Capítulo 21

—Vilma fue violada cuanto tenía dieciséis años y de ese salvaje ataque nació un niño —reveló Joseph McKinnon ante el estupor de los policías que lo rodeaban.

Estaban todos, incluido Jensen. La doctora Winters había sido la última en llegar procedente de la sala de autopsia y, rápidamente, el sargento Lockhart la puso al tanto de las novedades.

—Nunca logró recuperarse de esa terrible experiencia; el nacimiento de Jodie reabrió viejas heridas y no podía dejar de pensar en la criatura que había abandonado. No quiso quedarse con él y lo odió desde el primer momento en que lo sintió moverse dentro de su vientre. Sus padres ni siquiera intentaron convencerla de que desistiera de dejarlo en el hospicio; estaban tan avergonzados como ella por lo que había ocurrido. Vilma me dijo incluso que la culpaban. —Sonrió con amargura—. Me casé con ella sin importarme su oscuro pasado porque la amaba; ingenuamente, creí que podría hacerla feliz, pero me equivoqué: Vilma vivió todos estos años consumida por el dolor. Lo único que la mantenía a flote era el amor que sentía por nuestra hija, pero, mientras ella construía su mundo alrededor de Jodie, nuestro matrimonio naufraga a la deriva.

George Haskell colocó la mano en el hombro de su amigo para infundirle ánimos. Su vida no había sido nada fácil Ahora que él conocía su verdadera tragedia, aquella que lo había empujado irremediablemente a una vida plagada de infortunios, no podía evitar compadecerse de él. Se sentía en la obligación de ayudarlo; por lo tanto, le ofreció un lugar donde quedarse y un buen empleo. Oferta que Joseph McKinnon aceptó de inmediato.

Al volver a la sala de reuniones, todavía no había novedades del paradero de Vilma McKinnon. No había mucho más que pudieran hacer esa noche. Todos estaban exhaustos, así que Haskell sugirió tomar un descanso para continuar con la búsqueda a la mañana siguiente.

Cuando Michelle llegó a su casa, todos estaban durmiendo; sin embargo, ella no podía acostarse sin antes hablar con Linus. Se quitó los zapatos y subió las escaleras sin hacer ruido. Entró a su habitación sin llamar. La luz estaba encendida, aunque Linus dormía profundamente. Se acercó a la cama y se sentó a su lado. El flequillo le caía en la frente, cubriéndole buena parte de los ojos. Había perdido la cuenta de las veces que ella le había pedido que se lo cortara y que él le respondía que le gustaba llevarlo así.

Lo amaba y lo sentía suyo; jamás había hecho diferencias entre él y Matilda; sin embargo, siempre que podía Linus le recordaba que no llevaba su sangre. Cuando espantó un mosquito que le revoloteaba cerca de la cara, notó los moretones en una de sus manos. La tomó entre las suyas y, sin importarle que se despertara, empezó a acariciarla con suaves movimientos circulares, como cuando era niño y se lastimaba.

Linus abrió los ojos y la miró. Michelle sonrió complacida cuando no apartó su mano.

—Duerme que yo cuidaré de ti, cielo.

Linus tragó saliva. ¿Cielo? Hacía mucho tiempo que Shelley no lo trataba con tanto cariño.

—Lo sabes, ¿verdad?

Ella asintió.

—Lo siento; yo no quería…

—He hablado con Terrence Hibbert y lo convencí para que retirara la denuncia.

Linus se quedó boquiabierto.

—¿De verdad?

—Sí, ya no tienes de que preocuparte. —Soltó su mano y le acomodó la almohada detrás de la cabeza—. Él retirará los cargos en tu contra, y yo me ocuparé de pagar sus gastos médicos.

—Shelley, no sé qué decir. Gracias.

—No podía dejar que te enviaran a un reformatorio. Esos sitios son realmente terribles y la experiencia te habría marcado por el resto de tu vida —comentó para asustarlo un poco. Esperaba que lo pensara dos veces la próxima vez antes de golpear a alguien.

Linus no dijo nada, pero era evidente que las palabras de Michelle habían surtido el efecto deseado.

—¿Se lo vas a decir a papá? —preguntó de repente.

—No, será nuestro secreto. —Se puso de pie y se inclinó hacia él para peinarle el flequillo con los dedos—. Solo prométeme una cosa, Linus…

Imaginaba lo que se venía a continuación: unos días antes ni siquiera se hubiera quedado a escuchar su sermón, pero no podía olvidar que Shelley acababa de salvarle el pellejo, solo por eso, resistió heroicamente la retahíla de consejos que le soltó.

Patrick Nolan, tras pasar casi toda la noche armando el perfil psicológico del sospechoso, había llegado a la conclusión de que el verdadero objetivo de Robson Sheahan siempre había sido su madre. Creía que el odio que sentía hacia ella por haberlo abandonado lo había impulsado a acercarse a su hija. Quería darle donde más le dolía. Era probable que sintiera que Jodie le había arrebatado lo que por derecho le pertenecía: el amor y la protección de una madre; un lugar en su casa y en su corazón. El perfil no estaba completo porque había algunos puntos oscuros que no conseguía dilucidar y esperaba que fuera el propio Sheahan quien se los explicara.

Temprano por la mañana, llegó el dato que estaban esperando: uno de los hombres de Jensen que participaba en el operativo de búsqueda les informó que habían visto un vehículo similar al de Sheahan en Bembridge, en la zona de los acantilados blancos.

Cuando revisaron su historial, descubrieron que los padres adoptivos de Robson tenían una cabaña en el lugar. El plan para rescatar a Vilma McKinnon se puso en marcha de inmediato. Para evitar cualquier contratiempo y no poner innecesariamente en riesgo la vida de la mujer, se dispuso solamente que dos automóviles formaran parte del nuevo operativo. En el primero irían Michelle y Patrick Nolan; en el otro, el sargento Lockhart y Jensen.

En su despacho, Michelle se colocaba el chaleco antibalas. Sobre el escritorio, descansaba su pistola.

Desde el incidente en el supermercado no había podido ni siquiera acercarse a un arma sin ponerse a temblar. Sabía que tarde o temprano debía enfrentarse a sus miedos, pero sentía que no estaba lista aún para hacerlo. Fue hasta el escritorio y rozó la culata de la Glock. Cuando se aseguró de que nadie podía verla, retiró las balas y las escondió dentro de uno de los cajones. Ahora que estaba descargada, tuvo el valor suficiente para sentir su peso entre las manos. La colocó en la cartuchera que llevaba en la cintura y salió al encuentro de sus compañeros.

Robson Sheahan observó satisfecho cómo Vilma McKinnon, la mujer que le había dado la vida para luego abandonarlo como a un perro, se arrastraba por el suelo de la cocina en un intento por escapar de él. Habían llegado a la cabaña en medio de la madrugada, circulando por caminos alternativos para evitar la vigilancia policial.

Sabía que era cuestión de tiempo para que dieran con ellos y la verdad era que ya no le importaba que lo atraparan.

Estaba dispuesto a morir si hacía falta con tal de llevar a cabo su venganza.

Se paró junto a su madre y le colocó el pie en la espalda; apretó su cuerpo contra el piso hasta conseguir que se quedara quieta. Vilma empezó a lloriquear nuevamente y la sacudió de una patada.

—¡Cállate!

—¡Por favor, déjame ir!

Se agachó y, sujetándola del cabello, tironeó su cabeza hacia atrás.

—Escúchame bien, madre, porque no lo voy a volver a repetir. —Aumentó la fuerza de su agarre hasta hacerla gritar—. Llegó el momento de que pagues por tu abandono. Deberías estar feliz, vas a reunirte con tu adorada hijita muy pronto. —Le dio un beso en la mejilla y la arrojó otra vez al suelo—. ¡Levántate!

Vilma consiguió ponerse de pie, pero ya no tenía fuerzas para seguir andando y trastabilló junto a la pata de la mesa.

De repente, Robson sacó una pequeña navaja del bolsillo trasero de su pantalón y se la puso en la garganta.

—¡Camina!

Luchó contra su propio cuerpo para poder levantarse. Tomada de la pared, llegó hasta la puerta. Una vez fuera, observó a su alrededor buscando una posible vía de escape, pero delante de sus ojos no había más que una amplia extensión de tierra y, más adelante, solo agua.

Robson la tomó del brazo y la impulsó a seguir andando.

—Vamos que ya falta poco, madre.

El terreno cambió drásticamente. Vilma apenas podía continuar cuando se hizo cuesta arriba. Conocía el sitio, lo había visto en varios folletos turísticos y sabía que la estaba llevando hasta uno de los acantilados blancos.

Giró y miró a su hijo a los ojos. Sintió ganas de vomitar cuando vio en ellos al hombre que la había violado veintisiete años atrás.

Al llegar a la orilla, Robson la soltó.

—Antes de morir vas a pedirme perdón, madre.

Vilma cayó de rodillas sobre la hierba mojada cuando sus piernas ya no pudieron sostenerla más. Agachó la mirada en un último esfuerzo para detener las lágrimas. Ya no quería enfadarlo.

—Mírame a los ojos, madre —le pidió.

Vilma se negó a obedecer. Entonces Robson se dejó caer frente a ella y la asió suavemente de la barbilla. Echó la cabeza hacia atrás para no tener que mirarlo, pero él se valió de la navaja para obligarla a hacerlo. La deslizó hacia arriba por su cuello, lo que le rasgó la piel.

Vilma apretó los párpados con fuerza. Prefería morir antes que verlo nuevamente a los ojos.

Cuando arribaron a Bembridge, vieron el auto de Sheahan estacionado a un costado de la cabaña. El sargento Lockhart y Ernie Jensen se acercaron a la entrada principal, mientras Michelle y Patrick cubrían la parte trasera de la propiedad.

La puerta que daba al patio estaba abierta. Pegado contra la pared, Nolan avanzó primero, seguido de cerca por Michelle. Sostenía el arma a la altura de la cabeza, con el dedo en el gatillo. Con un rápido movimiento entró a la cocina; tras comprobar que estaba vacía, le hizo señas a Michelle para que entrara. Descubrió entonces que ella ni siquiera había desenfundado su arma. Estaba a punto de reclamárselo, cuando el sargento y Jensen aparecieron por la otra puerta.

—No hay nadie.

—Están aquí, en algún lado —manifestó Nolan bajando la pistola. Cuando se volteó, Michelle ya no estaba detrás de él—. Sargento, venga conmigo. Jensen, quédese aquí y monte guardia en caso de que Sheahan aparezca.

Jensen ni siquiera tuvo tiempo de objetar su decisión y no tuvo más remedio que hacer lo que le pedía.

Pronto divisaron a la inspectora que se dirigía hacia los acantilados. Patrick apresuró el paso para alcanzarla. ¿Qué demonios pretendía al apartarse del grupo?

De repente, al llegar al punto más escarpado del terreno, ella se agachó. La imitaron y se fueron acercando sigilosamente.

Michelle les hizo señas de que miraran hacia la izquierda. Al hacerlo, vieron a Robson Sheahan y a su madre arrodillados en el suelo, casi al borde del precipicio. Él sostenía un cuchillo contra la garganta de Vilma McKinnon.

—Debemos acercarnos —planteó ella.

—Es peligroso, están demasiado cerca de la orilla —respondió Nolan poco convencido.

—¿Y si pedimos refuerzos? —sugirió el sargento.

Patrick negó con la cabeza.

—Sería mucho más riesgoso todavía. Hay que acercarse y hablar con él. Lo haré yo, ustedes esperen aquí.

Michelle lo sujetó del brazo justo antes de que se incorporara.

—No, déjame a mí, Patrick. Creo que una presencia masculina lo intimidaría demasiado.

—¡No vas a ir allí sola, Michelle! —le advirtió Patrick.

Ninguno de los dos se dio cuenta de que acababan de llamarse por sus nombres de pila delante del sargento. Por supuesto, David Lockhart sí lo notó.

—Patrick, además de ser mujer, soy madre. Puedo valerme de eso para tratar de disuadirlo de que deje ir a Vilma.

—Puede que tenga razón, inspector —intervino el sargento a favor de Michelle.

Eran dos contra uno, y el tiempo apremiaba. No podía ponerse a discutir con ellos en ese momento.

—Está bien, hazlo, pero, ante cualquier movimiento sospechoso, das la señal, ¿de acuerdo?

Michelle asintió y, cuando se dispuso a sacar su pistola de la cartuchera, Patrick se lo impidió.

—El arma lo puede asustar —dijo para justificar lo que pretendía hacer.

Él mismo volvió a colocarla en su sitio.

—De ninguna manera voy a permitir que te acerques a ese loco desarmada.

Michelle asintió. Él tenía razón, aunque no podía sospechar que la Glock ni siquiera estaba cargada. Lo miró a los ojos durante unos segundos antes de levantarse.

—Ten cuidado —le pidió antes de dejarla ir.

—Nosotros le cubriremos las espaldas, inspectora —la tranquilizó el sargento guiñándole el ojo.

Avanzó hacia el acantilado despacio, sin apartar la vista de la escena que se desarrollaba en el borde del precipicio. Se detuvo a un par de metros de distancia de donde estaban ellos. Vilma se echó a llorar cuando la vio. Cuando Sheahan se dio cuenta de que ya no estaban solos, se levantó rápidamente y sujetó a su madre del brazo, para usarla de escudo.

—¿Quién eres? —preguntó con la navaja apretada contra el cuello de Vilma McKinnon.

—Mi nombre es Michelle y soy inspectora de policía —respondió con la voz pausada.

—Has llegado demasiado tarde, Michelle. —Retrocedió unos pasos para acercarse más a la orilla.

—Robson, tranquilo. No quiero hacerte daño, y sé que tú tampoco quieres lastimar a tu madre. ¿Por qué no la dejas ir? —Miró a Vilma. Tenía una herida profunda en la cabeza y parecía que estaba a punto de desfallecer. Necesitaba atención médica con urgencia.

—¿Madre? —Soltó una carcajada—. ¡Esta mujer me dio la vida y luego se deshizo de mí como si fuera un perro sarnoso! ¿Qué clase de madre le hace eso a un hijo?

—Tienes razón en estar enfadado con ella, Robson —dijo tratando de seguirle el juego—. Ningún niño debería crecer sin la protección y el amor de una madre.

—¿Tienes hijos, Michelle? —le preguntó de repente.

—Dos. Matilda de ocho años y Linus de diecisiete.

—¿Los amas?

—Mucho.

Tironeó con fuerza del brazo de Vilma.

—¿Por qué ella no pudo amarme a mí también?

Michelle notó que Sheahan empezaba a perder el control.

—Robson, ¿sabes lo que le ocurrió a tu madre cuando apenas tenía dieciséis años?

Vilma le suplicó con la mirada que se callara. Ella le dio a entender que todo iba a ir bien.

—¿Se abrió de piernas delante del primer chico que le metió mano? —replicó en tono burlón.

—Tu madre fue violada, Robson.

Él no dijo nada. La verdad que acababan de soltarle y que había desconocido todo ese tiempo lo dejó desorientado.

—¡Mientes!

—No, Robson, no miento. Tú fuiste fruto de esa violación, por eso ella no pudo quedarse contigo. Sabía que, cada vez que te viera a la cara, recordaría lo que le habían hecho.

—Yo no tenía la culpa —dijo mirando a su madre.

—Lo siento, hijo —balbuceó Vilma en un último intento por ponerse a salvo.

—¡No trates de engañarme! ¡Nunca me quisiste, solo tenías lugar en tu corazón para Jodie! —Sacudió a su madre con violencia hacia el vacío—. ¡Ella me robó todo lo que era mío!

Michelle dio un paso hacia él.

—Por eso la mataste.

Sheahan la miró.

—No quise hacerlo. Cuando me acerqué a ella, fue porque quería conocerla.

—¿Cómo la encontraste?

—Cuando mis padres adoptivos murieron, decidí buscar a mi familia biológica. Lo único que sabía era que había sido abandonado en un hospicio de Newton a las dos semanas de nacer. Fui hasta allí, pero se negaron a darme información. Entonces, urdí un plan. Seduje a una de las empleadas y logré convencerla para que robara el archivo de mi adopción. Así supe que mi madre se llamaba Vilma Grady y que vivía en Ryde. Encontrarla fue más sencillo de lo que pensaba. Mi plan era presentarme frente a ella y preguntarle por qué me había abandonado, pero, cuando supe que tenía una hija, el rencor que sentía hacia ella se transformó en un odio irracional.

—Entonces utilizaste a Jodie para llevar a cabo tu venganza.

—No era justo que se hubiera quedado con ella después de haberse deshecho de mí, ¿no crees?

—No, supongo que no.

—Jodie se convirtió en el arma perfecta para lastimar a mi madre. Me metí en su mundo casi sin que se diera cuenta. —Sonrió mientras le relataba los detalles de su macabro plan—. Cuando supe que estudiaba en Portsmouth, conseguí un empleo en la biblioteca de la universidad, solo para estar cerca de ella. Nunca imaginé que todo iba a ser tan fácil. Jodie empezó a frecuentar los mismos sitios que yo. Pronto me di cuenta de que le gustaba y me aproveché de ese interés para llevar a cabo mi venganza.

—Ella era tu hermana, Robson.

—Sí y ese detalle hacía que el juego fuera más excitante.

—Te acostaste con ella antes de matarla —afirmó Michelle asqueada de comprobar hasta donde había llegado su perversidad.

—Me acosté con ella en más de una ocasión. Jodie era insaciable, siempre quería más… Y yo se lo daba. —Miró a Vilma que escuchaba horrorizada la confesión—. Cada vez que lo hacía con ella pensaba en el dolor que le causaría a nuestra querida madre si se enteraba.

—Si tu venganza consistía en tener sexo con tu hermana, ¿por qué la mataste?

—Porque, cuando le dije que era su hermano de sangre, se rio en mi cara —respondió—. No me creyó, pensaba que le estaba gastando una broma. Me enfurecí con ella porque no dejaba de reírse. Entonces, puse mis manos alrededor de su cuello, pero Jodie consiguió escaparse. La alcancé allí. —Señaló hacia un sector llano del terreno cubierto de hierba—. La sujeté de su pañuelo y apreté con fuerza. Jodie comenzó a patalear debajo de mí. Luchó hasta el final. —De repente ya no la miraba a ella, tampoco a su madre—. No quería matarla, pero la situación se me fue de las manos. Llevé su cuerpo a la cabaña y lo dejé sobre la cama. Parecía que dormía, pero, cuando el olor se hizo insoportable, supe que tenía que deshacerme de ella.

El resto de la historia ya la conocía.

—Pero no contabas con que alguien sería testigo de lo que acababas de hacer.

—Charlotte y su madre fueron un daño colateral. Se quiso pasar de lista conmigo, me chantajeó, y no tuve más remedio que deshacerme de ella y de su madre para evitar que me delataran. No fui yo quien la mató, sino su ambición.

—Está bien, Robson, conseguiste lo que querías; lastimar a tu madre quitándole lo que más amaba. ¿Por qué no la dejas ir ahora?

—Porque ella será mi vía de escape. —La apartó de la orilla y volvió a usarla de escudo. Comenzó a caminar en dirección al valle.

Michelle se movía a la par; prestaba atención a cada uno de sus movimientos. Era preferible que intentara huir; por lo menos, se mantendría apartado del vacío.

—No podrás llegar lejos, Robson. Hay varios policías apostados en el área.

Él miró a su alrededor, no vio a nadie.

—Buena estrategia, Michelle, pero no va a funcionar.

—¡Inspector Nolan, sargento Lockhart! —llamó a viva voz.

Cuando Sheahan vio que dos hombres se acercaban con el arma en mano, hundió el cuchillo en el cuello de su madre y la soltó. Corrió a campo traviesa en dirección al bosque. El sargento Lockhart alcanzó a sujetar a Vilma antes de que su cuerpo llegara al suelo. Colocó su mano en la herida para detener el flujo de sangre.

—¡Busca a Jensen y dile que llame a una ambulancia! —La orden se la dio Michelle a Patrick.

—¿Qué harás tú?

—Iré tras él…

—¡Espérame y vamos juntos!

—Haga lo que le digo, inspector. No olvide quién es la que da las órdenes aquí.

Lo desconcertó su actitud, pero había una mujer inocente desangrándose en el suelo y, como bien le había recordado Michelle, ella era quien mandaba. Buscó a Jensen en el interior de la cabaña y lo puso al tanto de la situación.

Cuando volvió al acantilado, Michelle ya había desaparecido.

—Se fueron hacia el norte. Creo que Sheahan pretende huir por la carretera —le indicó el sargento Lockhart mientras intentaba mantener con vida a Vilma McKinnon. Estaba inconsciente, con la cabeza apoyada en su regazo, pero todavía respiraba.

—La ambulancia viene en camino —le dijo antes de alejarse en dirección al bosque.

Jensen, que no quería quedarse afuera de la acción, lo siguió a una corta distancia.

Michelle no podía correr más a prisa por culpa de los malditos zapatos; aun así, todavía no había perdido de vista a Sheahan. Habían abandonado el terreno abierto para adentrarse en el bosque. Le llevaba algunos metros de ventaja y, cuando él tropezó con una rama que sobresalía del suelo, consiguió alcanzarlo.

Sacó su arma y le apuntó.

—¡Quieto!

Robson Sheahan levantó los brazos y giró lentamente.

—¿Vas a matarme, Michelle? —la desafió. Se acercó con la pistola en alto.

—Si intentas algo, no dudaré en dispararte —le advirtió, pero él se dio cuenta de cuánto le temblaban las manos.

—Hazlo. Prefiero morir que ir a la cárcel. —Avanzó hacia ella hasta apoyar la frente en el cañón de la Glock.

Michelle fue incapaz de moverse. Había empezado a sudar frío, como si estuviera viendo una película en cámara lenta: las escenas del incidente en el supermercado se mezclaban con el presente; la confundían.

—¿Qué sucede, Michelle? ¿Aún te culpas por la muerte de ese chico? —Sostenía la navaja en la mano y estaba dispuesto a volver a usarla.

Era imposible que Sheahan estuviera diciéndole aquello. No era más que una jugarreta de su mente. Sacudió la cabeza para apartar las imágenes de aquel día, pero no conseguía enfocarse en la realidad. Entonces, cuando escuchó un disparo, perdió la conciencia y cayó de bruces al suelo.

Al abrir los ojos, se encontró entre los brazos de Patrick.

—¿Te encuentras bien?

Miró a su alrededor, todavía aturdida. Robson Sheahan, tendido en el suelo, sangraba profusamente de una herida de bala en la pierna, mientras Jensen lo esposaba.

—Sí; eso creo.

—¿Qué pasó? Te quedaste paralizada. Si no le hubiera disparado a Sheahan, te habría apuñalado —la increpó mientras la cargaba hasta la ambulancia para que alguno de los paramédicos la atendiera.

Michelle se dio cuenta de que ya no tenía el arma en la mano.

—¿Dónde está mi pistola?

—La tiene Jensen —respondió.

Miró por encima de su hombro hacia donde estaba el detective de Homicidios.

—¿Vas a responder a mi pregunta o no?

Cerró los ojos y apoyó la cabeza en su pecho. No tenía el valor de hablarle de su problema; era un miedo demasiado grande al que no sabía cómo enfrentar todavía y acababa de comprobarlo en carne propia.

La acomodó con cuidado en la parte trasera de la ambulancia, mientras los paramédicos se encargaban de asistir a Vilma McKinnon, que había salvado su vida de milagro. La cubrió con una manta y se sentó a su lado. Guardó silencio; esperaba una explicación que nunca llegó.

—Hace ocho años, en una redada en Bostwick algo salió mal. Sharon, mi compañera, recibió un balazo en la cabeza —dijo de repente. Respiró hondo. Hacía mucho tiempo que no hablaba del tema con alguien—. Murió en mis brazos. Dejó a un hijo de dos años huérfano. Ese hecho me marcó profundamente y, cuando ya no pude soportar el dolor, busqué evadirme de la realidad ahogando mis penas en una botella. Me suspendieron cuando una mañana llegué borracho a mi trabajo; ese fue el punto de inflexión, el momento en el cual me dije que no podía lanzar mi vida y mi carrera por la borda. Se lo debía a Sharon. Un amigo me acompañó a una reunión de Alcohólicos Anónimos y, lentamente, fui saliendo del pozo. Llevo siete años, nueve meses y dos semanas sin probar una gota de alcohol.

—Lo lamento mucho, Patrick. —Deseaba darle un abrazo pero se abstuvo de hacerlo por temor a que alguien los viera.

—Te he abierto mi corazón, hablándote de mis fantasmas, quiero que me hables de los tuyos, Michelle. —Él sí se animó a tocarla, rozando su mano por debajo de la manta.

—No puedo, Patrick… Duele demasiado todavía. Ni siquiera consigo hablar abiertamente de ello con el doctor Peakmore —confesó.

—Eres una mujer fuerte, Michelle, sé que vas a superarlo. —Le sonrió mientras apretaba sus dedos suavemente—. Y yo estaré aquí siempre que me necesites, si quieres un hombro para llorar o un oído para desahogarte, solo tienes que buscarme.

Michelle asintió. Tenía ganas de llorar, pero él acababa de hablarle de su fortaleza; por eso, respiró profundo y le sonrió.