5

Madame Selene averiguó que Tomás Mendoza había visitado la alcoba de Calipso mucho antes de que ella se lo confesara en el gabinete. Ya a la mañana siguiente, descubrió una sonrisa misteriosa en el rostro de la joven y temió que hubiera aparecido otro hombre para nublarle el entendimiento. Observó a Calipso con atención durante todo el mediodía y cuando la muchacha acudió al gabinete para hacer las cuentas, tuvo la certeza de que su olfato seguía siendo fino. Ahora, sólo debía averiguar quién había iluminado así los ojos de su pupila. Ojalá esa insensata no se hubiera vuelto a prendar de un cliente.

La madame poseía una memoria prodigiosa, y mientras Valentina, sentada ante el escritorio como si fuera un contable, calculaba los ingresos y los gastos del burdel, su mentora repasó mentalmente con qué caballeros había yacido la muchacha desde que había vuelto a trabajar. Ninguno de esos hombres era joven, tampoco cariñoso, ni poseía una apostura como la que sirvió al niño Leopoldo para ocultar su verdadera naturaleza. Entonces madame Selene recordó que la tarde anterior, Tomás Mendoza había acudido al burdel para examinar a las pupilas y al terminar no se había despedido de ella como hacía siempre. Y ya no le quedó la menor duda de cómo había pasado Calipso su tarde libre. La revelación le arrancó un suspiro de desasosiego que hizo que Valentina levantara la cabeza de las cuentas. La madame movió una mano para indicarle que siguiera con su trabajo. Necesitaba reflexionar antes de hablar con ella. No solía tener inconveniente en permitir que las chicas retozaran con sus amantes en su día de asueto, siempre que eso no mermara su entusiasmo con los clientes. La experiencia le había enseñado que una ramera satisfecha con su vida se prodigaba mejor en el lecho. Y como amiga de Calipso, le alegraría que después de tanto sufrimiento la pobre hubiera hallado un poco de diversión con un hombre guapo al que todas tenían por bueno. Pero como mujer que regentaba un burdel debía cerciorarse de que el nuevo amorío no distraería a Calipso de su obligación de hacer disfrutar a los clientes entre sus sábanas. La fama de la joven le permitía sacar una verdadera fortuna a los caballeros. Y si dejaba de cumplir con su trabajo, el negocio se resentiría sobremanera.

Mientras cavilaba, había mirado a su pupila con tal intensidad que ésta alzó la vista del libro de cuentas y la escrutó, muy inquieta. Eso empujó a madame Selene a no posponer más el interrogatorio.

—Dime, niña, ¿quién te visitó ayer en tu alcoba?

Valentina sintió una ola de fuego que le abrasó el rostro y el cuero cabelludo. Quiso responder, pero sólo logró farfullar:

—Yo… madame…

—¿Fue el doctor Mendoza?

La voz de Valentina siguió negándose a obedecer. Tuvo que responder moviendo la cabeza arriba y abajo. Cuando se repuso lo suficiente para hablar, susurró:

—Se lo iba a decir después de las cuentas, madame…

—Te creo, Calipso —la tranquilizó la dueña. Se reclinó en su sillón y acarició a Zeus, que se había ovillado en su regazo como de costumbre—. Sabes que no tengo inconveniente en que disfrutéis de vez en cuando con un hombre que os guste. Después de dar placer a tantos caballeros que la mayoría de las veces ni siquiera nos agradan, es bueno que nosotras también podamos gozar un poquito. Sólo quiero advertirte que tengas mucho cuidado. Me consta que el doctor Mendoza posee buen corazón, pero no le entregues el tuyo como hiciste con el niño Leopoldo. Los hombres, por muy nobles que sean, no aman igual que nosotras. Al final, siempre nos hacen sufrir.

—Creo que jamás volveré a sentir lo que me inspiró Leopoldo —susurró Valentina, todavía aferrada a la pluma, y una sonrisa se expandió por su rostro cuando añadió—: Pero Tomás es… tan dulce… tan considerado… Ayer se preocupó de hacerme gozar y no se derramó enseguida dentro de mí como hacen los clientes. Fui dichosa con él, madame Selene…, mucho… Y… ¿sabe? Creo que… por fin he descubierto cómo manejar a un hombre que me importa: basta el poder de la mirada y una sonrisa.

La madame se rió a carcajadas con la ocurrencia de su pupila, pero enseguida se puso seria.

—Entonces, Calipso, manéjalo para que te convierta en su esposa. Si lo logras, la caja de L’Olympe perderá las suculentas ganancias que obtiene contigo, pero creo que Amaltea podrá suplirte cuando pulas sus maneras y la conviertas en una cortesana refinada.

Pensativa, Valentina se quedó mirando a su mentora. ¿Podría conseguir que Tomás volviera a proponerle matrimonio? Ahora ya no parecía tan ansioso por casarse con ella.

—Los años buenos de una mujer de la vida se esfuman pronto —prosiguió madame Selene—. Y cuando nuestra belleza se marchita, los ingresos menguan más y más cada día. La que ha logrado ahorrar y posee buena cabeza, puede abrir su propio burdel, donde envejecerá en soledad, pues una madame inspira temor, a veces desprecio, pero jamás cariño. Y las que ni han ahorrado ni son listas… no es necesario que te explique cómo acaban, ¿verdad?

—No, madame Selene.

—Tú eres muy lista, niña. Cierto que el amor te cegó una vez y dejaste que un hombre despreciable te hiciera sufrir, pero no permitas que eso vuelva a ocurrirte. Empieza a labrar tu futuro ya. No vas a ser siempre la bella Calipso por la que pagan una fortuna los caballeros más ricos de la isla. Si ese apuesto doctor te place, embrújale para que haga de ti una mujer respetable y de buena posición. Es cierto que si logras casarte con él, te añoraré mucho y perderé mis buenos pesos, pero ahora debemos pensar en tu porvenir.

Al evocar el rostro de Tomás, Valentina sintió un dulce cosquilleo en el estómago y notó que se ruborizaba. Sonrió para disimular su ofuscación. Madame Selene siguió rascando detrás de las orejas al gato, que ronroneaba hecho una rosca entre los pliegues de su falda. Rumió para sus adentros que esa incauta había vuelto a enamorarse. Sólo cabía esperar que el doctor fuera realmente tan bueno como parecía y no la hiciera sufrir. A esas alturas ella ya no se fiaba de ningún hombre. Dejó escapar un profundo suspiro y añadió:

—Sin embargo, también quiero recordarte que mientras permanezcas aquí no debes distraerte por culpa de ese doctor. No quiero verte descuidando tus obligaciones como cuando enloqueciste por el canalla de Leopoldo Bazán.

—No se preocupe, madame Selene. Eso no volverá a ocurrir.

—Así lo espero. Y ahora, concéntrate en las cuentas. El tiempo apremia.

Valentina bajó la cabeza y se apresuró a calcular las ganancias de la noche anterior. Aún debía ocuparse de muchos asuntos antes de que empezaran a presentarse los clientes.