Capítulo 17

Michelle empezaba a creer que el hecho de que Patrick Nolan no se hubiera presentado todavía en la estación de policía, era una clara señal de que estaba a tiempo de cancelar el encuentro que habían pactado en su apartamento, por eso cuando escuchó su voz a través de la puerta, no pudo evitar ponerse inquieta.

Se levantó de la silla y rodeó el escritorio. Faltaban apenas unos cuantos minutos para el mediodía; sabía que él no desistiría de la cita tan fácilmente. Respiró hondo, se cuadró los hombros y salió a su encuentro dispuesta a hablar con él para convencerlo de que lo que estaban a punto de hacer era un desatino.

Pero todo lo que pensaba decirle murió en su boca cuando lo vio. ¿A quién demonios trataba de engañar? Deseaba aquel encuentro a solas tanto o más que él.

Patrick la observó de reojo, estudiándola con atención, tratando de adivinar lo que pasaba por su mente mientras avanzaba hacia él y sus compañeros.

—Veo que finalmente apareció, inspector. Ya estábamos preocupados por usted —dijo ella en un tono serio.

—Lamento llegar a esta hora, inspectora Kerrigan, pero créame que fue por una buena causa.

No indagó más para no ponerlo en evidencia. Presentía que la razón de su inusual tardanza tenía que ver con su encuentro secreto.

—¿El sargento Lockhart y la doctora Winters lo han puesto al tanto de las novedades?

—Estaban en eso precisamente —le respondió con una sonrisa.

—Su teoría era cierta; las cartas no estaban relacionadas con el asesinato de Jodie. Ophelia Crawley confesó haberlas enviado; también sabemos qué hizo Jodie con la cinta de video.

Él miró su reloj.

—Sé que acabo de llegar, sin embargo, me muero de hambre. —Posó sus ojos verdes en Michelle—. ¿Acepta almorzar conmigo, inspectora? Será una buena oportunidad para que me cuente en detalle el interrogatorio a la esposa del fiscal.

David Lockhart se masajeó el estómago.

—Yo también estoy famélico. —Se colocó la chaqueta—. Pasaré a buscar a Héctor por su trabajo; hoy tengo antojo de comida tailandesa.

—Yo husmearé a ver qué hay en el refrigerador —dijo Chloe Winters que iba hacia la cocina.

Se quedaron a solas; Patrick esperando una respuesta, Michelle, evaluando quizá por última vez, lo que estaba a punto de hacer.

Pudo percibir su titubeo por eso antes de que ella dijera cualquier cosa, se acercó y preguntó:

—¿Nos vamos?

No había nadie cerca, ningún testigo de la locura que iban a cometer.

—Iré por mi abrigo —dijo ella finalmente, lo que echó por tierra cualquier decisión sensata que pudiera tomar.

El trayecto hasta Oakfield se hizo en el más absoluto de los silencios. Patrick tamborileaba los dedos sobre el volante, mientras Michelle, cruzada de brazos, no apartaba la vista del camino. Los nervios de ambos estaban a flor de piel y se entremezclaban con el deseo, con las expectativas de no saber; qué sucedería exactamente una vez que traspasaran la puerta del apartamento.

La construcción de tres plantas que estaba ubicada entre las intersecciones de Upper Highland Road y Lower Highland Road se asemejaba más a una casa de huéspedes que a un edificio. Patrick estacionó detrás de un coche de color rojo y apagó el motor.

Michelle seguía observando a través de la ventanilla, absorta en el paisaje. Recién se atrevió a mirar cuando escuchó que él descendía del auto. Patrick rodeó el vehículo y abrió la puerta para ella. Apenas puso un pie fuera, una pareja de ancianos que cruzaba la calle los observó con curiosidad. Michelle trató de recordar rápidamente si había alguien en Oakfield que pudiera reconocerla, pero ningún nombre le vino a la cabeza. Actuaba como una paranoica, lo sabía, pero suponía que era normal sentirse así cuando estaba por engañar a su esposo por primera vez.

Patrick se paró frente a ella y la asió de la barbilla, obligándola a mirarlo.

—¿Estás bien?

Negó con la cabeza. No tenía sentido fingir delante de él.

—Ven. —Sujetó su mano con suavidad y la condujo hacia la entrada lateral del edificio.

El hall de acceso estaba vacío. Fueron hasta las escaleras y subieron los peldaños de uno en uno, sin prisa, tomándose su tiempo. Él seguía sin soltarla, tal vez porque temía que, en un arranque de cordura, Michelle saliera huyendo.

El apartamento de Patrick era el último del pasillo. Cuando se detuvieron frente a la puerta pintada de verde musgo y él introdujo las llaves en la cerradura, Michelle retrocedió soltándose de su agarre.

—Esto no está bien…

Patrick abrió la puerta, pero no entró: giró hacia ella y le clavó la mirada.

—Michelle, no voy a obligarte a hacer nada que tú no quieras. Si te arrepientes de haber venido hasta aquí y tu deseo es marcharte, yo mismo te llevaré de regreso a la estación de policía.

Ella pudo observar por encima del hombro de Patrick el interior del apartamento. Él había improvisado un almuerzo en el salón. Junto a la mesita ratona, varios cojines desparramados le daban un toque exótico al ambiente. Encima, había dos copas de cristal de cabo alargado y servilletas rojas a un lado de los platos. Ahora conocía la verdadera razón por la cual había llegado tarde esa mañana.

El temor competía con el deseo que sentía por él, y ella se debatía entre salir corriendo o dejarse llevar por sus instintos más básicos. Ganó su lado visceral porque el sentido común lo había perdido en el mismo instante en el que había caído en sus brazos.

Ingresó al apartamento y dejó escapar un suspiro cuando él cerró la puerta. Patrick se colocó detrás de ella, muy cerca, aunque ni siquiera la rozaba. El lugar olía a él. Entonces giró y lo miró a los ojos.

—Patrick…

Era la primera vez que la escuchaba llamarlo por su nombre y el efecto fue devastador.

—¿Sí? —Enroscó un dedo en el mechón de pelo que le caía a un costado de la cabeza.

—Necesito aclararte algo antes de que… Antes de que suceda lo inevitable.

—Y lo que ambos deseamos.

Michelle asintió.

—Yo amo a mi esposo y el hecho de que me acueste contigo no va a cambiar lo que siento por él. —Le costaba horrorres hacer aquello, pero debía poner las cartas sobre la mesa para no dar a lugar a posibles recriminaciones después—. Las cosas con Clive no van bien…

—No necesitas darme explicaciones, Michelle. —Le acarició la mejilla con el dorso de la mano—. Sé lo del tiroteo en el supermercado y lo que le ocurrió a tu esposo.

Ella abrió la boca en un gesto de sorpresa.

—¿Cómo lo has sabido?

—Eso no importa ahora. No hablemos más de él, ¿quieres?

Michelle estuvo de acuerdo y, cuando Patrick tomó posesión de su boca para impedir que siguiera hablando, no opuso resistencia. Abrió la mano, dejó caer el bolso y la chaqueta en el suelo.

Sintió vértigo. Dejó escapar un leve gruñido, entre queja y provocación; la sangre era como lava ardiendo en sus venas. Lo último que pensó antes de sumirse por completo en la semiinconsciencia fue que estaba seduciéndola con la boca. Utilizaba la lengua para imitar lo que quería hacer con otra parte del cuerpo y, cuando frotaba sus caderas contra las de ella se sentía invadida por un ardor húmedo y sexual.

—Te deseo. —Patrick la apoyó contra el mueble que tenía detrás, y ella se quedó agarrándolo de los costados, mientras él seguía besándola en la boca, en las mejillas y en la delicada curva del cuello.

Notó que los senos de Michelle se aplastaban contra su pecho y que ella le pasaba los dedos por el pelo de la nuca.

Michelle le clavó las uñas en el cuello para que no quedara duda de lo receptiva que se sentía. A Patrick, el deseo le abrasaba las entrañas. Se sintió abrumado por el anhelo, dobló los brazos y la aprisionó contra la pared.

Su erección hizo que ella separara las piernas para que pudiera acomodarse. Le tomó la cara entre las manos y la besó una con una pasión que lo llevó al abandono absoluto. Hacía tiempo que una mujer no lo excitaba de esa manera tan primitiva, y su miembro palpitaba con una intensidad casi dolorosa.

Su anhelo lo privaba de cualquier coherencia. Solo deseaba estar dentro de ella, sentir su humedad, que su calor envolvente aplacara el hambre que había despertado en él. No descansaría hasta satisfacer ese apetito. Ambos habían aceptado las reglas del juego y estaban más que dispuestos a llegar hasta el final.

Patrick le pasó los labios por la oreja, jugueteó con el lóbulo y siguió hasta el cuello. Podía notar el pulso desbocado, tanto como el suyo, y el hombro que se movía en una invitación a disfrutar de su delicada piel. Lo hizo, le mordisqueó un trozo de piel y ella dejó escapar un jadeo. Miró hacía el escote, tomó aliento, y permitió que sus manos siguieran la dirección de su mirada. Le empezó a desabrochar los botones de la camisa mientras la miraba a los ojos. Tomó los pechos con las manos y notó su calidez a través de la tela del sujetador. Los pezones se endurecieron cuando los acarició con los pulgares y se inclinó para besar la hendidura que los separaba.

A los tumbos, lograron llegar hasta la cama. Michelle se precipitó en ella y arrastró a Patrick a su lado. Se deshizo de la camisa, luego del sujetador. No era fácil interpretar su expresión, pero a él le pareció que estaba un poco sorprendida de su propio comportamiento. Tuvo la absurda sensación de que ella nunca había hecho nada parecido, pero el deseo hizo que se olvidara de cualquier duda. Tenía los pechos firmes y los pezones duros. Los cubrió con las manos mientras dejaba escapar un murmullo de placer.

—Eres una preciosidad —susurró Patrick con un tono vacilante. Ella levantó una mano y le acarició la mandíbula. La delicadeza de ese roce lo encendió, cada terminación nerviosa se puso en tensión. Le besó la palma de la mano, siguió por el brazo hasta el codo y le pasó la lengua por los puntos más sensibles. Ella se agitó.

—Quítate la camisa —le pidió—. Quiero verte.

Patrick obedeció. Ella se apartó hasta donde se lo permitían los cojines. Él se tumbó sobre Michelle para frotar su pecho contra los pezones erguidos. Los sintió sobre el triángulo de vello que le bajaba hasta el ombligo y tuvo la necesidad apremiante de sentir cada centímetro de su cuerpo desnudo debajo de él.

Las bocas volvieron a encontrarse. Era como si ella nunca fuera a saciarlo. Se acomodó junto a ella y la acarició desde los hombros hasta las rodillas. La abertura de la falda le permitía acariciar la parte interna de los muslos; Michelle separó las piernas instintivamente para que él se acomodara entre ellas. Lo hizo y rozó su sexo con la rodilla. Michelle lo atrapó cuando volvió a cerrar las piernas.

Patrick tomó uno de los pezones con la boca, lo succionó con ansia y gozó con su reacción.

Ella se arqueó sujetándose con fuerza de su cuello. Patrick gimió desde lo más profundo de su garganta. Michelle era receptiva y sensible a sus deseos. Él no habría sido humano si no hubiera sentido el apremio que lo llevó a bajar las manos hasta su cintura.

Vacilaron levemente mientras soltaban juntos el botón de la falda, pero, cuando Nolan introdujo la mano dentro de la prenda de seda y comprobó que ella estaba tan excitada como él, cualquier otro pensamiento abandonó su cabeza. Ella se cimbró instintivamente contra la mano y sus dedos se abrieron.

—¡Patrick!

La penetró con dos dedos, lo que provocó que Michelle se sacudiera sin control cuando el pulgar le acarició el clítoris.

Patrick metió la cara entre sus muslos, deleitándose con su olor. Con una sola mano fue quitándole la falda y la ropa interior.

El pulso de él se detuvo cuando ella rozó la palpitante protuberancia de su erección a través de la tela de los pantalones. Intentó quitarle el cinturón sin suerte, le temblaban demasiado las manos; entonces decidió dejar de luchar contra el accesorio de cuero y le bajó la cremallera.

Patrick la miró, Michelle tenía los labios separados y húmedos. Contuvo el aliento cuando sintió los dedos de ella dentro de los boxers. Cerró la mano alrededor de su miembro, lo movió de arriba abajo para luego llevárselo a los labios.

—No, espera —dijo Patrick con voz entrecortada. Se levantó, se quitó la ropa interior, los pantalones y se deshizo de los zapatos con una patada. Volvió a tumbarse junto a ella cubriéndola con su cuerpo para que notara las distintas texturas de vello y piel. Le separó las piernas y apoyó su muslo sobre su montículo. Ella se estremeció debajo de él.

Durante unos minutos, le bastó con disfrutar de la intimidad de su cuerpo y de su cálido aliento contra la mejilla. Michelle bajó la mano por la espina dorsal hasta tomarle los poderosos músculos de las nalgas entre las manos. Le clavó las uñas haciendo que su erección casi llegara a doler.

Se movió debajo de él y le pasó el pie por la pantorrilla. El embriagador aroma de su excitación lo enloquecía, y todo él se endureció más todavía. Cuando la miró, no encontró temor ni arrepentimiento en su mirada. Independientemente de lo que sucediera después, en ese momento, eran solo ella y él.

—Hazlo —le susurró Michelle con un hilo de voz. Estirando la mano hacia la mesilla de noche, Patrick tomó uno de los paquetitos que había comprado esa misma mañana y lo rompió con los dientes para sacar su contenido.

Michelle levantó las piernas, se expuso completamente, y el anhelo superó cualquier posibilidad de retrasar lo inevitable. Patrick se arrodilló delante de ella y se abrió paso entre los húmedos rizos. Ella no ofreció ninguna resistencia, cuando Patrick la penetró con un único y firme movimiento.

Michelle rozó sus labios con los de él y le buscó la lengua con la suya. Patrick no pudo resistir el deseo de conseguir que ella disfrutara de aquello tanto como él.

Apoyó las manos a cada lado de la cabeza de Michelle y se elevó hasta casi separarse completamente de ella, quien, instintivamente, se arqueó para acompañarlo. La volvió a embestir con fuerza hasta acompasar su ritmo. Notó que Michelle tensaba los músculos alrededor de su miembro. Ella correspondía a cada uno de sus movimientos, el deseo de prolongar el placer se vio superado por el apremio de su avidez. Aceleró los embates. Michelle se aferró a sus hombros, se mordió los labios para no gritar cuando el clímax la sacudió, dejándola con el pulso acelerado y el cuerpo flotando.

Permanecieron acostados, exhaustos, durante un largo tiempo, antes de moverse.

El móvil de Michelle comenzó a sonar. Aturdida, saltó de la cama. Miró a su alrededor, tratando de recordar dónde había quedado su bolso.

Patrick, recostado con los brazos detrás de la cabeza, disfrutaba de la magnífica visión de su cuerpo desnudo, mientras Michelle se movía por la habitación.

—Creo que lo dejaste en la sala.

Michelle se colocó rápidamente la camisa por encima de los hombros y salió al pasillo. Cuando Patrick pretendió ir tras ella, escuchó que su teléfono también empezaba a sonar. Recogió los pantalones del suelo y hurgó en los bolsillos hasta encontrarlo.

Reconoció el número del superintendente Haskell en la pantalla del móvil.

—Nolan.

En el salón, Michelle hacía malabares mientras intentaba al mismo tiempo cubrirse los pechos con la camisa y responder a la llamada.

—Diga. —Colocó el teléfono en el hueco de su hombro y comenzó a abrocharse los botones. Se había olvidado de ponerse el sujetador, pero, en ese momento, su prioridad era dejar de estar desnuda.

Se quedó de piedra al escuchar la voz masculina al otro lado de la línea.

Cuando colgó y giró sobre los talones, vio a Patrick apoyado en el quicio de la puerta que daba a su habitación.

—Era Haskell —dijo él—. Charlotte Cambridge y su madre han sido asesinadas.

—Lo sé. Acabo de hablar con Ernest Jensen, de Homicidios. Encontró un mensaje mío en su contestadora y supo que Charlotte era alguien de interés en nuestra investigación. ¿Qué más te ha dicho el superintendente? Supongo que el caso es nuestro.

Patrick se encogió de hombros.

—No me lo dijo; nos espera en la estación de policía cuanto antes.

—Bien, no hay tiempo que perder entonces. —Pasó como un vendaval por su lado y recogió el resto de la ropa del suelo.

La contempló mientras terminaba de vestirse. Tuvo el ligero presentimiento de que lo que en realidad deseaba era huir de él. Aunque las cosas entre ambos habían estado claras desde un principio, tenían que hablar sobre lo que acababa de ocurrir. Vestido solamente con los pantalones vaqueros se acercó a ella.

—Michelle…

—Ahora no, Patrick —le pidió viéndolo a los ojos.

Él solo se limitó a asentir; no supo qué otra cosa más hacer.