Con el abogado Lange
El abogado Lange, más menudo y pálido que nunca, saludó a Karl Siebrecht con un profundo suspiro.
—¡Imagínese, también han suspendido pagos Bassermann y Kladow, una empresa tan antigua y prestigiosa! ¡De manera totalmente inesperada! ¡Caen una detrás de otra, no se ve el fin! Si se aprobase el Plan Hoover, traería cierta tranquilidad. —Suspiró hondo y miró con desconfianza a su visitante—. ¿Qué le preocupa, señor Siebrecht? Espero que no venga por asuntos de dinero.
—Primero necesito un consejo —dijo Karl Siebrecht, y vio al abogado soltar un suspiro de alivio. En unas cuantas frases le expuso la pretensión de Von Senden y la propuesta de Bremer.
—Yo desaconsejaría tajantemente ese negocio —dijo el señor Lange—. Es uno de esos negocios sin escrúpulos que se hacen en tiempos de necesidad y que después pueden costarle a uno el cuello en épocas de bonanza.
—Esa es justo mi opinión —ratificó Siebrecht—. Pero ¿opina usted también, señor Lange, que debemos rechazar la demanda de pago inmediato de la participación?
—¡Y sin vacilar! ¡Algo así sería hoy un suicidio! El señor Von Senden ha disfrutado temporalmente de unos rendimientos muy sustanciosos por su participación; ahora, en los malos tiempos, también debe aguantar. Si lo desea, nosotros nos pondremos en contacto con él.
—Gracias, señor Lange, por el momento prefiero negociar con él personalmente. Pero hay otra cosa más, señor Lange, algo más personal —prosiguió, titubeando, Siebrecht—. Tengo desde hace mucho tiempo un anticipo con la empresa que actualmente asciende a unos veintiocho mil marcos. Con ellos amueblé en su momento la villa de mi esposa, muebles antiguos, buenos objetos artísticos, en conjunto habré invertido allí entre cuarenta y cincuenta mil marcos. ¿Ve usted alguna posibilidad, señor Lange, de que a cambio de esos objetos, de su pignoración o, en caso necesario, su venta, pueda conseguir los veintiocho mil marcos?
—¡Oh, sí, claro que es posible! —contestó satisfecho el señor Lange.
Karl Siebrecht no daba crédito a sus oídos. No esperaba una respuesta tan categórica.
—¿Y cuál sería? —preguntó incrédulo.
—¡Pero, señor Siebrecht! Solo existe un comprador para esos muebles, y es su mujer. ¡No querrá usted empeñar o vender a otro los muebles de casa de su esposa!
—La idea me desagrada sobremanera.
—Es lógico, pero para las cuestiones desagradables estamos los abogados. Hay muchos matrimonios que pueden hablar entre ellos de los asuntos más delicados, pero cuando deben tratar asuntos de dinero, enmudecen. Hágame ese encargo, y me ocuparé del asunto con el mayor placer.
Karl reflexionó.
—Tiene usted toda la razón, señor Lange —dijo al fin—. Es un verdadero disparate dirigirse a una persona distinta a mi mujer. Pero desearía hablar con ella yo mismo. En estos momentos no se siente muy bien. Si es tan amable, redacte un contrato de compraventa sobre todo el inventario de la casa de Nikolassee, me lo llevaré ahora mismo.