10
—Mire eso —murmuró Yuri Bogdanovich en un tono casi reverencial—. ¡Funciona!
—Tu sorpresa no es muy conveniente, Yuri —lo reprendió el ciudadano contraalmirante Tourville en medio de la nube de humo del puro que estaba fumándose—. Y ahora que lo pienso, demuestra una falta de confianza desalentadora en nuestra oficial de operaciones.
—Tiene razón, ciudadano contraalmirante. —Bogdanovich se dio la vuelta después de contemplar la esfera holográfica principal para hacerle una reverencia a Shannon Foraker—. Todavía estoy sorprendido, usted sabrá entenderlo —prosiguió—, pero solo se debe a que los mantis siguen acercándose sigilosamente hacia nosotros. ¡Y puedo decir, Shannon, que es un placer sentir que esta vez somos nosotros los que estamos acechándolos, para variar!
—¡Aquí, aquí! —musitó Karen Lowe, a cuya alocución siguió por todo el puente de mando un coro de carcajadas calladas que demostraban más nerviosismo que el que sus autores habrían podido reconocer.
El comisario popular Honeker escuchó atentamente. Notó la ansiedad que flotaba en el ambiente, pero también sabía lo raro que hubiera sonado cualquier señal de frivolidad en un momento como aquel para la Armada Popular. No es que estuviese exento de ambición y, una vez que la situación doméstica se hubiera estabilizado lo suficiente, tenía intención de comenzar una carrera política como civil y, sin duda, un periodo de servicio como comisario de un oficial de éxito como Tourville iba a quedar muy bien en su hoja de servicios. Pese a todo, para ser justos, lo impresionaba más la capacidad de aquel contraalmirante a la hora de motivar a su gente en los momentos previos al combate que la propia prospectiva de su carrera.
—¿Cuánto más, ciudadana comandante Foraker? —preguntó tranquilamente.
Foraker tecleó unos números y se quedó estudiando los resultados un instante.
—Dando por sentado que mis cálculos de su disponibilidad de la plataforma de sensores son correctos y que están poniendo los que tenían donde yo estaba prediciendo, señor, y asumiendo que los cálculos de NavInt de su capacidad pasiva de sensores son prácticamente exactos, deberían de estar en posición de empezar a cogernos dentro de siete horas y media.
»Claro que nosotros no estamos emitiendo nada, lo cual les complicará la vida bastante. En lo que se refiere a sensores activos, los únicos que consigo detectar ahora mismo están muy, muy lejos de los radios de detección, y parecen radares de navegación estándar (radares civiles) procedentes de tráfico local entre sistemas —dijo ella.
—¿No hay sensores militares activos? —Honeker no pudo despojar su tono de voz de un cierto escepticismo y Foraker se encogió de hombros.
—Señor, cualquier sistema estelar es un estanque enorme y nuestra ruta de aproximación se diseñó para mantenerse lejos de la eclíptica para evitar cualquier accidente con la cobertura de los sensores de tráfico local. A no ser que una nave ya tenga una idea bastante aproximada de dónde se esconde otra, el alcance de su sensor activo es sencillamente demasiado corto como para realizar cualquier barrido con pretensiones realistas. Esa es una de las cosas que hace que los remotos de los mantis planteen tantos problemas. Su disposición de sensores, su capacidad de amplificación de la señal y el software específico son mejores que lo máximo que pudiera dar cualquiera de nuestros sistemas. Solo para hacernos una idea realista, les gusta granar las cosas de una manera tan densa y generar tanto solapamiento que los sensores activos pueden detectar a cualquiera que trate de colárseles. Y eso por no mencionar el hecho de que una red de sensores intactos les ofrece la posibilidad de apagar sus sistemas móviles completamente y depender exclusivamente de los datos transmitidos sin revelar su propia posición. Pero por lo que hemos visto hasta ahora se sostiene la teoría de que van justos de plataformas y que detectaremos cualquier emisión de sensores activos mucho antes de que a ellos les llegue un retorno en condiciones.
Honeker resopló, pero aquello sonaba más a excusa por haber dudado de ella y a aceptación de sus explicaciones, porque tuvo la precaución de no añadir «¡Ya te lo había dicho, idiota!». No en vano esa mujer le había explicado el plan entero detalladamente después de que Bogdanovich, Lowe y ella hubieran elaborado los puntos finales.
El escuadrón de Tourville estaba haciendo algo de lo que prácticamente no se había oído hablar: meterse más y más dentro de un sistema custodiado por el enemigo sin desplazar una sola nave exploradora que encabezase la punta del ataque. En lugar de eso, los cuatro cruceros de batalla y todas las unidades asociadas se habían unido en la formación más apretada posible para deslizarse como una bala que estaba destinada a encontrarse con Samovar… y hasta el momento, parecía claro que nadie los había visto.
Siempre era posible que Bogdanovich y Foraker se estuvieran equivocando, elucubró Honeker. Los sistemas de infiltración mantis eran mejores que los de la Armada Popular y era cuando menos posible que toda la fuerza de vigilancia aliado se estuviera dirigiendo hacia el Conde Tilly y sus asociados en ese mismo instante. Aun así, parecía altamente improbable porque, como había señalado Foraker, hasta ese momento el escuadrón no se había topado con ningún sensor activo y solo los sensores activos podían albergar alguna opción realista de dar con ellos.
* * *
—¿Qué dem…? —El teniente Holden Singer frunció el ceño delante del proyector e inmediatamente hizo un pequeño ajuste. Su ceño se frunció aún más y él se rascó la nariz, perplejo, con un dedo.
—¿Qué pasa? —preguntó el comandante Dillinger, capitán de fragata del Encantador, que atravesó el puente de mando para otear por encima del hombro de Singer.
—No estoy seguro, señor. —Singer dejó de rascarse la nariz y extendió la mano hacia un lado, sin apartar la vista del proyector, mientras recorría con los dedos los controles de un teclado con la precisión de un pianista ciego. El proyector iba cambiando de pantalla a medida que los láseres de comunicación del crucero pesado solicitaban información sobre las otras unidades vinculadas a su red táctica en busca de datos adicionales sobre los sensores, y Singer emitió un sonido de contrariedad. Solo se veía un único código de datos en el proyector holográfico, pero no era el icono completamente nítido de una estrella conocida. Era un ámbar centelleante y tenue que indicaba un posible contacto completamente sin identificar.
—¿Y bien? —lo urgió Dillinger, a lo que Singer respondió sacudiendo la cabeza.
—Probablemente sea un sensor fantasma, señor —repuso él, pero no parecía muy seguro de su propia conclusión.
—¿Qué clase de fantasma? —interrogó Dillinger.
—Señor, si supiera lo que es, no sería fantasma —señaló Singer, ante lo que Dillinger respiró hondo y se recordó a sí mismo que los oficiales tácticos eran unos listillos a los que les gustaba darse tono. Él debería saberlo bien, porque él mismo había pasado por esa etapa en su carrera militar.
—Entonces dígame lo que sí sabe —continuó un rato después, hablando con una paciencia tan pensada que Singer se acabó sonrojando.
—Lo que sé seguro, señor, es que algo ha hecho vibrar los sensores pasivos de uno de mis controles remotos… —hizo una breve pausa para mirar la hora—… hace once minutos. No sé qué era. No lo cogí desde aquí y nadie más de la red lo ha visto. El ordenador de combate lo ha llamado «un pico electromagnético anómalo», que es lo que los ordenadores dicen cuando quieren decir que no saben qué ha sido. Por lo que parece, ha sido una ráfaga de una transmisión encriptada, pero no parece haber rastro de qué es lo que la ha producido.
—¿Está dentro de nuestra cobertura activa… suponiendo que esté allí? —preguntó Dillinger.
—No le sé decir, señor. Lo único que tengo son datos orientativos de dónde podría haber estado ese algo. No puedo ni empezar a calcular el radio. Suponiendo que realmente hubiera algo allí, está fuera del alcance de nuestro radar de alerta de proximidad, lo cual significa que está al menos a un cuarto de millón de kilómetros, pero teniendo en cuenta la orientación de la «ráfaga anómala», tiene que haberse originado dentro del Sistema a partir de nuestro drone de reconocimiento. Eso es lo único que puedo asegurarle con certeza.
—Ya veo. —Dillinger se frotó el mentón unos instantes. Teniendo en cuenta que ninguno de los sensores pasivos enormemente sensibles del Encantador había detectado nada, parecía más que probable que el «fantasma» de Singer no fuera más que eso: un problema técnico electrónico que no existiese realmente en el espacio. Para que fuera cualquier otra cosa, tendría que haber necesitado de una nave para deslizarse hacia el interior de un sistema bajo un control de emisiones total, y para ese tipo de maniobras hacía falta tener más pelotas que las que pudiera presumir cualquier primer oficial repo.
Sobre todo después del modo en que las plataformas de sensores perimetrales de los manticorianos habían detectado repetidamente incursiones hostiles mucho más cerca del sistema interior. Y aun así…
—Activación —dijo.
Singer miró por encima de su hombro y arqueó una ceja. La comodoro Yeargin había dado instrucciones específicas para que sus unidades orbitales mantuviesen únicamente un modo de sensor pasivo. Los sensores activos tenían un radio de acción demasiado corto como para poder reportar ningún beneficio, de todos modos, y su única función práctica habría sido convertir las naves emisoras en faros electrónicos brillantes a ojos de cualquiera que hubiera logrado rebasar el número limitado de plataformas que su debilitado «destacamento» había sido capaz de desplegar. Pero sus órdenes incluían una condición que autorizaba a los oficiales de la vigilancia a realizar barridos focalizados y de corta duración si pensaban que era necesario, así que Dillinger asintió mirando a Singer para expresar su conformidad.
—Señor, sí, señor —dijo el oficial de operaciones, tras lo cual extendió la mano hacia su escritorio una vez más.
* * *
—¡Pulsación de radar!
El anuncio bronco de Shannon Foraker atravesó el puente de mando del Conde Tilly como una sierra. A pesar de su confianza en su especialista táctico, Tourville y su personal (incluido el comisario popular Honeker) había notado cómo la tensión alcanzaba cotas casi insoportables a medida que se acercaban cada vez más al Samovar. Parecía imposible que se hubieran podido acercar tanto a una fuerza de los mantis sin haber sido detectados… a no ser que el suministro enemigo de plataformas de sensores fuera incluso menor de lo que Foraker había calculado.
—¿Potencia? —irrumpió Tourville.
—Muy por encima de los valores de detección —repuso Foraker, sin apartar la mirada del proyector, mientras seguía manejando los sensores pasivos—. Nos tienen… ¡pero yo también los tengo a ellos! —espetó, alzando al fin la vista y desnudando los dientes ante su superior—. ¡He corregido su posición a dos coma cuatro millones de kilómetros, señor, y también tengo una posición bastante exacta de quién nos lanzó la señal!
—¡Muéstrela! —Tourville miró al ciudadano teniente Fraiser—. ¡Hágalo saber! —le dijo al oficial de comunicaciones—. ¡Lanzamiento en treinta segundos!
—¡Dios mío!
Holden Singer pegó un bote en la silla con los ojos abiertos como platos. En solo ocho segundos el impulso de su radar llegó al Conde Tilly y sus acompañantes y en otros ocho segundos la señal fue devuelta. En ese tiempo, la velocidad de aproximación de los repos había recortado la distancia que los separaba en más de un millón de kilómetros… y los había puesto de lleno en el radio de sus misiles. El teniente tardó dos segundos más en darse cuenta de qué estaba viendo y dar la voz de alarma, y el comandante Dillinger tardó un segundo y medio más en hacer sonar la alarma para que todos se pusieran inmediatamente a sus puestos. En total, pasaron veinte segundos desde que Tourville diese la orden de disparar y el momento en el que aquella alarma átona de dos sonidos empezó a escucharse de verdad.
* * *
La tripulación del Encantador apenas había empezado a ponerse en sus puestos cuando cuatro cruceros de batalla, ocho cruceros pesados y seis cruceros ligeros, que entre todos reunían un total de cincuenta y seis cabezas de misiles a sus espaldas, abrieron fuego. Los misiles repos eran menos eficaces que los de la RAM, pero a cambio los buques de guerra repos podían montar más tubos… y lo mismo se podía decir de sus cabezas de misiles.
En el momento en el que la asistente táctica de Singer salió disparada hacia su silla, más de novecientos misiles surcaban ya el espacio en dirección a aquella nave.
* * *
—¡Sssssí!
El susurro sibilante y exultante del ciudadano capitán Bogdanovich hablaba por sí solo mientras Tourville y su tripulación observaba su hilera masiva de salvas dirigirse hacia el enemigo. Cuando los misiles estaban saliendo, los ingenieros de Tourville seguían incrementando las defensas y los propulsores de las naves, porque ya no había razón alguna para seguir escondiéndose. Al contrario que los mantis, los oficiales de Tourville habían anticipado que se iban a necesitar motores y sistemas defensivos, así que los habían dejado en espera durante más de quince horas, pero incluso con nodos calientes de propulsión, iban a precisar al menos otros trece minutos para ponerlos a tono.
Aun así, seguían estando bastante por delante de los mantis, porque estos no se habían esperado lo que se les venía encima. Su control de misiles defensivos empezó a alinearse, floreciendo en el proyector de Shannon Foraker como si fueran pequeños estallidos de luz; pero sus defensas pasivas no iban a ser capaces de traerlos a tiempo. Y contra el huracán de fuego que se cernía sobre ellos, sus sistemas de radar y lidar solo podían proporcionar objetivos para los buscadores de misiles con los que Foraker contaba a bordo de su nave.
La comodoro Frances Yeargin se precipitaba hacia el puente de mando casi antes de que se abriesen las puertas del ascensor. No había esperado a ponerse el traje, así que apareció por el ascensor en manga corta, sin su casaca encima siquiera… justo a tiempo para ver cómo las primeras cabezas láser detonaban en las profundidades de su dispositivo visual.
Lester Tourville se quedó con la mirada fija en las evoluciones del plan maestro, como si no fuese capaz de creer lo que allí se mostraba. Habían pillado a un destacamento de mantis completamente desprevenidos y no era algo que cupiese esperar precisamente.
Pero así había sido y el plan de Shannon se había cobrado sin piedad una ventaja evidente gracias a la fatal sobredosis de confianza de los mantis. Tourville observaba cómo iban saliendo nuevos códigos de objetivos y cómo cambiaban a medida que los misiles actualizan la información a través de sus enlaces de telemetría. Iban por su cuenta, pero Foraker les había dicho exactamente qué debían buscar y la decidida procesión de sistemas de control de artillería que se dirigía hacia ellos en fila india hacía señas a sus sensores internos para que se acercaran. La desbandada masiva de misiles empezó a esparcirse y dispersarse, repartiéndose las víctimas por el camino.
No es una distribución perfecta, pensó residualmente. Una o dos de esas naves van a salir sin ser atacadas por más que una docena de pájaros más o menos, pero el resto será atacado a mansalva. Pero bueno, da igual. Shannon ya estaba reprogramando los misiles que estaban esperando en sus lanzaderas y, mientras Tourville seguía observando, una segunda salva, mucho más pequeña que la primera, pero con los objetivos cuidadosamente seleccionados entre el puñado de mantis que había logrado sobrevivir a la primera, salió disparada de las naves.
* * *
A todos los efectos, la sorpresa había sido completa.
Las tripulaciones de la comodoro Yeargin seguían tratando de abrirse paso frenéticamente para volver a sus bases cuando llegó la primera oleada. De los seis cruceros pesados, dos nunca llegaron a dar respuesta defensiva alguna. Tres más se las apañaron, más o menos, para poner sus racimos de láser a disposición de los sistemas informáticos, pero solo el Encantador logró disparar una única salva de misiles de réplica.
No es que sirviera para mucho, tampoco. Ciento seis misiles fueron interceptados antes de llegar al radio de ataque; los otros ochocientos sesenta y dos se desplegaron en un radio de veinte mil kilómetros y fueron detonando en oleadas.
Las explosiones nucleares repiquetearon por el espacio, cada una de ellas generando un bosque en torno a las bombas, de las que salían múltiples rayos láser. No era siquiera una matanza, porque no había nada, absolutamente nada, entre esos láseres y sus objetivos. En cuestión de menos de cuatro segundos las más de ochocientas cabezas nucleares se lanzaron al ataque. Dieciséis segundos después, la segunda salva de Shannon Foraker impactó en los supervivientes desperdigados y desconcertados. Cuando detonó la última, la Alianza Manticoriana había perdido seis cruceros pesados de la RAM, siete cruceros ligeros de la AEG y nueve destructores… sin devolverles a sus atacantes un solo tiro.
* * *
La comandante Jessica Dorcett se quedó sentada petrificada en su sillón de mando, incapaz de moverse ni comprender ante las imágenes de un despliegue táctico que era a todas luces imposible. La suya era la nave principal de la división destructora a la que se había asignado la cobertura de la plataforma de procesamiento de la industria de extracción del asteroide perteneciente al Sistema Adler. La plataforma, construida con tecnología repo, no seguía mucho los estándares manticorianos, pero seguía siendo una instalación importante y se encontraba en ese momento a más de cincuenta minutos luz de Samovar, bastante lejos de la ruta que el enemigo debía de haber seguido en su camino hacia el interior del Sistema. Lo cual significaba que las tres naves de Dorcett habían sobrevivido… y que ella era la oficial de más rango del Sistema. Dependía de ella decidir qué habría de hacerse; pero, por Dios, ¿qué podía hacer?
El destacamento se había marchado. Solo quedaba su propia división y resultaría más que inútil contra la unidad que estaba decelerando en dirección al reciente desastre que orbitaba en torno a Samovar. Sus ojos habían presenciado la derrota más aplastante en toda la historia de la Real Armada Manticoriana y además ella no podía hacer nada al respecto.
Un dolor apagado la avisó de que sus dientes se habían quedado encasquillados en un rictus casi mortuorio, a lo que ella reaccionó respirando bien hondo y relajando su mandíbula cuanto pudo. Después se desentumeció, como un perro que se sacude el agua del pelaje, y se giró hacia su segundo, el capitán de corbeta Dreyfus, que seguía observando la representación de la batalla con su rostro, habitualmente oscuro, completamente blanco. Dorcett carraspeó con un sonido fácilmente perceptible.
Dreyfus se estremeció como si le hubieran clavado un alfiler y después cerró los ojos un momento. Cuando los volvió a abrir, el trauma quedó oculto bajo una implacable máscara de control antes de cruzar su mirada con la de su capitán, frente a frente.
—Comunique lo ocurrido. Nos trasladaremos a través del hiperespacio hacia Clairmont por nuestro propio pie. Rondeau y Balladeer se dirigirán hacia Quest y Treadway respectivamente.
—Pero… —Dreyfus hizo una pausa—. Eso dejará el Sistema sin guarnición ni nadie que lo vigile, señora —señaló con tranquilidad.
—No nos podemos permitir ese lujo. —El tono de Dorcett era tan funesto como su expresión—. No sé cuál era el programa, pero sé que el cuartel general de mando ya había detallado los refuerzos que se precisaban para esta zona. Los buques de guerra probablemente estarán ya de camino en filas de a uno y de a dos, lo cual ya es de por sí malo, pero el mando logístico tiene naves de suministro y transportes de tropa en las vías de distribución también. Uno a uno, los buques de guerra no tienen nada que hacer contra una fuerza de este tamaño, pero al menos puede que tengan la velocidad suficiente como para salir pitando en esa dirección. Los transportes no… pero el mando logístico se ha comprometido a mandarlos a través de Clairmont, Quest o Treadway.
»Eso significa que tenemos que encontrarnos con ellos en uno de esos sistemas y avisarlos antes de que sea demasiado tarde. Además —musitó con una sonrisa cadavérica—, somos los únicos que quedamos. Alguien tiene que dar la voz de alerta al resto de guarniciones locales y comunicarles lo que ha pasado aquí. Y los únicos que podemos hacerlo somos nosotros.
—Sí, señora. —Dreyfus hizo señas al oficial de comunicaciones para que se acercara y Dorcett escuchó el murmullo estridente y apresurado de su voz dándole las órdenes pertinentes. Ella sabía que debería escuchar para asegurarse de que le había dado bien las instrucciones, pero habían estado trabajando juntos más de un año-T. No era el tipo de persona que cometía errores, e incluso si así fuera, era físicamente imposible que ella pudiese apartar la vista de su proyector y de los iconos de los buques de guerra repos entrando en órbita alrededor de Samovar.
En comparación con los tonelajes que se destruían de manera rutinaria cuando caían muros de batalla enteros, la pérdida del destacamento de la comodoro Yeargin apenas tendrían incidencia, pero una unidad del tonelaje de la de Dorcett era lo menos que se podía haber perdido allí. Hasta las bajas de tripulantes, con todo lo terribles que debían de haber sido, quedaban en un segundo plano en comparación con lo que habían visto sus ojos. Era la velocidad, la potencia y la eficacia brutales y abrumadoras, a la que aquel destacamento había liquidado a sus oponentes lo que realmente importaba. Aquello era lo que iba a doler en las entrañas de la Alianza y, especialmente, de la Armada Manticoriana.
Esta no era la primera victoria que lograban los repos, pero su carácter total le confería un peso específico. Un peso que la RAM pensaba que estaba solo a su alcance, no al de aquellos paletos, ineptos y garrulos que integraban la Armada Popular.
Bueno, se dijo Dorcett con amargura, estábamos equivocados. Y a juzgar por la densidad de las salvas, han tenido que emplear cabezas de misiles también. Su estrategia ha ido por delante de la nuestra, nos han tomado la delantera en los planes y nos han barrido del mapa. Y si pueden hacerlo aquí, ¿dónde no van a poder hacerlo?
No lo sabía. Las únicas dos cosas que sí sabía era que su trabajo ahora consistía en dar la voz de alarma antes de que más naves cayeran en la trampa en la que se había convertido aquel Sistema… Y que pasara lo que pasara a partir de entonces en su carrera, ella y cualquier oficial a bordo de aquellas tres naves serían recordados siempre como los que presenciaron el mayor desastre en la historia naval manticoriana y no hicieron nada para remediarlo. No fue culpa suya. No había nada que hubieran podido hacer. Pero eso no importaba y lo sabía.
—Rondeau y Balladeer están listas para salir, señora —informó pausadamente el capitán de corbeta Dreyfus. Dorcett asintió con la cabeza.
—Muy bien, Arnie. Envía el código de autodestrucción a las plataformas de sensores y pongámonos en marcha nosotros también —concluyó ella.