Oficina central del FBI, Washington, DC.
Martes, 15.10
Después de tanto tiempo viajando, a Scully le gustó la idea de trabajar en su laboratorio para variar, aun cuando se tratara de un caso tan truculento como ése.
Disfrutaba de la soledad y de aquel entorno conocido. Sabía dónde encontrar cada instrumento, a quién pedir ayuda o hacer una consulta técnica, y conocía a especialistas cuyas aptitudes respetaba, en caso de que necesitara que una persona imparcial verificara sus descubrimientos.
El laboratorio del FBI era el más sofisticado de su clase a nivel mundial. Por él pululaba una extraña variedad de expertos en medicina forense, cuyos insólitos intereses o facultades habían resultado claves una y otra vez en la resolución de casos insólitos y delicados: una mujer con predisposición genética a detectar el olor a almendra amarga del cianuro que mucha gente era incapaz de percibir; un hombre cuyo interés en peces tropicales le había llevado a identificar un misterioso veneno como un alguicida de acuario común, después de haber fracasado todos los demás métodos de análisis; otro hombre especializado en reconocer el tipo de máquina fotocopiadora en la que se había hecho una copia en particular.
Con sus numerosos expedientes X, Scully y Mulder habían ampliado las facultades e imaginación del laboratorio del FBI más a menudo que otros muchos agentes que actuaban sobre el terreno.
El laberinto de laboratorios estaba basado en una red supuestamente diseñada para facilitar la cooperación entre las distintas unidades, cada una de ellas con jurisdicción propia y experiencia en los distintos campos de química/toxicología, análisis del ADN, armas de fuego y otros instrumentos, cabellos y fibras, explosivos, fotografía y vídeo, poligrafía, huellas dactilares, análisis de materiales y otras especialidades más esotéricas. Después de años en el Bureau, Scully no había logrado comprender la organización de las unidades, pero sí sabía dónde encontrar lo que necesitaba.
Entró en el laboratorio principal de Berlina Lu Kwok, situado en la sección de recepción de muestras de la unidad de análisis biológicos, donde los especimenes recibían una primera inspección superficial antes de ser sometidos a otra serie de análisis más específicos. Sólo cruzar el umbral, un desagradable hedor le asaltó las fosas nasales y encontró a la corpulenta directora de laboratorio asiática de un humor de perros.
—¡Agente Scully! —exclamó Lu Kwok con voz tan cortante que hendió el aire, como si Scully fuera de alguna manera la causante de aquel olor—. ¿Acaso es mucho pedir? ¿No existen unos trámites bien definidos y regularmente estipulados para el envío de muestras? ¿No cuesta lo mismo hacerlo bien que mal?
Scully escondió avergonzada la muestra empaquetada del residuo negro que Mulder había recogido en la piscina del patio trasero de Nancy Scheck.
—Pensé que era mejor rellenar los formularios yo misma…
Decidida a terminar su discurso, la directora olió el aire fétido e hizo una mueca de disgusto.
—El FBI tiene todo el derecho del mundo a esperar que los agentes locales intenten seguir esos simples trámites, ¿no? Nos facilitarían las cosas, ¿no le parece?
Agitó un papel en el aire, apretando el borde con una mano lo bastante recia como para partir en dos una tabla de madera. Sin esperar respuesta, empezó a leerlo en alto.
—Todas las muestras deberán dirigirse al centro de control de pruebas del FBI. Los boletines se enviarán por UPS, correo certificado o mensajero. Los órganos humanos deberán conservarse en hielo seco y ser enviados en contenedores de plástico o cristal por UPS, correo exprés o entrega urgente. —Esta vez agitó el papel para ventilar la habitación.
»Y acaba de llegarme de una perdida ciudad de Dakota del Sur el hígado de una víctima, para que le haga un análisis toxicológico. Lo metieron en una bolsa de plástico con cierre de cremallera y escribieron un rótulo a mano en una cinta adhesiva… ¡y ni siquiera pagaron los portes! —El papel planeó hasta aterrizar en el suelo—. Tardaremos semanas en eliminar este hedor y lo más probable es que no logremos averiguar gran cosa de este tejido.
Scully tragó saliva, confiando en no animar la perorata de aquella mujer.
—Si le presento una muestra siguiendo los debidos trámites, ¿puedo pedirle un favor?
Berlina Lu Kwok entornó sus ojos almendrados y le lanzó una mirada furibunda. Luego soltó una carcajada que recordó el estallido de una tormenta.
—Lo siento, agente Scully. Por supuesto. ¿Se trata del asesinato de la funcionaría del Departamento de Energía? Nos han comunicado que tiene prioridad.
Scully asintió entregándole la muestra junto con una nota en que Mulder explicaba por escrito sus sospechas acerca de la identidad de la sustancia.
—Interesante —dijo Lu Kwok después de leerla—. Puedo verificar las especulaciones del agente Mulder en un momento, pero si no concuerdan es posible que tardemos semanas en identificar la sustancia.
—Haga lo que pueda —respondió Scully—. Y gracias. Mientras tanto debo realizar dos autopsias.
—Suerte —deseó la mujer asiática, examinando la muestra.
Y todavía mascullando sobre el hedor del laboratorio, dio media vuelta y volvió a su trabajo.
Fue una tarde enrevesada y agotadora.
Scully finalizó la autopsia de Nancy Scheck, así como la del viejo ranchero Oscar McCarron, que había sido empaquetado y enviado al laboratorio —siguiendo los debidos trámites, confiaba— por los solícitos empleados del polígono de pruebas de White Sands. Scully sospechaba que querían desentenderse del asunto y dejar que ellos se encargaran de resolverlo.
Sin embargo, después de haber examinado a las tres víctimas fallecidas, según parecía, en las mismas circunstancias increíbles, seguía sin saber de qué arma letal se trataba.
Era muy sencillo atribuir las muertes a una «exposición repentina y violenta a niveles extremos de calor y radiación», pero eso seguía sin explicar la causa de la exposición. ¿Se trataba de una nueva clase de rayo mortal o de una minúscula cabeza nuclear?
Después de sus clases en la universidad, conocía la parte física de las explosiones nucleares lo bastante bien como para saber que una cabeza nuclear no encajaba dentro de una bomba de bolsillo o granada de mano. La masa crítica, los detonadores y el revestimiento protector requerían cierto volumen. Además, dejaban atrás residuos, cosa que no habían encontrado en ninguno de los otros tres escenarios. La única prueba reveladora con que contaba era el frasco lleno de esa extraña ceniza negra que Mulder había pescado en la piscina de Nancy Scheck.
Dejó que otros miembros del FBI limpiaran la sala de autopsias y se hicieran cargo de los dos cadáveres carbonizados, y se dirigió a su laboratorio privado para analizar otra porción de ceniza. Utilizó un largo escalpelo de hoja estrecha para esparcir el grasiento y polvoriento residuo en una bandeja metálica estéril. Utilizando una lupa, examinó la sustancia y la estudió con detenimiento a fin de averiguar sus propiedades.
Arrancó la cinta adhesiva, insertó un microcasete virgen y apretó el botón RECORD, dejando que el micrófono sólo activado por las voces se encargara de las largas pausas en su relato. Luego especificó el número del caso y el de la muestra, y empezó a dictar un informe improvisado.
—La sustancia negra encontrada en la piscina de la señorita Scheck es fina, como hojaldrada y parcialmente granulada, y está compuesta de dos componentes distintos. La mayor parte es un polvo semejante a la ceniza y compuesto según parece de algún tipo de residuo orgánico. Ahora está prácticamente seco, pero podría haber sido contaminado por el cloro y demás sustancias químicas del agua de la piscina. Tal vez tengamos que compensar tales impurezas en el análisis final.
»El segundo componente de la mezcla es granulado y… —aisló un par de granos con la punta del escalpelo y, al apretar uno de ellos, lo envió al otro extremo de la bandeja metálica con un chasquido—, duro y cristalino, como una clase de roca… o arena. Sí, me recuerda a la arena oscura.
Scully recogió con el escalpelo una pequeña porción de sustancia negra, la esparció en un portaobjetos limpio y lo deslizó bajo el microscopio. A continuación se inclinó sobre los oculares y los enfocó para examinar la sustancia bajo lentes de poco y después mucho aumento, utilizando un filtro polarizante y esparciendo con la punta del escalpelo los minúsculos fragmentos a fin de distribuirlos a partes iguales.
—Sí, parece arena —dijo entre dientes, esperando que el magnetófono recogiera sus palabras. Luego frunció el entrecejo y añadió—: Una posibilidad es que la ceniza fuera recogida en alguna playa y la arena se mezclara inadvertidamente con el material original. Pero sólo es una hipótesis.
Tendría que esperar los resultados de los análisis químicos de Lu Kwok sobre ambas sustancias. Siguiendo una corazonada, pero temiendo ya la respuesta, fue al armario y retiró el aparato raramente utilizado que había solicitado para las autopsias de aquella tarde: un pequeño contador alfa, un delicado medidor que registraba la radiactividad residual por encima de los contadores corrientes.
Scully apuntó el extremo sensible del contador alfa sobre la porción de ceniza negra y arena que había puesto en el portaobjetos. Con la unidad de salida del detector conectada al ordenador y ejecutando un oscuro software contador-alfa, logró localizar un espectro nuclear. Dadas las circunstancias del caso, no le sorprendió descubrir radiactividad residual en la muestra. Por fortuna, el espécimen era demasiado pequeño para que la dosis resultara nociva. El espectro tendía hacia un extremo, lo suficiente para saber que se trataba de algo de origen desconocido, resultado de una explosión de alta energía.
El software hizo la mayor parte del trabajo por ella, comparando el espectro nuclear con otros miles que guardaba en su base de datos y buscando un equivalente para contrarrestarlo.
Scully oyó a alguien llamar a la puerta y Berlina Lu Kwok entró con una carpeta llena de papeles.
—Aquí tiene los resultados. Entrega urgente para usted, agente Scully.
—¿Ya? —preguntó Scully, sorprendida.
—¿Acaso quería que los empaquetara en hielo seco y se los enviara por UPS? —Rio Lu Kwok—. Necesitaba respirar un poco de aire puro.
Scully cogió agradecida la carpeta, pero antes de que pudiera decir algo más, la mujer asiática se había dado la vuelta y desaparecido por el pasillo.
Scully miró la carpeta, luego se sentó ante su ordenador para esperar los resultados de la prueba de radiación. Para su asombro, descubrió que durante la breve interrupción el ordenador ya había encontrado un equivalente. Antes de abrir el informe del análisis biológico de Berlina Lu Kwok, Scully examinó los resultados del espectro nuclear.
Los márgenes de error eran amplios, pero gracias a las propiedades únicas de vida media y a la insólita sección transversal nuclear de la muestra, calculó que aquel residuo negro había sido expuesto a altos niveles de radiación ionizante cuarenta o cincuenta años atrás.
Scully tragó saliva. Abrió de mala gana la carpeta del análisis biológico, temiendo los resultados. Si Lu Kwok había identificado la sustancia tan deprisa era porque las sospechas de Mulder eran ciertas.
Hojeó el resumen del análisis, interesada sólo en el resultado final de momento, y se le revolvió el estómago. La muestra de polvo negro correspondía realmente a cenizas humanas casi completamente incineradas y expuestas a altos niveles de radiación cuarenta años atrás, mezcladas con arena granulada oscura.
Cenizas humanas radiactivas de hacía cuatro décadas, encontradas junto a la víctima de una explosión atómica similar.
Arena.
Ceniza.
Radiación.
Scully se recostó en el asiento y tamborileó con las uñas en la carpeta. Finalmente descolgó el teléfono. No podía seguir posponiéndolo.
A Mulder le encantaría.