Capítulo 4

Michelle alcanzó a detener la alarma antes de que sonara. Llevaba despierta desde hacía al menos una hora, dando vueltas en la cama y haciendo lo imposible para que Clive no se diera cuenta. Era el día que volvía al ruedo, el que había esperado con tantas ansias, y quería ahorrarse un nuevo enfrentamiento con él.

La noche anterior apenas había hablado durante la cena y se había ido a la cama mucho después que ella, para evitarla.

Sabía que su regreso al trabajo acarrearía un gran cambio, pero ya había pensado en una solución: contrataría a alguien para que se hiciera cargo de la casa mientras ella estuviera fuera. Hablaría esa misma tarde con Suzanne Whaterly, su vecina, y le preguntaría si sabía de alguien interesado en el empleo. Por lo pronto, para esa primera jornada, tenía todo organizado: prepararía una ración extra de muffins que cubrirían tanto el desayuno como la merienda y le diría a Clive que ordenara una pizza para la hora de la cena porque seguramente estaría demasiado cansada como para ponerse a cocinar a su regreso.

Satisfecha, con la situación bajo control, abandonó la cama y se metió en el cuarto de baño. Antes de cerrar la puerta miró a su esposo, dormía plácidamente. Mejor así.

Quince minutos más tarde, cuando estaba secándose el cabello, escuchó voces en la habitación. Se enroscó rápidamente la toalla en la cabeza y salió.

Matilda se encontraba acostada en la cama matrimonial, con la cabeza apoyada en el pecho de su padre. Clive le acariciaba el pelo y sonreía encantado mientras ella le hablaba de su grupo favorito y del próximo concierto que darían en Londres.

Era una escena muy tierna entre padre e hija que hacía tiempo no se daba. A Michelle se le hizo un nudo en la garganta. Se quedó junto a la puerta, inmóvil, sin hacer ningún ruido, aunque fue en vano; Clive la descubrió y entonces su sonrisa simplemente se esfumó.

—Buenos días. —Desvió la mirada y se dirigió al tocador. No iba a permitir que nada ni nadie empañaran su día. Quería llegar a la estación de policía de buen humor.

La niña saltó de la cama y se paró junto a ella.

—Mamá, déjame cepillarte el cabello.

Michelle la contempló a través del espejo. Era una delicia dejarse mimar por su pequeña, así que tomó el cepillo y se lo entregó.

—No te demores, cielo. Todavía tengo que vestirme y preparar el desayuno.

—No te preocupes. No voy a dejar que llegues tarde en tu primer día de trabajo.

Michelle sonrió. Desde la cama, Clive las observaba.

—Si quieres, puedo ayudarte con el desayuno o a elegir qué ropa te pondrás —dijo Matilda con entusiasmo.

—No importunes a tu madre, cariño.

—Déjala, Clive, confío en su buen gusto —replicó Michelle intercambiando una mirada cómplice con su hija.

Cuando Matilda terminó de cepillarle el cabello, se lo recogió en una cola de caballo. Decidió que un ajustado rodete en lo alto de la cabeza la haría lucir demasiado formal y estructurada. Quería causar una buena impresión en su primer día como jefa de la Unidad de Casos sin Resolver. Presentía que su repentino nombramiento habría sorprendido a algunos y molestado a otros. Se preguntó en cuál de las dos opciones encajaba su esposo. Tal vez en ambas.

El teléfono de la sala comenzó a sonar.

—Voy yo. —Matilda bajó corriendo las escaleras y regresó con el aparato en la mano—. Es para ti, mamá.

¿Quién llamaría a esa hora? Pensó en Haskell, pero enseguida lo descartó. No había motivo para que se pusiera en contacto con ella si se verían en un par de horas.

—Diga.

—¿Señora Arlington?

Era una mujer.

—Sí, soy yo.

—La estoy llamando del Carisbrooke College. Soy la secretaria del director Shaw. Él necesitaría hablar con usted lo antes posible. ¿Podría pasar hoy mismo por nuestro establecimiento?

—¿Qué sucede?

—Lamentablemente no puedo decírselo por teléfono, será mejor que venga y hable con el director.

El tono demasiado seco de la mujer y sus enigmáticas palabras, solo lograron aumentar su inquietud.

—¿Podría adelantarme algo al menos? —le pidió.

—Se trata de su hijo Linus.

Michelle guardó silencio.

—¿Señora Arlington, sigue ahí?

—Sí —titubeó Michelle.

—¿La esperamos entonces?

—Pasaré esta misma mañana por allí.

—Perfecto, hasta más tarde.

Michelle le entregó el teléfono a Matilda; sin decir nada, salió detrás de ella. Cruzó el pasillo y se plantó delante de la habitación de Linus. Ni siquiera se molestó en llamar. Al entrar, tropezó con los pantalones del muchacho que, junto a las demás prendas, se encontraban desperdigados por el suelo. Las persianas estaban bajas, pero la luz del sol conseguía colarse por las rendijas; fue hasta la ventana y la abrió por completo. Linus seguía durmiendo, despatarrado debajo de las sábanas. Se acercó y tironeó de ellas con brusquedad hasta dejarlo expuesto.

—¡Despierta!

Se removió inquieto, la luz del sol le dio de lleno en el rostro y se cubrió los ojos. Cuando estuvo lo suficientemente despierto como para caer en la cuenta de que su madrastra estaba de pie junto a la cama observándolo con la mirada furibunda, se incorporó de un salto y volvió a cubrirse con las sábanas. No estaba desnudo, pero lo incomodaba que Michelle lo viera en ropa interior.

—¿Qué quieres? —Se dio media vuelta con la intención dormir, pero ella lo asió del hombro y se lo impidió.

—Saber por qué el director del colegio quiere hablar conmigo de manera urgente. ¿Qué has hecho esta vez, Linus?

Él apoyó la cabeza en el respaldo de la cama y bostezó.

Pensaba que en esta ocasión lograría mantener la farsa durante más tiempo. No le molestaba que lo hubieran descubierto, lo que realmente le molestaba era que fuese Michelle quien se lo echara en cara. Desde que su padre estaba en silla de ruedas, era a ella a quien llamaban cada vez que él tenía problemas en el colegio. La primera vez había sido por causa de una riña de chicos que lo había dejado con la nariz rota y una semana de suspensión. Después, lo habían atrapado fumando en uno de los baños, y la última había sido apenas un mes antes. Le habían hecho una broma al profesor de Química causando una pequeña explosión en el aula. No había actuado solo aunque, como era de esperarse, las primeras sospechas cayeron sobre él. Fue obligado a limpiar el desastre y a pedirle disculpa al profesor delante de los demás alumnos. Nunca mencionó el nombre de quien había estado involucrado en la broma. Era un gamberro, pero nadie lo podría acusar jamás de ser un soplón.

Michelle se cruzó de brazos.

—¡Responde!

Él soltó un soplido. Le fastidiaba tener que rendirle cuentas a ella.

—Nada grave, el director Shaw seguramente te pondrá al tanto cuando vayas a verlo.

—¡Quiero que me lo digas tú, Linus! —lo increpó.

—He estado faltando a clases —soltó por fin.

Michelle respiró hondo. Ya había perdido la paciencia y no quería perder la compostura.

—¿Desde cuándo?

—Desde hace unos días.

—¿Cuántos? —insistió en saber.

—Cuatro.

—¿Y dónde demonios te metías cuando creíamos que estabas en el colegio?

—En casa de unos amigos —mintió.

Sabía que la engañaba; cada vez que lo hacía, torcía la boca hacia arriba. Era un gesto imperceptible para cualquiera, no para ella que llevaba años interrogando delincuentes.

—No te creo, Linus.

—Me da lo mismo si me crees o no, Shelley.

—Levántate. Yo te llevaré al colegio hoy. —Se dirigió hacia la puerta y se volteó—. Cuando vuelva esta noche quiero encontrar la hierba del patio cortada y tu habitación ordenada. ¿Te ha quedado claro?

Ya no era un niño para recibir castigos. Linus iba a protestar, aunque sabía que era inútil. Tras el portazo que dio Michelle, se cubrió la cabeza con la almohada.

Patrick Nolan fue el primero en llegar ese martes por la mañana. La alarma estaba puesta a las seis, pero había sido el insomnio el que lo había sacado de la cama media hora antes de lo pensado. El apartamento que había rentado quedaba en Oakfield, a unas cuantas calles de la estación de policía, así que había aprovechado que no llovía para caminar. El paisaje que ofrecía la isla era fascinante y, aunque él era un ratón de ciudad tuvo la certeza de que no le costaría nada enamorarse.

Se acercó al acuario y observó atentamente cómo los peces nadaban pegados al cristal. Todos pertenecían a una especie y, aunque no era experto en el tema, supuso que era para evitar que se mataran entre ellos. Sonrió con ironía.

De repente, se dio cuenta de que la vida dentro de aquellos muros de cristal no discrepaba mucho de la vida real.

Pensó en subir hasta el sexto piso y hacerle una visita sorpresa a Haskell. Sacudió la cabeza; mejor no. Todavía le duraba la bronca del día anterior y podía soltarle cualquier barbaridad. Fue hasta el despacho de la flamante directora de la Unidad de casos sin Resolver. La placa con su nombre y colgaba de la puerta.

Podría haber sido su nombre. ¿Sería tan competente la directora Kerrigan como para que le hubieran confiado un puesto con tamaña responsabilidad o existía una razón oculta detrás de su nombramiento? Tejió varias teorías en su mente, aunque una sobresalía entre las demás. No era descabellado pensar que Michelle Kerrigan se había convertido en la cabeza de la unidad simplemente porque Haskell simpatizaba con ella. ¿Y si era su amante? Sabía que el superintendente estaba casado y había visto una alianza en el dedo de la inspectora, pero eso ya no era ningún impedimento para nadie. En Scotland Yard los enredos conyugales estaban a la orden del día y recibían la misma atención que cualquier investigación.

Aunque no era su tipo, tenía que reconocer que Michelle Kerrigan tenía su encanto. A él le iban más las rubias de pechos voluptuosos, pero tal vez a Haskell le gustaban morenas y delgadas.

Continuó hacia su despacho y, cuando estaba a punto de entrar, escuchó voces en el pasillo. Volvió sobre sus pasos cuando Chloe Winters y David Lockhart ingresaron al lugar.

Parecía que, una vez más, la detective inspectora Kerrigan sería la última en llegar.

Exactamente veinte minutos después, apareció Michelle, farfullando unas cuantas maldiciones al aire. El director del Carisbrooke College la había retenido más de la cuenta con un interminable sermón acerca de la poca atención que los padres les prestaban a sus hijos hoy en día. Shaw incluso le había restregado en la cara, una por una, las notificaciones enviadas que nunca llegaron a destino. Se marchó tras casi una hora de una perorata que no hacía más que recordarle el poco poder que ejercía sobre el adolescente. Linus se les estaba yendo de las manos y alguien debía ponerle freno a su rebeldía. El carácter demasiado permisivo de Clive no ayudaba, tampoco los mimos de su abuela. Ella terminaría por convertirse nuevamente en la mala de la película. Esa noche, cuando regresara a casa, Linus la iba a escuchar.

El sargento Lockhart la recibió con una sonrisa; Patrick Nolan apenas la saludó con un movimiento de cabeza. Michelle soltó un suspiro de alivio y relajó la mano con la que sujetaba la correa del bolso. La doctora Winters no estaba, aunque unos segundos después apareció desde la puerta del laboratorio con una impoluta bata blanca que resaltaba el tono moreno de su piel. Michelle pensó que lucía más joven y bonita que la mayoría de los forenses con los que había tratado antes.

El superintendente Haskell prácticamente vino detrás de ella

—Bien, Kerrigan, ahora que estás aquí, los pondré al tanto del caso que quiero que investiguen.

—Creía que la unidad gozaría del privilegio de seleccionar que caso investigar. —Quien saltó fue el detective inspector Nolan.

—Cree usted bien, detective. No hubo engaño de mi parte, será así efectivamente, pero quisiera que como un favor personal hacia mi persona investigaran el homicidio de Jodie McKinnon. Fui amigo de su padre y conozco a la madre; me gustaría que finalmente pueda darle un cierre a su muerte. —Miró al resto, esperando a ver si alguien más secundaba a Nolan su protesta o tenía algo que decir.

—Tomaremos el caso —manifestó Michelle. Se lo debía. Si estaba de regreso y ocupaba aquel puesto, era precisamente gracias a él.

Haskell sonrió.

—Excelente. Cuentan con todo lo necesario para comenzar. Sobre sus escritorios tienen un resumen del expediente policial y en aquellas cajas de allí, todos los archivos y evidencias del caso. Confío en ustedes, muchachos. —Recorrió dos con la mirada, pero se entretuvo más tiempo con la Lora Winters. Michelle creyó percibir cierta familiaridad entre ambos. Intentó estudiar sus gestos para dilucidar qué escondían, pero el superintendente abandonó la unidad para dejarlos trabajar tranquilos y se quedó con las ganas de saber.

Se hizo un silencio generalizado.

Michelle fue hasta su despacho y regresó con el expediente del caso. Llevaba también un par de anteojos en la mano. Asió una de las sillas y la arrastró hasta el centro del salón. Se sentó y trató de acomodarse lo mejor que pudo debido a la estrechez de su falda. Se colocó las gafas y comenzó a leer el informe preliminar mientras los demás observaban con atención cada uno de sus movimientos. Luego se puso de pie y avanzó en dirección a la gran pizarra de cristal ubicada en el fondo del recinto. Escribió el nombre de la víctima y lo subrayó.

—Jodie McKinnon —dijo. Podía sentir los ojos de sus compañeros clavados en la nuca—. Veintidós años, hija única. Estudiaba Leyes y trabajaba como asistente de uno de los fiscales en la magistratura local. —Sacó la fotografía de la muchacha y la ubicó en el centro de la pizarra.

—Su cuerpo fue hallado por un pescador local en Seaview, exactamente en Pebble Beach, treinta y seis horas después de que la madre denunciara su desaparición —manifestó David Lockhart tras ojear rápidamente su copia del expediente.

—El hecho ocurrió hace cinco años —agregó Nolan desde su sitio—. Precisamente en estos días se cumplió un nuevo aniversario de su muerte.

—Murió estrangulada con su propio pañuelo. El cuerpo presentaba algunos hematomas, pero eran de vieja data. No había señales de agresión sexual, pero sí se pudo establecer que Jodie mantuvo relaciones pocas horas antes de su muerte. Lamentablemente la muestra de semen que se halló en su cuerpo estaba demasiado deteriorada como para obtener un perfil genético. Tampoco había restos de tejido epitelial en el pañuelo con el que fue ahorcada. —Chloe Winters tenía la carpeta abierta con las fotografías de la autopsia encima de su escritorio. Guardó silencio durante un instante, concentrándose en lo que leía—. Apareció con las manos sobre el pecho y la cabeza hacia un lado.

Michelle miró a Nolan.

—¿Qué nos dice eso del asesino, detective?

Por un segundo, Patrick tuvo la sensación de que estaba sometido a prueba.

—Era alguien cercano a la víctima. Alguien que no soportó verla a los ojos después de asesinarla, por eso volteó su cabeza. Además dice que el cuerpo fue cuidadosamente colocado y no arrojado en el lugar que apareció; sentía algo por ella.

Michelle buscó aquel dato en el informe.

—El principal sospechoso era su novio, un tal Brett Rafferty aunque nunca hubo evidencia firme en su contra.

—Los investigadores del caso tenían otro sospechoso además de Rafferty —puntualizó el sargento Lockhart—. Alguien había empezado a acosar a Jodie McKinnon unas semanas antes de su homicidio, enviándole cartas amenazantes.

Michelle, el detective inspector Nolan y la doctora Winters enterraron las narices cada cual en su informe, buscando algún indicio más sobre el supuesto acosador.

—Las cartas deben de estar allí —dijo Michelle señalando la pila de cajas de cartón que habían sido amontonadas en rincón y que contenían todo el material del caso que se había acumulado durante la primera investigación—. Lockhart, encárguese de revisar minuciosamente todas las evidencias, enfóquese en las cartas; que Chloe lo ayude. Confío en que los avances forenses puedan darnos alguna pista concreta sobre el asesino. Yo quiero ver con mis propios ojos el lugar donde hallaron el cuerpo. —Miró a Nolan—. Usted viene conmigo.

No fue una sugerencia, mucho menos un pedido. Patrick Nolan acababa de recibir oficialmente una orden de parte de la detective inspectora Michelle Kerrigan; una mujer que ostentaba el mismo cargo que él, pero quién sabía por qué misteriosa razón, había logrado granjearse la confianza del jefe y ahora podía presumir de dirigir la primera Unidad de Casos sin Resolver con sede en la isla. Trató de olvidarse por un segundo cuán humillante era toda aquella situación para un hombre como él y se limitó a asentir con la cabeza.