19

Residencia Scheck.

Martes, 13.06

El cadáver era idéntico a los demás, pensó Mulder. Totalmente carbonizado, lleno de radiación residual y retorcido como un insecto en una postura que le recordó la famosa litografía El grito de Edvard Munch.

Sin embargo, el hallazgo de un cadáver carbonizado por radiación en el patio trasero de una lujosa casa de las afueras parecía de alguna manera mucho más misterioso. Aquel entorno mundano —piscina, tumbonas y muebles de jardín— daba al escenario del delito un aspecto aún más aterrador que la depresión de arena cristalizada en medio del desierto de Nuevo México.

Un policía local les cortó el paso en la entrada del recinto de la piscina, pero Mulder le enseñó el pase y la placa de identidad.

—FBI. Somos el agente especial Mulder y la agente Scully. Hemos venido a echar un vistazo al escenario del crimen y examinar el cadáver.

Un detective de homicidios buscaba pistas y tomaba notas alrededor de la piscina y el patio, visiblemente desconcertado. Oyó sin proponérselo a Mulder y levantó la vista.

—¿FBI? Esto es recurrir a los peces gordos. ¿Por qué les han enviado aquí?

—Es posible que existan ciertos antecedentes —respondió Scully—. Esta muerte podría estar relacionada con otra investigación que tenemos entre manos. La semana pasada se produjeron dos muertes similares.

El detective arqueó las cejas y se encogió de hombros en un gesto cansado.

—Todo lo que hagan por ayudar me quitará trabajo de encima. Es un caso extraño, desde luego. Nunca he visto nada parecido.

—No hay duda de que irá a tu archivo de casos especiales —susurró Scully a Mulder.

Luego inspeccionó minuciosamente el escenario del crimen, trabajando alrededor de los detectives y técnicos que trajinaban. Sacó un pequeño cuchillo y lo introdujo en un trozo carbonizado de la valla de madera roja que rodeaba la propiedad de Nancy Scheck.

—Sólo se ha quemado superficialmente —comentó, arrancando una capa externa de carbón—, como si el calor hubiera sido intenso, pero breve.

Mulder inspeccionó la marca que su compañera había hecho con el cuchillo. Luego advirtió los focos antiinsectos que rodeaban la piscina, hechos añicos.

—Mira, están todos rotos —señaló—. Como si una subida de tensión los hubiera hecho estallar. Esto no se ve cada día.

—Podemos consultar a la compañía eléctrica para ver si hubo fluctuaciones de electricidad en este barrio a la hora aproximada de la muerte —propuso Scully.

Mulder asintió. Puso los brazos en jarra y se volvió despacio, esperando que se precipitara sobre él la solución del enigma. Pero no ocurrió nada.

—Está bien, Scully. Esta vez no estamos en un laboratorio de investigaciones nucleares ni en un polígono de pruebas de misiles, sino en el patio de una casa de Maryland. ¿Cómo vas a explicar este caso científicamente?

Scully suspiró.

—En este momento ni siquiera estoy segura de cómo vas a explicarlo tú, Mulder.

—No necesariamente con libros de texto —repuso él—. En primer lugar, veré si hay alguna conexión entre Nancy Scheck, Emil Gregory y Oscar McCarron. O una prueba de armas nucleares en común. O incluso el proyecto Manhattan. Podría ser cualquier cosa.

—No era lo bastante mayor para estar involucrada en el proyecto Manhattan de la Segunda Guerra Mundial —señaló Scully—. Pero sí trabajó en el Departamento de Energía y era una persona importante, según su expediente. Así y todo, es un vínculo endeble. Miles de personas trabajan en ese departamento.

—Ya lo veremos —repuso Mulder.

El forense ya había envuelto el cadáver carbonizado en una bolsa de plástico negra. Mulder se acercó a él con cautela y le indicó por señas que abriera la cremallera de la bolsa para examinar de nuevo los restos mortales de Nancy Scheck.

—Es lo más extraño que jamás he visto —comentó el forense. Estornudó, luego olió ruidosamente y murmuró algo sobre sus alergias—. Jamás he visto una muerte como ésta. No se trata sólo de una víctima carbonizada. Así de pronto, no se me ocurre qué pudo arder de ese modo. Voy a tener que echar mano de mis libros.

—Podría tratarse de una bomba atómica —repuso Mulder.

El forense rio nervioso y volvió a estornudar.

—Muy gracioso. Todo el mundo tiene una bomba A en su patio trasero, lista para hacerla estallar. ¡Debió de pelearse con sus vecinos! Por fortuna, ningún testigo ha declarado haber visto un hongo atómico.

—Coincidiría con usted en que parece ridículo, si no fuera el tercer cadáver idéntico que nos hemos encontrado en la última semana —repuso Mulder—. Uno en California, otro en Nuevo México y ahora aquí.

—¿Se han topado antes con esto? —El forense pareció reanimarse y se frotó sus ojos inyectados en sangre—. ¿Y cuál demonios fue la causa?

Mulder meneó la cabeza y permitió que el hombre robusto volviera a subir la cremallera de la bolsa.

—De momento estoy tan desconcertado como usted.

Al otro lado de las puertas de cristal del patio, un hombre vestido con uniforme de general hablaba con dos policías, quienes tomaban notas en sus pequeños cuadernos. El general era bajo y ancho de espaldas, y tenía el cabello negro y cortado al rape, y la tez morena. Parecía profundamente afectado. La escena despertó al instante la curiosidad de Mulder.

—¿Quién debe de ser?

—He oído a uno de los policías y creo que es el que descubrió anoche el cadáver —respondió Scully.

Mulder se acercó apresuradamente, ansioso por oír lo que decía el general y hacer unas cuantas preguntas de su cosecha.

—Cuando llegué aquí el hormigón seguía caliente —explicó el general—, de modo que ella no podía llevar mucho tiempo muerta. La valla trasera ardía sin llamas, y la pintura había saltado y despedía un olor… —Meneó la cabeza—. ¡Menudo olor! —El general se volvió hacia Mulder, pero no pareció advertir su presencia—. Escuchen, he visto combatir y he presenciado accidentes, algunos horribles… Y en una ocasión hasta ayudé a rescatar los cuerpos de un avión estrellado, de modo que he visto la muerte de cerca varias veces y sé lo terrible que puede ser. Pero en su propio patio trasero…

Mulder logró leer por fin el nombre de la chapa plastificada del general.

—Disculpe, general Bradoukis. ¿Trabajaba con la señorita Scheck?

El general estaba demasiado afectado para cuestionar el derecho de Mulder a interrogarlo.

—Sí, así es.

—Y ¿qué hacía aquí anoche?

El general se puso rígido y frunció el entrecejo.

—Íbamos a cenar juntos… filetes a la parrilla. —Se ruborizó ligeramente—. Nuestra relación no era totalmente secreta, pero procurábamos ser discretos.

Mulder asintió, comprendiendo los motivos de inquietud del general.

—Dígame, general, tengo entendido que la señorita Scheck ocupaba un cargo importante en el Departamento de Energía, pero no estoy seguro de qué programa dirigía. ¿Puede ayudarme?

Bradoukis apartó sus ojos negros. Los dos policías se movieron inquietos, sin saber si debían ahuyentar al agente del FBI o dejar que hiciera las preguntas por ellos.

—Nuestro… el trabajo de Nancy no era muy comentado.

Mulder se estremeció. Al parecer tenía una nueva pista que seguir.

—¿Quiere decir que se trataba de uno de esos programas negros, un proyecto financiado con fondos extraoficiales?

—Los medios de comunicación los llaman negros —lo interrumpió el general—, pero no existe un nombre oficial. A veces es preciso obtener ciertas cosas por medios no tradicionales.

Mulder se inclinó hacia él como un halcón descendiendo en picado sobre su presa. Todo dependía de la siguiente pregunta.

—¿Y el trabajo de la señorita Scheck estaba relacionado con un proyecto llamado Yunque Brillante?

El general retrocedió como una cobra sobresaltada.

—No tengo autorización para hablar de ese proyecto, y menos en un recinto no seguro.

Mulder le sonrió con complicidad.

—No es necesario, general.

La reacción de Bradoukis había bastado. De pronto las piezas del rompecabezas empezaban a encajar. Aún no estaban en su sitio, pero al menos seguían cierto orden. Decidió que por el momento lo más prudente era dejar tranquilo a aquel hombre afligido.

—Por mí eso es todo, general. Lamento haberle molestado en estos momentos tan dolorosos. Deduzco que tiene un cargo en el Pentágono. Tal vez le haga una visita más adelante.

Bradoukis asintió sin entusiasmo, y Mulder se acercó a la piscina para examinar la pintura ennegrecida y llena de ampollas que rodeaba el bordillo de hormigón. La mitad del agua se había evaporado por el calor intenso, y la que quedaba estaba caliente y turbia, y se había acumulado una espuma marronácea en las esquinas.

La bola de fuego debió de ser terriblemente intensa y, sin embargo, no había incendiado la casa de Nancy Scheck, ni se había propagado a los patios vecinos. Era casi como si lo hubieran dirigido o apuntado deliberadamente a una zona determinada. Algunos vecinos afirmaban haber visto un breve e intenso resplandor, pero no se habían molestado en investigar. La gente de aquel barrio pudiente era muy reservada.

Con su vista de lince característica, Mulder reparó en un objeto, una pequeña botella de cristal que flotaba cerca del fondo de la piscina como si estuviera parcialmente llena de agua. Encontró la red para recoger las hojas en la pared junto a las puertas del patio y la descolgó. El excesivo calor había retorcido el mango, pero la red seguía siendo utilizable.

Mulder la llevó al bordillo de la piscina, la sumergió hasta el fondo y le dio vueltas hasta pescar el oscuro objeto y sacarlo a la superficie. Goteaba agua de los bordes de la red.

—He encontrado algo —anunció, agachándose para recoger el pequeño frasco que contenía una sustancia negra.

En el frasco sólo habían entrado unas gotas de agua de la piscina. El detective y Scully se acercaron a echar un vistazo. Mulder sostuvo el frasco entre el pulgar y el índice, y lo llevó a la luz. Le parecía muy extraño, pero por eso mismo decidió que debía de tener relevancia en aquel caso.

Se lo ofreció a Scully, y ésta lo cogió y agitó el contenido.

—No sé qué es —dijo—. Una clase de polvo negro o ceniza, pero ¿cómo habrá ido a parar al fondo de la piscina? ¿Crees que tiene algo que ver con la muerte?

—Sólo hay un modo de averiguarlo, Scully —respondió Mulder. Se volvió hacia el detective de homicidios—. En el laboratorio del FBI contamos con aparatos sofisticados. Quisiera llevármelo para realizar un análisis completo. Le enviaremos una copia de todos los informes, naturalmente.

—Por supuesto. ¡Menos trabajo para mis hombres! —respondió el detective. Luego meneó la cabeza y añadió—: Jamás he visto un caso así y creo que me supera. Háganme un favor y resuélvanlo. —Se mesó el pelo—. Prefiero un apuñalamiento o un disparo desde un coche.