8
—Muy bien, gente, ¡demostremos algo de entusiasmo! ¡Tenemos unos cuantos culos mantis que patear!
El poblado mostacho del ciudadano contraalmirante Lester Tourville se erizó por encima de su sonrisa feroz. El conformismo había sido la principal vía de supervivencia para la mayoría de los oficiales superiores de la Armada Popular, pero Tourville fue y siempre sería un personaje; de hecho, casi una caricatura. Su ascenso de capitán a contraalmirante había sido meteórico y pese a todo sabía mejor que nadie que la probabilidad de que le ascendieran por encima del puesto de contraalmirante era prácticamente inexistente. Tampoco le molestaba. La mayor parte de sus gestos peculiares podrían ser deliberados, pero bajo ellos él era verdaderamente el guerrero impenitente que tan bien parodiaba. Darle un rango más alto en el escalafón solo hubiera conseguido diluir el impacto que su talento (y estilo) podía ejercer en el ámbito de los escuadrones. También le habría exigido entrar en el juego político y Tourville sabía cuáles eran sus límites. Ni siquiera esos idiotas de Seguridad Estatal parecían capaces de ejecutar a un simple contraalmirante incapaz por constitución de encajar en el molde, especialmente en su caso, un pacificador que siempre se salía con la suya. Pero un vicealmirante o un almirante con las mismas inclinaciones acabaría muerto en un abrir y cerrar de ojos. Todo ello ayudaba a explicar el concepto de «bala perdida» en el que tanto se había esforzado en encajar.
Por supuesto, las limitaciones de su rango también tenían inconvenientes. Por encima de todas estaba el hecho de que siempre le iban a encargar ejecutar las órdenes de otro, ya que cualquier escuadrón que él comandase siempre iba a pertenecer al destacamento o a la flota de otro. Por otro lado, cualquier Armada tenía que mandar con frecuencia escuadrones a realizar labores independientes. Cuando eso ocurría, cualquier serie de órdenes solo valdría como directrices generales, pero del jefe del escuadrón se esperaba que utilizase su buen juicio para ponerlas en marcha y eso era todo lo cerca que iba a estar de ser su propio jefe en aquellos tiempos. Por no mencionar que, en ocasiones, la persona que dictaba las órdenes sí sabía qué se traía entre manos.
Esa era una de las razones por las que a Tourville le gustaba trabajar para el ciudadano almirante Theisman. El analista concienzudo que se escondía bajo el exterior terco de Tourville dudaba bastante que Theisman se quedara por allí mucho tiempo, porque el ciudadano almirante había cometido el error de postularse para ser ascendido. Al nivel de Theisman se requerían estudios de posgrado en lamer el culo y el primer oficial del Sistema Barnett carecía de la habilidad para abrillantar suficientes nalgas. Aquello hablaba probablemente bien de él como ser humano, pero era un defecto terrible en aquellos días en la RPH. Hasta entonces, Theisman (igual que Tourville), se las había apañado para que los bienes llegaran a buen puerto, lo cual le otorgaba un gran valor entre sus superiores. Al contrario que Tourville, había llegado demasiado alto como para que se le permitiera permanecer al margen de la política. Su valor puramente militar quedaría apartado pronto por sus relaciones políticas si insistía en intentar seguir siendo su único jefe.
Mientras tanto, no obstante, Theisman era uno de los pocos oficiales de alto rango que sabía lo que había que hacer y no le dolían prendas en arriesgarse a decirlo. También tenía las agallas de asumir riesgos calculados, a pesar de la costumbre de Seguridad Estatal de pegarle un tiro al que intentaba y fallaba, y siempre se preocupaba de formular sus órdenes de manera que pudiera proteger a los subordinados a los que enviaba a asumir esos riesgos de la ira de Seguridad Estatal. Como las órdenes que le acababa de dar a Tourville.
—Elogio su entusiasmo, ciudadano contraalmirante —espetó secamente el comisario popular Everard Honeker—, pero no nos dejemos llevar. ¡Tenemos órdenes de realizar un reconocimiento forzoso, no de derrotar a la Alianza con una mano!
—De acuerdo, de acuerdo. —Tourville agitó una mano como quitándole importancia al asunto y se sacó un puro del bolsillo de la pechera de su casaca. Se lo metió en la boca con el ángulo exacto para no perder elegancia y sopló hasta que salió una bolsa de humo penetrante sobre su escritorio. De hecho no le apasionaban los puros, pero en los últimos años se había aficionado después de llegar a la conclusión de que encajaban perfectamente con la imagen que quería dar. Ahora no podía dejar aquel maldito vicio sin admitir que había sido un error y como lo hiciera estaba acabado.
—Un reconocimiento forzoso, ciudadano comisario —prosiguió una vez que el puro estuvo colocado en el sitio adecuado—, es exactamente eso: forzoso. Eso significa que tenemos que patearle el culo a cualquier cosa que no sea capaz de pateárnoslo a nosotros y los mantis son algo que se le parece bastante en este vecindario. Me parece que esos cabrones se están cogiendo muchas confianzas. Nos han echado a patadas de la Estrella de Trevor y están cerca de conseguirlo en Barnett y se empiezan a pensar que no tenemos con qué pararlos. No se equivocan demasiado, desde luego —admitió—, pero dar por sentado que el rival se va a tirar al suelo y dejarse morir nunca es una buena idea y eso es lo que están haciendo en nuestro sector. Así que sí, señor. Tenemos la orden de llevar a cabo un «reconocimiento», pero cuando me encuentre con algo a lo que pueda disparar, ¡joder que si lo haré!
Honeker suspiró, pero ya se había acostumbrado a la efervescencia de Tourville. No tenía sentido tratar de contrarrestarla, porque el ciudadano contraalmirante parecía no ser consciente de que era Honeker quien sujetaba su correa. De hecho, Honeker a menudo pensaba en sí mismo como un amo arrastrado por la vitalidad desaforada de un gran danés o un san bernardo al que se suponía que había sacado a pasear. En teoría las cosas no deberían haber sido así, pero había ido bien (hasta ahora, al menos) y sus superiores políticos le daban a él gran parte del mérito de los éxitos de Tourville. Además, a Honeker le caía bien el ciudadano contraalmirante… incluso aunque hubiese optado por hacerse pasar por alguien que trabajaba en un alcázar de madera y piedras, con un alfanje y un pistolón colgándole del cinturón mientras bramaba órdenes entre el estruendo de los cañones.
—No tengo problema alguno en entrar en combate con el enemigo, ciudadano contraalmirante. —Al comisario le pareció escuchar un punto familiar y medio tranquilizador en su tono de voz y escondió una mueca mental de ironía—. Simplemente apunto que su escuadrón es un activo de gran valor. No debería arriesgarse, a no ser que las ganancias potenciales lo justifiquen claramente.
—¡Claro que no! —suscribió Tourville amistosamente en medio de otra nube de humo aromático. Honeker se hubiera sentido un poco mejor si la sonrisa del ciudadano contraalmirante hubiera sido un poco menos agresiva, pero decidió aceptar las palabras de Tourville como si fueran sinceras sin más. Ya habría tiempo de discutir cuando llegara el momento… aunque ya era pensar que aquel adolescente animoso y sediento de sangre pudiese atenerse a razones más adelante.
Tourville observó con gran satisfacción que el comisario popular daba por concluida la discusión. Si algo había aprendido con el tiempo es que era mucho mejor pasarse de agresivo en las apariencias para que los espías del Comité de Seguridad Pública se viesen obligados a echarte el freno que pasar por tímido o dudar. Era una lección que había quedado subrayada por la propia actuación del ciudadano almirante Theisman en la Cuarta Batalla de Yeltsin y a Tourville le había sido muy útil desde el asesinato de Harris.
Cuando se aseguró de que Honeker había dejado de poner objeciones, volvió su mirada felina de ojos oscuros hacia su jefe de personal y le señaló con el puro como si fuera un arma de pulsos.
—Muy bien, Yuri. Que se oiga —ordenó.
—Sí, ciudadano contraalmirante —repuso el ciudadano capitán Yuri Bogdanovich. Llevaba con Tourville el tiempo suficiente como para haber aprendido a ser su contrapunto, por eso su carácter calmado contrastaba con la ferocidad jovial de su almirante. En ese momento estiró los hombros, se cuadró con precisión militar y activó la unidad holográfica para proyectar un mapa de estrellas flotantes sobre la mesa de la sala de reuniones del NAP Conde Tilly.
—Esta es nuestra zona general de operaciones, ciudadano contraalmirante, ciudadano comisario. Como saben, el ciudadano almirante Theisman y el ciudadano comisario LePic han destinado a nuestra Segunda y Tercera Divisiones al refuerzo de la guarnición del Sistema Corrigan, justo aquí. —Bogdanovich pulsó una tecla y el G6 primario del Sistema Corrigan apareció refulgente—. Aunque eso representa justo la mitad de la potencia total de nuestra unidad, las naves en cuestión son todas Sultán o Tigre, mientras que las unidades que han quedado bajo nuestro mando inmediato son todas Warlords. Además, el cuartel general de Barnett nos ha asignado cinco Cimitarra y tres cruceros pesados clase Marte, además de seis cruceros ligeros clase Conquistador para reemplazarlas. La pérdida acumulada en potencia de ataque equivale a una nave clase Sultán; pero a cambio hemos obtenido tres veces y media más de plataformas de exploración y un cierto incremento en la curva de aceleración del escuadrón. En otras palabras, tenemos más ojos, más velocidad y casi tanta pegada como antes. Además, se nos han asignado dos minadores rápidos, el Yarnowski y el Simmons, que han sido reacondicionados como cargueros para proporcionar apoyo logístico.
Bogdanovich hizo una pausa y echó un vistazo alrededor de la mesa para asegurarse de que todos entendían el informe que acababa de hacerles. Después carraspeó y pulsó más teclas. Aparecieron tres estrellas más en el visor y él subrayó los minúsculos caracteres con los nombres de los sistemas que había debajo de cada una de ellas.
—Nuestras zonas de interés actuales son estos tres sistemas —prosiguió él—: Sallah, Adler y Micah. Según nuestros últimos informes de Inteligencia, los mantis han tomado Adler y Micah, pero seguimos manteniendo Sallah. Por desgracia, los datos sobre Sallah son de hace más de dos semanas, así que con su permiso, la ciudadana comandante Lowe y yo recomendamos que se empiece el barrido por ahí y después nos movamos hacia el sur en dirección Adler y, posteriormente, Micah antes de regresar a Barnett.
—¿Qué plazos de trasbordo calculamos? —preguntó Tourville.
—Poco menos de nueve días y medio a Sallah, ciudadano contraalmirante —respondió la ciudadana comandante Karen Lowe, la astrógrafa de la tripulación de Tourville—. Tardaríamos otros tres días de Sallah a Adler y treinta y una hora más de Adler a Micah. El tiempo de regreso desde Micah a Barnett serían nueve días más.
—Luego el rastreo entero, quitando el tiempo que pasemos matando mantis, sería… ¿cuánto? —Tourville bizqueó entre el humo de su puro mientras hacía cuentas—. ¿Unas tres semanas-T?
—Sí, ciudadano contraalmirante. Digamos que quinientas veinticuatro horas, o algo menos de veintidós días.
—¿Cómo encaja eso con los límites que nos han dado en el cuartel general, Yuri?
—El ciudadano almirante Theisman y el ciudadano comisario LePic nos han autorizado hasta cuatro semanas —respondió Bogdanovich con el mismo tono escueto y conciso—. Hay una provisión también por la que se les permite a usted y al ciudadano comisario Honeker alargar el tiempo de operaciones hasta una semana más si parece justificado hacerlo.
—Uhm. —Tourville se sacó lentamente el puro de la boca y examinó detenidamente el extremo candente. Después miró a Honeker—. Personalmente, ciudadano comisario, yo empezaría barriendo directamente Adler y después Micah. Sabemos que nos vamos a encontrar a los malos allí, mientras que es probable que Sallah siga en nuestras manos. —Tourville soltó una fuerte carcajada—. ¡Dios sabe que no hay nada lo suficientemente importante allí como para justificar un ataque manti en ese sitio! Aun así —continuó, volviéndose a llevar el puro a la boca con un gruñido de disgusto—, supongo que deberíamos estar en Sallah de todas formas. Según parece el cuartel general quiere saber qué ocurre allí y es el tramo más largo de la misión. ¿Está de acuerdo?
—Creo que sí. —Había un resquicio de precaución en la respuesta de Honeker. Se había apresurado a manifestar su acuerdo con Tourville una o dos veces para darse cuenta justo después de que el ciudadano contraalmirante lo había engatusado para poder darse el lujo de tener un poquito de acción. La experiencia le había enseñado que las prisas no son buenas consejeras, así que se limitó a dar esa respuesta y mirar después en dirección a la ciudadana comandante Shannon Foraker, la oficial de operaciones de Tourville y la integrante más reciente de su tripulación—. ¿Qué sabemos de las posibles fuerzas enemigas en la zona?
—No tanto como me gustaría, señor —repuso inmediatamente Foraker. Aquella ciudadana comandante de pelo dorado tenía una reputación formidable como oficial táctica (de hecho, en aquel departamento se la tenía por algo así como una especie de bruja), lo cual incluía la entusiasta recomendación del anterior comisario popular. Por suerte para Foraker, el informe del ciudadano comisario Jourdain también había advertido a Honeker de que, cuando se veía inmersa en un problema, con frecuencia se le iba la lengua hacia expresiones más propias de tiempos anteriores a la revolución. Pero precisamente por los logros que ella había conseguido, Honeker (igual que Jourdain antes que él) estaba siempre dispuesto a levantar un poco la mano con ella. Una de las cosas que más le gustaban de ella era que nunca se escudaba en falsas excusas para salvar su propio trasero. Si alguien le preguntaba algo, le respondía lo mejor que sabía y sin ambages; lo cual, por desgracia, empezaba a ser cada vez más raro en el seno de la Armada Popular. Si era honesto consigo mismo, sabía a qué se debía aquello, si bien prefería no pensar demasiado en ello.
—Los datos que tenemos sobre Micah son especialmente inconsistentes —prosiguió Foraker—. Creemos que hay un destacamento ligero de mantis, llamémoslo un par de divisiones del frente, con escoltas procedentes de naves de Grayson y Casca. Esas son las que se movieron y nos la arrebataron; y, en cualquier caso, creo que sería inteligente seguir pensando que están ahí hasta que no tengamos datos que muestren lo contrario.
—Estoy de acuerdo —corroboró con firmeza Honeker. No sabía si Tourville habría puesto alguna objeción o no a esa nota de precaución, pero tampoco tenía intención de descubrirlo—. ¿Y Adler?
—Creemos que ahí sí tenemos datos más precisos, señor —repuso Foraker. Sacó los datos de su propio terminal y los consultó para refrescarse la memoria antes de proseguir—. Según nuestro último recuento, su guarnición en Adler estaba compuesto únicamente por un escuadrón de cruceros y dos o tres divisiones de destructores. Es probable que últimamente haya aumentado el número, pero teniendo en cuenta que no hemos contraatacado ni hecho ninguna incursión en todo este sector desde hace más de seis meses, dudo que se hayan reforzado demasiado. También ellos van justos de naves, ciudadano comisario. Tienen que estar esquilmando naves de las zonas más tranquilas para construir su próxima ofensiva.
—Razón de más para considerar esta operación como más importante de lo que su escala podría sugerir —apuntó Tourville, ondeando el puro como si fuera una batuta ardiente—. Como decía antes, ciudadano comisario, estos bastardos se están cogiendo muchas confianzas. Están dando por sentado que, como no hemos contraatacado, no lo vamos a hacer. Pero si les damos para el pelo un par de veces y los sacamos de su espejismo, probablemente fortalezcan las guarniciones locales. Y eso les quitará por lo menos las fuerzas ligeras para la ofensiva final sobre Barnett, o para ofensivas sobre cualquier otro lugar, para el caso.
—Entiendo el propósito de las órdenes que se nos han dado, ciudadano almirante —le corrigió Honeker con un ligero tono de reprimenda, a lo que Tourville respondió con una sonrisa que obligó al comisario a esconder un suspiro de frustración. Todo el mundo en aquella sala de reuniones sabía que él, en calidad de comisario del escuadrón, era el comandante de verdad. Una sola palabra suya podría hacer «desaparecer» a cualquiera de aquellos oficiales, incluso Tourville y ellos también sabían eso. Entonces, ¿por qué se sentía como un monitor agobiado al que acorrala una tropa entera de chavales de diez años? Se suponía que no tenía que ser así.
—Muy bien —dijo, un momento después—. Supongo, ciudadano contraalmirante, que está de acuerdo con las recomendaciones del ciudadano comandante Foraker.
—Claro que sí —respondió Tourville animosamente—. Shannon está en lo cierto, señor. Hagamos nuestro barrido, ataquemos en Adler antes de que sepan siquiera que estamos allí, disparemos a cuantos mantis hagan falta para captar su atención y conseguir atraer a más naves de vigilancia.
—¿Cuándo podemos salir de Barnett? —preguntó Honeker.
—Dentro de seis horas, señor —le respondió Bogdanovich a su primer oficial—. Tenemos las armas cargadas y la munición de repuesto, y el repostaje del reactor se completará dentro de seis horas. A juzgar por la orden de alerta del cuartel general, no obstante, dudo que podamos salir hasta dentro de unos días. Está prevista la llegada del BatRon Sesenta y Dos durante las próximas noventa y seis horas. Mi predicción es que no nos dejarán salir a realizar operaciones hasta que ellos lleguen.
—De modo que disponemos de algo de tiempo para hacer una planificación de emergencia —dijo Honeker.
—Sí, señor —coincidió Tourville—, y si da su visto bueno, tengo intención de empezar esta misma tarde.
—Adelante —dijo Honeker y lo dijo de corazón. Por muy belicoso que pudiera parecer Tourville en ocasiones, era muy meticuloso en la planificación de cualquier contingencia posible, y la mayoría de las imposibles. Y a pesar de su agresividad, tenía la capacidad de afinar las probabilidades de éxito antes de embarcarse en ninguna operación y esa era una de las razones por las que Honeker le aguantaba ese carácter abrumador que tenía.
El comisario popular se reclinó en su asiento y después alzó la ceja al ver que Bogdanovich se revolvía en su silla. Si Honeker no lo conociera bien (y no lo conocía), hubiera jurado que Foraker le acababa de soltar una patada al jefe de personal por debajo de la mesa.
—Ah, hay otro tema del que quería hablar, ciudadano contraalmirante —dijo Bogdanovich, mirando de reojo a Foraker mientras retomaba la palabra.
—¿Sí? —lo invitó a proseguir Tourville.
—Pues es que… yo… quiero decir, el ciudadano comandante Foraker y yo… nos preguntábamos si podríamos tener el visto bueno del cuartel general para llevarnos algunos de los nuevos lanzamisiles. —Se hizo un momento de silencio y Bogdanovich se apresuró a continuar antes de que nadie empezara a hablar—. El tema es, ciudadano contraalmirante, que ahora sabemos que los mantis deben saber que los tenemos. Sabemos que ya se han usado cerca de la Estrella de Trevor y existe constancia de que el cuartel general tiene intención de usarlos contra cualquier ataque sobre Barnett. Pero lo que no sabemos es si las unidades aliadas en nuestro sector han sido informadas de que las tenemos. En caso contrario, el factor sorpresa podría ser decisivo. Y se nos han asignado Yarnowski y Simmons, ciudadano almirante. Cada una de ellas podría llevar hasta setenta cabezas de armamento y un equipo completo de recargas y todavía tendría capacidad de sobra para el resto de lo que nos hace falta.
—Uhm. —Tourville masticó el puro y después miró a Honeker—. ¿Ciudadano comisario?
—No lo sé —respondió Honeker con parsimonia, mordiéndose el labio inferior y frunciendo el ceño mientras lo sopesaba. Estaba claro que Bogdanovich y Foraker tenían razón cuando decían que el sistema probablemente sería útil, pero pedirle al cuartel general que los dejara usarlo implicaba que se tendría que jugar su propio pellejo. Por otra parte, pensó él, LePic y Theisman siempre podrían vetar la sugerencia. Si no lo hacían, entonces cualquier repercusión que se derivara de aquello pendería sobre sus cabezas, no sobre la de él—. Muy bien —concluyó finalmente—. Los apoyaré si deciden realizar la petición, bajo cualquier circunstancia. Eso sí, intenten redactar una propuesta suficientemente convincente.
—Eso sí que creo que podemos hacerlo, señor —le aseguró Tourville con una sonrisa y después asintió con la cabeza en dirección a Foraker una vez más—. Muy bien, Shannon. Supongamos que tenemos nuestras cabezas de armamento. Hazme una visualización de un plan de operaciones que nos permita aprovechar todo su potencial.
—Sí, señor. —Foraker sacó nuevos datos mientras miraba atenta al dispositivo y Honeker se mordió el labio para evitar corregirla. A estas alturas ya la había visto trabajar lo suficiente como para darse cuenta de que Jourdain tenía razón: su tendencia a volver hacia formas de cortesía militares antiguas y prohibidas solo significaba que su cerebro estaba absolutamente concentrado en el problema que tenía delante, así que no podía ocuparse de ningún otro pensamiento.
—Para empezar —comenzó la oficial de operaciones—, hemos de tener en cuenta que los sistemas tecnológicos de los mantis siguen siendo mejores que los nuestros en todos los ámbitos. Por otra parte, no han estado en posesión de Adler o Micah el tiempo suficiente como para haber desplazado su red habitual de plataformas de sensores. Incluso aunque así hubiese sido, sus patrones operacionales alrededor de la Estrella de Trevor indican que la Sexta Flota se está quedando sin plataformas por momentos. Esa al menos es la interpretación de NavInt para explicar el incremento en el uso de destructores y cruceros ligeros en las guarniciones del perímetro, y a mí me parece también que tiene sentido. Si no tienen suficientes plataformas de sensores, deben cubrir los huecos con naves. También creo que es bastante probable que si se están quedando sin ellas en algún punto igual de fundamental que la Estrella de Trevor, probablemente tengan incluso más problemas en sistemas de mucha menos prioridad dentro de nuestra zona de operaciones. Si tienen un atasco en los sensores, probablemente será temporal; pero, hasta que lo arreglen, nos abre una posibilidad a nosotros.
Los otros miembros de la tripulación allí presentes se habían echado todos hacia delante en sus sitios mientras escuchaban extasiados a Foraker y tomaban notas y apuntaban preguntas en sus pantallas táctiles para después. Y, por más que pensara que el control de los asuntos del escuadrón era algo que en cierto modo estaba fuera de su ámbito de actuación, Everard Honeker se inclinó igualmente hacia delante, porque esa era la razón por la que estaba dispuesto a soportar las poses de Tourville y defenderlo contra los cargos ocasionales de haber creado una «personalidad de culto». Independientemente de los defectos que pudiera tener, el ciudadano contraalmirante era un luchador.
En una Armada Popular que gozaba de mucha más experiencia en desesperados combates defensivos que, con frecuencia, acababan en derrota, Tourville buscaba constantemente la oportunidad de atacar. ¡No cabía duda de por qué quería que Foraker estuviera en su tripulación! Los dos eran exactamente iguales, al menos en un aspecto: mientras muchos, demasiados, de sus colegas veían la superioridad tecnológica manticoriana como una desventaja terrible, Foraker y Tourville lo interpretaban como un reto. Les preocupaba más encontrar modos de explotar cualquier oportunidad contra los mantis que buscar maneras de protegerse de los mantis y Honeker estaba dispuesto a tolerar cualquier cosa que no llegase a niveles de mera traición para proteger a gente que, de hecho, quería luchar.
—Ahora —continuó Foraker, sustituyendo el mapa estelar con un esquema detallado de un hipotético sistema estelar—, supongamos que este es nuestro objetivo y que los mantis solo tienen cerca de la mitad de las plataformas de sensores que realmente necesitan para cubrir su perímetro. Si yo fuera ellos, pondría las plataformas que tuviera aquí, aquí y aquí. —Mientras lo decía, iban apareciendo pequeños puntos rojos en el sistema estelar que indicaban las zonas cubiertas por sus sensores teóricos—. Este patrón proporcionaría un uso táctico óptimo de sus plataformas, pero deja el sistema periférico vulnerable, así que lo que sugiero que…
Foraker continuó su alocución marcando su plan de ataque con flechas rojas en negrita y Everard Honeker esbozó una sonrisa de aprobación mientras la escuchaba.