Capítulo 18

No bien puso un pie en la estación de policía, Haskell la mandó a llamar. Cuando entró a su despacho percibió de inmediato que algo no andaba bien. Por eso, antes de que dijera algo, le dejaría bien en claro que su unidad se haría cargo de investigar los homicidios de Charlotte Cambridge y su madre.

—Superintendente, tenemos razones de peso para creer que las muertes de Charlotte y Ellie Cambridge están relacionadas con el crimen de Jodie McKinnon, por lo tanto, el caso tiene que ser nuestro.

—Inspectora Kerrigan, no puedo quitar a Jensen del caso así como así, además sabes muy bien que es competencia de Homicidios y no de la Unidad de Casos sin Resolver. Tal vez la solución sea que trabajen juntos.

¿Volver a trabajar con Jensen? La idea no le hacía ninguna gracia, pero estaba dispuesta a soportar la prepotencia del detective porque quería quedarse con la investigación. Nadie le quitaba de la cabeza que Charlotte Cambridge había visto algo el día en el que el cuerpo de Jodie McKinnon fue abandonado en Pebble Beach.

—Está bien, yo misma hablaré con él. ¿Necesita algo más?

George Haskell la invitó a sentarse. Ella obedeció. Todavía tenía una expresión grave en el semblante.

—Michelle, hay algo más que tengo que decirte…

La había llamado por su nombre de pila. Entonces fue cuando se asustó de verdad.

—¿Qué ocurre? —Por un segundo, se le cruzó por la cabeza la posibilidad de que se hubiera enterado de su desliz con el inspector Nolan, pero no había manera de que lo supiera.

—Se trata de tu hijo.

El corazón de Michelle se detuvo y, cuando se le fueron los colores de la cara, el asustado fue George Haskell.

—No es nada grave, tranquila, él está bien —le aseguró—. Su nombre apareció en una denuncia por agresión. Quería que lo supieras por mí y no que te enteraras cuando un agente se presente en tu puerta para ir a buscarlo.

Michelle trataba de ordenar en su mente las palabras que acababa de escuchar. ¡Denuncia por agresión! ¿Qué mierda había hecho Linus esa vez?

Respiró hondo y cerró los ojos por un segundo.

—¿Qué pasó?

—Al parecer golpeó a un sujeto tras encontrarlo en la cama con una tal Sylvia Beckwith. ¿La conoces?

—No —contestó, aunque podía imaginar de quién se trataba.

—He manejado todo este asunto con la mayor discreción posible y nadie ha relacionado el hecho contigo, pero, si un buen abogado no logra sacar al muchacho de este lío, no podré hacer mucho para frenar lo que se viene. Puedo recomendarte a alguien si quieres, es uno de los mejores defensores de la isla.

Michelle asintió.

—Gracias, superintendente.

Haskell se levantó de la silla y se acercó.

—No te preocupes, todo saldrá bien. —Le dio una palmadita en el hombro y no pudo evitar que se le hiciera un nudo en la garganta cuando vio la desesperación instalada en los ojos de la inspectora.

Michelle abandonó el despacho del superintendente con el único deseo de irse a su casa. Necesitaba hablar con Linus, que le explicara cómo era posible que hubiese llegado tan lejos, pero también tenía una investigación entre manos y un caso que cerrar. Se quedó un momento de más en el ascensor hasta recuperar la compostura.

En la unidad, la esperaban los demás para ponerla al tanto de las novedades.

—¿El caso es nuestro? —fue lo primero que preguntó Patrick Nolan al verla. Notó de inmediato la extrema palidez de su rostro. ¿Qué habría pasado en el despacho de Haskell?

—El superintendente quiere que trabajemos en conjunto con los de Homicidios. Hablaré con Jensen, aunque supongo que, a esta altura, ya estará al tanto de que participaremos en la investigación. —Miró a la forense—. Doctora Winters, quiero que analice la escena del crimen. El inspector Nolan la acompañará. ¿Alguna novedad de las imágenes del cementerio?

—Hablé hace un momento con los de la Metropolitana, dijeron que enviarán los resultados esta misma tarde —respondió la morena.

—Bien. Centrémonos ahora en nuestra investigación mientras obtenemos detalles de los homicidios de Charlotte Cambridge y su madre. —Se colocó frente a la pizarra, con los brazos en jarra. No podía apartar a Linus de su mente y, por unos cuantos segundos, no pudo continuar.

—Inspectora, ¿se encuentra bien?

—Sí, sargento, disculpen. —Respiró hondo y se concentró en las fotografías del caso, luego se volteó y, en cambio, preguntó—: ¿Podemos descartar definitivamente a Antón Marsan y Ophelia Crawley como autores del homicidio de Jodie McKinnon?

—La coartada del fiscal es irrefutable. Si bien, como usted dijo en el interrogatorio de la señora Crawley, él pudo tener tiempo de cometer el crimen y regresar a Southampton, no hay ningún registro de que hubiese abordado el ferry. Hablé con las tres compañías que hacen viajes en la isla y su nombre no aparece en la lista de pasajeros. Además, tenemos ese hueco de veinticuatro horas en el cual Jodie estuvo desaparecida antes de ser asesinada. Marsan estuvo donde dijo así que queda descartado de la investigación. —Hizo una pausa antes de proseguir—. En cuanto a su esposa, hablé por teléfono con la señora Clerk, el ama de llaves y confirmó que Ophelia Crawley permaneció en su casa toda la noche, aseguró que, si hubiera salido, la habría oído porque su habitación está pegada a la cochera.

—Buen trabajo, sargento. Eso nos deja entonces con Brett Rafferty y Alice Solomon.

—No olvidemos a Eames, el muchacho por el cual Jodie pensaba abandonar a su novio —apuntó el inspector Nolan.

—Y a nuestro misterioso hombre de la rosa roja —completó la doctora Winters.

Michelle asintió. Se apartó de la pizarra en dirección a la ventana que daba a la calle. Ya no quedaban vestigios de la tormenta que se había desatado el día anterior y el sol se asomaba tibiamente por entre las nubes.

Giró sobre los talones, miró a Patrick fugazmente, luego volvió a posar sus ojos en la pizarra.

—¿Se sabe por qué motivo fueron asesinadas las Cambridge?

Cuando la puerta de la Unidad de Casos sin Resolver se abrió y Ernest Jensen apareció con una expresión áspera en el rostro y las manos en los bolsillos de sus pantalones vaqueros gastados, Michelle comprendió que obtendría la respuesta de primera mano.

Tras las presentaciones de rigor, Jensen se colocó a su lado.

—Para responder a la inquietud de la inspectora Kerrigan —le sonrió—, podemos descartar que el móvil del crimen haya sido el robo. Si bien nuestro asesino se llevó algo de dinero y una tarjeta de crédito, la anciana tenía un anillo de oro y ni siquiera intentó quitárselo.

Michelle lo conocía bastante bien como para darse cuenta de que estaba molesto de tener que compartir la investigación con un equipo comandado precisamente por ella y que la sonrisa de su rostro era tan artificial como el color de su cabello.

—Es evidente que montó la escena de robo para desviar las sospechas —agregó al ver que nadie decía nada. Aprovechó el silencio para observar a los integrantes de la nueva unidad de la que todos comentaban en los pasillos de la estación de policía. Lockhart parecía más un delincuente que un sargento con su vestimenta informal y el piercing en la nariz. El inspector Nolan era la imagen opuesta del sargento, aunque demasiado serio para su gusto; además, percibió un cierto aire de prepotencia en su mirada. Debían ser los años que había estado en Scotland Yard los que lo hacían sentirse superior. La otra integrante femenina del grupo, era una morena de cabello rizado y enormes ojos color chocolate. Se percibía un buen par de tetas debajo del guardapolvo blanco que llevaba. Por último, estaba ella, la inspectora Michelle Kerrigan, la culpable de tantos dolores de cabeza en el pasado y la misma que le había robado el sueño durante muchas noches. Seguía siendo una mujer hermosa, y él todavía mantenía vivo el deseo de llevársela a la cama. Tal vez ahora tendría la oportunidad de hacerlo por fin.

—Un simple ladrón, además, no se ensañaría tanto con las víctimas —señaló Patrick Nolan—. Tengo entendido que ambas fueron degolladas.

Jensen asintió.

—El sospechoso tampoco ingresó por la fuerza; lo conocían o de alguna manera logró engañar a la anciana para meterse en la casa.

—Detective Jensen, le he pedido a la doctora Winters y al inspector Nolan que se presenten en la escena del crimen. Espero que esté de acuerdo con mi decisión y que colaboremos mutuamente para resolver el caso.

La falsa sonrisa del policía desapareció de repente. Tenía la certeza de que sería ella quien tomaría el mando a partir de ese momento y era algo que no estaba dispuesto a tolerar. Las cosas habían cambiado desde la última vez que se habían visto; tras su retiro temporario, él había sido nombrado jefe de la división de Homicidios: ahora estaban a la misma altura. Ostentaba un cargo tan importante como el suyo; por lo tanto, no iba a permitir que se adueñara de su caso tan fácilmente.

—No habrá ningún impedimento de mi parte. —No era exactamente lo que pretendía decir, pero era mejor empezar con buen pie. En cualquier momento, a Haskell se le podía ocurrir apartarlo del caso, y él volvería a quedar como un imbécil—. Colaboraremos en todo lo necesario, inspectora, por lo tanto espero recibir el mismo trato de su unidad.

—Lo tendrá, detective, puede quedarse tranquilo. —Lo primero que quisiera saber es por qué querían hablar con Charlotte Cambridge.

—Creemos que vio cuando el asesino de Jodie McKinnon abandonó su cuerpo en Pebble Beach. —Fue Nolan quien respondió por ella.

—¿Alcanzaron a interrogarla? —volvió a dirigirse a Michelle.

—Hablamos con ella, sí, pero pensábamos volver a hacerlo. Ahora es demasiado tarde. Con cada minuto que pasa, más me convenzo de que Charlotte Cambridge fue asesinada para evitar que dijera lo que sabía. Si encontramos a su asesino, detective Jensen, encontraremos al nuestro.

Todos acordaron con ella, menos Ernie Jensen que apenas tenía una idea vaga del caso que estaban investigando. Debía leer los informes del homicidio de Jodie McKinnon para no quedar rezagado.

Armaron una nueva estrategia de investigación, enfocándose en dos puntos principales: los homicidios de Charlotte Cambridge y su madre, y la lista de cuatro sospechosos que tenían: Brett Rafferty, su esposa Alice Solomon, el bibliotecario de la Universidad de Portsmouth, el tal Geoff Eames y el sujeto del cementerio que seguía sin ser identificado.

Chloe Winters y el inspector Nolan se dirigieron a la escena del crimen; al sargento Lockhart le tocaba averiguar dónde estaban los tres sospechosos de la lista en el momento en que Charlotte y Ellie Cambridge fueron brutalmente asesinadas. Jensen, por su parte, se llevó los informes del caso para leerlos.

Michelle se encerró en su despacho para esperar los resultados de las pericias a la cinta de video que habían enviado a la Metropolitana.

Se dejó caer en la butaca y trató de relajarse apoyando la cabeza en el almohadón de plumas de ganso. Era imposible siquiera intentarlo cuando no podía dejar de pensar en el lío en el que se había metido Linus. Se incorporó de repente y marcó el número de su casa. La atendió su suegra. De inmediato, se dio cuenta de que todavía no se había enterado de la noticia, pero no podía quedarse sentada a esperar que un agente llamara a su puerta para anunciarles que traían una orden de arresto para su hijo.

Tenía que hacer algo. Se despidió de Audrey sin perder tiempo. Entró a la base de datos policial. Haskell le había dicho que tendría libre acceso y comprobó que era verdad. Se valdría de las facilidades con las cuales contaba la unidad para tratar de solucionar el problema antes de que fuera demasiado tarde. Al ingresar el nombre de Linus, dio con la denuncia por lesiones graves presentada por un tal Terrence Hibbert. Apuntó su dirección en un papel y lo metió dentro del bolso. Estaba por abrir la puerta cuando el sargento Lockhart le salió paso.

—Llegaron los resultados que esperábamos —anunció entusiasmado—. Ingresé la imagen al sistema de reconocimiento facial; con suerte, conseguiremos alguna concordancia.

—Bien, sargento; yo necesito encargarme ahora de algo que no puede esperar. Cualquier novedad, me llama al móvil. —Pasó como un vendaval por su lado en dirección al elevador, pero se detuvo de repente al ver una fotografía en la pizarra de cristal. Se acercó para observarla mejor. Los de la Metropolitana habían hecho un excelente trabajo y ahora el misterioso hombre de la rosa roja tenía un rostro. Y no era la primera vez que lo veía.

—Yo conozco a ese hombre —dijo mientras se esforzaba por recordar en dónde lo había visto.

—¿Está segura? —preguntó David Lockhart sorprendido.

—Sí. —De repente, como si supiera exactamente dónde buscar, fue hasta la mesa en donde almacenaban las evidencias del caso; las viejas y las más recientes. Hurgó entre las cajas hasta dar con el álbum de fotos que habían traído del apartamento de Jodie McKinnon.

Con rapidez, volteó una a una las páginas.

—¡Aquí está!

El sargento se acercó y vio la fotografía que ella señalaba. Sin dudas, se trataba del mismo hombre. Michelle lo miró.

—El hombre de la rosa roja es el padre de Jodie.

Chloe Winters lo esperaba en el hall del edificio con un casco en la mano.

—¿Es tuya la moto? —preguntó Patrick Nolan, divertido. Estaba acostumbrado a verla con el guardapolvo blanco por eso se sorprendió con su peculiar atuendo: pantalones cargo color gris y una camisa de camuflaje de mangas largas. Se había recogido la melena en una trenza y llevaba las gafas por encima de la cabeza. También llevaba un maletín.

—Esta preciosura es mía y mejor que nadie ose tocarla —contestó poniéndose el casco.

Patrick no fue capaz de discernir si estaba bromeando o lo decía en serio.

—Pensé que iríamos en mi auto.

Chloe se montó en la motocicleta; luego aseguró el maletín detrás de ella.

—Nos vemos en la escena del crimen, inspector. —Apretó el acelerador y, en un abrir de cerrar de ojos, desapareció al doblar en High Street.

Se estaban acercando demasiado y sentía como lentamente el círculo empezaba a cerrarse a su alrededor.

La muerte de Charlotte Cambridge había sido algo imprevisto. Si tan solo no hubiera metido las narices donde no debía. No formaba parte de su plan deshacerse de ella, mucho menos de su madre, esa anciana adorable que tanto le había recordado a Madeleine.

Pero no podía arriesgarse a que contara lo que sabía.

Se quedó contemplando el teléfono durante unos cuantos segundos. Acababa de cortar con la policía. Le habían preguntado dónde estaba la noche en que habían asesinado a Charlotte Cambridge y a su madre.

Logró salir del paso inventándose una coartada. No les iba a resultar fácil comprobar si les había dicho la verdad o no y, mientras lo hacían, echaría a rodar la última parte del plan, la más importante, la que coronaría con broche de oro su venganza.

Sabía que podía morir en el intento, sin embargo, el riesgo valía la pena.