El teléfono estuvo sonando un buen rato antes de ser atendido.
—Diga.
—Buenas tardes, soy la inspectora Kerrigan y estoy llamando desde la Unidad de Casos sin Resolver. Querría hablar con la señorita Charlotte Cambridge, por favor.
No obtuvo respuesta y, por un segundo, creyó que le habían cortado.
—Oiga, ¿sigue usted ahí?
—Sí… sí, claro —titubeó una voz femenina desde el otro lado de la línea—. Charlotte no se encuentra en casa, está trabajando, pero no debe de tardar en llegar.
—¿Con quién hablo?
—Soy su madre.
—Bien, señora Cambridge. ¿Podría decirle a Charlotte que se comunique conmigo cuanto antes?
—¿De qué se trata?
—Hemos reabierto un caso de homicidio y su nombre aparece en la lista de personas con las que habló la policía hace cinco años; es importante que me ponga en contacto con ella.
—Está bien, inspectora…
—Kerrigan.
—Inspectora Kerrigan, le diré que la llame apenas regrese de su trabajo.
—Perfecto, estaré esperando su llamada. Muchas gracias, señora Cambridge. Que tenga usted un buen día.
La anciana colocó el teléfono en su sitio y se quedó viéndolo durante un largo rato. Sabía que lo ocurrido hacía cinco años golpearía a sus puertas tarde o temprano. Hundió su cuerpo en el sillón y, apretando con fuerza la medallita de San Jorge que colgaba de su cuello, empezó a rezar.
A las cinco y diez minutos, Michelle decidió marcharse. Se había quedado esperando en vano la llamada de Charlotte Cambridge. De la gente que figuraba en la lista, tres ya no vivían en Seaview y uno de ellos había muerto hacía ocho meses. Habló con cinco vecinos y ninguno de ellos pudo aportar nada jugoso a la investigación. Todos aseguraban no haber visto nada sospechoso la mañana en la que apareció el cuerpo de Jodie McKinnon. Tomó su bolso y abandonó el despacho. Patrick Nolan continuaba encerrado en el suyo, no había señales del sargento Lockhart, ni de la doctora Winters. Pasó por delante de su puerta y, antes de abrirla, llamó.
—Disculpe inspector por la interrupción, no quería irme sin antes recordarle lo de mañana.
Patrick apartó la vista del ordenador. No supo por qué, pero sus palabras le sonaron a excusa.
—No lo olvidé, inspectora Kerrigan. Tengo memoria fotográfica, ¿recuerda?
—Perfecto, mañana a primera hora iremos al apartamento de Jodie McKinnon entonces. No debería quedarse hasta tarde, los demás ya se han ido.
—Estoy terminando mi informe sobre las cartas, Haskell puede pedirlo en cualquier momento, y quiero tenerlo listo cuanto antes. —Notó que ella vacilaba—. ¿Algo más?
Michelle sonrió.
—Solamente quería comentarle que me he puesto en contacto con algunas de las personas que vivían en el área donde apareció el cuerpo de Jodie. —Ingresó al despacho, cerrando la puerta tras de sí. Su perfume algo dulzón se le metió enseguida en las fosas nasales—. Nadie recuerda nada. Me falta hablar con una mujer de apellido Cambridge; estuve esperando que me devolviera la llamada, pero no lo ha hecho. Si mañana no tengo noticias de ella, iré hasta su casa.
Patrick asintió, aunque rápidamente volvió a concentrarse en la redacción de su informe. Michelle se dirigió a la salida y, antes de abandonar el despacho, lo observó por encima del hombro.
—Hasta mañana, inspector Nolan.
—Que descanse, inspectora.
Cuando ella se marchó, su perfume quedó suspendido en el aire durante un buen rato. Se apartó del ordenador y se mesó el cabello. Le incomodaba que Michelle Kerrigan se hubiera acercado hasta su despacho para contarle sus propios avances dentro del caso. En Scotland Yard, las cosas eran diferentes. Cuando alguien sacaba ventaja en alguna investigación, corría a contárselo al superintendente para ganarse un punto con él; muy pocos solían departir con sus colegas.
¿Acaso la detective inspectora Kerrigan intentaba congraciarse con él? En el fondo, la prefería egoísta y prepotente, para tener un motivo real para guardarle rencor. No quería que le cayera mal por el simple hecho de que se hubiera quedado con el puesto que había soñado para él.
Hacía apenas veinticuatro horas que la conocía. No era habitual encontrar mujeres como ella en un cargo tan importante. Aún ignoraba su desempeño como investigadora, pero comenzaba a creer que era tan eficaz como imaginaba. ¡Competente, joven y bonita! Una mezcla de cualidades envidiables. No sería sencillo añadirla a su lista de personas no grata.
Michelle arribó a casa con una sonrisa en los labios. Había pasado por Tesco Extra y traía consigo todo lo necesario para consentir a los suyos con una deliciosa cena. Sorprendería a Clive preparando su plato favorito, bacalao con salsa de perejil. Para los chicos había comprado helado de chocolate y pudín de manzanas. Se bajó del Citroen y atravesó el patio atiborrada con las bolsas del supermercado. Como había previsto, el césped seguía sin cortar; la lluvia había sido la coartada perfecta para Linus. Cuando miró hacia la casa, le extrañó que la luz de la cocina estuviera encendida. Entró y dejó las bolsas encima de la mesita del vestíbulo para poder colgar el bolso en el perchero; fue entonces que vio la maleta.
La reconoció de inmediato. La sonrisa que había llevado estampada en el rostro durante los últimos minutos se esfumó. Audrey.
Como si la hubiera llamado con el pensamiento, su suegra le salió al encuentro. Llevaba puesto su delantal; ahora comprendía por qué había luz en la cocina.
—¡Audrey, qué sorpresa! —Se acercó y la abrazó—. ¿Por qué no avisó que vendría? Habría ido a la estación del ferry a buscarla.
—No era necesario, Michelle. Clive me contó que hoy volvías al trabajo, así que decidí, venir y quedarme a pasar una temporada con ustedes. —Audrey Arlington se compuso el peinado; estaba por cumplir sesenta años y no tenía ni una sola hebra plateada en el cabello. Clive había heredado el azul intenso de los ojos y la forma alargada de la nariz. Era una mujer atractiva y se mantenía activa a pesar de que hacía tiempo que había dejado su trabajo como diseñadora de joyas para dedicarse tiempo completo a su familia. Vivía en una casita en las afueras de Fareham y, como Clive era su único hijo, se había apegado a él después de perder a su esposo tras casi cuarenta felices años de matrimonio.
—Tendría que haberme avisado para preparar al menos la habitación de huéspedes —insistió Michelle haciendo un tremendo esfuerzo por disimular el disgusto que le provocaba la imprevista aparición de su suegra.
—Ya me encargué yo de cambiar las sábanas y ventilarla. ¿Por qué no te reúnes con Clive en el salón y dejas que termine de preparar la cena?
—Audrey…
Su suegra hurgó dentro de las bolsas de la compra.
—Has traído bacalao. Será mejor guardarlo en el refrigerador para otra ocasión. Mi bacalao con salsa de perejil debe de estar casi listo. ¡Ya sabes que Clive adora cómo se lo preparo!
Michelle solo se limitó a sonreír. ¿Qué podía decir? Lo que tenía ganas de soltarle a su suegra habría escandalizado al mismísimo demonio.
Después de pasar un rato charlando con Matilda, Michelle Se dirigió a ver a Linus. En esa ocasión, decidió llamar antes de irrumpir en la habitación. Cuando no recibió respuesta, entró. No había llegado todavía. Una vez más, había hecho caso omiso a sus advertencias.
Respiró hondo, contó hasta diez y bajó al salón. Se interpuso entre su esposo y el televisor con los brazos cruzados. Cuando Clive la miró a los ojos, estos echaban chispas. Prefirió evitarla, así que movió la silla para poder seguir viendo el partido de fútbol, pero ella fue más rápida, tomó el control remoto y apagó el televisor.
—¿Qué está haciendo tu madre aquí?
—Supongo que ya te lo habrá dicho ella, vino a pasar unos días con nosotros.
—Si no recuerdo mal, la última vez que dijo eso se quedó más de un mes —replicó.
—¿Qué quieres que haga, Shelley? No puedo decirle que se vaya. —Bajó el tono de la voz, mirando en dirección a la cocina—. Además me parece que su llegada nos viene como anillo al dedo: ahora que tú estarás fuera de casa la mayor parte del día, es bueno tener a alguien que se ocupe de todo aquí. ¿Prefieres contratar a alguien de fuera cuando mi madre se ha ofrecido encantada a cuidar de nosotros?
Estaba convencida de que lo que a Audrey en realidad le encantaba era volverse imprescindible para su familia y, hacerla sentir culpable a ella. La relación entre ambas nunca había sido fácil, Audrey sentía verdadera devoción por la primera esposa de Clive y había sufrido mucho con su muerte. Cuando su hijo fue baleado, según su suegra «en un acto irresponsable y temerario de su parte», todo empeoró entre ellas.
—Me hubieras avisado al menos —le reprochó.
—Se apareció de sorpresa, ya sabes cómo es…
—Sí, lo sé.
Él se acercó y le rozó la mano.
—¿Qué tal te ha ido?
Su esposo le estaba ofreciendo una tregua y se aferró a ella con todas sus fuerzas; no quería pelear nuevamente con él, mucho menos con su suegra dando vueltas por la casa. Hizo algo que hacía mucho no hacía: se sentó sobre su regazo y le acarició el cabello.
—Bien, Haskell nos asignó el homicidio de una estudiante de Leyes ocurrido hace cinco años.
—Háblame de tus colegas —le pidió.
—Está Chloe Winters, que es forense y experta en criminalística. Es jovencísima y sospecho que hay algo entre ella y George Haskell. Sabes la fama de donjuán que tiene el superintendente, no sería nada raro que estuviera involucrado con la muchacha.
—Siempre me he preguntado si alguna vez intentó tener algo contigo.
Su comentario la sorprendió.
—La verdad es que sí, pero fue hace muchos años cuando recién me uní a la policía. Ni siquiera estábamos casados en esa época.
Él no dijo nada, así que ella continuó con su relato.
—Después está el sargento David Lockhart. Viene de Portsmouth y tiene experiencia llevando casos no resueltos. Me ha caído simpático.
—¿Es joven? —la interrumpió Clive. Michelle creyó ver un atisbo de celos en sus ojos.
—Debe de tener unos pocos años más que la doctora Winters y está comprometido con Héctor, un barman español que conoció durante unas vacaciones en Barcelona. —Se mordió el labio para no reírse de la cara que ponía Clive en ese momento. Le costó dilucidar si estaba sorprendido o aliviado.
—¿Alguien más?
—Sí, por último tenemos al detective inspector Nolan, quien trabajó en Scotland Yard antes de ser convocado por Haskell. Su área es la conducta criminal y me parece que no está muy de acuerdo con que yo esté al frente de la Unidad de Casos sin Resolver.
—¿Por qué dices eso?
—Supongo que para alguien como él, con una carrera intachable en la Metropolitana, no debe de ser nada sencillo estar bajo la supervisión de una mujer. Si lo piensas bien, es hasta razonable que esté molesto. Patrick Nolan es un elemento lo suficientemente capacitado como para ocupar el puesto que me fue delegado a mí. Espero que cualquier desavenencia que pueda surgir entre ambos no afecte nuestro trabajo.
—¿Es mayor? Podrías decirle a Haskell que busque a alguien menos cascarrabias para que lo reemplace.
—No, jamás haría eso. —Su respuesta fue rotunda—. La unidad es nueva, no nos conocemos y apenas empezamos, asumo que las cosas se irán amoldando a medida que pase el tiempo. Y no, no es mayor, debe de tener tu edad más o menos.
Clive asintió mientras dejaba que ella jugara con el cuello de su camisa.
—¿Qué has hecho hoy además de lidiar con mi querida suegra?
—Nada en especial. —Se puso nervioso al recordar la escena que había presenciado en el patio de los Whaterly. No había podido sacarse de la cabeza la imagen de Hattie desnuda durante toda la tarde.
—¿Linus ha venido o de nuevo se escabulló del colegio?
—Vino, se quedó un rato y luego recibió una llamada de April, así que volvió a salir.
Michelle soltó un suspiro.
—Ya no sé qué hacer con él.
—Lo mejor es que no hagas nada. La muerte de Dawn lo sigue afectando todavía, y lo único que busca es evadirse de la realidad que lo rodea. Mientras más te empeñes en llegar hasta él, más te va a alejar. En este momento, estar con su chica le hace bien, es preferible eso a que ande en la calle rodeándose de quién sabe qué compañías.
Ella asintió; por un momento, tuvo la sensación de estar escuchando al doctor Peakmore.
—No me gusta que vea en mí a una enemiga. Nunca quise ocupar el lugar de su madre, y Linus cree que es lo que busco desde que llegué a esta casa.
—Cariño, la cena estará lista en un minuto. —Anunció Audrey asomándose por la puerta de la cocina—. Michelle, ¿podrías ocuparte de poner la mesa? —Ni siquiera la dejó responder, dando por sentado que ella obedecería.
Intercambiaron miradas.
—Paciencia. Mi madre trata de ayudar, nada más.
Michelle dejó escapar un suspiro de resignación. Esa noche quería disfrutar de una velada serena junto a la familia por lo tanto se esforzaría por llevar la cena en paz, sin embargo, su plan se vino abajo antes de lo pensado. Un comentario fuera de lugar de parte de Audrey le quitó el apetito. Cuando su suegra se levantó de la mesa para buscar el pudín de manzana, ella abandonó el comedor para encerrarse en la biblioteca. El intento de Clive por detenerla fue inútil.
Buscó el violín y lo sacó del estuche. Sobre su hombro izquierdo colocó la almohadilla de terciopelo rojo que le había regalado su hermana y apoyó suavemente su dedo índice sobre el mástil. Esa noche tenía deseos de relajarse con Beethoven, así que empezó con Sonata N° 9 en la mayor. Durante sus clases de música en la adolescencia, esa melodía en especial había significado un gran desafío para ella y, cuando por fin pudo interpretarla de manera casi magistral, había tenido el privilegio de tocarla para su abuelo poco antes de que él muriera.
No pudo evitar que la triste melodía le arrancara un par de lágrimas, pero continuó tocando; aferrarse a su viejo violín era una especie de catarsis para ella. Cuando ya no oyó movimientos en la casa, se recostó en el sillón con la intención de relajarse, aunque el ambiente en penumbras de la biblioteca y el cansancio del cuerpo provocaron que se quedara profundamente dormida. No supo cuánto tiempo había pasado, pero las luces de un coche la enceguecieron y la sacaron de su letargo.
Se levantó de un salto y se escudó detrás de las cortinas para espiar hacia la calle.
Un utilitario oscuro estaba estacionado frente a la casa con el motor en marcha. Linus descendió de él y corrió hasta el lado del conductor donde una rubia se asomó por la ventana para darle un beso.
Michelle se quedó de piedra.
No era April Mullins.