Bremer reclama
Cuando se marchó el capitán de caballería, Karl Siebrecht se quedó largo rato sentado ante su escritorio, pensando, mas no en el modo de procurarse el dinero para su amigo. Al contrario, aunque hubiese habido una posibilidad para reunir dinero, no la habría aprovechado. No, ahora había que pensar cómo impedir al capitán de caballería que sacrificase su fortuna con esa pájara, y abrirle los ojos sobre la tal Maria, sin perder su amistad. Karl nunca había tenido muchos amigos, no le apetecía perder también a este. La velada de ese día lo horrorizaba…
Apretó el timbre y pidió al señor Körnig que fuese. El señor Körnig, que entretanto había ascendido a apoderado de la empresa y parecía aún más preocupado si cabe, agitó con vehemencia un fajo de liquidaciones de cuentas nada más entrar en la habitación.
—¡Sí, señor director, ya lo sé —se lamentó—, las liquidaciones de cuentas…! En la última semana los ingresos han caído otro siete por ciento, mientras que los gastos han permanecido invariables. El señor director Bremer ha hablado conmigo: propone inmovilizar tres vehículos más y despedir a otros seis hombres. Además, habría que firmar de una vez un nuevo convenio sobre los despachos de las estaciones…
—Ya hablaremos más tarde de todo eso, señor Körnig —dijo impaciente Karl Siebrecht—. Siéntese, por favor. Ahora me interesa otro asunto: ¿recuerda usted todos los detalles de nuestro contrato societario con el señor Von Senden?
—Por supuesto, señor director.
—¿En qué fecha puede rescindir el contrato con nosotros el señor Von Senden?
—Al cabo de un año, es decir, no puede hacerlo en cualquier fecha, tiene que ser el día 1 de cada semestre natural.
—Es decir que, hoy estamos a 13 de junio, si el señor Von Senden rescinde su contrato el 1 de julio, ¿tendremos que reembolsarle su inversión el 1 de julio del año próximo?
—En efecto. Si se me permite preguntar, señor director…
—Pero si conseguimos demorar la rescisión más allá del 1 de julio, tendremos todavía un año y medio de plazo para devolver el dinero, ¿no?
—Así es, señor director. ¿Acaso el señor Von Senden tiene la intención de…?
—¡La tiene! Concretamente quiere el dinero sin atenerse al plazo de rescisión, preferiblemente mañana.
—¡Sesenta mil marcos mañana! Disculpe, señor director, si sonrío…
—Pues no tiene usted ninguna pinta de sonreír. ¡Parece como si hubiera mordido un limón! En fin, muchas gracias, señor Körnig, dígale al señor Bremer que venga. Está aquí, ¿no?
—Ha llegado hace un cuarto de hora.
—Luego iré a ver a Lange & Messerschmidt, a partir de las cuatro estaré localizable en Nikolassee, si sucede algo especial.
—¡No ocurrirá nada, señor director, con los tiempos que corren…!
Egon Bremer, el antiguo aprendiz Bremer, el hombre frío contra el que Karl Siebrecht albergaba una antipatía no del todo infundada, había ascendido a segundo director del Servicio Urgente Ferroviario de Berlín, lo que hablaba a favor de su eficacia. Ambos directores se estrecharon la mano con frialdad. Era un secreto a voces que no se apreciaban demasiado.
—Ese viejo ñoño, Körnig, me acaba de decir —dijo Bremer, dejándose caer en un sillón y estirando las piernas— que Senden quiere tener mañana toda su pasta…
—De ese asunto me encargaré personalmente, Bremer —dijo con frialdad Karl Siebrecht.
—Le aseguro que no pienso dedicarle ni un minuto de mi tiempo. —Bremer rio—. En cierto modo, somos una sociedad familiar suya. Socios: su esposa, su amigo Senden, su amigo Gollmer. Patrono principal: su suegro Eich.
—¿A qué viene todo esto? —preguntó Karl Siebrecht, un tanto irritado.
—Bueno, solo para justificar también por mi parte que está usted predestinado a resolver el asunto Senden. Pero la cosa es, Siebrecht, que cuando Senden se dé cuenta de que no le damos dinero, y lo necesita a toda costa, intentará vender su participación. Si intenta venderla a cualquier precio, provocará efectos nefastos en nuestro crédito. ¡Es lo que nos faltaba!
—No llegaremos a tanto. También discutiré el asunto con Lange & Messerschmidt. La situación jurídica está muy clara…
—Ciertamente —contestó Bremer, pensativo—. Por otra parte…
—¿Qué significa «por otra parte»?
Karl Siebrecht no tenía la menor intención de discutir con Bremer el caso Senden, estaba algo enfadado.
—Dios, si Senden necesita el dinero, quizá podría comprar barata, por la tercera parte, su participación bajo cuerda. En tiempos normales valdría su dinero; hoy, estoy convencido, podrá alegrarse si le dan veinte mil marcos por ella… Solo es preciso hacerle esperar lo suficiente.
—Me asombra usted —dijo Siebrecht despacio—. Me asombra mucho, Bremer. Su propuesta tiene la finalidad de despojar a uno de nuestros socios de las dos terceras partes de su dinero.
—Yo no puedo analizar el asunto de ese modo. —Bremer se mostraba totalmente frío e impávido—. Hoy su participación carece de valor, su actual valor comercial asciende a veinte mil marcos. Si quiere dinero, recibirá esos veinte mil. Lógicamente, si tiene tiempo para esperar, puede conseguir también los sesenta mil, y se los pagaríamos, pero ¿hoy? ¡No seríamos hombres de negocios!
—Nuestras opiniones al respecto difieren sustancialmente, pero no tiene sentido discutir este asunto. No tenemos ni sesenta mil ni veinte mil marcos para comprar esa participación.
—Yo no diría eso —contestó con tono gélido Egon Bremer mirando cara a cara al codirector.
—¿Cómo? —se sorprendió Karl Siebrecht—. ¿Los tenemos? Hable, señor Bremer, ya me dirá usted dónde ha encontrado esa mina de oro.
—En nuestros libros, Siebrecht —contestó Bremer, metiéndose las manos en los bolsillos. Se levantó—. El asunto me resulta de lo más desagradable, pero alguien tiene que ser el primero en decírselo, Siebrecht. Su cuenta de anticipos está lastrada casi desde el principio de la actividad con un promedio de treinta mil marcos. Actualmente asciende a algo más de veintiocho mil. Usted recibió ese dinero hace ya casi cinco años libre de intereses y de gastos…
—Eso es asunto exclusivamente mío, Bremer. ¡Está usted extralimitándose en sus funciones!
—Se equivoca, no me extralimito. Esto es un asunto de la empresa, no particular. Tal vez lo fuera en los tiempos en que teníamos liquidez, pero hoy que pagamos los salarios en tres plazos es un asunto puramente comercial.
—Todos nuestros empleados siguen percibiendo su salario.
—¿Durante cuánto tiempo más? Pero, prescindiendo de eso, es una situación insoportable que la cuenta privada del director esté lastrada con veintiocho mil marcos, y paguemos a una modesta taquimecanógrafa su salario de ciento veinte marcos, que necesita imperiosamente para vivir, en tres plazos. ¡Algo así debe provocar exasperación, y así ha sido!
—¡Me llama la atención que nadie me haya contado una palabra de esa exasperación, y a usted sí!
—No es nada llamativo, en primer lugar porque el jefe de personal soy yo y no usted, así que las quejas de los empleados me llegan primero a mí. Y en segundo lugar, porque usted es el espíritu divino que camina sobre las aguas y se le exime de todas las bagatelas terrenales.
Bremer se mostraba despreocupado y casi divertido. Caminaba despacio de un lado a otro del despacho, con las manos en los bolsillos, sin evitar mirar a su codirector.
—Sabe usted muy bien —dijo Karl Siebrecht más tranquiloque mi anticipo está relacionado con la decoración de la villa. Entonces fui algo proclive al lujo, lo reconozco, pero no conté con este retroceso en el negocio. Si hubieran seguido creciendo las operaciones comerciales, habría cancelado hace mucho tiempo esa deuda.
—Hubiera debido emplear usted al menos parte de su sueldo para amortizarla, Siebrecht.
—¡Por todos los diablos, si apenas llego a fin de mes! ¿Usted sí, Bremer?
—Llevo cuatro meses sin percibir salario alguno, desde que las dificultades se agudizaron —contestó Bremer con tono gélido.
Esperó un momento a que Siebrecht se recuperase del golpe. Pero era demasiado listo como para dejar traslucir su triunfo; al contrario, dijo casi con amabilidad:
—Siebrecht, tiene usted una mujer rica y un suegro más rico todavía. Para usted debe de ser una nimiedad liquidar esa cuenta de anticipos. Con ello no solo se ayudará a sí mismo, sino también a la empresa. ¡Veintiocho mil marcos en los tiempos que corren! Ocho mil marcos en la caja para los pagos pendientes más urgentes y veinte mil para comprar la participación de Senden…
—¡No quiero oír una palabra más sobre ese negocio!
—Usted no necesita saber nada de él, yo me encargaré gustosamente de solucionarlo por usted. El señor Von Senden nunca sabrá quién compró su participación.
—¡No! ¡No! —replicó Karl Siebrecht, enfrascado en sus pensamientos—. ¡Eso ni pensarlo!
—¿Lo ve? A eso me refería antes, cuando hablaba de una sociedad familiar, Siebrecht. ¿Somos una sociedad para beneficio de sus amigos y parientes o una empresa que aspira a ganar dinero?
—¡Ahora sí que se ha excedido usted en el empleo de sus atribuciones, Bremer!
—Tal vez —reconoció este sin alterarse—. Pero lo cierto es que el señor Von Senden nos resulta por entero indiferente desde el punto de vista puramente comercial. Lo cierto es que su cuenta privada ha de ser saldada, Siebrecht. Y lo cierto, por último, es que desde hace meses deberíamos haber negociado con el señor Eich una modificación del contrato, pero usted ha aplazado una y otra vez esas negociaciones.
—¿Alguna cosa más, señor director Bremer…?
—¡Pues no, eso es todo por el momento! No se ofenda, Siebrecht. Sé que no siente predilección alguna por mí, incluso, hablando con alguien, se refirió a mí diciendo que era un tipo frío como el hielo. Pero yo le deseo algo de esa frialdad. ¡Es usted demasiado sensible! Yo soy un hombre de negocios, y como tal me he dicho: Tienes que hablar con Siebrecht de estas cosas en beneficio de la empresa. Si reflexiona con serenidad sobre este asunto, sin demasiada susceptibilidad, reconocerá que tengo razón. —Y mirando a Karl Siebrecht con distancia, pero sonriente, hizo una pequeña reverencia y abandonó el despacho.