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Hamish Alexander entró en la biblioteca de la hacienda Harrington con un aire que un observador imparcial hubiera calificado sin lugar a dudas de furtivo, mirando a uno y otro lado con detenimiento para después acabar relajándose. Aquella habitación enorme estaba vacía y él se aflojó el cuello de la guerrera de su uniforme con verdadero alivio mientras pasaba por encima del enorme escudo de armas de la casa Harrington que estaba dibujado sobre el suelo de parqué. El sonido de la música lo siguió a través de la puerta abierta, pero la distancia fue engullendo el murmullo de voces de fondo dejando perfectamente nítido el ruido de sus tacones sobre la madera encerada.
Se desprendió de la arcaica espada, que era obligatoria en todos los uniformes, y la dejó sobre uno de los salientes de las estanterías para acabar dejándose caer sobre la cómoda silla del centro de datos, donde se estiró a su antojo. La biblioteca se había convertido en uno de sus sitios favoritos de la hacienda Harrington. Si sus contenidos habían sido elegidos para reflejar los gustos de Honor Harrington, entonces había dos personas que compartían más intereses de lo que él mismo pensaba; si bien el mobiliario, cómodo, decorado con buen gusto y tranquilo, sobre todo tranquilo, pensó con una sonrisa de oreja a oreja, eran también factores que influían en su predilección por aquella sala.
La sonrisa se hizo más grande a medida que acababa de estirarse y de echar la silla hacia atrás. Desde pequeño había estado expuesto a las fiestas más formales de la elite social del Reino Estelar, le venía de cuna; pero eso no significaba que hubiera llegado a aprender alguna vez a disfrutar de esas tardes. A ojos de sus padres, había aprendido a fingir que sí y había ocasiones en las que aquel fingimiento se fundía, temporalmente, al menos, con la realidad. Pero por regla general, hubiera preferido una visita de las antiguas al dentista antes que, al menos, la mitad de las fiestas a las que había asistido, y el baile formal de esta noche ya le había puesto en modo escapatoria.
No es que no le gustaran sus anfitriones, puesto que los graysonianos le parecían admirables en muchos sentidos; para empezar por su rechazo a admitir cualquier tarea que excediera sus capacidades, pero también por su valor, sentido básico de la decencia y su capacidad de inventiva. Se sentía perfectamente cómodo en conferencias profesionales con sus oficiales y su personal alistado apenas había tenido problemas en conectar incluso con sus civiles a un nivel pragmático. Pero su sentido de la música clásica bastaba para hacerle rechinar los dientes, aun así ellos insistían en ponerla en momentos como esa noche. Peor todavía, toda la sociedad graysoniana vivía en un estado de cambio perpetuo que solo hacía que el intenso desagrado que le producían las reuniones sociales formales fuese aún más fuerte que en su propia casa; si bien, por desgracia, no había modo cabal de poder evitarlas.
Un tercio de su misión en la Estrella de Yeltsin tenía tanto de diplomático como de militar. Era el hermano mayor del viceministro de gobernación de Cromarty y además él llevaba tres años-T sirviendo como tercer lord espacial, una designación con al menos tantas implicaciones políticas como militares, durante el periodo de tiempo inmediatamente anterior del duque de Cromarty como primer ministro. Como tal, se encontró en una situación en la que tenía que interactuar con los círculos políticos graysonianos al más alto nivel y, ya que mucha de la política se desarrollaba bajo el formato de actividades sociales, eso significaba que tenía que pasar la mayor parte de las que teóricamente eran sus tardes «libres» en una fiesta u otra. Dejando a un lado los gustos musicales, los usos y las costumbres de la sociedad graysoniana, tan tendentes al cambio frenético, podían llegar a cansar a alguien del Reino Estelar, donde la noción de que alguien pudiera considerar a hombres y mujeres como iguales era tan extraña como la idea de tratar una fiebre mediante sangrados. Esa noche flotaba en el ambiente una constante sensación de tensión que se veía exacerbada además por las preocupaciones profesionales que le habían suscitado los últimos informes procedentes de su tierra natal.
Las cosas habrían sido mucho más sencillas, musitó, reclinándose aún más y subiendo los pies por encima del escritorio que estaba junto a su espada, si la sociedad graysoniana se hubiera limitado a quedarse en el punto en el que estaba antes de que el planeta se uniera a la Alianza. En ese caso, él podría haber deslegitimado a sus gentes como una panda de bárbaros retrógrados (admirables en muchos sentidos, pero bárbaros al fin y al cabo) y haberse limitado a interactuar con ellos como un actor en un holodrama histórico. No hubiera sido necesario entenderlos, lo único que le hubiera hecho falta hubiese sido conocer las normas de interacción social para fingir que los entendía.
Por desgracia, en estos días la elite social graysoniana estaba igual de confundida sobre lo que era un comportamiento adecuado como cualquiera que llegara de fuera. Al menos lo intentaban. Haven Albo tenía que concederles eso y lo cierto es que admiraba lo mucho que habían logrado en tan corto espacio de tiempo, pero seguía existiendo un aire de incertidumbre. Algunas de las grandes damas de la sociedad lamentaban los cambios en las normas que habían aprendido desde niñas casi más que los conservadores recalcitrantes lamentaban la pérdida de sus privilegios. Aquellos grupos formaban una especie de alianza natural que se apiñaba en algún punto más allá del cortejo y que irradiaba una molesta aura mientras trataban de aferrarse lastimosamente a viejas normas y modales… aquello, por supuesto, los hacía colisionar directamente con sus homólogos más (en su mayoría) jóvenes, los cuales habían abrazado la noción de la igualdad de la mujer con gran entusiasmo.
Personalmente, a Haven Albo los reformistas entusiastas le parecían más cansinos que los reaccionarios. No podía echarles en cara sus motivos, pero lo cierto era que Benjamín IX había impuesto una revolución de arriba abajo en su mundo natal. Estaba reconstruyendo algo que una vez fue, independientemente de sus defectos, un orden social estable que se había limitado a cambiar lentamente y de manera exponencial en los últimos seis o siete siglos. Con muy pocas excepciones, los miembros actuales del orden social no tenían más que una vaga noción de hacia dónde se encaminaban, y muchos de los reformistas parecían creer que la estridencia podría ser un buen sustituto del camino. El duque tenía confianza en que a la mayoría de ellos se les pasaría (solo se habían embarcado en esta empresa desde hacía unos pocos años y se iban a dar cuenta de algunas de las consecuencias en breve), pero por el momento, su principal función en los encuentros sociales parecía ser hacer que los demás se sintieran incómodos mediante una demostración agresiva de su rechazo por el orden anterior.
Y, por supuesto, el conflicto entre la vieja guardia y la nueva había puesto a Haven Albo y al resto de manticorianos en medio de un fuego cruzado. Los reaccionarios veían a los extranjeros como el foco infeccioso que había atacado lo que más querían, mientras que los reformistas daban por sentado que los manticorianos debían estar de acuerdo con ellos… ¡incluso cuando era completamente obvio que ni siquiera los reformistas estaban de acuerdo unos con otros! Caminar por esa cuerda floja sin ofender (o, al menos, sin ofender más) a nadie era casi tan cansado como exasperante, y Haven Albo ya estaba hasta las narices del tema.
Para ser justos, la situación aquí era mejor. El asentamiento Harrington había atraído a la mayoría de ciudadanos de mentalidad abierta procedentes de otros asentamientos graysonianos, puesto que solo gente así había estado dispuesta a reubicarse a ellos mismos y a sus familias para vivir bajo el mandato personal de la primera gobernadora de la historia de su planeta. Más aún, la gente de la fiesta de la que se acababa de escapar había dado muchas oportunidades para comprobar cómo se comportaba su gobernador en las lides políticas y sociales y, desde luego, militares. Se diera ella cuenta o no, su estatus como señora feudal la convertía en última instancia en la juez consuetudinaria de sus dominios y sus súbditos la habían observado con atención y habían adoptado sus formas para que sus reacciones encajaran con los gustos de ella.
Todo aquello le dejaba a Haven Albo mucho más tranquilo en Harrington que en la mayoría de los otros asentamientos graysonianos, así que lo cierto es que cuando menos se había divertido en los primeros momentos del baile de bienvenida que se celebraba esa noche en honor a lady Harrington. Su necesidad de escapar era más una cuestión de fatiga acumulada que otra cosa.
Además, tenía muchas cosas en la cabeza después de haber leído por encima los documentos con las órdenes y los resúmenes que lady Harrington había traído consigo.
Se alegró al saber que la habían asignado a la Octava Flota, pero algunos de los informes de la Oficina de Inteligencia Naval eran un tanto desconcertantes y se suponía que él debía informar de ellos cuanto antes al gran almirante Matthews y al centro de mandos.
Tenía que pensar en los datos y hacer que encajaran las piezas. Y, tenía que confesarlo, tendría que decidir cómo se sentía sobre otros aspectos puesto que, por más deprimente que fueran algunos de los análisis de la OIN sobre las actividades de los espías, las notas sobre las recomendaciones de la propia Comisión de Desarrollo de Armas de la RMA le preocupaban aún más.
La idea de efectuar cambios sustanciales y de gran calado en el armamento de la flota en un momento en el que el Reino Estelar estaba luchando por su propia existencia le parecía altamente cuestionable. Él mismo se había embarcado en una ardua batalla de décadas antes de la guerra contra los esfuerzos de los estrategas materiales de la nueva escuela para introducir sistemas de armamento a medio hacer antes de que se les sometiera a pruebas más intensivas. Por momentos aquella batalla de ideas había ido desbarrando hacia el terreno personal y lo cierto es que lamentaba profundamente las enconadas enemistades que se habían forjado entre oficiales de alto rango de la RAM a cuenta de aquello, pero nunca había dejado que eso menguase su oposición. Los de la nueva escuela estaban tan empeñados en la idea de desarrollar ventajas decisivas a partir de innovaciones tecnológicas que parecían creer que cualquier novedad era buena solo porque era nueva, independientemente de sus virtudes o vicios tácticos reales. Nada de lo que había visto últimamente lo había convencido de que hubiera aprendido nada nuevo de la guerra actual, lo que significaba que…
Sus pensamientos se vieron interrumpidos al escuchar el taconeo de alguien más sobre el suelo de la biblioteca. Bajó los pies del escritorio y puso la silla en vertical de nuevo, dándose la vuelta para mirar de cara a la puerta y después hizo una pausa. Tenía muchas tablas tras tantos años como para dejar entrever cualquier gesto de preocupación, pero fue más difícil de ocultar que de costumbre cuando se dio cuenta de que su anfitriona lo había pillado escondiéndose de su fiesta.
Allí estaba, junto al quicio de la puerta, alta y esbelta, con aquel conjunto de falda blanca y chaleco verde jade que no era tan sencillo como parecía a primera vista y que, a todos los efectos, se había convertido en su «uniforme» civil, con Andrew LaFollet justo detrás de ella. El pelo castaño le caía generosamente por la espalda, lo que contrastaba con el cabello corto y alborotado que lucía la primera vez que se encontró con Haven Albo, y lucía su Llave Harrington dorada y la Estrella de Grayson, también dorada, brillando sobre su pecho. Una estampa impresionante, pensó él para sus adentros, tras lo cual se levantó respetuosamente para saludarla.
Honor observó cómo se levantaba el conde y sonrió al ver su expresión de sorpresa.
Claro, se dijo ella mientras caminaba hacia él para extenderle la mano, él no sabía que la seguridad de la hacienda Harrington la había tenido informada de dónde estaba durante toda la noche.
Haven se inclinó hacia su mano, besándola a la manera graysoniana de forma totalmente impecable y después se estiró, sujetándola aún levemente. Haven Albo era un hombre alto y ancho de espaldas, pese a lo cual Honor podía mirarlo directamente a los ojos. Él sintió que Nimitz lo examinaba con interés mientras trepaba un poco más sobre el hombro de Honor.
—Veo que ha encontrado mi escondite preferido, milord —dijo ella.
—¿Escondite? —inquirió educadamente Haven Albo.
—Claro. —Honor miró a LaFollet y su hombre de armas entendió la orden silenciosa que ella le daba con sus ojos. Pese a todo no le hacía mucha gracia la idea de dejarla allí sin más protección, pero hasta él debía admitir que estaría suficientemente segura allí, así que le hizo una pequeña reverencia para mostrar su obediencia y se retiró. La puerta de la biblioteca se cerró tras él y Honor pasó por delante de Haven Albo hasta el escritorio, moviendo ágilmente las faldas. A continuación, subió a Nimitz hasta la percha que se había instalado encima del escritorio especialmente para él, a lo que él respondió emitiendo un sonido mitad risa, mitad reproche mientras jugueteaba con su mano. Pero aquello no era más que el viejo juego de siempre, así que ella lo despachó sin problemas dándole un golpecito cariñoso en el morro antes de girarse de nuevo hacia el conde.
—La verdad es que nunca me han divertido las fiestas, milord —admitió ella—. Supongo que es porque todavía me siento fuera de lugar en ellas, pero Mike Henke y el almirante Courvosier me enseñaron a como mínimo fingir que me lo estaba pasando bien. —Honor volvió a dedicarle una de sus medias sonrisas y él asintió a pesar de que, hasta ese momento, no sabía lo que ella le acababa de decir. Raoul Courvosier había sido uno de sus amigos más cercanos, además del mentor profesional de Harrington y puede que, con el paso de los años, a Raoul se le hubieran escapado más cosas de su estudiante favorita de las que él mismo era consciente.
—De todas formas —prosiguió Honor, echándose hacia atrás para apoyar la cadera sobre la esquina de la consola que estaba detrás de ella—, he llegado a la conclusión de que, dado que ahora soy la gobernadora, tengo la autoridad de, cuando menos, tener un hueco para poder esconderme. Por eso mi personal tiene órdenes expresas de tener la biblioteca desocupada durante las noches de fiesta para que yo tenga un sitio donde refrescar mis ideas entre escaramuza y escaramuza.
—No lo sabía, milady —replicó Haven Albo, dirigiendo la mano hacia la espada de su uniforme mientras se preparaba para retirarse. Al percatarse de ello, Honor negó con la cabeza vehementemente.
—No estoy tratando de echarlo, milord —le aseguró ella—. De hecho, el personal de seguridad le vio dirigirse hacia aquí y se lo comunicó a Andrew. Por eso estoy aquí… y si no hubiera encontrado el camino por su propio pie, Mac lo hubiera guiado amablemente hasta aquí.
—Vaya… —Haven Albo alzó la cabeza y la sonrisa de Honor se volvió irónica mientras se encogía de hombros.
—Ahora mismo vengo de un receso en la Comisión de Desarrollo de Armas y el almirante Caparelli tenía la sensación de que tenías ciertas, ejem, preocupaciones sobre algunas de sus recomendaciones. Por eso me indicó expresamente que le resumiese lo que se había estado tratando en la comisión. Dado que a ninguno de nosotros parecen entusiasmarnos especialmente los actos sociales y dado que soy consciente de que hablarás con el gran almirante Matthews y su personal sobre todo esto en los próximos días, preferiría tener la oportunidad de responderte a todas las preguntas que pueda esta noche.
—Entiendo. —Haven Albo se rascó la barbilla mientras se paraba a pensar en aquella manera de actuar de Honor, tan segura de sí misma. Aquella mujer había vuelto a dejarlo impresionado por lo mucho que había madurado en multitud de sentidos. Sabía que no debía estarlo, pero no podía evitar compararla con los oficiales militares obcecados, ignorantes hasta la médula o recelosos de la política (o al menos de los políticos) como los que había conocido antes en Yeltsin.
No había señal alguna de ignorancia política en aquella mujer de Estado absolutamente ecuánime y preparada, y aquella transformación seguía dejándolo atónito. En parte suponía que aquella sensación le venía del hecho de que él seguía perteneciendo a los descendientes de la primera generación manticoriana. Independientemente de su propia esperanza de vida, había crecido en una sociedad donde la gente seguía muriendo después de poco más de un siglo-T y, a un nivel más profundo, los postulados de la sociedad anterior continuaban siendo parte de su equipaje mental. A los noventa y dos años, cualquier persona que fuera tan joven como Honor Harrington seguía pareciéndole un niño y el hecho de que los tratamientos de tercera generación que ella se aplicaba hubieran conseguido detener el proceso de envejecimiento mucho antes tampoco ayudaba. Al menos él tenía mechones blancos en el cabello y lo que él prefería denominar como «líneas de carácter» alrededor de los ojos, ¡pero es que ella parecía estar en una preprolongación de los diecinueve o los veinte años!
Pero ya no era una niña, se recordó a sí mismo. De hecho, tenía cincuenta y dos años y tenía tantas luces (mentales, pero también físicas) como cualquiera que él pudiera conocer. Además, Honor era una persona que siempre había aceptado las responsabilidades que le habían ido surgiendo por el camino, fueran buscadas o no, y aquello convertía en casi inevitable que hubiera «crecido» en su condición de gobernadora Harrington. Ella no podía haber hecho nada más sin ser algo más.
Y nada de aquello hacía que sus logros fueran menos admirables. Solo quería decir que ya era hora de que él dejara de pensar en ella como una joven oficial brillante y con talento y comenzara a verla como la almirante lady Harrington, AEG, como su igual.
Aquellos pensamientos revolotearon por su cabeza tan rápido que casi le costaba seguir el hilo. Al final, volvió a sonreírle.
—Entiendo —repitió, para volver a sentarse en la silla de la que se había levantado hacía un momento.
Honor le devolvió la sonrisa y se giró hacia la silla de su propio centro de datos para ponerse cara a cara con él, se sentó e hizo un pequeño gesto con el que le invitó a abrir fuego.
—Lo cierto —dijo él un instante después— es que estoy tan preocupado por algunos de los informes de la OIN como lo estoy con el CDA. Por lo general, el Almirantazgo me suele tener informado de los progresos, pero los análisis que ha traído con usted son más detallados y bastante más pesimistas que los que había visto antes. Por lo que parece también contienen bastantes datos nuevos y no dejo de preguntarme hasta qué punto son fiables. ¿Ha tenido la oportunidad de debatir todos estos temas con alguien de la OIN antes de salir del Reino Estelar?
—Pues de hecho la almirante Givens y yo hablamos del tema con cierta profundidad hace un par de meses —respondió Honor—. No entramos en detalles de la parte operativa, entre otras cosas porque la información que recopila la OIN va a lo imprescindible y a mí no me hacía falta, pero el CDA precisaba toda la información de contexto disponible antes de escribir sus recomendaciones. Por lo que me dijo, yo afirmaría que está convencida de la fiabilidad de sus fuentes pero, teniendo en cuenta el cuidado con el que tanto ella como la OIN han leído las intenciones de los repos desde el comienzo de las hostilidades…
Honor se encogió de hombros porque sabía que Haven Albo había entendido lo que había quedado sin decir. De hecho, la ruptura de las hostilidades había cogido a la Oficina de Inteligencia Naval por sorpresa y a la almirante Givens y sus analistas no se les habían dado más razones que a otros para esperarse (o predecir) el asesinato de Harris o la creación del Comité de Seguridad Pública. Pero, dejando al margen esos fallos, los agentes de la OIN habían realizado un trabajo encomiable analizando minuciosamente las capacidades de los repos y sus posibles intenciones.
—Tengo la impresión —continuó Honor un momento después, escogiendo sus palabras con cuidado— de que una buena parte de los datos en bruto proceden de nuevas fuentes de inteligencia humana.
Honor le sostuvo la mirada a Haven Albo hasta que este asintió una vez más.
«Inteligencia humana» era un término más educado que «espías», pero incluso hoy, los múltiples y variados métodos tecnológicos de recopilación de información seguían quedándose cortos ante lo que podían conseguir un par de ojos y un par de orejas si se estaba lo suficientemente alerta y eran usados con inteligencia. El problema, por supuesto, era valorar la confianza que ofrecían los espías de uno antes de hacer circular sus informes a través de distancias interestelares. Por otra parte, las agencias de Inteligencia habían estado trabajando en el terminal de la transmisión de datos desde que las velas Warshawski habían convertido los hiperviajes en una proposición verdaderamente práctica.
—En concreto —continuó ella—, sospecho, a pesar de que la almirante Givens no lo dijera directamente, que tenemos al menos una fuente dentro de la embajada repo en la Antigua Tierra.
Haven Albo arqueó las cejas al escuchar aquello, pero enseguida frunció la boca a medida que la sorpresa fue dejando paso al aire meditabundo. Lo cierto era que aquello tenía sentido, reflexionó. Ron Bergren, el que fuera secretario de Exteriores havenita durante el antiguo gobierno legislaturista, había sido el único miembro del gabinete de Sidney Harris que había conseguido escapar de la matanza que se produjo en el intento de golpe militar de los RHP. Si sobrevivió fue por la simple razón de que, en ese momento, estaba de camino a la Antigua Tierra para explicarle a los de la Liga Solariana que no eran realmente los repos quienes habían empezando la guerra con Mantícora, independientemente de lo que pudiera parecer. Tras enterarse del golpe, había declarado su lealtad al Comité de Seguridad Pública de manera entusiasta… y había encontrado de golpe un montón de razones para que ni él, ni su esposa, ni ninguno de sus tres hijos regresasen a la República Popular. Quizá fue inteligente por su parte, teniendo en cuenta que más del noventa por ciento de las principales familias legislaturistas habían sido ejecutadas o exiliadas a planetas-cárcel por los Tribunales del pueblo. También le había ayudado el hecho de que la Antigua Tierra estaba a más de mil ochocientos años luz del Sistema Haven.
La Confluencia del Agujero de Gusano de Mantícora estaba cerrada al tráfico repo por razones obvias y el gobierno de Cromarty había logrado un enorme triunfo diplomático, siete años atrás, al añadir a la República Erewhon a la Alianza Manticoriana. Erewhon no era más que un sistema político único, pero como el propio Reino Estelar, aunque a menor escala, era mucho más rico que lo que cabía esperar de cualquier sistema único, por cuanto resultaba que controlaba el único terminal restante de agujero de gusano que conectaba con la Liga en un territorio espacial que se extendía a lo largo de mil doscientos años luz a partir de la capital repo. En el pasado existió una cierta rivalidad económica entre Erewhon y Mantícora, pero ambas reconocieron la amenaza que para ambas suponía Haven, así que la admisión de Erewhon en la Alianza había cerrado el agujero de gusano de Erewhon a los repos. Esto significaba que hasta las naves mensajeras repos, que surcaban el extremo hiperespacial superior de las bandas theta, tardaban bastante más de seis meses en viajar hasta la Antigua Tierra, mientras que una nave mensajera procedente de Mantícora podía llegar a la tierra madre en apenas una semana.
Las ventajas diplomáticas para el Reino Estelar eran obvias, pero para Ron Bergren en concreto eran casi igual de buenas. El tipo estaba fuera del alcance del Comité, pero ya ocupaba un lugar en la estructura diplomática de la Antigua Tierra, donde había representado los intereses de sus nuevos maestros con diligencia (después de todo, seguía teniendo parientes en casa) y cualquier intento de retirarlo contra su voluntad solo provocaría que acabara solicitando asilo a la Liga… o desertando hacia Mantícora.
Como consecuencia de aquello, seguía siendo técnicamente el secretario de Exteriores de la RPH, a pesar de que, a todos los efectos prácticos, se le había reducido la categoría a mero embajador de los repos para la Antigua Tierra y la Liga. Pero incluso aunque Bergren fuera (o actuase como si lo fuera) leal al nuevo régimen, se llevaría a un equipo consigo. La mayoría de ellos eran también legislaturistas y la posibilidad de que uno de ellos pudiera convertirse en agente manticoriano (ya fuera por dinero, venganza, lealtad patriótica al antiguo régimen, o cualquier combinación de las anteriores) resultaba excelente. Y dadas las diferencias en tiempos de tránsito, al Reino Estelar le llegarían los informes relacionados con cualquier cambio en las relaciones entre los repos con la Liga al menos con seis meses de antelación con respecto al Comité de Seguridad Pública.
—En cualquier caso —observó Honor después de darle al conde unos minutos para pensar en lo que acababa de decirle—, la naturaleza de los datos indican claramente que al menos una fuente de envergadura está emitiendo informes desde la Antigua Tierra. Mira la información sobre los esfuerzos que están haciendo los repos para saltarse el embargo tecnológico.
—Ya lo vi —repuso Haven Albo con amargura y ahora le tocaba a Honor asentir sobriamente con la cabeza.
El embargo que la Liga Solariana había establecido con anterioridad a la guerra sobre los traspasos tecnológicos a los beligerantes favorecía claramente al Reino Estelar, más proclive a la investigación activa, al establecimiento de desarrollos y a un sistema educativo superior. Las ventajas tecnológicas de la RAM habían supuesto un factor decisivo en su capacidad de llevar la guerra tan lejos.
Pero algunos de los sistemas miembros de la Liga, recordó Haven Albo, ya habían mostrado su malestar por el embargo, al que el Reino Estelar había llegado únicamente por la influencia económica otorgada por su ingente Marina mercante y por el control de la Confluencia del Agujero de Gusano de Mantícora. Y con todo el tamaño y poder que tenía, características ambas innegables, la Liga era un proyecto destartalado en muchos sentidos. Podía llamarse Liga Solariana, pero en realidad y a efectos prácticos la Antigua Tierra era sencillamente la primera entre un grupo de iguales, ya que todos los mundos miembros tenían un escaño en el consejo ejecutivo… y cada delegado del consejo tenía derecho a veto. Existía una tradición que perduraba ya desde hace mucho según la cual el derecho a veto se empleaba raras veces en asuntos domésticos por dos razones. En primer lugar, los ministros de la Liga eran conscientes de que sus políticas podían ser vetadas por un único objetor y aquello les había inspirado durante generaciones para recomendar políticas domésticas sobre las que estuvieran bastante seguros de que podían suscitar un consenso amplio. Y, en segundo lugar, cualquier mundo miembro que utilizase su derecho a veto de manera frívola iba a descubrir en breve que sus colegas tenían varias vías por las que tomar represalias contra su actitud.
Pero si la política interior de la Liga tenía cierta coherencia, su política exterior y militar era harina de otro costal, puesto que era bastante más difícil forjar un consenso en el frente diplomático. Mucho de aquello se desprendía del ingente tamaño y poder de la propia Liga. Hasta la descomunal maquinaria militar que había forjado la República Popular era incapaz de llegar a una cuarta parte de la Armada de la Liga y el tejido industrial de esta era probablemente tan grande como el del resto de la humanidad junta. Como consecuencia de aquello, era muy difícil convencer a los mundos miembros de la Liga de que alguien o algo suponía una amenaza creíble para ellos y aquella confianza extraordinaria resultaba desastrosa cuando se trataba de crear una política exterior con cierta armonía. Las consecuencias de las decisiones en política interior tenían un impacto directo y tangible sobre la calidad de vida de los ciudadanos de la Liga; pero la ausencia de una política exterior racional, no, así que cada mundo miembro se sentía libre para presionar en función de los ideales sugeridos por su propia idiosincrasia sobre lo que tenía que ser una política «adecuada»… o directamente podían ignorar todos los asuntos relacionados con política exterior. Por no mencionar que los delegados del consejo ejecutivo eran bastante más proclives a utilizar su capacidad de veto para evitar «peligrosas aventuras exteriores» que a soliviantar a sus colegas en asuntos domésticos.
Esa era la razón por la que el gobierno de Cromarty se había visto obligado finalmente a imponer el embargo tecnológico exclusivamente en términos económicos. El Reino Estelar había sido más que sutil a la hora de ejercer medidas de presión, pero nada que no fuera una amenaza de cierre de la confluencia manticoriana a todos los envíos registrados a nombre de la Liga y de imposición de aranceles de penalización sobre todos los cargueros que se desplazaran por los fondos manticorianos habría sido suficiente para llamar la atención del consejo. Cromarty era perfectamente consciente de que la mano dura solo generaría rechazo, pero también tenía la convicción de que no le quedaba alternativa.
El caso es que funcionaron… y que produjeron todavía más rechazo de lo que él se había esperado. No fue solo que muchos líderes de la Liga se tomaran aquello como una afrenta personal y diplomática, sino que los analistas de Cromarty fueron incapaces de prever las considerables cantidades de dinero que los repos iban a ofrecer por la tecnología de la Liga. Una vez que los combates pusieron al Reino Estelar contra las cuerdas, hasta un imperio ahogado financieramente como la República Popular se las apañó para reunir grandes cantidades de dinero para pagar a cualquiera interesado en venderles lo que necesitaban. Para los comerciantes de armas de la Liga, que se les exigiese renunciar a un negocio tan lucrativo constituyó una afrenta mayor que las tácticas negociadoras de los manticorianos y, a juzgar por las pruebas que había conseguido reunir la OIN, parecía bastante claro que al final había habido alguien en la Liga que había decidido violar las restricciones del embargo.
Tan claro como que las rupturas del embargo se filtraron en una y otra dirección, puesto que una fuente de la Armada de la Liga había informado de que había personas de la Liga experimentando con su propia versión del sistema de comunicación FTL de corto alcance, una de las ventajas tácticas más valiosas que tenía la RAM. Hasta ese momento habían tenido un éxito bastante limitado, pero estaban en el buen camino y los progresos que habían realizado, por no mencionar los conceptos básicos sobre los que parecían basarse sus esfuerzos, sugerían que alguien había estado compartiendo datos con ellos.
Siempre era posible que un agente del ejército aliado les hubiera pasado información, pero los repos, que habían visto el sistema en acción y sin duda tenían el ojo puesto en él (por no mencionar la posibilidad de que hubieran podido capturar un transmisor en suficiente buen estado como para permitirles efectuar una reversión de ingeniería sobre él), parecían unos sospechosos más plausibles. Y si habían conseguido, de hecho, facilitar información para ayudar a la Liga a desarrollar ese tipo de capacidades, parecería justo responder con un quid pro quo que enviase a cambio una maquinaria militar más potente a Haven.
—Poseemos confirmación de transferencias de tecnología procedentes de otras fuentes, también —le dijo tranquilamente Honor a su invitado—. Los sistemas de rastreo en los misiles repos han mejorado enormemente en un periodo de tiempo muy corto. Teníamos un treinta o cuarenta por ciento de ventaja cuando comenzó la guerra, pero la CDA calcula que nuestra superioridad se ha desplomado hasta un máximo de un diez por ciento en el momento actual. Por suerte, nuestras medidas de respuesta y nuestra capacidad electrónica general para propósitos bélicos ha seguido mejorando a un ritmo más rápido que el suyo, así que el incremento relativo efectivo en la precisión de sus misiles es «solo» del orden de un veinte por ciento, pero eso sigue sin ser bueno.
»También —su mirada se volvió más oscura— tenemos informes no confirmados de que los repos han empezado a desplazar lanzamisiles propios.
—¿Ah, sí? —inquirió Haven Albo con voz aguda—. ¡No he visto mención alguna a eso en los resúmenes de la OIN!
—Como digo, no están confirmados… sobre todo porque las naves que creemos que pueden haberse topado con ellos no han regresado a casa para contárnoslo —repuso Honor encogiéndose de hombros—. La Comisión de Desarrollo de Armas estaba convencida de la precisión de los informes, en buena medida porque encajaban a la perfección con otras mejoras exponenciales que hemos podido observar en la tecnología AP. Pero la OIN ha adoptado la postura de que hasta que tengamos algo más definitivo, la existencia de los lanzamisiles repos ha de ser considerada como una mera suposición.
—¡Una suposición! —irrumpió Haven Albo abruptamente—. Pues sí que va a ser de mucha ayuda cuando a algún pobre comandante le den en los morros con sus «supuestos» lanzamisiles. —De repente se quedó en silencio y carraspeó—. Quiero decir, la primera vez que uno de nuestros comandantes de flota se encuentre con ellos. ¡No me puedo creer que Pat Givens esté siendo tan poco contundente con una amenaza de este calibre!
—Sé exactamente a qué se refiere, milord —dijo Honor esbozando una sonrisa por la palabra que Haven había reprimido por estar ante su presencia. ¿Sería posible que las costumbres de Grayson estuvieran contaminando a los manticorianos allí asignados? Y, de ser así, ¿era tan malo? Después de abandonar tales pensamientos, Honor se puso más seria y se inclinó ligeramente hacia él—. Y en lo que respecta a la almirante Givens, no sé por qué no ha sido capaz de dar la voz de alarma de una manera oficial. Una posibilidad, y la ofrezco como una mera conjetura por mi parte, a juzgar por algunas cosas que he observado cuando estuve en el DepArm, es que es mejor estratega que técnica. Me parece que duda más a la hora de comprometerse con temas relacionados con la tecnología que cuando se trata de asuntos operativos o diplomáticos. —Honor se encogió de hombros como pidiendo perdón—. Tal vez me esté pasando de la raya, pero es lo que me pareció. —Tampoco creyó que fuera necesario añadir que la lectura que tanto ella como Nimitz habían hecho de las emociones de Givens eran una razón de peso para elaborar su «conjetura».
—Es muy posible que tenga razón —dijo Haven. De hecho, estaba seguro de que así era, y se trataba de otra señal de su inteligencia que hubiera llegado a tal conclusión desde una posición relativamente baja en el escalafón de la RAM.
—En cualquier caso —prosiguió Honor—, sea cierto o no que están desarrollando lanzamisiles, se están observando mejoras en la eficacia de sus sistemas en todas las áreas. Por suerte, nuestros últimos cálculos indican que tenemos un cierto margen de superioridad hasta en las tecnologías introducidas más recientemente por la Liga, pero es mucho menor que la que tenemos sobre los repos. Puede ser suficiente si seguimos explotándola de manera agresiva, sobre todo si tenemos en cuenta lo mucho que tardan en dar la vuelta los datos o equipamientos que van desde la Liga hasta los repos y tanto el DepArm como la CDA esperan que así sea. Ha habido también bastante discusión con el DepNaves sobre las romas en las que podemos meter más capacidad AE en nuestros cascos sin que se vea afectado el volumen de armas, pero tiene pinta de que estamos empezando a alcanzar un punto en el que las mejoras son cada vez más pequeñas en ese campo. Esa es una de las razones por las que el DepArm ha movido con tantas ganas el proyecto Navegante Fantasma en el último año-T.
Honor levantó la vista hacia el conde, que asintió con la cabeza como queriendo mostrarle que sabía a qué se refería. «Navegante Fantasma» era el nombre en código que se le había asignado a algo que, con suerte, marcaría un hito en la historia de la guerra electrónica. Si las cosas salían tal y como se habían planeado, se podría meter lo que se necesitaba en cápsulas especiales, lo que proporcionaría una capacidad AE suplementaria que podría derivarse hacia múltiples plataformas independientes.
Idealmente, una nave sería capaz de lanzar cápsulas relativamente sencillas y limitadas en comparación con los sistemas de los aviones cazatorpedos, pero cada una de ellas podrían operar de un modo diferente para proporcionar una capacidad global muy superior que los sistemas de a bordo, que podrían ser más potentes, pero solo podían operar en un sentido cada vez.
—Mientras estaba con la comisión, vi algunos informes alentadores de largo alcance sobre el Navegante Fantasma —prosiguió Honor un momento después—. El único equipamiento que, de hecho, está en la cadena de producción son los misiles señuelo y los lanzamisiles camuflados. El resto tardarán algo más antes de que lleguen a la fase de utilización. Creo que el vicealmirante Adcock tiene razón sobre lo mucho que el proyecto va a potenciar, al final, nuestras capacidades; pero, por ahora, está claro que la AP nos ha recortado parte de la ventaja que le sacábamos.
—Y sus índices de construcción van en ascenso —murmuró Haven Albo, a lo que ella asintió una vez más, con la mirada muy seria.
—Sin duda, milord. El número total de cascos nuevos por mes ha seguido bajando, pero eso se debe únicamente a que les hemos quitado muchos astilleros. Los astilleros que han dejado atrás demuestran un marcado incremento en la producción. Están consiguiendo terminar las nuevas naves mucho más rápido, a pesar de que su pérdida en términos totales del número de astilleros implica que pueden construir menos a la vez. E insisto, parte de ese incremento puede deberse a transferencias tecnológicas, pero parece más probable que se derive de una gestión de personal más eficaz. Sus niveles de construcción se desplomaron cuando empezaron a reclutar pensionistas para los astilleros, pero esa tendencia se ha revertido en el último año, más o menos. Creo que la OIN tiene razón al afirmar que la reversión demuestra que su mano de obra original y sin preparación está aprendiendo a hacer su trabajo de manera más eficaz y que el apoyo popular a la guerra sigue siendo alto, lo que se traduce en una fuerza de trabajo más motivada. Sin aportaciones tecnológicas realmente sustanciales por parte de la Liga, las limitaciones de su planta física deberían mantenerlos alejados de los índices de construcción que tenemos nosotros, pero lo cierto es que se están acercando mucho más de lo que, hasta ahora, habían sido capaces.
—Entonces la almirante Givens sigue con la idea de que Pierre y su gente gozan del «apoyo popular», ¿no? —Haven Albo alzó la cabeza—. ¿Ni siquiera aquel asunto de Nuevo París le hizo cambiar de opinión?
—No, milord. Los informes sobre lo que allí ocurrió exactamente son confusos, pero dado que tanto la OIN como el Servicio Especial de Inteligencia coinciden en señalar que aquello fortaleció la posición del Comité de Seguridad Pública, no creo que nos atrevamos a discrepar.
Honor sonrió irónicamente, a pesar de la seriedad de la conversación, y Haven Albo le devolvió la sonrisa. La Oficina de Inteligencia Naval y el Servicio Especial de Inteligencia, las agencias que coordinaban la labor de sus homólogos civiles, tenían fama de vivir en perpetua competición… y rencor. Como probablemente se esperaba, la OIN tendía a tener razón con más frecuencia en lo que se refería a asuntos militares, mientras que el Seguridad Servicio Especial de Inteligencia salía bastante mejor parado en temas económicos y diplomáticos. Allí donde colisionaban sus áreas de especialización, no obstante, las disputas eran tan comunes como encendidas. Apenas constaban casos en los que ambos coincidieran.
En ese momento, Haven recordó de qué estaban hablando antes de todo aquello y la sonrisa se le desvaneció.
—No creo que yo vaya a discrepar —retomó el diálogo un instante después—, pero me despierta la curiosidad saber si sus razones coinciden con las mías. ¿Se las han hecho saber?
—En términos generales —repuso Honor—, creo que su primer argumento sería que la trifulca tuvo lugar en Nuevo París, no en ningún otro sitio del Sistema Haven o, a los efectos que importan, en ningún otro sitio dentro de la República. Desde aquel asunto en Malagasy y el motín en el Sistema Lannes, no hemos recibido informes de resistencia manifiesta al gobierno central en ningún otro sistema. Eso no quiere decir que no pueda haber habido alguna, pero si la ha habido, ha debido de ser a una escala lo suficientemente pequeña como para que su departamento de Información Pública haya conseguido sofocarla inmediatamente. Lo cual significa que quienquiera que controle la capital, controla también las provincias.
Honor hizo una breve pausa, arqueando una ceja sin dejar de mirarle, a lo que él respondió asintiendo con la cabeza para que continuara.
—La segunda razón que esgrimen es que quienquiera que estuviera detrás de la intentona golpista fracasó estrepitosamente —dijo ella—. Tanto si aceptamos la versión oficial de Información Pública sobre lo que ocurrió, como las versiones menos coherentes, pero probablemente más exactas, de otras fuentes, lo que parece bastante claro es que el núcleo principal de sus seguidores fue pillado in fraganti. Tenemos informes que certifican que usaron nieve de racimo sobre la turba callejera, milord. —La mirada de Honor se perdió como si estuviera recordando la vez en el que las pinazas que estaban bajo su mando usaron armas similares contra objetivos desprotegidos—. Es posible que se hayan llevado por delante a varios millones de personas, pero después de ese tipo de… actuación, a los «alzas» no les puede quedar mucha mano de obra. No es solo que se hayan machacado a sí mismos, es que el ejemplo de lo que les ocurrió hará que cualquiera que pretenda embarcarse en un intento similar se lo piense dos veces.
»Finalmente, todas las pruebas disponibles sugieren que fue la Armada quien los detuvo. Información Pública sugiere que fue Seguridad Estatal, el Comité de Seguridad, la Policía de Orden Público y la guardia presidencial, con el apoyo de la Armada, pero nuestras otras cuatro fuentes indican que fue al revés. Es evidente que las fuerzas de seguridad no se quedaron de brazos cruzados, pero su respuesta fue coherente. La OIN sugiere que alguien debe de haber conseguido controlar su red de mando, pero no hemos sido capaces de confirmar tal extremo. Pero, independientemente de lo que ocurriera, fueron los ataques cinéticos y aéreos de la Armada y la intervención de los marines, enfundados en traje de batalla bajo las órdenes de la almirante McQueen, los que consiguieron repeler a los sublevados y está claro que McQueen no fue en persona a hacerse con el mando del Comité. Eso indica que hay alguien de más rango militar por detrás apoyando al régimen de Pierre en quien no habíamos pensado previamente. Y los informes que decían que a McQueen se le había ofrecido un asiento en el Comité no hacen más que reforzar esa teoría.
—¿Entonces, está diciendo —resumió Haven Albo aprovechando la nueva pausa de Honor— que han puesto a las provincias a raya, que la resistencia civil en la capital ha sido aplastada y que el ejército ha dado el visto bueno a todo eso?
—Más o menos —aceptó Honor—, aunque no creo que lo haya puesto exactamente en esos términos. Yo diría que un segmento particular de la población civil de la capital ha sido aplastado. Teniendo en cuenta las dimensiones de la carnicería y las bajas colaterales que se infligieron en el proceso, sospecho que la masa de los pensionistas ha decidido apoyar al Comité como una fuente de estabilidad que puede ser capaz de evitar que vuelvan a ocurrir cosas parecidas. Eso va un poco más allá de la idea de los civiles gobernados con puño de hierro y obligados a obedecer por el temor a las represalias, milord.
—Ajá. —Haven Albo reclinó su silla hacia atrás una vez más, flexionando los brazos por los codos y entrelazando los dedos delante de él mientras fruncía el ceño. Una vez más, no podía decir que su análisis estuviera equivocado… o, quizá, para ser más precisos, que estuvieran equivocados los cálculos de la OIN y del DepArm sobre lo que significaba la estabilidad en el interior de la República Popular para la raza constructora. Los repos habían echado definitivamente más leña al fuego de sus programas de construcción. Si antes tardaban casi el doble en construir un superacorazado, ahora habían recortado la desventaja a la mitad, y si no había nuevas fuentes de agitación doméstica que interrumpiesen sus esfuerzos…
—Se mire como se mire —prosiguió Haven parsimoniosamente—, estamos perdiendo nuestro margen de ventaja. No solo en números, porque ya me había fijado hace unos meses en que habían incrementado su ratio de producción, sino también en calidad. —Haven meneó la cabeza—. No nos podemos permitir tal cosa, milady.
—Ya lo sé —repuso ella con tranquilidad mientras observaba cómo los ojos de él se estrechaban mientras centraba toda su atención en ella.
—Por otro lado —continuó Haven—, creo que esto me carga aún de más razones para preocuparme por las recomendaciones de la Comisión de Desarrollo de Armas.
—¿Preocupaciones, milord? —preguntó ella sin inmutarse.
—Y bastante graves, de hecho —indicó él—. Teniendo en cuenta que ya estamos asistiendo a un desfile de números al alza por su parte y a unas mejoras patentes en la tecnología enemiga, este no es el momento de entretenernos en pequeños ajustes de nuestro armamento que pretendan alcanzar el equipamiento perfecto. —Haven se echó a reír mordiéndose mentalmente el labio por las propuestas y exigencias ridículas planteadas en el libro blanco de la CDA que había enviado Harrington. Él solo le había echado un vistazo al documento, pero con aquello le había bastado para saber que eran más tonterías de novatos—. Lo último que nos podemos permitir es dividir nuestros esfuerzos entre demasiados proyectos, la mayoría de los cuales probablemente no sirven para nada en cualquier caso. Lo que nos hace falta es racionalizar los planes de producción para poner a trabajar el máximo número de armas que conocemos y dejarnos de derrochar recursos intentando hacer saltar la banca con algo que marque la diferencia.
»Lo cierto es que la necesidad de concentrarse en tecnologías factibles en vez de construir castillos en el aire, tratando de alcanzar alocadas panaceas que suponían un auténtico despilfarro, era una lección que la gente debería haber aprendido ya, ¡al menos por la historia de la Antigua Tierra!
—La comisión no está pidiendo precisamente «despilfarros», milord —dijo Honor con un tono ligeramente glacial, pero él sacudió la cabeza.
—Estoy seguro de que está al corriente de mis, ejem, diferencias de opinión con lady Hemphill y la gente de nueva escuela —dijo él—. Nunca he afirmado que no haya sitio para las nuevas tecnologías, y el Navegante Fantasma es un claro ejemplo de un sistema nuevo con un valor tangible e inmediato, pero tiene que existir un equilibrio. No podemos lanzar una nueva arma sin más y ponerla a funcionar simplemente porque es nueva. Ha de tener un fin funcional y la flota precisa de un riguroso análisis de sus ventajas y desventajas también, antes de que se ponga en marcha. La mera existencia de un arma, por más potente que sea, no garantiza que se le pueda dar un uso adecuado. Si no hemos pensado en cómo emplear un sistema adecuadamente podría acabar siendo más peligroso para nosotros que para el enemigo, sobre todo si nos comprometemos tanto con ese proyecto que acabamos escatimando de otras armas cuya eficacia ya ha sido probada en el campo de batalla.
Honor podía sentir el disgusto de Haven a través de su vínculo con Nimitz y aquello le sorprendió. Ella sabía que Haven Albo era un líder reconocido de la llamada «escuela histórica», que creía que las verdades estratégicas fundamentales no cambiaban, que los nuevos sistemas de armamento y tecnología no ofrecían más que otras formas mejores para aplicar esas verdades, no que podían crear verdades nuevas. Sus encontronazos con la nueva escuela eran célebres. Pero la profundidad y amargura del hastío que impregnaban sus emociones en aquel momento la dejaban perpleja. Era casi como fatiga de combate, concluyó ella, como si hubiera librado tantas batallas contra la nueva escuela que no pudiera ya dejar a un lado sus emociones para considerar las propuestas de la CDA de una manera desapasionada.
Honor empezó a hablar, pero él alzó una mano y prosiguió antes de que ella pudiera interrumpirlo.
—Me doy cuenta de que su estancia en la comisión fue breve, milady, pero solo fíjese en algunas de sus propuestas. —Haven fue marcando los dedos de la mano que tenía levantada—. Para empezar, quiere que realicemos un rediseño radical de nuestras naves del frente para fabricar un tipo de embarcaciones que no ha sido probada en absoluto.
»Después, quiere que aceleremos la construcción de una nave de ataque ligera, cuando ya hemos demostrado casi de una manera definitiva que hasta las NLA modernas no están a la altura, tonelada por tonelada, de las naves diseñadas adecuadamente, aunque fueran de carácter defensivo.
»Además quiere que desviemos en torno a un diez por ciento de nuestra capacidad constructiva de los superacorazados y acorazados, todo esto, permítame recordárselo, en un momento en el que los niveles de construcción de los repos en esas mismas clases de embarcaciones siguen subiendo, para construir las llamadas «porta-NLA», esas que están diseñadas para transportar naves ligeras de ataque a través de distancias interestelares como unidades ofensivas, no defensivas.
»No contentos con eso, pretende sacar los misiles guiados de las naves del frente que ya se han construido y reemplazarlos por lanzaderas que usarán un doce por ciento más de volumen de artillería y misiles cuyo tamaño reduce la capacidad efectiva de las recámaras en un dieciocho por ciento. —Haven sacudió la cabeza—. No, milady. Esto no es solo cambiar de caballo a mitad de trayecto, esto es saltar del caballo sin estar seguro de que se tiene otro sobre el que aterrizar, y eso no es algo que se haga en medio de una guerra. No si lo que quieres es ganar esa guerra. A mí esto me suena demasiado como que Sonja Hemphill ha hecho una lista de deseos y quiere que yo la apoye.
—Pues se equivoca, milord —dijo Honor—, y tal vez debería haber leído el libro blanco en lugar de limitarse a descargar su ira contra él.
Aquella voz aguda y calmada, y a la vez incisiva, hizo que Haven Albo se revolviera en la silla y ella pudo sentir el asombro de él a través de Nimitz. Él no estaba acostumbrado a que nadie le hablara así y ella se dio cuenta, pero se negó a dar un paso atrás y le sostuvo la mirada sin pestañear.
Haven Albo miró a su anfitriona y era como si realmente la estuviera viendo por primera vez. Muy pocos oficiales de un rango menor a tres estrellas se atrevían con él, e incluso esos rara vez tenían las narices de dirigirse a él en un tono tan sereno y cortante. Pero Honor Harrington tenía las narices y sus ojos color marrón chocolate estaban perfectamente tranquilos, sin perder un ápice de dureza. Haven Albo pestañeó mientras digería aquel comportamiento de Honor, puesto que, por más doloroso que fuera, estaba claro que ni su innegable experiencia, ni sus logros, ni su rango superior habían conseguido intimidarla. No había ni rastro de disculpas ni titubeos en sus formas, mientras el ramafelino alzaba la cabeza para mirar a Haven Albo desde la percha situada por encima de ella.
—¿Discúlpeme? —La pregunta le salió con más dureza de lo que pretendía, pero es que ella le había tocado la fibra. Él se había pasado la mayor parte de treinta años-T peleándose con la incurable afición de «la Horrible Hemphill» por los nuevos juguetes. ¡De no haber sido por él es posible que toda la Armada se hubiera visto estancada con el mismo arsenal de armas que, hace diez años, casi acabó con la propia nave de Harrington en la estación Basilisco!
—Le digo que se equivoca —repitió Honor sin ceder un milímetro ante la fría furia que escondía la voz de él—. Yo también he tenido mis diferencias con lady Hemphill, pero las recomendaciones de la CDA no son su «lista de deseos». Está claro que ella ha tenido mucho que ver en muchos de los nuevos conceptos que se han puesto en marcha. Pero, para ser sinceros, milord, ¿ha habido algún desarrollo tecnológico en los últimos treinta años en el que ella no haya tenido algo que ver? Sea lo que sea, no se puede negar que es imaginativa y técnicamente brillante, y aunque pueda ser verdad que muchas de sus ideas han demostrado ser operativamente poco sólidas, dar por sentado que todas van a fallar siempre es tan estúpido como rechazarlas sin pensárselo dos veces simplemente porque es ella quien las propone. ¡Nadie con una imaginación tan fértil como la suya puede estar equivocado todo el rato, milord!
—No rechazo sus ideas simplemente porque sea ella quien las propone —respondió incisivamente Haven Albo—. Las rechazo porque este paquete que le ha colado a la comisión va a descabalgar nuestros calendarios de producción y va a exigir que desarrollemos toda una nueva serie de doctrinas tácticas, ¡y encima para desarrollar armas que probablemente no van a funcionar tan bien como ella y sus seguidores se piensan, justo en el medio de una guerra, joder!
—Antes de que prosigamos con esta discusión, milord —dijo Honor con mucha calma—, creo que debería saber que la persona que escribió las recomendaciones finales de la comisión fui yo.
Haven Albo cerró la boca de golpe y se quedó mirándola. A Honor ni siquiera le hizo falta echar mano de Nimitz para captar la incredulidad y la sorpresa que se estaba apoderando de él, así que ella reprimió un súbito deseo de resoplar de exasperación. Ella siempre había respetado a Haven Albo, como oficial y como hombre, y sabía que él se había preocupado personalmente por su carrera desde la muerte del almirante Courvosier. Él la había guiado y aconsejado desde entonces y su ayuda le había sido de un valor incalculable en más de una ocasión, pero esta vez resultaba decepcionante.
Honor sabía que estaba cansado, con solo echar un vistazo a las líneas de expresión grabadas en torno a sus ojos de color azul hielo y los mechones blancos en su pelo, más gruesos que de costumbre, pero él daba para más que todo aquello. ¡El iba a dar para más! La Armada y la Alianza necesitaban que ejerciera su influencia para apoyar las políticas adecuadas, no para refugiarse en una dogmática oposición contra cualquier cosa que viniera asociada a Sonja Hemphill. Él empezó a decir otra cosa, pero ella lo detuvo.
—Almirante, yo seré la primera que reconozca sus éxitos, tanto antes del comienzo de esta guerra como desde el momento en el que estalló. De hecho, yo misma me he sentido siempre más cómoda con la escuela histórica que con la nueva escuela. Pero el Reino Estelar no se puede permitir el lujo de que sus oficiales de más rango se enzarcen unos con otros para intentar imponer su punto de vista. Yo le aseguro que no fui la única oficial a la que se pidió que diese una opinión, basada en la experiencia personal, sobre la maquinaria que recomienda la comisión. Y si hubiera examinado los apéndices técnicos en lugar de limitarse a leer por encima los cambios propuestos en las prioridades de producción, habría visto que, independientemente de quién los propusiera, cada una de nuestras recomendaciones ha sido modificada para adecuarse a los datos extraídos de experiencias de combate reales.
»Por ejemplo, las NLA contra las que usted ha puesto objeciones son un modelo completamente nuevo, con mejoras que ni siquiera tenían las nuevas que me llevé a Silesia. Los nuevos compensadores las harán mucho más rápidas que cualquier otra nave espacial. Por su parte, DepNaves ha encontrado la manera de mejorar los nodos beta hasta casi tener la potencia de nodos alfa, lo cual les proporciona unos laterales mucho más potentes que los de cualquier NLA anterior. Además, los nuevos diseños incorporan armamentos de energía extremadamente potentes, gráser, no láser, con una configuración cónica medular. No se las diseñará para combates a campo abierto; su función será más bien aproximarse de manera lateral a las embarcaciones enemigas, lo que impedirá que el oponente pueda dispararles a bocajarro hasta que estén extremadamente cerca, momento en el que se podrán girar para atacar al citado objetivo individual a mansalva. En muchos sentidos, será una reversión al antiguo portanaves de la Armada… y con muchas de las ventajas del porta-NLA. Puede desplazar a sus unidades hasta lugares a salvo del alcance de los misiles, atacar y salir de allí sin sufrir los ataques de una nave de defensa convencional. Y le guste o no, lady Hemphill tiene razón sobre lo prescindibles que son las NLA. Son minúsculas y tienen tripulaciones tan pequeñas que podemos cambiar doce por un crucero pesado y salir ganando, no solo en términos de tonelaje, sino también en número de vidas.
»Continuemos: las nuevas naves del frente, esas a las que usted también ha puesto objeciones, no son más que una extrapolación lógica del armamento que yo tenía en Silesia. Donde, permítame recordárselo, señor, mi escuadrón, operando como unidades individuales fuera de cualquier ámbito de apoyo mutuo, capturaron o destruyeron a todo un escuadrón pirata, además de un crucero ligero repo, dos cruceros pesados y un par de cruceros de batalla, mientras que nosotros solo perdimos un único crucero mercante armado. Es verdad que construir un superacorazado hueco supone un punto de inflexión radical y DepArm coincide en señalar que el nuevo diseño traerá consigo una reducción de la potencia estructural. Pero también permitirá que cada SA pueda llevar a bordo más de quinientos misiles y disparar una salva de seis cada doce segundos. Eso hace un total de cinco mil misiles, a un ritmo de trescientos por minuto, desde una única nave que sacrificará en torno a un treinta por ciento de su armamento convencional para que quepan las otras. Debo señalar también que las plataformas remotas del Navegante Fantasma harán los misiles aún más útiles, dado que permitirán que el nuevo diseño pueda disparar un cartucho completo multicapa en una única salva. Más aún, las nuevas naves de misiles y los porta-NLA entre ellos solo desviarán el veinticinco por ciento de la capacidad de almacenaje dedicada a las naves convencionales del frente, siempre y cuando se adopte el reparto de cargas recomendado por la CDA.
»Y, en lo que a los nuevos misiles se refiere, milord, ¿le ha echado un solo vistazo a los parámetros de rendimiento antes de llegar a la conclusión de que solo se trataba de un nuevo elemento de la «lista de deseos de la Horrible Hemphill»? —preguntó Honor, incapaz de esconder su exasperación—. Es verdad que fue ella la que inventó el concepto, pero lo cogió y lo desarrolló. Estamos hablando de un misil «multietapa», que tiene tres motores separados, ¡lo cual nos proporciona un grado de flexibilidad táctica con el que ningún ejército podría haber siquiera soñado! ¡No podemos preprogramar los motores para que se pongan en fila en cualquier momento y con el nivel de potencia que nos apetezca! Con solo programarlos para que se activen sucesivamente a máxima potencia nos daría ciento ochenta segundos de vuelo con más potencia… y un rango de ataque de parados más potente, de más de catorce millones y medio de kilómetros con una velocidad terminal de cero coma cincuenta y cuatro ges.
También podemos bajar los ajustes de potencia de los motores hasta cuarenta y seis mil ges y quintuplicar la resistencia y un radio de acción de misiles a máxima potencia de más de sesenta y cinco millones de kilómetros con una velocidad terminal de cero coma ochenta y uno la velocidad de la luz. Eso es un ratio de tres coma seis minutos luz y podemos conseguir todavía más que eso si empleamos una o dos «etapas» para acelerar el arma, dejar que siga un trazado balístico hacia un área de ataque preprogramado y llegar a la «etapa» final de maniobras de ataque terminal a toda máquina, a noventa y dos mil gravedades. ¡No sé usted, milord, pero yo sí sacrificaría el dieciocho por ciento de toda mi carga de misiles por un aparato así!
Haven Albo trató de decir algo, pero ella se giró hacia él sin atisbo alguno ya de frialdad en sus ojos centelleantes.
—Y para terminar, señor, me remito al hecho de los repos estén comenzando a recortarnos la ventaja tecnológica que les sacábamos como el mayor argumento posible para apostar por estos nuevos sistemas. ¡Por supuesto, no nos podemos permitir dilapidar nuestros recursos en pos de conceptos inabordables solo porque sean exóticos o fascinantes! Pero lo único que nos ha permitido tener la sartén por el mango, por poca ventaja que sea, hasta ahora ha sido el hecho de que tanto nuestra maquinaria como nuestras tácticas han sido mejores que las suyas. Si quiere que le cite ejemplos procedentes de la Antigua Tierra, permítame parafrasear al almirante Saint-Vincent: «Ocurra lo que ocurra, el Reino Estelar debe estar a la cabeza», milord, ¡porque nuestra supervivencia depende todavía más de la superioridad de nuestra flota de lo que dependía para Gran Bretaña entonces!
Honor se detuvo abruptamente y Haven Albo se estremeció. Sintió pintas de color quemándole en cada una de las mejillas, pero no eran de furia. Si le quemaban era porque se había quedado sin munición, por más que le hubiese gustado que no fuera así, no podía rechazar la acusación de no haberse leído los apéndices. Tampoco podía negar que eran sus propios prejuicios lo que le habían impedido hacerlo. No tenía ninguna duda de que había intentado luchar por todos los medios contra los esfuerzos de Hemphill por introducir cosas como la lanza de gravedad o el torpedo de energía puro, ¡y solo Dios sabía adónde podía haber llegado la cosa si le hubieran permitido poner en marcha su concepto de armamento «cónico medular» para las naves del frente! La idea de una nave capital cuya única alternativa fuera cruzar su propia T hacia el enemigo para entrar en combate con él seguía avergonzándole, pero, de eso también estaba seguro, tendría el mismo efecto en su anfitriona.
Pero eso tampoco alteraba la precisión de su acusación. Lo que podría sonar a locura en una nave del frente podría tener perfecto sentido en algo tan pequeño, ágil y (por más pequeño que a él le gustase que fuera), prescindible como una NLA y el caso es que él ni siquiera se lo había planteado. Tampoco había tenido suficientemente en cuenta lo que los nuevos sistemas de lanzamisiles centralizados le habían permitido conseguir a Harrington en Silesia cuando había descartado la aplicabilidad del concepto a las guerras «de verdad». Y, lo peor de todo, ni siquiera se había molestado en mirar las cifras relativas a los nuevos misiles o examinar las implicaciones que estas tenían. Y todo aquello, reconoció con una mueca de disgusto aún más agria, se derivaba de su rechazo instintivo, irracional y casi visceral de cualquier proyecto al que Sonja Hemphill estuviera vinculada. Eso significaba que había tenido la misma reacción refleja al cambio tecnológico, aunque en el sentido contrario, por la que él siempre había arremetido contra la nueva escuela.
Y Honor Harrington le había llamado la atención por ello.
Haven volvió a pestañear y se volvió a sentar en la silla, percatándose del ligero enrojecimiento de las mejillas de ella, el fragor de la batalla aún encendido en sus ojos, la negativa a retroceder solo porque el comandante de más éxito que la flota de la RAM hubiera alumbrado en dos siglos no estuviera de acuerdo con ella. Y mientras la miraba, se dio cuenta de algo más también. Siempre había sido consciente de su atractivo físico.
Su rostro triangular y sus rasgos marcados, dominados por una poderosa nariz y unos enormes ojos almendrados que había heredado de su madre no podrían ser considerados nunca una belleza convencional. De hecho, en reposo, su cara era demasiado dura y sus facciones demasiado fuertes como para alcanzar tal mención. Pero la personalidad que subyacía bajo todo aquello, la inteligencia, el carácter y la voluntad de hierro, le daban la vida y la energía que podían hacer olvidar todo lo demás. O tal vez sí que era guapa, pensó él. Guapa como un halcón, con una vitalidad peligrosa que alertaba a cualquiera que la viese de que aquella mujer era una fuerza con la que había que andar con cuidado. La gracia liviana y nerviosa con la que se movía remaba en el mismo sentido y en su cabeza así había constado siempre.
Pero su atractivo había sido simplemente una faceta más de una sorprendente oficial joven que, en cierto modo, se había convertido en su protegida y la conciencia cerebral de que toda esa competencia venía recubierta por un envoltorio tan fascinante nunca había traspasado el umbral de su prosencéfalo. Tal vez por eso nunca la había visto como nada más que una oficial naval, o tal vez era porque siempre se había sentido atraído por mujeres que eran más bajas que él… y que no tenían la habilidad de enredarle hasta dejarlo hecho un prótel. Y, tenía que admitirlo, siempre había buscado mujeres cuya edad estuviera más próxima a la suya. Tal vez había habido incluso una especie de subconsciente por su parte que le decía que sería mucho mejor para los dos que nunca la «viera» todo lo atractiva que, para él, ella podía ser en potencia.
Pero, independientemente de lo que hubiese sido, de repente se había vuelto irrelevante. En ese momento ya no la veía simplemente como un oficial, ni siquiera como líder de gobierno. De un modo extraño, aquello parecía deberse al modo en el que ella le había leído la cartilla; como si aquello, de alguna manera, le hubiera dado pie a él a replantearse (sobre una base emocional, pero también intelectual) quién y qué era ella de verdad. Y entre las muchas cosas que podía ser, ahora por fin lo veía claro, Honor era una mujer asombrosamente fascinante… alguien a quien se temía (aunque temor, debía admitirlo, no era precisamente la palabra adecuada) que no podría volver a ver únicamente como su protegida.
Los ojos de Honor se abrieron de par en par mientras el flujo de emociones que corría por su vínculo con Nimitz cambiaba abruptamente y su propia exasperación se desvanecía bajo el torbellino de la repentina fijación de Haven Albo sobre ella. No en lo que había estado diciendo, sino en ella.
Honor se echó hacia atrás en la silla y escuchó el traqueteo de Nimitz en el escritorio que le quedaba a su espalda. Acto seguido el gato se le subió al hombro y bajó hasta su regazo y ella se entretuvo sujetándolo entre los brazos como si así fuera a detener el tiempo mientras pensaba a toda prisa.
Esto no debería, no podía, estar pasando, y a Honor le entraron ganas de ondear a Nimitz como si fuera un peluche cuando este le ratificó que la reacción de Haven Albo coincidía con la que a ella le estaba pareciendo. Nimitz sabía lo mucho que Honor quería a Paul Tankersley y, a su manera, el felino también quería a Paul con casi la misma intensidad. Pero, del mismo modo, no veía razón alguna para que Honor no pudiese encontrar algún día otro amor y su ronroneo interior no era sino una indicación bien clara de su reacción ante aquel súbito reconocimiento del conde hacia el atractivo de ella.
Pero si Nimitz no era capaz de ver el desastre potencial que se avecinaba, Honor, sí.
Haven Albo no era solo su superior, sino el director general de la Octava Flota, de la que ella capitaneaba uno de los escuadrones. Eso les colocaba en la misma cadena de mando, lo que significaba que cualquier cosa que ocurriera entre ellos supondría una violación del artículo 119 y aquello se consideraba un delito que habría de ser juzgado en una corte marcial. Peor aún, él estaba casado y no con cualquiera, precisamente. Lady Emily Alexander había sido la actriz de HD más querida del Reino Estelar antes del terrible accidente de aerocoche que la había dejado postrada en una silla. Hasta hoy, dependiente como era de la respiración artificial y sin más movilidad que la de uno de sus brazos y una de sus manos, seguía siendo una de las escritoras-productoras más prominentes de Mantícora… y una de sus poetisas más destacadas, además.
Honor echó el freno a sus pensamientos y respiró hondo. Estaba siendo ridícula. No había sentido más que una simple oleada de emociones, ¡y tampoco es que nunca hubiera suscitado cotas de admiración y hasta deseo por parte de otros hombres desde que su vínculo con Nimitz hubiera cambiado! Aquellas cosas pasaban, se dijo firmemente a sí misma y no iba a volver a preocuparse por ellas a no ser que alguien tratara de pasar a la acción. De hecho, con frecuencia aquellas cosas le habían parecido agradables. No porque tuviera deseo alguno de darles pie a los hombres en cuestión (bastantes dificultades le había traído su relación con Paul en un entorno tan conservador como el de Grayson y no le hacía falta despertar viejos recuerdos, ya fueran personales o públicos), sino porque la halagaba. Sobre todo, tenía que admitirlo, porque se había pasado treinta años sintiéndose el patito feo.
Aquello era un caso más de interés pasajero, se dijo a sí misma con más firmeza todavía. Lo mejor que podía hacer era fingir que no se había percatado y no darle pie a más. Si le permitía sospechar a Haven Albo que se había dado cuenta de sus sentimientos, solo conseguiría incomodarlo. Además, su amor imperecedero por su esposa minusválida (y la devoción que se profesaban el uno al otro) era de los que hacían época. Su matrimonio era una de las grandes y trágicas historias de amor del Reino Estelar y Honor no podía ni imaginarse que él le fuera a dar la espalda a lady Emily, por muy atractiva que le pareciese otra.
Tampoco hay que olvidar, retumbó en uno de los rincones de la cabeza de Honor, los rumores que circulaban sobre Haven y la almirante Kuzak. Supongo que es posible que…
Honor cortó de raíz aquel pensamiento y carraspeó.
—Discúlpeme, milord —le dijo—. No quería sermonearlo. Supongo que parte de mis reacciones se derivan del hecho de que yo también tenía mis dudas con respecto a lady Hemphill. Puede ser que acostumbrarme a apoyar al menos parte de sus teorías me ha impregnado de una especie de fervor evangélico, pero tampoco es excusa.
—Uhm. —Haven Albo meneó la cabeza, pestañeó desconcertado y después sorteó la disculpa con una sonrisa—. No es preciso que se disculpe, milady. Me merecía hasta la última palabra… y si me hubiera molestado en leer los apéndices, me podría haber evitado una más que merecida reprimenda.
Honor se sintió confundida por el contraste entre la reacción de él y el eco de sus pensamientos interiores, que pese a todo no se dejaban notar en su expresión exterior, algo que ella agradecía infinitamente. Haven miró entonces su reloj y cambió la expresión como si se sorprendiera. De hecho lo hizo con tanta maestría que, de no haber sido por el vínculo de Honor con Nimitz, la hubiera sorprendido y todo.
—Vaya, ni me había dado cuenta de lo tarde que se ha hecho —dijo, retomando la palabra, mientras se levantaba y llevaba la mano hacia su espada una vez más—. Es hora de que regrese, e imagino que sus invitados están a punto de irse. —Haven Albo se metió la espada en el cinturón y volvió a sonreír, un gesto que para cualquier observador imparcial hubiera pasado por completamente natural—. Permítame que la acompañe de vuelta al salón —le sugirió extendiendo el brazo, a lo que ella respondió levantándose con una sonrisa mientras volvía a ponerse a Nimitz sobre el hombro.
—Gracias, milord —respondió ella, colocándole la mano en el codo al modo graysoniano, mientras él se la llevaba de la biblioteca.
Andrew LaFollet se dejó caer justo detrás de ellos y sus emociones repletas de atención y tranquilidad, normales, en suma, constituían un contraste que a Honor le sirvió de alivio ante el muy reciente torrente emocional de Haven Albo (o, a los efectos, de ella misma) mientras se abrían camino por el pasillo del brazo del conde y hablaban como si no hubiera ocurrido nada.
Y es que, se repitió, no había pasado nada. Se lo dijo de una manera tan firme, casi contundente, que para cuando regresaron al salón casi se lo había creído.