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Instituto de Investigaciones Nucleares Teller.

Martes, 11.21

Vestido con aquel grueso traje, Mulder parecía un astronauta. Le costaba moverse, pero su impaciencia por investigar la misteriosa muerte del doctor Emil Gregory era tal que logró soportar la incomodidad.

Los técnicos de seguridad le ajustaron los cierres del traje, le cubrieron el rostro con la capucha, le bajaron la cremallera de la espalda y cerraron la tira de velero que la cubría para impedir que el residuo radiactivo o químico se filtrara por las costuras.

Veía a través de una lámina de plástico transparente, pero en el interior de la máscara se condensaba el aire y trató de contener la respiración.

Las bombonas de oxígeno que llevaba a la espalda estaban conectadas a la máscara de la capucha, y ésta hacía que le resonara en los oídos su propia respiración. Le dolieron las rodillas y los codos al intentar andar.

Armado contra la invisible amenaza de la radiación, Mulder se sentía lejos de cuanto le rodeaba.

—Pensaba que la ropa interior de plomo había pasado de moda junto con los pantalones acampanados.

De pie a su lado, todavía vestida con su llamativa camisa y falda, la morena belleza Rosabeth Carrera permaneció con los brazos a los costados, como si no supiera muy bien qué hacer. Había rehusado ponerse el equipo y los acompañó al laboratorio.

—Ahora pueden entrar y salir libremente y mirar cuanto quieran —dijo—. Mientras tanto intentaré conseguir los papeles para que tengan acceso libre al instituto… Les darán una autorización sólo válida para investigar este caso. El Departamento de Energía y los laboratorios Teller están impacientes por averiguar la causa de la muerte del doctor Gregory.

—¿Y si no les gusta la respuesta? —preguntó Mulder.

A través de la capucha del traje antirradiactivo, Scully le dirigió una de aquellas miradas de advertencia que solía lanzarle cuando seguía su inclinación a andar a ciegas por terreno peligroso.

—Más vale eso que nada —repuso Carrera—. En estos momentos lo único que tenemos es un puñado de preguntas molestas. —Señaló a un lado y otro del pasillo, donde habían sido acordonadas las oficinas de los miembros del equipo de Gregory—. Los niveles de radiación del resto del edificio son perfectamente normales. Necesitamos que averigüen qué ha ocurrido.

—Tengo entendido que esto es un laboratorio de investigación de armas —señaló Scully—. ¿Trabajaba en algo peligroso el doctor Gregory? ¿Algo que pudiera haberse vuelto contra su propio inventor? ¿El prototipo de una nueva arma, tal vez?

Carrera cruzó los brazos sobre sus pequeños pechos y permaneció segura de sí.

—El doctor Gregory trabajaba con simulaciones de ordenador y en su laboratorio no había, por lo tanto, material fisible ni nada remotamente similar al potencial destructivo que vemos aquí. No había nada letal. El equipo no era más peligroso que un videojuego.

—¡Ah, los videojuegos! —exclamó Mulder—. Podrían ser la clave de la conspiración.

Rosabeth Carrera les entregó a cada uno un detector de radiación portátil. Se parecía a los que Mulder había visto en decenas de películas B de los años cincuenta sobre explosiones nucleares experimentales no controladas que creaban mutaciones cuya extravagancia sólo se veía limitada por los exiguos presupuestos para efectos especiales de Hollywood en aquellos tiempos. Uno de los técnicos de seguridad les dio una breve explicación sobre el manejo del detector de radiación. Pasó el extremo del sensor a lo ancho del pasillo, tomando una muestra de lecturas normales.

—Parece funcionar debidamente —señaló—. He comprobado la calibración hace apenas unas horas.

—Entremos, Mulder —dijo Scully, de pie en el umbral, impaciente por ponerse manos a la obra.

Carrera volvió a utilizar la llave de su chapa para abrir la puerta. Mulder y Scully entraron en el laboratorio del doctor Gregory… y los detectores de radiación enloquecieron.

Mulder observó cómo se disparaba la aguja del aparato, pero no oyó el chisporroteo de los contadores Geiger que tan a menudo se utilizaban en las películas. La silenciosa señal de la aguja ya era suficientemente inquietante.

Dentro de sus paredes de bloques de hormigón, aquella oficina había sufrido una intensa explosión radiactiva que había dejado la pintura llena de ampollas, el hormigón chamuscado y los muebles fundidos. La explosión había dejado en el ambiente una radiactividad residual y secundaría que tardaba en desaparecer.

Rosabeth Carrera cerró la puerta detrás de ellos. Dentro de su traje antirradiactivo, Mulder oía resonar su propia respiración. Parecía que alguien le jadeaba al oído o que un monstruo de largos colmillos se le había subido a los hombros… pero sólo eran los ecos en el interior de la capucha. La claustrofobia se iba apoderando de él a medida que se internaba en el laboratorio destrozado. Al ver los artefactos fundidos y quemados por una breve exposición al calor, sintió un escalofrío en la espalda y su antiguo pavor al fuego despertó bruscamente.

Scully fue directamente hacia el cadáver, mientras Mulder se detenía a inspeccionar las terminales del ordenador fundidas, los escritorios deformados, los papeles chamuscados que colgaban del tablón de anuncios o esparcidos por las mesas de trabajo.

—No hay rastro de qué puede haber originado la explosión —comentó, buscando entre los escombros.

Las paredes estaban adornadas con imágenes de islas del Pacífico: fotografías aéreas e impresiones por ordenador de mapas meteorológicos de los vientos oceánicos y sistemas tormentosos, así como de fotos en blanco y negro tomadas por los satélites del servicio meteorológico… todo centrado en el Pacífico oeste, al otro lado del meridiano de cambio de fecha.

—No es la clase de material que esperaba ver colgar de las paredes del laboratorio de un investigador de armas nucleares —comentó Mulder.

Scully se inclinó sobre el cadáver carbonizado del doctor Gregory.

—Si logramos averiguar qué estaba investigando y obtener algunos detalles del tipo de arma y las pruebas que pensaba realizar, podremos ofrecer una explicación más clara.

—¿Clara, Scully? Me sorprendes.

—Piénsalo, Mulder. A pesar de lo que ha dicho Carrera, el doctor Gregory era investigador de armas. ¿Y si estaba trabajando en una nueva arma explosiva de alta potencia? Es posible que tuviera aquí un prototipo y que lo activara por equivocación. Es posible que este prototipo quemara todo lo que ves y lo matara… Si sólo era un modelo pequeño, su efecto sería limitado. No destruiría todo el edificio.

—Gracias a Dios —repuso Mulder—. Pero ¿has mirado bien? Yo no he visto ni rastro de un arma. Aun cuando explotara, debería haber alguna evidencia.

—Debemos seguir investigando —respondió Scully—. Necesito, llevarme este cadáver para realizar la autopsia. Pediré a la señora Carrera que me busque un centro médico donde poder trabajar.

Interesado en el tablero de anuncios de Gregory, Mulder tocó con una mano enguantada uno de los papeles con las puntas enroscadas que seguían colgados en el chamuscado tablero de corcho mediante una chincheta. Al rozarlo con la punta de los dedos el papel se redujo a cenizas que se esparcieron por el suelo.

Mulder miró alrededor en busca de trozos más gruesos de papel, esperando encontrar alguno tan intacto como las fotos de las paredes. Registró el escritorio del doctor Gregory en busca de informes técnicos o artículos periodísticos, pero no encontró nada. De pronto reparó en las huellas rectangulares que había sobre la chamuscada superficie del escritorio.

—Eh, Scully, mira esto. —Cuando ella se acercó, le señaló las manchas rectangulares y añadió—: Creo que aquí debía de haber documentos. Dejaron informes encima del escritorio… pero alguien ha retirado la prueba.

—¿Por qué iba a hacerlo? Seguramente esos informes también tienen una elevada radiactividad residual…

Mulder la miró a los ojos a través de la lámina de plástico de la capucha.

—Creo que alguien trata de hacernos un favor y ha «saneado» el lugar del asesinato para protegernos de cierta información secreta que tal vez no debamos ver. Por nuestro bien, por supuesto.

—Mulder, ¿cómo esperan que resolvamos este caso si han entrado en el lugar del crimen e interceptado las pruebas? No tenemos el cuadro completo.

—Estoy de acuerdo.

Se arrodilló para examinar un mueble metálico de dos estantes, llenos de libros de texto, manuales para el usuario de códigos de ordenador, un ejemplar de Dinámica hidrocodificada lagrangiana y euleriana, y textos sencillos de geografía y física. Las cubiertas estaban quemadas y ennegrecidas, pero el resto se hallaba intacto.

Observó marcas de quemaduras en los estantes mismos. Tal y como esperaba, también habían retirado varios libros.

—Alguien quiere una explicación fácil, Scully. Una respuesta sencilla. Alguien que no desea que obtengamos toda la información.

Miró hacia la puerta cerrada del laboratorio.

—Creo que deberíamos registrar también las demás oficinas. Si pertenecen a los miembros del equipo del doctor Gregory, puede que alguien haya olvidado esconder la información que tan cuidadosamente ha retirado de este lugar.

Volvió al tablero de anuncios y tocó otro trozo de papel chamuscado, que también se redujo a cenizas. Pero antes de que se desintegrara del todo logró distinguir dos palabras: «Yunque Brillante».