9
La sala de reuniones del buque insignia de la AEG Jason Álvarez era pequeña en comparación con la de un crucero de batalla o con una nave del muro; pero estaba bien equipada y era suficientemente grande para lo que Honor necesitaba. Le habría gustado un poco más de espacio entre el respaldo de la silla y las mamparas posteriores del compartimento y, en cualquier caso, invitar a alguien allí podría crear un problema de congestión, pero ella ya había tenido que trabajar en condiciones mucho peores y al menos la silla era cómoda.
—Muy bien, equipo —dijo Honor, golpeando levemente con los nudillos la mesa alargada y estrecha que recorría toda la longitud del compartimento—. Pongámonos manos a la obra.
Los demás se colocaron en sus asientos y se sentaron cuidadosamente en ellos.
Excepto, cómo no, Carson Clinkscales, que se tropezó con lo que parecía ser su propio pie. El alférez cayó sobre su lado derecho y el brazo izquierdo, que trataba de hacer equilibrio para evitar la caída, le quitó la boina a la capitana McGinley. Aquel gorro puntiagudo salió catapultado por encima de la mesa de conferencias, impactó contra la superficie abrillantada, sorteó la mano de Venizelos con una precisión endiablada y acabó golpeando de lleno una jarra de agua helada. Aquel misil no intencionado tenía entonces suficiente energía cinética como para conseguir volcar la jarra, así que el agua acabó derramándose por la parte superior porque la tapa, que algún sobrecargo había dejado mal cerrado, salió disparado. Tres personas distintas trataron de agarrar la jarra, pero ninguna tuvo éxito, y el capitán Greentree pegó un grito en cuanto notó que rodaba por la mesa y la fuente de agua helada le inundaba el regazo.
El silencio que siguió a la escena fue auténticamente sepulcral. Clinkscales miraba horrorizado al capitán, temiéndose el estallido de ira que acabaría con sus huesos reducidos a una mancha de aceite desparramada sobre el lugar del crimen. Greentree se limitó a bajar la vista hacia su regazo, cogió la jarra (ahora vacía) entre su pulgar y su índice y se la pasó a la teniente Mayhew. La oficial de Inteligencia la recogió sin hacer comentario alguno y se la llevó hasta la escotilla de residuos, al tiempo que Venizelos y Howard Latham alejaban sus pantallas táctiles del pequeño lago que se había formado sobre la mesa. El capitán, mientras tanto, sacó un pañuelo del bolsillo de su casaca y trató de secarse con él los pantalones empapados.
—Yo… —Clinkscales se puso todo rojo. A juzgar por su mirada, parecía como si hubiera preferido morirse allí mismo—. Lo, lo siento, capitán —balbuceó—. No sé… qué ha… —Tragó saliva y empezó a bordear la mesa—. Permítame que lo ayude, por favor…
—No pasa nada, señor Clinkscales —dijo Greentree—. Sé que ha sido un accidente, pero me las puedo apañar yo solo, gracias.
El enrojecimiento de Clinkscales se volvió más oscuro aún y Honor pudo notar su sentimiento de humillación. Estaba segura de que Greentree no lo había hecho intencionadamente, pero su negativa a aceptar la ayuda del teniente de a bordo le había salido tan rápido que había sonado como si se pusiera a la defensiva, como si no quisiera que aquel tipo se le acercara bajo ningún concepto. Honor pensó que a lo mejor debía decir algo; pero no se le ocurría absolutamente nada que no fuera sencillamente a empeorar las cosas, así que se limitó a alzar la vista para encontrarse con la mirada de la única persona allí presente que no formaba parte de su tripulación de oficiales. Alistair McKeon permanecía en pie, parpadeando con sus ojos grises mientras observaba la carnicería. Honor percibió, a través de su vínculo con Nimitz, cómo McKeon en el fondo se estaba divirtiendo con aquella escena, por la que ella sentía un poco de vergüenza ajena.
Pero en fin, fuera un accidente embarazoso o no, no había que lamentar daños permanentes, así que seguir con el plan previsto le vendría bien sin duda a Clinkscales.
La galaxia no iba a ir limándole las esquinas afiladas para que no se las fuera llevando por delante. Antes o después tendría que o bien dejar de tener accidentes o aprender a sobrellevar las consecuencias con la mayor elegancia posible y sin tener que parapetarse de la ira de sus superiores. Finalmente, Honor se limitó a inclinarse hacia un lado para recoger la gorra de McGinley de la alfombra.
—Creo que esto es tuyo, Marcia, ¿no? —dijo Honor, a lo que la oficial de operaciones respondió con una sonrisa antes de metérsela bajo el brazo izquierdo y se ajustó contra la mampara para dejar pasar a Clinkscales. Las espaldas anchas del alférez se encorvaron fruto de su abatimiento mientras ella se quitaba de en medio, pero Honor se percató de aquella discreta y elegante palmadita en la espalda por parte de McGinley.
Jasper Mayhew regresó a la mesa con una garrafa nueva y una toalla. Puso la primera sobre la mesa y le llevó la segunda a Greentree antes de volver a sentarse con una serenidad felina mientras Honor volvía a llamar la atención con unos toquecitos sobre la mesa.
—Como decía, vamos a ponernos manos a la obra —repitió tranquilamente.
McKeon, su segundo de a bordo, cogió la silla que estaba enfrente de ella en el otro extremo de la mesa. Clinkscales se hundió en su propia silla con un signo inconfundible de alivio por haberlo conseguido sin haber provocado ningún otro desastre y Honor reprimió un instinto de menear la cabeza.
—Gracias por venir, Alistair —prosiguió, no obstante, asintiendo en dirección a McKeon. Él le devolvió el gesto con la misma gravedad, como si aceptar la invitación de un comodoro fuera algo opcional, y ella volvió la vista hacia Greentree—. La razón por la que quería que Thomas y tú estuvierais presentes era porque hemos recibido una notificación oficial de que vamos a ser la escolta del mando de TMCA Setenta y Seis de Grayson a Treadway. Sé que hablamos de esto la otra noche, pero nos han dado cantidades y destinos en firme como para poder empezar a trabajar en ellos, en lugar de cálculos, así que debemos tomar varias decisiones. ¿Marcia?
Honor asintió mirando hacia McGinley y la oficial de operaciones se inclinó levemente hacia delante.
—Según el mando central, milady, vamos a llevar un total de veinte embarcaciones de Yeltsin a Casca, después a Quest, Clairmont, Adler, Treadway y, finalmente, de vuelta a casa vía Candor. Todos nuestros mercantes serán unidades del TMCA, así que deberíamos de ir rápido; pero tendremos que hacer una parada de al menos treinta y seis horas en Casca para realizar un transbordo de mercancías. También separaremos una nave allí y tres más en la estación de Clairmont. El envío más grande se realizará en Adler: dos transportes y cinco naves de apoyo, pero simplemente desgajaremos esas naves según pasamos y seguiremos nuestro camino hacia Treadway. Dejaremos tres naves más y recogeremos las cuatro vacías de regreso a Yeltsin, después nos pasaremos los últimos cuatro días en Candor descargando las otras siete naves de la caravana original antes de partir hacia Yeltsin. El cálculo de tiempo para el viaje de vuelta es de dos meses aproximadamente.
McGinley hizo una pausa por si había preguntas. Como no hubo ninguna, Honor asintió para que continuara.
»Obviamente, nuestra única gran preocupación será la posibilidad de toparnos con asaltantes repos —prosiguió McGinley—. Según los últimos datos de Inteligencia, la Armada Popular está en graves aprietos por el flanco sur. Desafortunadamente, tales datos son menos concluyentes de lo que me gustaría, lo cual deja abierta la posibilidad a diferentes interpretaciones. Con su permiso, milady, le pido a Jasper que nos diga qué piensa sobre este asunto.
—Por supuesto. ¿Jasper?
El oficial de Inteligencia de Grayson parecía todavía más joven que de costumbre, pero sus ojos azules tenían un aspecto serio cuando les devolvió la mirada a sus oficiales superiores.
—Para empezar —comenzó—, debo subrayar que, como ha indicado la comandante McGinley, nuestro servicio de Inteligencia es menos potente de lo que me gustaría. Estamos bastante seguros de que los repos no han conseguido reunir un potencial suficiente como para mantener Barnett frente a un ataque de dimensiones considerables; pero sí tienen fuego de artillería suficiente como para evitar que nuestros elementos tripulados penetren entre sus filas o cuelen drones de reconocimiento en su sistema central, así que lo único que podemos afirmar con seguridad es que nuestras patrullas no han informado de la llegada de un número sustancial de naves procedentes del frente.
»Nuestro principal problema es que, por el momento, no estamos cerca de ningún sitio en todo el sector tan fuerte como podríamos desear. La situación alrededor de la Estrella de Trevor ha erradicado la mayoría del tonelaje que los repos tenían a su disposición, pero también ha hecho lo mismo con nosotros. Teniendo en cuenta el número de naves capitales que envió a los astilleros de reparación el combate final, los sectores más tranquilos, incluyendo el nuestro, han sido atacados con dureza para hacer más fuerte al almirante Kuzak, y mandar las unidades designadas de la Octava Flota ha dejado la despensa todavía más vacía entre Yeltsin y Barnett.
»Eso significa para nosotros que nuestras guarniciones son relativamente ligeras y demasiado escasos de personal para realizar un reconocimiento agresivo de los sistemas en manos de los repos, lo cual implica que básicamente tenemos que adivinar qué es lo que hay al otro lado de la montaña. —Mayhew hizo una breve pausa para que todo el mundo tuviera tiempo de recapitular y después prosiguió—. Partiendo de esta base de información de la que disponemos y con los mejores cálculos que han podido realizar nuestros analistas, el mando central cree que podemos prever que la mayoría de guarniciones locales de los repos serán débiles; probablemente no más que una pantalla de cruceros cuya función principal se reduce a avisar a Barnett de la llegada de una fuerza de ataque y no montar una defensa seria de su estación. El mando central también tiene la sensación de que los primeros oficiales del sistema repo tenderán a ser cautelosos, dado que han de estar al corriente de que planeamos una ofensiva final contra las áreas de mando más fuertes. Mientras que las últimas noticias de la central no vaticinan que el enemigo vaya a adoptar una postura puramente defensiva, anticipa claramente un alto grado de timidez por su parte.
—Ya veo. —Honor se echó hacia atrás y apretó los labios. Extendió la mano y empezó a acariciar a Nimitz en las orejas mientras que el gato se estiraba hasta llegar a la parte superior del respaldo de la silla. Acto seguido, Honor dirigió su mirada hacia la cara de Mayhew—. ¿Debo entender, teniente, que no comparte esas previsiones?
—No, milady. —Más de un teniente se habría puesto a dar rodeos, pero Mayhew meneó la cabeza firmemente—. Según las últimas informaciones del departamento de Inteligencia Naval de los mantis, el comandante del nuevo sistema en Barnett es el almirante Thomas Theisman. —Honor arqueó las cejas. Se acababa de enterar de la noticia, que le servía para poner cara y ojos al enemigo, porque ella y Thomas Theisman se conocían y ella tenía un gran respeto por su habilidad e iniciativa—. He investigado la hoja de servicios de Theisman —continuó Mayhew, sin ser consciente de los pensamientos de su comodoro—, y no encaja en el perfil estándar de los repos. A este le gusta jugársela. No lo llamaría imprudente, pero ha dado pruebas suficientes de que, aunque los pronósticos le resulten desfavorables, no le importa asumir el riesgo si su intuición se lo dice. Esa actitud va acabar con él antes o después. No puede acertar siempre y en cuanto se equivoque en una operación, se acabó. Pero hasta ahora se las ha apañado para salir con éxito y no veo que vaya a cambiar de actitud a estas alturas.
—Ya veo —repitió Honor. Se rascó la punta de la nariz y después se giró hacia Venizelos y McGinley—. ¿Marcia y tú estáis de acuerdo con Jasper, Andy?
—En líneas generales, sí —respondió Venizelos—. Diferimos un poco en las implicaciones específicas de nuestra operación de escolta, pero creo que Jasper ha sido capaz de definir a Theisman muy bien. También hablé de Theisman con el contraalmirante Yu.
Venizelos hizo una pausa y Honor asintió con la cabeza. Como ella, Venizelos se había enfrentado y conocido a Thomas Theisman, pero en su última operación como oficial de la Armada Popular, Alfredo Yu había escogido a Theisman como su segundo de a bordo.
Si alguien en el servicio aliado podía saber qué se le pasaba por la cabeza a Theisman, era Yu.
—Según el almirante Yu —prosiguió Venizelos—, el almirante Theisman es un hombre peligroso. El almirante me lo describió como decidido, inteligente y calculador. Es de los que estudian una situación cuidadosamente y extrae sus propias conclusiones y, cuando le es posible, actúa en función de esas conclusiones, incluso cuando aquello implica tirar de creatividad para sortear un poco las órdenes que ha recibido. La descripción coincide también con mi impresión sobre él. Francamente, me sorprende que haya durado tanto con ese régimen, pero estoy de acuerdo con Jasper en que el mando central puede estar cometiendo un grave error si espera que se quede de brazos cruzados y a la defensiva. —¿Entonces en qué diferís «un poco» Jasper y tú?
—Si me lo permite, milady, yo responderé a eso —intervino McGinley, y Honor asintió hacia él con la cabeza.
—La principal diferencia entre nosotros no es si Theisman atacará en función de lo que le permitan sus recursos, sino más bien diferimos en la cuestión de qué recursos posee.
Teniendo en cuenta la debilidad de nuestros propios sistemas de vigilancia en esta región, Jasper se teme que Theisman vaya a lanzar una serie de ataques selectivos contra ellos.
Dando por sentado que tenga la fuerza para llevar a cabo tal estrategia, Andy y yo estamos de acuerdo en que esa sería su opción más eficaz; pero a la luz de la enorme amenaza que representa la Estrella Trevor para el corazón de la República Popular, no me imagino a la Armada Popular enviando un número importante de naves procedentes del frente hacia Barnett. Es posible que no puedan congregar una fuerza lo suficientemente grande como para evitar que la tomemos en cuanto lleguemos a la zona, y ellos lo saben.
»De acuerdo con eso, yo esperaría que cualquier refuerzo que les pueda llegar esté compuesto principalmente por unidades ligeras, embarcaciones que puedan ser prescindibles y más aptas para la exploración y el asalto comercial. Theisman puede verse forzado a empeñar cruceros de batalla muy al final para tener alguna opción realista de arrebatarnos alguno de los sistemas locales, pero pueden utilizar cruceros pesados y ligeros, o incluso destructores, para abalanzarse sobre nuestra caravana. Si yo fuera él, eso es exactamente lo que haría para obtener el mayor beneficio para mi inversión.
—Uhm. —Honor se rascó la nariz una vez más y acto seguido irguió una ceja mirando a Mayhew—. ¿Jasper?
—La comandante McGinley tiene razón en eso, milady —aceptó el teniente—, pero su conclusión se apoya en dos premisas. Una de ellas es que los repos no van a soltar los cruceros de batalla que hacen falta para reventar alguno de las guarniciones de nuestro sistema y la otra es que las fuerzas más ligeras que tienen en su poder atacarían de buena gana contra la caravana.
»En respuesta a la primera, solo podemos hacer cábalas sobre quién es la autoridad superior ante la que ha de responder Theisman. Sí, probablemente ya hayan dado Barnett por perdido. Sé que esa es la conclusión a la que ha llegado la OIN: sobre la base de las naves disponibles, no pueden hacer otra cosa y la lógica es aplastante. Pero incluso si deciden que pueden desprenderse de Barnett, cabe la posibilidad de que, en cualquier caso, opten por presentar batalla. Yo desde luego lo haría, aunque solo fuera para obligarnos a gastar el máximo de potencial contra ese sistema en lugar de hacerlo en las operaciones alrededor de Trevor.
Mayhew hizo una pausa y Honor asintió sin aprobar ni rechazar sus palabras. Mayhew se la estaba jugando mostrando su desacuerdo con los datos recibidos por miembros mejor pagados y situados en puestos más altos del escalafón militar. Hacía falta cierta cantidad de valor, o de ego, para que un simple teniente discutiese la versión de la OIN, pero la falta de rango de Mayhew le ponía de hecho las cosas más fáciles al menos en un sentido. Podía mostrar su desacuerdo y ofrecer hipótesis alternativas todo el día, pero carecía del rango necesario para que sus interpretaciones se convirtieran en actos.
Incluso si uno de sus superiores decidiera actuar en virtud de sus consejos, la responsabilidad (y la culpa) recaía en última instancia no en Mayhew, sino en el oficial superior en cuestión.
Nada de aquello cambiaba el hecho de que la estrategia que Mayhew acababa de trazar era la misma que Honor habría adoptado de haberse visto en la piel de los repos.
—En respuesta a lo segundo —prosiguió el teniente—, esas unidades más ligeras de los repos no dudarían en atacar nuestra mercancía. Solo digo que los patrones de envío local se han visto alterados materialmente para consolidar nuestra capacidad de escolta durante los últimos meses. Estamos enviando más naves en cada caravana, pero el número total de caravanas y, por ende, de objetivos potenciales, se ha visto reducido a la mitad; lo cual significa, en teoría, al menos, que la capacidad de escolta disponible por caravana se ha duplicado. Puede que los repos no sepan eso todavía, si bien con que manden a alguien a reventar alguna de nuestras rutas de paso se enterarán enseguida. Pero ¿qué pasa si ya se han dado cuenta de los cambios en nuestros desplazamientos? El mando central nos está mandando a escoltar una única caravana, lo cual significa que habrá seis cruceros pesados esperando a cualquier asaltante. Con eso podrían enfrentarse a más de un tercio de nuestros sistemas de guarniciones locales, así que ¿para qué se iban a fijar en un objetivo móvil?
»El enemigo tendría que dispersar las fuerzas disponibles por un territorio lo suficientemente amplio como para localizar a una caravana en híper, incluso sabiendo sus horarios al detalle, y esa dispersión implicaría que no tendría muchas probabilidades de tener suficiente fuerza de combate como para enfrentarse a su escolta si consigue dar con ellos. Sabe exactamente dónde están y si tiene cruceros de batalla disponibles y opta por lanzarlos al ataque, sería como una araña en una red. Si consigue hacerse con un sistema, sería imposible avisar a las naves que ya se encuentren de camino hasta que ya hubieran llegado… momento en el cual su potencia concentrada estaría al servicio del asalto de cualquier escolta antes de liquidar los buques mercantes. Sobre todo si puede meterlos dentro del límite híper para evitar que puedan escapársele.
Honor frunció el ceño y se frotó el mentón, pensativa. Sopesó las palabras de Mayhew unos segundos y después bajó la mano para señalar con el dedo índice a McGinley.
—Si he entendido bien, no estás de acuerdo con Jasper no en lo que sería la estrategia lógica de los repos, sino en los recursos que puede tener a su disposición Theisman. ¿Es así?
—Básicamente —aceptó McGinley—. Hasta ahora no tenemos informes de ataques sobre caravanas en esa zona, así que tiendo a dudar que los repos hayan sido capaces de detectar nuestros patrones de movimiento, pero eso es lo de menos. Si en realidad tienen la capacidad de reventar uno de nuestras guarniciones, aunque sea temporalmente, no cabe duda de cuál sería el movimiento más inteligente por su parte. No solo es que consiguieran atentar contra el tráfico entrante, tal y como Jasper ha descrito, sino que tendrían además una oportunidad excelente para infligir un buen número de bajas a la guarnición que atacaran. Simplemente me resulta difícil creer que están dispuestos a meter más naves capitales en una ratonera para tratar de salvar un sistema que saben que, al final, no van a poder mantener. Aunque les mandasen refuerzos, me pregunto si Theisman se arriesgaría a emprender una operación de ataque que, en cierto modo, contravendría las órdenes dadas.
—Thomas Theisman podría sorprenderte, Marcia —murmuró Honor, balanceando su asiento de adelante hacia atrás repetidas veces mientras seguía pensando. Acto seguido volvió a centrarse en McGinley—. Puede que tengas razón con respecto a los recursos de Barnett —dijo ella—, pero que creo que Jasper ha puesto el dedo en los peores peligros potenciales que se ciernen sobre nosotros. Ocurra o no, tenemos que asumir que al menos es posible que el enemigo escoja un ataque sobre las guarniciones delanteras en lugar de limitarse a ejecutar operaciones de rastreo y destrucción contra caravanas entre sistemas interestelares. ¿Cómo nos podríamos proteger contra ambas posibilidades?
—Si tuviéramos una escolta de mayor tamaño, yo votaría por el desplazamiento Sarnow —repuso McGinley al instante, recibiendo un nuevo asentimiento de aprobación por parte de Honor.
Cualquier asaltante comercial sabía que la mejor opción de acometer a un buque mercante (o una caravana de ellos) estaba justo después de que se trasladase del hiperespacio al espacio normal, antes de que sus sensores tuvieran tiempo de localizar amenazas potenciales y mientras su velocidad estaba bajo mínimos. Teniendo en cuenta que se podía predecir con bastante exactitud los volúmenes generales en los que era probable que las naves realizaran la traslación, colocar una tropa de asalto en posición de atacar a los buques mercantes en su punto más débil no era algo demasiado difícil. Cubrir todas las zonas que podían ser objetivos potenciales podía requerir de un buen número de embarcaciones, pero la ubicación en sí era la que era.
Por la misma regla de tres, la mejor posición relativa desde la que se podía atacar a una caravana, ya fuera en hiperespacio o en espacio normal, era justo delante de ella, donde su propia velocidad la estaría empujando justo hacia ti. La ejecución de cualquier maniobra efectiva de evasión necesitaría que las naves tuvieran una velocidad de reacción relativa potencialmente enorme, y ninguno de aquellos vastos y pesados buques mercantes, con sus compensadores y propulsores inerciales de índole comercial, podía equipararse en aceleración y maniobrabilidad con un buque de guerra. Como consecuencia de aquello, los asaltantes preferían ponerse delante de la caravana y esperar a que vinieran hacia ellos.
La táctica defensiva habitual consistía en que el mando de la escolta lanzara la mayor parte de su potencial hacia la vanguardia, para que sus buques de guerra se situasen entre ellos y la amenaza más inminente, mientras que uno o dos guarniciones vigilaban la retaguardia como precaución ante amenazas menores que pudieran venir desde popa. Al mismo tiempo, se enviaban elementos de rastreo relativamente débiles por delante de la formación a una distancia de, al menos, treinta o cuarenta minutos de tiempo de vuelo.
Tenía sentido, teniendo en cuenta que los repos, al contrario que los piratas, estaban interesados únicamente en evitar que la carga de las caravanas llegase hasta la Alianza.
Era posible que prefirieran capturarla, pero solo destruirla estaba bien también; así que desde su punto de vista, únicamente tenía sentido abrir fuego en cuanto entraban en un radio que les permitía atacar a los mercantes; algo que, a su vez, obligaba a las escoltas a mantenerlos fuera del radio. Las nuevas directrices situaban la principal fuerza de ataque de las escoltas en una posición que les permitiría usar su velocidad superior para interceptar una amenaza que procediese de cualquier vector de ataque; y los elementos de inspección de la vanguardia servían para «sanear» la ruta prevista de la caravana con vistas a evitar sorpresas. También, por supuesto, significaba que las naves asignadas para que no les siguieran el rastro eran las que se exponían a mayores riesgos, pero era algo que no podía evitarse; además, las escoltas deberían tener tiempo suficiente como para retroceder sobre el grueso de la formación antes de quedarse completamente aisladas.
Aquella era al menos la teoría, y por propia experiencia Honor creía que debía funcionar con eficacia. Por desgracia, tal y como McGinley había sugerido, aquel escuadrón limitado carecía de recursos para mandar múltiples unidades por delante sin debilitar de un modo inaceptable la escolta más cercana. Eso significaba que cualquiera al que pusiera allí iba a quedar peligrosamente expuesto, sin que nadie pudiera vigilarle la espalda.
Honor recapacitó brevemente y después miró hacia McKeon.
—¿Alistair? —lo invitó, y el voluminoso capitán se inclinó para apoyarse sobre los antebrazos en la mesa.
—Estoy de acuerdo en que lo peor que podrían hacer los repos, desde nuestro punto de vista, sería atacar uno de las guarniciones de nuestro Sistema. La comandante McGinley podría tener razón cuando dice que no son suficientemente fuertes como para hacer algo así, pero creo que el teniente Mayhew tiene razón con lo de Theisman. Como tal vez recuerde —sonrió irónicamente—, tanto usted como yo hemos tenido el placer de conocerlo. Si tiene suficiente munición de artillería como para entender que tiene opciones realistas de atacar, lo va a hacer, a no ser que algún superior le indique expresamente que no debe hacerlo.
»Al mismo tiempo, no creo que a nosotros nos importe mucho la estrategia que él adopte. La comandante McGinley tiene razón cuando afirma que el desplazamiento Sarnow nos proporcionaría la mejor cobertura contra cualquiera de las posibilidades.
—¿Y a quién ponemos por delante? —preguntó el capitán Greentree con una formulación que podía haber sonado desafiante, pero su tono de voz transmitía calma, lo cual no impidió que atravesase el corazón mismo de las preocupaciones de Honor—. No tenemos cascos suficientes como para poner las que el Libro sugiere que pongamos en la vanguardia; no al menos si no reducimos nuestra cobertura por los flancos y dedicamos toda nuestra artillería a la parte delantera —prosiguió el capitán—. Si tuviéramos algún destructor la cosa sería diferente: podríamos poner dos o tres en la vanguardia para vigilar la retaguardia de los demás. Pero con lo que hay solo podríamos mandar una nave y sea quien sea al que mandemos allí, se va a quedar muy expuesto a los posibles ataques. Va a ir muy por delante de nosotros como para que lo podamos cubrir si lo atacan.
—Es verdad —aceptó McKeon—. Pero nuestra primera responsabilidad es la caravana. Cualquier escolta es prescindible y un desplazamiento Sarnow incrementaría el radio del sensor de la caravana unos nueve minutos luz, que estarían muy bien. Incluso los que no contamos con comunicaciones FTL instaladas, tenemos drones que sí que las tienen, lo cual significa que la guarnición podrá ver si se acerca alguno de los malos e informar inmediatamente al buque insignia antes de que ellos vean al buque insignia. En el peor de los casos, eso nos permitiría mantener a los mercantes a salvo de esos ataques; en el mejor, podríamos meter a cualquier fuerza de ataque medianamente débil en una emboscada nuestra.
—No estoy en desacuerdo —dijo Greentree—. Solo pregunto que a quién vamos a poner delante.
—Esa es la parte fácil —sonrió McKeon—. Yo diría que el Príncipe Adrián es la alternativa más lógica, ¿no te parece?
Greentree abrió la boca y después la cerró y Honor notó su irritación, no por McKeon, sino por la lógica de McKeon. No solo la notó, sino que la comprendió, porque, al igual que Greentree, prefería sin duda ser ella misma la que diera un paso al frente. Fuera una posición de máximo riesgo o no, era obviamente la escolta que primero vería cualquier amenaza que se cerniese sobre ellos. Cualquier estratega que se preciara estaría deseando ser él quien pudiese calcular personalmente la situación, no a través de los informes de otro. Además, Honor odiaba pensar que estaba mandando a la gente hacia un peligro que ella no podía compartir. Era irracional y una debilidad que sabía que un primer oficial debía aprender a superar, pero eso no lo hacía menos real.
Aun así, al igual que Greentree, reconocía que McKeon tenía razón. De lo que se trataba era de ampliar el alcance del sensor del escuadrón para poder detectar cualquier trampa que se cruzara en el camino de la caravana a tiempo. Y si ella no podía estar allí personalmente, y no podía, porque sus responsabilidades de mando exigían que no expusiera al buque insignia a ningún riesgo de manera innecesaria, McKeon era la persona indicada para esa tarea. No solo era su segundo de a bordo, sino que, aunque no lo dijera expresamente, ella confiaba en su criterio. Y, tal vez igual de importante, él la conocía lo suficiente como para emplear ese criterio en una situación crítica sin que le hiciera falta pedir permiso.
—Muy bien —dijo ella. Su calmada voz de soprano no dejó entrever ninguno de los pensamientos que habían pululado por su cabeza y se limitó a completar sus palabras asintiendo con la cabeza—. Alistair tiene razón, Thomas. Pondremos al Príncipe Adrián a la vanguardia. —Greentree asintió con la cabeza y ella volvió la vista hacia Venizelos—. A juzgar por los primeros comentarios de Marcia, deduzco que las cifras que hemos recibido de la caravana son exactas. ¿Tenemos ya una lista de las naves de que disponemos?
—Hay todavía un par de huecos por rellenar, señora —replicó el jefe de personal—. Deberíamos tenerlos completados hacia las 15.30. Tengo la impresión de que están todas presentes en Yeltsin y que el mando logístico está todavía decidiendo exactamente qué naves cargar a bordo de entre los últimos suministros de la guarnición Samovar.
—Bien. Howard… —Honor se giró hacia su oficial de comunicaciones—… una vez que tengamos una lista completa, quiero que te pongas en contacto con el patrón de cada nave. Invítalo a él y a su primer oficial a una reunión a bordo del Álvarez a eso de las 19:00.
—Sí, milady.
—Marcia, hasta entonces quiero que tú y Andy esbocéis una formación Sarnow para este escuadrón. Dad por sentado que el Príncipe Adrián estará a la vanguardia y poned a la Maga a vigilar la puerta de atrás.
—Sí, señora.
Honor se quedó sentada un buen rato, frotándose la nariz una vez más mientras trataba de decidir si eso era todo lo que tenía que decir. Entonces miró a Mayhew.
—Has hecho un buen trabajo formulando esa interpretación alternativa a los análisis de la OIN, Jasper. A veces nos olvidamos de pensar en la persona que hay al otro lado debajo del rango. —Greentree y McKeon asintieron firmemente, haciéndose eco de su aprobación y Honor sintió que Mayhew estaba feliz por su comentario. Aunque quizá era más importante la ausencia de resentimiento en las emociones de Marcia McGinley que también pudo detectar. Muchos oficiales se habrían enfadado con un subalterno que se atreviera no solo a mostrar su desacuerdo con ellos, sino a tratar de convencer a su comodoro de que él tenía razón y ellos no. Estaba bien saber que McGinley no era de esos.
Honor empezó a levantarse, lo cual daría por cerrada la reunión oficialmente, pero entonces se detuvo. Había otro asunto que debía tratarse allí, así que respiró hondo y templó los nervios.
—¿Carson?
—¿Sí, milady? —El teniente parecía estar temblando en su asiento, como si le hiciese falta un esfuerzo físico para no ponerse en pie de golpe y centrarse en la llamada de atención.
—Voy a invitar a los patrones de la caravana a cenar conmigo cuando suban a bordo —le explicó Honor—. Ponte, por favor, en contacto con mi sobrecargo y arreglad las cosas como sea oportuno para que podamos celebrarla.
—¡Sí, milady! —dijo el alférez abruptamente, con un estallido de entusiasmo decidido que corrió por el vínculo de Honor a Nimitz y daba verdadero miedo.
Que no sea así, reflexionó en silencio Honor, por más miedo que pueda dar los desastres potenciales que puede acarrear poner a Carson cerca de una mesa llena de comida. Si puede preparar la que preparó con una sola jarra de agua, ¿qué no podrá hacer con toda una cena? Bueno, al menos, se dijo esperanzada, tendrá a Mac para atarlo en corto. Así que no está tan mal, ¿no?
La respuesta a la última pregunta surgió por sí misma y Honor se estremeció con solo pensarlo.