Capítulo 117

Bremer se va de vacaciones

Al final, fue a la oficina, revisó someramente el correo, después entraron el señor Körnig y el señor Bremer, a los que había mandado llamar.

—Señor Körnig —dijo con amabilidad—. Aquí está el dinero, tres mil doscientos marcos para saldar parte de mis anticipos. Confío en que le sacará de apuros en los pagos de mañana.

La cara preocupada del señor Körnig se iluminó.

—Me alegro —dijo mientras comenzaba a contar el dinero—. Ha sido muy amable por su parte recordarlo, señor director. Estaba muy preocupado.

—Intentaré abonar una cantidad similar el próximo día de paga —comentó Karl Siebrecht—. Comienzo a cancelar mi cuenta en una época algo difícil, da igual, pero la reclamación no habrá sido en vano. —Miró con una media sonrisa al director Bremer, que contemplaba con expresión gélida el recuento del dinero.

—¡Nadie lo apremia! —aseguró, solícito, el señor Körnig—. ¡Quién piensa en eso! Pero ha sido muy amable…

—Otra cosa —dijo Siebrecht—. Mi mujer ha decidido adquirir la participación de Von Senden en la empresa. La faceta financiera del asunto ya ha quedado resuelta. Un cheque por la cantidad en cuestión está en manos del señor Von Senden.

Si el señor director Bremer se sintió decepcionado por esa comunicación, no permitió que se le notase.

—Si me permite una pregunta, Siebrecht, ¿la participación se adquirió por su valor nominal o el señor Von Senden tuvo que hacer algunas concesiones?

—¡Por su valor nominal, faltaría más!

Ahora el que sonrió fue Bremer.

—Creo —dijo despacio, mientras parecía sopesar cada palabra que yo le habría conseguido esa participación a su señora esposa mucho más barata.

—No lo dudo —contestó Karl Siebrecht—. Expuso su propuesta, pero fue rechazada.

—Naturalmente —sonrió Bremer—. ¡Porque la expuso usted, Siebrecht!

—Ahora —dijo Siebrecht con más dureza— me gustaría que se pusiese en contacto con el señor Von Senden a través de Lange & Messerschmidt y se encargase de que el traspaso de la participación se efectúe lo más deprisa posible.

—¿Yo…? —preguntó Bremer asombrado—. ¡Si usted, Siebrecht, se reservó expresamente esa cuestión ayer mismo!

—Pero hoy prefiero que sea usted el que lleve la negociación definitiva, Bremer.

—Lo lamento —dijo el director Bremer—, tengo que rechazarlo.

—¿Se niega?

—Me limito a obedecer sus indicaciones de ayer.

Los dos se contemplaron unos instantes en silencio.

—Bien, Bremer —repuso Siebrecht—. El asunto ha concluido para mí. Señor Körnig, ¿será usted tan amable de encargarse de la negociación?

—¡Por supuesto! ¡Con el mayor placer! Me pondré ahora mismo en contacto con Lange & Messerschmidt, señor director.

—Muchas gracias, señor Körnig. Otra cosa más: dado que en un futuro inmediato no es previsible una activación del mercado laboral, he decidido vender de inmediato los vehículos inmovilizados de la empresa al precio que se pueda conseguir hoy, pero al contado.

Durante un instante, todos callaron. Después el director Bremer dijo:

—Me opongo.

—¿Por qué, director Bremer?

—En interés de los socios.

—Ningún socio le ha encomendado la defensa de sus intereses.

—Entonces, en interés de la empresa. Una venta a los ruinosos precios actuales menoscabaría el patrimonio de la empresa.

—Si suspendemos pagos por falta de recursos, lo perderemos todo.

—Antes de llegar a eso, la cuenta de adelantos del señor primer director ha de estar saldada.

—Lo estará a la mayor brevedad, señor director Bremer, confíe en ello.

—¿Con los intereses acumulados?

—¡Con los intereses acumulados, por supuesto!

—¡Caballeros, se lo suplico! —pidió el señor Körnig con las manos levantadas—. ¡Una disputa entre nuestros directores! ¡En estos tiempos! ¡Una querella entre hermanos!

—Tiene usted toda la razón, señor Körnig —dijo Karl Siebrecht—. Todo esto es un despropósito… No quisiera vender los vehículos en bloque, creo que vendiéndolos por separado conseguiremos mejores precios. ¿Quiere encargarse de la venta, Bremer?

—No.

—¿Se niega de nuevo?

—Me niego por razones puramente comerciales. Considero un delito vender en plena depresión. —Bremer se metió las manos en los bolsillos y miró, desafiante, a su adversario.

—Me parece bien —dijo Siebrecht con indiferencia—. Por lo que sé, señor Körnig, el señor Bremer tiene cuatro meses de retraso en su salario, ¿verdad?

—Con su permiso, señor director —contestó solícito el señor Körnig—. Esta mañana temprano, y por imperioso deseo suyo, el director Bremer ha cobrado todos sus atrasos. Me resultó difícil, toda vez que mañana es día de pago. Pero como el señor director Bremer lo pedía con tanta insistencia…

—¡No me diga! —exclamó Karl Siebrecht, casi regocijado—. ¡Así que el señor director Bremer ha cobrado esta mañana temprano su salario…, precisamente antes de nuestro día de pago! ¡Una persona malintencionada podría pensar que desea causarnos dificultades, pero Dios nos libre de un pensamiento semejante! —Contempló sonriente a su codirector, que, con las manos en los bolsillos, seguía paseando de un lado a otro del despacho, como si todo aquello no fuera con él—. Pero, Bremer, dado que rechaza llevar a cabo las tareas que le he propuesto y dado que nuestro trabajo se reduce cada vez más, su labor flojeará en los próximos tiempos. Le propongo que se vaya inmediatamente de vacaciones. Señor Körnig, pague al señor Bremer su salario de dos meses más. Necesita reponerse como es debido.

—¡No pienso irme de vacaciones!

—Naturalmente que lo hará. Yo al menos no puedo imaginar ninguna otra razón para su negativa a trabajar que un exceso de trabajo. Durante su permiso decidiré si un servicio reducido necesita otro director.

—¡No se atreverá a eso!

—Pero, querido Bremer, ¿quién habla aquí de atreverse? ¡Es una lógica reducción del trabajo!

—Seguiré viniendo todos los días a la oficina y desempeñando mi labor como hasta ahora, y quiero ver quién se atreve a impedírmelo.

—Lo tiene delante. Tengo la intención de presentarme aquí mañana a las nueve en punto, y como encuentre en mi oficina a un empleado de permiso, lo despediré basándome en el reglamento de la empresa. Si no se va, haré que se lo lleve el policía más cercano.

—¡No se atreverá! —volvió a decir Bremer, palideciendo.

—Seguro que no soy tan osado como usted, Bremer, pero me atreveré. Señor Körnig, disponga el salario del señor Bremer como le he indicado. Si se niega a aceptarlo, envíeselo por giro postal. Si se niega a aceptar el giro, deposítelo en el juzgado. ¿Está claro? —Mudo y atemorizado, el señor Körnig asintió con la cabeza—. Y ahora, director Bremer, dado que no se va de vacaciones hasta mañana, concédame media hora. Quisiera revisar con usted uno a uno a todo nuestro personal externo. Me he fijado en que los antiguos nombres han desaparecido de las nóminas de salarios. Ninguno de los antiguos trabajadores que yo contraté en su día sigue en la empresa. Sea tan amable y explíqueme la naturaleza y ventajas de cada una de estas personas nuevas contratadas por usted. Me gustaría estar informado, dado que en los próximos tiempos tendré que hacer su trabajo.

Los dos se miraron un instante. Entonces Bremer dijo con sorprendente calma:

—Como usted diga, Siebrecht. Parece haberse convertido de pronto en un hombre muy fuerte. —Se sentó y tomó los papeles—. Vayamos por orden alfabético. Tenemos, para empezar, al conductor Albers…

Meneando la cabeza y con un audible suspiro, el señor Körnig abandonó el despacho.