utilizarán para incineraciones? —preguntó el marino.
Scully alargó con cautela una mano y recogió un poco de ceniza. Luego la frotó entre los dedos y sintió la textura grasienta y granulada. Parecía idéntica al residuo que contenía el pequeño frasco encontrado en la piscina de Nancy Scheck.
—No lo creo —respondió—. Más bien diría que es una prueba irreductible de que Miriel Bremen está involucrada en los asesinatos del personal del proyecto Yunque Brillante.
Ives tapó el barril y se volvió hacia los miembros de su tripulación.
—Aseguraos de que el barco está bien amarrado. Regresamos al Dallas, agente Scully. Quiero preguntar al señor Dooley si sabe algo de todo esto.
Scully lo siguió, pero para ella lo primero sería hablar con Miriel Bremen y tratar de obtener unas respuestas.