Capítulo 19

El detective Nolan y la Doctora Winters llegaron a Pebble Beach casi al mismo tiempo. Chloe le sonrió mientras se apeaba de la motocicleta. La casa estaba precintada, y un agente joven montaba guardia junto a la puerta. Había una camioneta de Control Animal estacionada a un costado de la propiedad. Seguramente habían venido para llevarse a Pippo. ¿Qué sería de él a partir de ahora? Patrick no pudo evitar sentir lástima por la suerte del perro y, por un segundo, cruzó por su cabeza la loca idea de llevárselo a su apartamento, pero el dueño del edificio había sido muy claro al respecto: nada de mascotas.

Los peritos todavía estaban trabajando y, al ingresar al salón, se toparon con una enorme mancha de sangre en el suelo. También había varias salpicaduras en las paredes. Un agente se acercó para entregarles guantes de látex y un par de cubre zapatos a cada uno.

—Los cuerpos acaban de ser trasladados a la morgue —les informó uno de los criminalistas analizando la alfombra en busca de posibles rastros.

Patrick estudió el resto de la escena. Encima de una mesita había un ejemplar de una revista de tejido. En el suelo una canasta, un montón de lanas de colores y una pieza sin terminar. La televisión estaba encendida aunque sin volumen. Chloe se unió al equipo de forenses, y él aprovecho par recorrer el resto de la casa. Le interesaba registrar particularmente la habitación de Charlotte Cambridge, así que se dirigió a la planta alta. Había solo dos puertas, así que acertó con la primera opción.

Todo estaba en orden.

Un vestido floreado descansaba en el respaldo de una silla y, a su lado, en el suelo, unos zapatos negros perfectamente acomodados. Notó que el cajón de la mesita de noche estaba abierto. Había algunos libros, un par de gafas y una libreta negra; todos desparramados en su interior. El desorden contrastaba con el resto de la habitación. Ojeó la libreta y descubrió que le habían arrancado una página. Era posible que lo hubiera hecho el asesino o tal vez la misma Charlotte. Cualquiera fuese el caso, tenía que saber qué era lo que habían escrito.

Se sentó en la cama y hurgó en el resto de los cajones hasta encontrar un lápiz. Empezó a rayar suavemente la superficie hacia un lado y hacia el otro hasta cubrir el ancho de la hoja que venía después de la que había sido arrancada.

Sonrió cuando, al mirarla cerca de la luz, distinguió unos garabatos.

Rápidamente descubrió que se trataba de una dirección. Como habían sospechado, Charlotte Cambridge había tenido siempre la clave para resolver el caso.

Corrió escaleras abajo y buscó a Chloe Winters.

—¿Y esa cara de alegría?

—Creo que lo tenemos, doctora —dijo y puso la libreta prácticamente en sus narices.

La residencia de Terrence Hibbert se hallaba en uno de los suburbios más elegantes de Merstone. Estacionó el Citroen al otro lado de la calle y se quedó observando un buen rato hacia la casa. Podía no ser lo más acertado tratar de hablar con aquel hombre, pero estaba resuelta a intentarlo con tal de evitar que Linus saliera perjudicado.

Comprobó su aspecto en el espejo retrovisor; se arregló algunos mechones de cabello que se habían salido de su sitio y se bajó del auto. Atravesó la calle con paso firme, convencida totalmente de lo que estaba a punto de hacer.

Se plantó delante de la puerta cuadrando los hombros, con una actitud desafiante en la mirada. Una empleada le dijo que el señor Hibbert se encontraba recuperándose de un atraco y no podía recibirla; sin embargo, cuando le mostró su placa, la hizo pasar de inmediato.

La dejó esperando en el salón. Se acercó a la chimenea para observar de cerca una de las fotografías. Un hombre de unos cincuenta años, seguramente Hibbert, aparecía rodeado por tres mujeres. La esposa y dos gemelas que debían tener unos pocos años más que Linus. Era la viva imagen de la familia feliz.

No se dio cuenta de que la empleada había regresado.

—El señor la recibirá en el despacho; acompáñeme por aquí por favor.

La condujo hasta una puerta ubicada detrás de las escaleras. Al entrar, vio al hombre de la foto sentado en un sillón con un vaso en la mano. Tenía la cabeza cubierta por una venda; varios moretones en el rostro y el ojo hinchado.

—Me dijo Lolita que es usted policía. Ya les he contado todo lo que ocurrió, no entiendo qué es lo que hace aquí.

Michelle se acercó y sin esperar a ser invitada, se sentó frente a él.

—Señor Hibbert, soy la detective inspectora Kerrigan, de la Unidad de Casos sin Resolver. —A medida que se iba presentando el rostro del hombre fue mutando del fastidio al asombro.

—¿Unidad de Casos sin Resolver? —preguntó más confundido que antes.

—Sí, aunque en realidad no estoy aquí por nada relacionado con mi trabajo —aclaró—. He venido a verlo para hablarle de mi hijo.

Hibbert guardó silencio al comprender de qué se trataba todo aquello.

—Si ha venido a pedir que retire la denuncia en contra del muchacho, pierde usted su tiempo, inspectora —dijo tajante—. Tiene que pagar por lo que me hizo; si Sylvia no lo hubiera detenido, me habría matado.

A Michelle le costaba creer lo que aquel hombre le decía. Linus no era capaz de tanta violencia; pero tenía las pruebas delante de ella, aunque se negara a verlas.

—Entiendo cómo se siente, señor Hibbert, y en nombre de mi hijo acepte por favor mis disculpas por lo ocurrido. Ahora le pido que se ponga en mi lugar por un solo segundo. Linus es menor de edad y, si su denuncia procede, es muy probable que pase los próximos meses en un reformatorio. —Le provocaba pánico tan solo imaginarse a su hijo en un lugar así. Se detuvo un momento para ver si sus palabras causaban el efecto deseado, pero Hibbert ni se había inmutado—. Sé que es padre y apelo al amor que siente por sus hijas para que retire los cargos en su contra.

—No meta a mi familia en esto, ellos no tienen nada que ver. Su hijo cometió un delito, y usted mejor que nadie sabe que debe pagar por lo que hizo —manifestó sin un ápice de clemencia.

Michelle lo miró a los ojos. Sentía asco por aquel hombre que se rasgaba las vestiduras hablando de su familia y luego corría a revolcarse en la cama de otra mujer. Si el pedido de una madre desesperada no servía, se valdría de medios más drásticos para conseguir su objetivo.

—Créame que lamento lo que ocurrió, señor Hibbert. Linus es un muchacho rebelde, pero no fue por maldad que se metió con su amante.

—¿Amante? —Soltó una carcajada—. Veo que está mal informada, inspectora. Sylvia Beckwith no es más que una puta y su lista de clientes es casi tan extensa como la de la guía telefónica. Supongo que encandiló al muchachito con su vasta experiencia —manifestó en tono burlón.

Michelle se quedó perpleja. No se esperaba aquel golpe bajo; sin embargo, se dio cuenta de que podía usar aquella terrible verdad en su propio beneficio.

—Su empleada me ha dicho que se estaba recuperando de un atraco. —Se recostó en el sillón y cruzó las piernas—. Supongo que esa es la mentira que fraguó para evitar que su familia supiera qué fue lo que ocurrió en realidad.

Michelle sonrió para sus adentros cuando notó el miedo en sus ojos.

—¿Qué es lo que pretende? ¿Chantajearme?

—No, señor Hibbert, no estoy chantajeándolo, simplemente quiero que sepa que estoy dispuesta a llegar hasta las últimas consecuencias para salvar a mi hijo. Veo que su familia le importa mucho, por lo tanto, estoy segura de que usted haría lo mismo si estuviera en mi lugar.

—El muchacho tiene que pagar por lo que hizo —insistió, aunque ahora con menos vehemencia.

—Yo correré con todos los gastos médicos. Envíeme la factura a la estación de policía y pagaré hasta el último penique.

—Sabe que no hablo de dinero.

—Yo le hablo de asegurar su futuro y de conservar lo que tiene, señor Hibbert. Piense en las nefastas consecuencias de todo esto si el caso llega a la prensa: mi hijo pasará un tiempo en el reformatorio, pero saldrá en unos meses cuando cumpla la mayoría de edad; en cambio, su familia quedará destrozada de por vida y pagará un precio muy alto por sus continuos deslices extramatrimoniales. Usted pierde, yo pierdo, a menos que lleguemos a un acuerdo que nos beneficie a ambos.

Se bebió el resto del whisky de un solo trago. Caviló durante unos cuantos segundos antes de darle una respuesta. Aquella mujer lo tenía agarrado de las pelotas. Si quería conservar su matrimonio y ocultar sus pecados, debía acceder a su chantaje disfrazado de trato. Lo que más bronca le daba era que su venganza en contra del muchacho por la golpiza que había recibido quedaría en la nada, pero no valía la pena arriesgarse por una puta como Sylvia Beckwith. Ya se encargaría alguno de sus otros tantos clientes de romperle la cara al estúpido joven enamorado.

Michelle estaba más tranquila: si Terrence Hibbert sabía lo que le convenía aceptaría su trato sin chistar.

—Está bien, inspectora, usted gana. Retiraré hoy mismo la denuncia en contra de su hijo. Podría costarle muy caro lo que acaba de hacer; sin embargo, se atrevió a venir hasta aquí para defender a su muchacho. No logro adivinar si es usted una mujer valiente o una policía temeraria. Tal vez ambas. Cualquiera sea el caso, déjeme decirle que admiro su actitud.

Michelle se puso de pie, sorprendida por su halago.

—Ha tomado la decisión correcta, señor Hibbert. Recuerde enviarme la factura a la estación de policía, con gusto me haré cargo de los gastos del hospital así también como los de su recuperación. —Extendió el brazo y estrecharon las manos—. Que tenga buen día.

Había llegado con el corazón en la boca; se marchaba con una sonrisa triunfal en los labios.

David Lockhart acababa de tachar el último nombre de la lista de sospechosos. Tras hablar con ellos por teléfono para conocer sus movimientos la noche en que Charlotte y Ellie Cambridge habían sido asesinadas, no consiguió nada. Tal vez era mejor esperar hasta el día siguiente para hacer las preguntas cara a cara. Pero tenía otro asunto del cual ocuparse; buscó a Haskell y no se sorprendió de su reacción cuando le mostró la fotografía del sujeto del cementerio; sin embargo, sabía que algo se escondía detrás de su prolongado silencio.

—Cuando la inspectora Kerrigan me mencionó al hombre que dejaba una rosa roja en la tumba de Jodie, supe inmediato que se trataba de Joseph McKinnon.

—¿Sabe dónde podemos encontrarlo?

—La última vez que tuve noticias suyas, estaba en prisión purgando una condena por hurto, pero, cuando intenté contactarme con él para avisarle que reabriríamos el caso de su hija, me dijeron que lo habían puesto en libertad hacía un par de meses —explicó dejándose caer en la silla.

—¿Por qué cree que aparece de incógnito y no quiere que su esposa lo vea?

Haskell respiró hondo.

—Nunca conocí en detalles toda la historia, lo único que sé es que Joseph abandonó a Vilma cuando Jodie tenía seis años porque se había metido en líos y un pez gordo de Portsmouth lo andaba buscando. Se alejó de ellas, pero mantuvo el contacto conmigo porque fui el único amigo que le quedaba. Viajó por todo el país y no supe de él durante mucho tiempo. Hace cinco años, cuando asesinaron a su hija, volví a verlo en la isla, pero ya no era ni la sombra del hombre que solía ser. Vivía borracho y terminó robando en una gasolinera en las afueras de Newport. Intenté ayudarlo, pero se negó; creo que la muerte de su hija lo destruyó y solo quería dejarse morir. —Miró a Lockhart—. No sé qué podrán obtener de él ahora, sargento, dudo que pueda contribuir a esclarecer el crimen de Jodie.

—Ese hombre es un cabo suelto en la investigación, superintendente. Queremos hablar con él; incluso es posible que haya estado en contacto con su hija antes de ser asesinada.

Haskell asintió. Tal vez el muchacho tuviera razón; además, quería volver a ver a su amigo.

—Enviaré a un par de agentes a montar guardia en el cementerio.

—Perfecto, señor. Lo mantendré informado si surge alguna novedad.

Cuando regresó a la unidad, vio a la doctora Winters y al detective Nolan conversando animadamente.

—¿Ha habido suerte en la escena del crimen? —preguntó metiendo la mano en el paquete de sus Fox’s Glaciers.

Nolan entonces soltó la bomba y el sargento se quedó de una pieza.

—¿Está seguro?

—Completamente. No puede ser coincidencia que Charlotte Cambridge tuviera anotada en su libreta la dirección de uno de nuestros sospechosos. —Miró hacia la puerta, esperando en vano que Michelle apareciera. Quería compartir con ella lo que acababan de descubrir.

—¿Han logrado identificar al hombre del cementerio? —preguntó Chloe Winters mientras se volvía a colocar el guardapolvo.

—Sí; se trata de Joseph McKinnon, el padre de la víctima. Según Haskell el sujeto se vio obligado a escapar hace unos años tras meterse con quien no debía. El superintendente estuvo en contacto con él, pero le perdió el rastro después de que saliera de prisión hace dos meses.

—¿Sabrá Vilma McKinnon que su esposo está de regreso?

—Lo dudo, inspector. Si huyó de esa manera cuando la vio acercarse a la tumba de su hija, es porque no quiere ser visto. Haskell pondrá vigilancia en el cementerio, es cuestión de días hasta que demos con él.

—¿Alguien sabe dónde se ha metido la inspectora Kerrigan? —preguntó Nolan de repente.

—Salió a resolver un asunto personal —respondió el sargento.

Patrick asintió. No es que se sintiera con alguna especie de derecho sobre ella ahora que se habían acostado; sin embargo, le inquietaba no saber qué sucedía.

—Mientras esperamos que la inspectora regrese, centrémonos en investigar a fondo a nuestro principal sospechoso.

—Creo que deberíamos llamar también a Jensen —sugirió Chloe Winters—. Después de todo, el caso ahora es tan suyo como nuestro.

A nadie le agradaba el detective de Homicidios, pero tampoco querían tener problemas por su culpa; por lo tanto, fue el sargento Lockhart el encargado de avisarle que lo esperaban en la unidad con importantes novedades.

Michelle corrió hacia el elevador cuando vio que estaba a punto de cerrarse. Una mano masculina alcanzó a detener la puerta para que ella ingresara. Ernie Jensen le sonrió.

—Qué grata sorpresa, inspectora. —La recorrió de arriba abajo con los ojos entornados.

Ella se limitó solamente a devolverle la sonrisa. No tenía ganas de tratar con él fuera de la Unidad de Casos sin Resolver. Conocía sus tácticas de seductor barato porque las había padecido en carne propia y sabía de sobra que era de los que no se resignaban a perder en ningún aspecto de la vida.

Sin previo aviso, se le acercó, empujándola contra la pared.

—¿Qué hace? —Le puso las manos en el hombro e intentó apartarlo, pero Jensen la asió de las muñecas y la arrinconó contra la puerta.

—No te hagas la arisca conmigo, Michelle. —Sus ojos se posaron en el escote de su blusa—. Ambos sabemos que tu maridito no puede cumplirte en la cama; yo puedo ocupar su lugar sin ningún problema.

Antes de que siguiera soltando barbaridades, Michelle se encargó de cerrarle la boca con un rodillazo en la entrepierna.

Jensen la soltó de inmediato y se llevó las manos a la bragueta. Farfulló unas cuantas maldiciones en contra de ella y de sus antepasados mientras se retorcía del dolor.

Michelle abrió el elevador y ni siquiera se molestó en volver a mirarlo. Con el golpe que acababa de atestarle en las pelotas, se le quitarían las ganas de volver a acercarse a ella.

Nadie se sorprendió cuando la inspectora Kerrigan llegó a la Unidad de Casos sin Resolver seguida de cerca por el detective Jensen. De inmediato, se dieron cuenta de que algo había ocurrido entre ellos. Parecía que acababan de tener un altercado en el elevador o en uno de los pasillos de la estación de policía. Bastaba ver la vena hinchada en la frente del policía y la expresión furibunda en los ojos verdes de la inspectora.

—¿Todo en orden? —Patrick miró primero a Michelle y luego a Jensen con gesto interrogante.

—Por supuesto, inspector. Jensen y yo simplemente estábamos intercambiando información del caso, ¿verdad, detective?

Ernie Jensen asintió y se quedó sentado en el fondo del recinto para masajearse la entrepierna sin que nadie lo notara.

—Nosotros tenemos muy buenas noticias, inspectora. Por el entusiasmo en su voz, supo que era algo gordo.

—¿Qué ha ocurrido?

—Ya sabemos cuál es la conexión que hay entre los dos casos. Cuando revisamos la escena del crimen en Pebble Beach, encontré una libreta en la mesilla de noche de Charlotte. Alguien había arrancado una hoja, pero logré descifrar lo que decía.

—Continúe —lo exhortó Michelle presa de la curiosidad.

—Era una dirección en Spring Vale.

—¿Spring Vale? ¿Quién vive allí?

—Geoff Eames.