Linus atravesó la cerca que rodeaba la casa de Sylvia de un salto. No habían planeado verse esa tarde, aunque sabía que a ella le gustaba cuando le caía de sorpresa. Las cortinas estaban corridas y, por un instante, imaginó que no estaba. No importaba, la esperaría. Sacó la llave de repuesto que Sylvia escondía debajo de una madera floja en el porche y entró.
Recorrió el salón con la mirada; sus ojos azules se detuvieron en la mesita ratona. Sylvia no salía a ninguna parte sin su teléfono móvil. Arrojó la mochila en el sillón y se dirigió a su cuarto.
Al abrir la puerta, se topó con una escena que no esperaba: Sylvia yacía boca abajo, completamente desnuda, mientras, a su lado, un hombre de unos cincuenta años, dormía satisfecho.
Se quedó petrificado; apretando los puños con tanta fuerza que las uñas casi le rasgaron la piel. Durante unos segundos no supo qué hacer y se debatió entre romperle la cara al sujeto o llevarse a rastras a Sylvia de aquel lugar.
Ella emitió un quejido y se movió hasta quedar nuevamente encima de su amante ocasional. De repente, como si hubiera olfateado algo, se volteó hacia él.
—Linus —balbuceó mientras cubría su desnudez con las sábanas.
—¿Qué significa esto, Sylvia? —preguntó, aunque la respuesta estaba justo delante de sus ojos. No era el único en su vida, mucho menos en su cama.
—Linus, cariño, no es lo que piensas. —Miró al hombre que dormía a su lado, ajeno a lo que ocurría a su alrededor. Luego se levantó y avanzó desnuda hasta él—. Déjame que te explique, por favor.
—No hay nada que explicar, Sylvia —replicó el adolescente enfurecido—. Me engañas y las pruebas saltan a la vista. —La miró de arriba abajo, ahora con una sonrisa mordaz en los labios—. No eres más que una puta.
El fuerte chasquido que produjo la mano femenina contra la mejilla de Linus despertó al amante satisfecho.
—Sylvia, ¿qué ocurre? ¿Quién es este jovencito? —Se levantó y empezó a vestirse.
Ninguno de los dos le prestó atención. Sylvia temblaba de frío y estaba a punto de echarse a llorar; ni en sus peores pesadillas pudo haber imaginado que Linus la atraparía in fraganti con uno de sus clientes. Le había prometido dejar atrás sus días como acompañante, pero necesitaba el dinero y no conocía otra manera de ganárselo. Linus seguía apretando el puño para sofrenar su deseo de descargar su rabia con alguien. En ese momento, no importaba con quién, solo necesitaba hacer algo antes de explotar. Rodeó la cama y aniquiló al sujeto con la mirada.
Sylvia se acercó por detrás cuando adivinó sus intenciones; no pudo hacer nada para detener a Linus cuando, de un puñetazo en el rostro, derribó al hombre con el que acababa de tener sexo por cien libras.
—¡Linus, detente! —gritó al tiempo que se aferraba a su espalda para tratar de apartarlo. Él continuaba golpeando y totalmente dominado por una furia ciega pateaba a su víctima en el suelo—. ¡Déjalo, no significa nada para mí! ¡Por favor, lo vas a matar!
Se detuvo recién cuando escuchó el llanto de Sylvia. Retrocedió unos cuantos pasos al darse cuenta de lo que acababa de hacer. Veía todo nublado a su alrededor y le dolían las manos.
—Ven, Linus. —Sylvia se abrazó a él y lo condujo hasta la cama. Por encima de su hombro miró al hombre tirado sobre la alfombra para asegurarse de que estaba bien. No se movía y temió lo peor. El alma le volvió al cuerpo cuando empezó a quejarse—. Debemos llevarlo a un hospital; no podemos dejarlo así —le dijo a Linus.
El adolescente, todavía aturdido, asintió con la cabeza.
—Bien, iremos en mi camioneta. —Se vistió rápidamente y entre los dos ayudaron al cliente a ponerse de pie. Bajo una torrencial lluvia lo arrastraron hasta el vehículo.
El hospital Shen, ubicado en pleno centro de Westbridge, no solo era el centro de salud más cercano; también el más conveniente. Sylvia tenía algunos conocidos en el lugar y pediría que trataran el asunto con la mayor discreción posible.
Cualquier escándalo público o denuncia por agresión habría indefectiblemente llegado a oídos de la madre de Linus.
Terrence Hibbert no pensaba lo mismo y, a pesar de los ruegos de Sylvia para que olvidara todo el asunto, tomó la decisión de presentar una denuncia por lesiones graves en contra de Linus.
—Será mejor que te busques un buen abogado, muchachito —sentenció Hibbert desde su cama de hospital.
—Debes decírselo a tus padres antes de que lo sepan por otro lado —le aconsejó Sylvia mientras subían a su utilitario.
—No puedo. Shelley me mataría. —Negó con la cabeza; sabía que había llegado demasiado lejos, y esa vez no se lo dejarían pasar.
Sylvia lo miró; acarició su rostro.
—Perdóname, cariño. Todo esto es mi culpa. No debí ocultarte que todavía sigo en contacto con mis antiguos clientes. —Tomó su mano y la besó—. Lo hago por dinero, nada más. Es a ti a quien amo; es en ti en quien pienso cuando estoy con ellos. Linus, sabías a que me dedicaba cuando me conociste.
—No soporto la idea de que otro hombre te toque, Syl. ¿Por qué no abandonas esa vida definitivamente? Yo puedo dejar el colegio y buscar un empleo.
Ella le cubrió la boca con los dedos para silenciarlo.
—No digas nada, cariño. Solo abrázame, ¿quieres?
Linus no titubeó en hacerlo. La estrechó entre sus brazos, y Sylvia se acurrucó en su pecho. Una tormenta se avecinaba sobre sus cabezas y no sabía cómo detenerla. Apretó los párpados con fuerza para evitar que las lágrimas volvieran a rodar por sus mejillas.
Patrick creyó que se apartaría de inmediato de su lado, pero Michelle hizo exactamente lo contrario: permaneció quieta sintiendo cómo ese aliento tibio le erizaba el cabello de la nuca. Estaban tan cerca que las caderas de ella le rozaban la entrepierna. Parecía que ninguno de los dos se animaba a dar el siguiente paso; aquel que, sin dudas, los llevaría a un viaje sin retorno.
Fue Michelle quien derribó las barreras al frotarse contra él. Ese fue todo el estímulo que necesitó.
Ya no había vuelta atrás.
Patrick detuvo el elevador para evitar cualquier interrupción. Luego colocó ambas manos en la cintura de Michelle para pegarla a su cuerpo. Ella sonrió complacida frente a su reacción; podía sentir su miembro henchido apretándole las nalgas.
La mano derecha de Patrick se introdujo bajo el sweater y alcanzó uno de sus pechos. Michelle se estremeció con el contacto. Entonces la necesidad se volvió insoportable y nada de lo que él hacía parecía ser suficiente. Se dio la vuelta, sin despegarse de su cuerpo en ningún momento. Cuando se miraron a los ojos; Patrick percibió una mezcla de deseo y miedo en los de ella. Tal vez todavía estaban a tiempo de acabar con aquella locura, pero la verdad era que no quería hacerlo. Cuando Michelle lo besó, lo hizo como una mujer que sabía muy bien lo que quería… Y lo quería a él.
No había lugar para dudas ni preguntas; solo para dejarse llevar por el deseo que los devoraba.
Michelle se aferraba a sus hombros, gimiendo y excitándolo aún más. Seducido por su aroma exploró con la lengua el dulce interior de su boca. Ella le devolvía los besos, ebria también de necesidad. Cuando deslizó una mano por debajo de la cintura de sus pantalones, Patrick la detuvo de repente. Todavía no había perdido del todo la cordura.
—No podemos, Michelle —le murmuró al oído.
Algo aturdida, ella lo miró. Se dio cuenta de que era la primera vez que la llamaba por su nombre.
—¿Te echas a atrás?
Él negó con la cabeza.
—No es eso, pero no podemos arriesgarnos a hacerlo sin protección —explicó unos segundos después. Le mordisqueó el lóbulo de la oreja—. Suena excitante tener sexo en el elevador, pero ¿te has puesto a pensar en lo que ocurriría si alguien nos descubre?
Pensar no era precisamente lo que había hecho durante los últimos quince minutos; pero Patrick tenía razón, la situación se les había ido de las manos. En el fondo agradecía que la hubiera obligado a detenerse. Como pudo, se recompuso y se apartó hasta el otro extremo del elevador. Patrick la observó; tenía los labios hinchados y, al igual que él, respiraba con dificultad.
Bastó un cruce de miradas para comprender que ya nada entre ellos volvería a ser igual.
Al ingresar a la Unidad de Casos sin Resolver, Michelle atrajo rápidamente todas las miradas. No esperaba encontrarse con el superintendente Haskell; no cuando se presentaba con aquel aspecto lamentable: toda mojada y vestida con el sweater del inspector Nolan.
—¡Vaya, veo que los ha atrapado la tormenta! —comentó George Haskell contemplando a Michelle de arriba abajo.
Ella sonrió nerviosa. Creyó ver que el sargento Lockhart le guiñaba el ojo. ¿Tal vez había algo que pusiera en evidencia lo que acababa de ocurrir en el elevador? Pudo sentir cómo un calor sofocante subía por sus mejillas. Por suerte, Chloe Winters se acercó a ella y, tras asirla de los hombros, la arrastró hasta la cocineta.
—Necesita poner a secar esa ropa —le indicó.
Michelle le entregó sus prendas y observó cómo la doctora las colgaba una a una cerca de la estufa. Luego puso a calentar el agua para el té. Se sentó, metiendo los brazos dentro del sweater; cuando respiró hondo pudo percibir el perfume del inspector Nolan impregnado en la lana. Empezó a sentir frío; solo esperaba no caer enferma. El té caliente, endulzado con un poco de miel le sentó de maravillas.
La doctora Winters, a su lado, no decía nada y, por un instante, Michelle tuvo la sensación de ser transparente. Chloe le había revelado su secreto mejor guardado al hablarle sobre su aventura con el superintendente Haskell, pero ella no tenía el valor de hacer lo mismo.
—Será mejor que regresemos con los demás —dijo de repente poniéndose de pie.
Con determinación, volvió a la sala de reuniones, dispuesta a enfrentarse a las miradas curiosas. Se peinó el cabello mojado hacia atrás y se acomodó el sweater. Ocupó uno de los extremos del escritorio de David Lockhart y miró a Haskell.
—Tenemos nuevos indicios, superintendente. Vilma McKinnon nos llamó porque ha visto a alguien rondando la tumba de su hija. El inspector Nolan y yo hemos estado en el cementerio. —Miró fugazmente a Patrick, fue solo un segundo, pero le bastó para revivir lo ocurrido en el elevador.
—Hemos conseguido las cintas de vigilancia donde aparece el sujeto —agregó Patrick mientras buscaba el pendrive que le había dado el empleado del cementerio en el bolsillo de sus pantalones—. Las imágenes no están muy claras y es imposible identificarlo.
Chloe Winters se adueñó del dispositivo de inmediato.
—Nada es imposible para la ciencia forense. Bueno, casi nada. Veré lo que puedo hacer —dijo mientras se iba hacia el laboratorio.
—Ya le he advertido a la inspectora Kerrigan sobre el estado emocional de Vilma McKinnon, no deben dejarse influenciar por sus teorías.
—Superintendente, hemos visto la cinta y ese hombre prácticamente huyó despavorido cuando vio a la madre de Jodie; además, uno de los empleados del cementerio asegura que siempre deja una rosa roja en su tumba.
Haskell se quedó pensativo.
—Avísenme si consiguen identificarlo —pidió antes de marcharse a su despacho.
Rápidamente, el sargento Lockhart los puso al tanto de su visita a Ophelia Crawley.
—La mujer negó tener conocimiento de la existencia del video en el que aparece su esposo y confirmó lo que él ya nos había dicho, que se enteró del romance cuando lo siguió hasta el apartamento de Jodie. Su coartada para la noche del homicidio es débil. Dijo que, el día en que la víctima desapareció, se marchó de la galería de arte hacia su casa cerca de las cinco y que no se movió de allí hasta la mañana siguiente. Como ya sabemos, Marsan no puede confirmarlo porque se encontraba fuera de la isla. La niñera de Christopher se marchó diez minutos después de que ella llegara y afirma que estuvo en su casa con su hijo de tres años y el ama de llaves toda la noche.
—¿Es posible que el asesino sea una mujer? —planteó Michelle de repente.
—Es poco probable —manifestó Nolan—. La autopsia dice que Jodie fue penetrada poco antes de morir; es más lógico pensar que se trata de un hombre. Además, se necesita cierta cantidad de fuerza para estrangular a alguien.
—Ophelia Crawley es de contextura pequeña, no creo que tuviera la fuerza necesaria para apretar el pañuelo alrededor del cuello de Jodie, mucho menos si la muchacha se resistió.
—Pero sí la ve capaz de haberla amenazado —dijo Patrick terminando la frase por ella. Michelle asintió.
—Si logramos comprobar que ella envió las cartas, al menos resolveremos una parte de la investigación.
—Obtengamos sus huellas y saquémonos las dudas —sugirió David Lockhart.
—Haremos algo mejor que eso, sargento. La presionaremos y la obligaremos a contar lo que sabe; para eso vamos a traerla aquí. Es hora de que estrenemos la sala de interrogatorios. —Michelle observó su reloj—. Pero eso será mañana, debo ir a casa y ustedes también tienen que descansar. —Sus ojos se encontraron con los de Patrick. La intensidad de su mirada fue demasiado para ella así que se dirigió a la cocina para cambiarse de ropa. La camisa se había secado, aunque no podía hacer nada con las arrugas. Estaba a punto de quitarse el sweater cuando sintió que alguien abría la puerta. No necesitaba girar para saber que era él. Se acercó hasta detenerse justo detrás de ella, a tan solo unos pocos centímetros de su cuerpo. Como había sucedido en el elevador, Michelle no se movió.
Patrick no dijo nada solo colocó la mano en su hombro, luego subió por su cuello y comenzó a acariciarla.
Ella cerró los ojos, completamente entregada al placer que le brindaba ese contacto.
—Te deseo, Michelle —le susurró al oído; lo que le provocó un torbellino de sensaciones que nacía en su vientre y llegaba hasta la zona de su entrepierna.
—No podemos, Patrick. No aquí.
—Lockhart se ha marchado, y Chloe está en el laboratorio —le informó mientras su otra mano delineaba el contorno de las caderas femeninas por encima del sweater.
—Es peligroso, entiéndelo —dijo sin saber exactamente a quién de los dos estaba tratando de convencer. Ya habían cruzado un límite, no podían traspasar el siguiente sin pensar en las posibles consecuencias. Ser vistos por alguno de sus compañeros era un riesgo que no pensaba correr.
—¿Dónde entonces? —Le mordisqueó el lóbulo de la oreja, y Michelle tuvo que sujetarse con fuerza de la silla que tenía frente a ella.
—No lo sé, tal vez debamos olvidarnos de todo esto…
De repente, Patrick la asió de la cintura y la giró hacia él.
—Yo no podré olvidarlo, Michelle. —La aprisionó contra la silla para que pudiera comprobar el efecto que le causaba—. Mañana a la hora del almuerzo, en mi apartamento. Vivo en Oakfield, no está lejos de aquí.
Podía negarse, repetirle que era una locura y desistir de continuar con aquel peligroso juego que habían iniciado; sin embargo, no tuvo ni el valor ni el deseo de hacerlo. Cerró los ojos por un instante y respiró hondo. Había decisiones que, una vez tomadas, ya no tenían vuelta atrás.
—¿Qué dices? —insistió ante su falta de respuesta.
—Está bien. Nos veremos mañana en tu apartamento, pero ahora vete, por favor, la doctora Winters puede entrar de un momento a otro.
—¿Qué hay de mi sweater? —Había un brillo de maldad en sus ojos verdes.
—¿Lo necesitas ahora? —retrucó haciendo un gran esfuerzo por contener la risa. Conocía de sobra su intención, pero no pensaba seguirle la corriente, no se desnudaría frente a él.
—No —dijo por fin—. Es más, me gusta vértelo puesto. Me excita.
Antes de que volviera a tocarla, lo sujetó del brazo y lo empujó hacia la salida.
—Hasta mañana, detective Nolan.
Patrick la miró por encima de su hombro.
—Hasta mañana, inspectora, que duerma bien.
Cuando se fue, se recostó contra la puerta. No quería sentirse atraída por ningún hombre; tres meses atrás, jamás se le hubiera cruzado por la cabeza mirar a otro, pero ella era una mujer joven y, como tal, tenía necesidades que Clive se negaba a satisfacer. Respiró hondo. Dudaba de que esa noche pudiera conciliar el sueño.