Patrick Nolan tuvo que desplazarse hasta Portsmouth para poder hablar con Alice Rafferty. La espera en Fishbourne se le hizo demasiado larga, ya que el próximo ferry no partía hasta el mediodía.
Cuando llegó a la universidad, la recepcionista le informó que la profesora Rafferty acababa de terminar de dar una clase y que, si se daba prisa, podría alcanzarla. Tras pedirle una descripción de la mujer, recorrió el extenso pasillo que conducía al campus hasta dar con ella. Estaba recostada contra una columna, en su mano llevaba un maletín. Hablaba con alguien y sonreía; al avanzar descubrió que se trataba de un hombre joven, uno de sus alumnos quizá. Él tenía los brazos cruzados sobre el pecho y no le quitaba la mirada de encima. Su olfato de sabueso le indicó que había cierta intimidad entre ellos. Cuando se acercó por detrás y se presentó como policía, el muchacho rápidamente se alejó alegando que llegaba tarde a una cita.
Alice Solomon, ahora Rafferty, le sugirió ir hasta el pequeño despacho que ocupaba en la segunda planta.
—¿Desea beber algo, inspector? Puedo pedir un café o un té.
—No se moleste, ya he cubierto mi dosis diaria de cafeína por hoy —respondió al tiempo que echaba un rápido vistazo al lugar. «Demasiado sobrio para mi gusto», pensó. Esperó a que ella se sentara y ocupó la butaca al otro lado del escritorio—. Supongo que imaginará el motivo de mi visita, señora Rafferty.
Alice apenas esbozó una sonrisa. Con la mano derecha se mesó el cabello.
—Mi esposo me comentó que la policía había reabierto el caso de Jodie, por eso su aparición no me sorprende, inspector.
—Durante la primera investigación, usted fue interrogada como testigo debido a su amistad con la víctima.
—Así es. —Frunció el ceño—. ¿Acaso esa circunstancia ha cambiado y ahora está aquí para hablar conmigo en calidad de sospechosa?
Patrick Nolan la observó con atención antes de responder a su pregunta. Era una mujer atractiva de abundante cabellera rojiza y expresivos ojos pardos.
—Simplemente estoy aquí porque, como amiga íntima de Jodie McKinnon, puedo apostar que sabía mucho más de ella de lo que declaró hace cinco años, ¿me equivoco?
Percibió cierto alivio en su semblante.
—Hablo específicamente del romance que sostenía Jodie con el fiscal Marsan. No se lo mencionó a la policía, ¿por qué?
—Porque no quería ensuciar la memoria de Jodie; además, ella había terminado con él unas semanas antes de su muerte —explicó colocando los brazos encima del escritorio.
—¿Fue ella la que puso fin a la relación? ¿Está segura?
—Por supuesto.
—Marsan nos dijo que había sido él quien la dejó.
—¡Miente! ¡Jodie ya no quería tener nada que ver con ese patán! Decidió dejarlo cuando se dio cuenta de lo tóxica que se estaba volviendo su relación; y no lo digo solo en sentido literal —aclaró sin entrar en detalles, aunque, después de ver el video, Nolan sabía exactamente a qué se refería—. Además Jodie ya tenía a alguien en la mira —agregó.
—¿De quién se trataba?
—De Geoff Eames. Trabaja aquí en la biblioteca. Jodie prácticamente se obsesionó con él desde la primera vez que lo vio y estaba dispuesta incluso a terminar con Brett por su causa.
Patrick retuvo en su memoria el nombre del sujeto.
—Supongo que era lo que le convenía a usted, que Jodie y Brett Rafferty se separaran. Dígame; ¿desde cuándo estaba enamorada del novio de su mejor amiga?
La profesora se removió en la butaca. Se tomó su tiempo para responder.
—No voy a mentirle, inspector. Me enamoré de Brett hace mucho tiempo, cuando todavía no era novio de Jodie. Después empezó a salir con ella y me resigné a que no era para mí. No había nada que yo pudiera hacer, era a Jodie a quien Brett amaba. Todavía hoy la sigue amando —confesó resignada.
—Y sin embargo terminó casada con él.
—La muerte de Jodie destruyó a Brett; estuve con él en su peor momento. Cuando todos sospechaban que era el asesino, me quedé a su lado. No me avergüenza decir que tal vez se casó conmigo por gratitud, en vez de por amor.
—¿Le comentó Jodie sobre las cartas que recibió?
Alice Rafferty asintió.
—Sí, lo hizo. Incluso le hablé de mis sospechas poco antes de que fuera asesinada —manifestó con un aire de seguridad que sorprendió al inspector.
—¿De quién sospechaba usted?
—De Antón Marsan, por supuesto. La primera carta llegó tan solo pocos días después de que terminara con él. La insté a que presentara una denuncia, antes de que la situación se saliera de control, pero me dijo que ella se encargaría de arreglar todo.
—¿Y cómo pensaba hacerlo?
La abogada devenida en profesora de Derecho Penal se encogió de hombros.
—Lo ignoro.
Todo lo que la amiga de Jodie le acababa de revelar ponía a Antón Marsan en el primer puesto de la lista de sospechosos. La cinta de video volvía a cobrar protagonismo: tal vez lo que Jodie pretendía con ella era obligar al fiscal a que la dejara en paz.
—No puedo irme sin preguntarle dónde se encontraba usted la noche en la que su amiga fue asesinada.
—Estaba en casa, sola. Tenía un examen al día siguiente y me quedé despierta hasta tarde estudiando. A la mañana siguiente me llamó su madre preocupada porque no conseguía comunicarse con ella.
Su coartada era débil y, además, tenía un poderoso motivo para haber querido deshacerse de su amiga.
Patrick se puso de pie y ella hizo lo mismo.
—¿Sabe dónde puedo encontrar al tal Eames? Me gustaría aprovechar que estoy aquí para hablar con él.
—Búsquelo en la biblioteca; si no, pruebe en El Cisne Blanco, suele almorzar allí.
Estrechó la mano de Alice Rafferty. Estaba fría y sudorosa. Al salir al campus, le preguntó a un grupo de muchachos cómo llegar a la biblioteca, pero de inmediato comprobó que Geoff Eames no estaba allí. Probó suerte en el pub, ubicado a un par de calles de la universidad y la búsqueda dio frutos por fin. Encontró al sujeto disfrutando de su almuerzo y no pudo evitar recordar que apenas había desayunado esa mañana cuando vio el jugoso bistec de ternera en el plato del tal Eames. Miró hacia la barra, tuvo el impulso de pedir lo mismo, pero desistió de inmediato; estaba allí por otra razón.
—¿Geoff Eames?
El joven levantó la cabeza y lo miró de arriba abajo.
—¿Quién quiere saber?
Patrick sacó su placa del bolsillo de la chaqueta y se la mostró.
—Detective inspector Nolan, de la Unidad de Casos sin Resolver.
Eames dejó de comer, el trozo de carne que acababa de engullir bajó lentamente por su garganta.
—¿Puedo sentarme? —Antes de que respondiera, apartó la silla y se dejó caer en ella. Observó a su alrededor; el local estaba lleno y la mezcla de olores por un segundo lo distrajeron.
—¿Qué puedo hacer por usted, inspector?
—Jodie McKinnon.
Bastó decir su nombre para que el rostro del joven empalideciera.
—¿Qué quiere saber?
—¿Cuál era su relación con ella?
—Prácticamente nula. Nos cruzábamos en la universidad o coincidíamos en alguna fiesta —respondió.
—Según su amiga, Jodie pretendía tener algo con usted.
Geoff Eames sonrió.
—Se me insinuó un par de veces, pero nunca me metí con ella; sabía que Jodie tenía un novio bastante violento y preferí mantenerme al margen. Un altercado con él en el campus hubiera provocado seguramente la pérdida de mi trabajo —explicó.
—Es difícil creer que se haya podido resistir a los intentos de seducción de Jodie McKinnon, señor Eames. Concordará conmigo en que era una mujer hermosa y si a eso le sumamos que se había obsesionado con usted…
—Ya le dije que nunca me enredé con ella. —Con un movimiento brusco apartó el plato hacia el centro de la mesa. El interrogatorio le había quitado el apetito.
—¿Sabía que planeaba dejar a su novio por usted?
—¡No, por supuesto que no lo sabía! —replicó, alzando considerablemente la voz. Luego, más calmado, agregó—: Le he dicho que apenas tenía trato con ella.
—¿Puede decirme dónde estaba la noche en la que Jodie fue vista por última vez?
—¿Qué día fue?
—El jueves 2 de abril del 2009.
—No lo recuerdo.
—Haga memoria, señor Eames; es por su propio bien —lo aconsejó.
—¿Me está acusando de algo?
—Por ahora, no. Solo quiero conocer sus movimientos durante esa fecha.
—No lo sé… En esa época trabajaba doble jornada en la biblioteca. Llegaba a las ocho de la mañana y me retiraba a las seis.
—¿Dónde vivía entonces?
—En el mismo lugar donde vivo ahora, inspector, en Spring Vale —respondió cortante.
—¿No vio a Jodie ese día?
Negó con la cabeza.
—¿Seguro?
—Seguro.
A Patrick Nolan lo desconcertó la actitud del muchacho. Primero se había mostrado dispuesto a colaborar, pero, conforme el interrogatorio iba avanzando, él más se ponía a la defensiva.
—Yo no lastimé a Jodie, inspector, debería buscar por otro lado —sugirió con aire enigmático—. No pierda tiempo conmigo porque no tuve nada que ver con lo que sucedió.
—No pierdo mi tiempo, señor Eames, simplemente me dedico a investigar.
Geoff Eames le hizo señas a la camarera de que le trajera la cuenta.
—Si no tiene más preguntas, quisiera regresar a mi trabajo.
—Eso es todo por ahora. —Se puso de pie y por un segundo vaciló en darle la mano—. Si necesito volver a interrogarlo, ya sé dónde encontrarlo.
Eames apenas le prestó atención a su comentario. Cuando la camarera se acercó, él aprovechó para marcharse. Pero no se alejó demasiado, se quedó esperando unos minutos en el interior de su coche. Luego, volvió a entrar al pub y recogió la taza de café de la mesa que acababa de abandonar el bibliotecario y la envolvió con una servilleta. La camarera estuvo a punto de protestar; sin embargo, al mostrarle la placa, se desvió rápidamente hacia otra de las mesas.
—No lo sé, Amanda. Matilda no tiene edad para asistir a un concierto todavía. —Michelle enroscó el dedo en el cable del teléfono y giró la silla para contemplar el panorama que le ofrecía la ventana de su despacho. Había llamado a su hermana para tener noticias de su paradero, ya que la mayor parte del año se desplazaba por todo el país con su compañía de teatro.
—Shelley, estaré en Londres hasta finales de mes, preparando la próxima obra. Matilda podría venir a pasar el fin de Semana Santa conmigo y, de paso, puedo llevarla al concierto. Sabes la ilusión que tiene de ir —argumentó la menor de las hermanas Kerrigan.
La idea de separarse de Matilda no la entusiasmaba. Durante la convalecencia de Clive en el hospital, había estado fuera de casa durante varios días y la había extrañado horrores, mientras ella y su hermano se quedaban en Fareham con su abuela. Amanda podía tener razón, con la tensión reinante en la casa, tal vez que su hija pasara unos días con ella era lo mejor.
—Debo saber qué piensa Clive al respecto —indicó casi convencida.
—Seguro estará de acuerdo.
—¿Cuándo vendrías a buscarla?
—El concierto es el miércoles 16, puedo estar en Ryde el martes si prefieres. Tengo ganas de verte, Shelley, de saber cómo va todo.
Michelle guardó silencio.
—¿Shelley, sigues ahí?
—Sí, Amanda. —Se le hizo un nudo en la garganta al descubrir la falta que le hacía su hermana pequeña—. Deja que hable con Clive primero y no le mencionemos nada a Matilda para que no se haga ilusiones en vano.
Alguien golpeó a su puerta.
—Amanda, tengo que dejarte. Te llamo apenas sepa algo.
—Perfecto, Shelley. Bye, bye.
Iba a decirle que la quería, pero Amanda ya había colgado. Se puso de pie y caminó hacia la ventana.
—Adelante.
Al girar se encontró con el inspector Nolan. Se había quitado la chaqueta y llevaba la camisa arremangada. En la mano sostenía una carpeta. Lo observó mientras se acercaba. Era un hombre atractivo, entrado en los cuarenta y en excelente forma. Apartó la vista cuando se dio cuenta de que se había detenido demasiado tiempo en los brazos musculosos y cubiertos de vello rojizo de su compañero.
—¿Interrumpo?
—No, siéntese, inspector. ¿Cómo le fue con Alice Rafferty? —Se dejó caer en la butaca, la falda se deslizó hacia arriba apenas unos centímetros cuando cruzó las piernas.
Desde el otro extremo del escritorio, Patrick Nolan no pudo evitar desviar la mirada hacia abajo. Intentó concentrarse en lo que debía, pero los muslos de la inspectora cubiertos con medias de seda negra lo distrajeron.
Michelle se sintió incómoda de repente bajo el escrutinio del inspector; no era la primera vez.
—¿Y bien?
—El viaje hasta Portsmouth me sirvió para matar dos pájaros de un tiro, no solo hablé con Alice, también interrogué a Geoff Eames.
El nombre no le resultaba familiar.
—¿Eames?
—Sí, es el bibliotecario de la universidad. No aparece en la primera investigación, pero Alice Rafferty me contó que Jodie se había obsesionado con él y que poco antes de su muerte planeaba dejar a su novio por su causa.
Michelle se inclinó hacia delante; recién entonces, Patrick ocupó la otra butaca.
—Interesante. Podría ser el hombre con quien Jodie se encontró esa noche. Aunque no podemos descartar su teoría de que el autor de las cartas no es nuestro asesino, comprobemos si sus huellas coinciden o no con las del matasellos.
—Chloe Winters acaba de compararlas y no son suyas —indicó.
—¿Cómo las obtuvo? ¿Acaso el sujeto está registrado en IDENT 1? —preguntó curiosa.
—Interrogué a Eames en El Cisne Blanco, un pub que es frecuentado por la gente de la universidad; solo tuve que esperar a que se fuera para hacerme con la taza de café que acababa de tomar.
Michelle sonrió, aprobando su accionar. Permaneció pensativa durante unos segundos.
—Bueno, eso confirma que no envió las cartas, pero no podemos descartarlo todavía de la investigación; no cuando, según su amiga, Jodie McKinnon se había obsesionado con él.
Patrick concordó con ella.
—Seguimos sin saber a quién pertenece las huellas del matasellos.
—¿Qué hay de la coartada del tal Eames?
—Es demasiado débil; no recuerda qué hizo esa noche, aunque asegura que no vio a Jodie; es más, se encargó de aclarar que no había nada entre ellos, que era Jodie quien lo buscaba.
—¿Su amiga lo confirmó?
—Habló de la obsesión de Jodie hacia él, pero, en ningún momento, mencionó que existiera una relación entre su amiga y el bibliotecario. —Dejó encima del escritorio la carpeta con el informe que había redactado después de los interrogatorios—. Alice me dijo otra cosa: fue Jodie quien abandonó al fiscal y no al revés. Marsan mintió y me preguntó en qué más habrá mentido. Ella incluso sospechaba que era el autor de las cartas, ya que empezaron a llegar días después de que Jodie lo dejara. Conozco a alguien en Scotland Yard que tiene importantes conexiones con el Ministerio del Interior. Puedo pedirle que me pase el archivo de Marsan para comparar sus huellas con la de las cartas, de manera extra oficial, por supuesto —agregó.
—¿Le digo lo que pienso?
—Soy todo oídos, inspectora.
—No me convence demasiado la idea de que Marsan enviase las cartas. Cuando hablé con él, pude notar que todavía le afectaba la muerte de Jodie; me dijo incluso que la había amado mucho. El perfil que usted trazó del autor habla de alguien que la odiaba.
—¿Por qué mintió entonces cuando dijo que había sido él quien puso fin al romance? —repuso Patrick.
—No lo sé; tal vez se sintió herido en su orgullo o trataba de cubrirse las espaldas. Sabemos que su coartada para la noche del crimen es irrefutable, pero ¿y si contrató a alguien para que hiciera el trabajo sucio por él? Es fiscal, debe estar en contacto continuo con delincuentes.
—En ese punto, debo discrepar con usted, inspectora. La persona que mató a Jodie tenía cierta cercanía con ella, un asesino a sueldo hubiera actuado más fríamente. Ellos suelen tener el menor contacto posible con sus víctimas; se hubiera deshecho del cuerpo de otra manera o incluso lo hubiera dejado en la escena del crimen.
—La escena del crimen —repitió Michelle algo pensativa—. Todavía no sabemos dónde la mataron; después de cinco años ignoramos dónde ocurrió todo.
—Enfoquémonos mejor en lo que sí tenemos —sugirió Nolan—. Creo que el rompecabezas empezará a armarse con Ophelia Crawley. Ella es una de las últimas piezas para resolver el misterio.
—Esperemos que el sargento Lockhart logre algo con ella.
La conversación fue interrumpida por el teléfono.
—Inspectora Kerrigan.
Patrick la observó atentamente mientras ella escuchaba a su interlocutor.
—Señora McKinnon, cálmese, por favor. Estaremos allí lo antes posible.
Tras colgar, lo miró.
—Era Vilma McKinnon. Ha estado en el cementerio y vio a alguien junto a la tumba de Jodie. Dice que, cuando ella se acercó, la persona prácticamente salió corriendo. No alcanzó a ver quién era, pero está segura de que se trataba de un hombre. Dejó una rosa roja junto a la foto de Jodie.
—Podría ser una pista importante —manifestó Patrick entusiasmado—. Sabemos que el asesino sintió remordimiento después de matarla, tal vez visitar a Jodie en su morada final sea su manera de expiar su culpa.
Michelle se puso de pie de repente.
—Vayamos al cementerio a ver si alguien más ha visto al sujeto.
Cuando abandonaron el despacho, el sargento Lockhart todavía no había regresado.