Capítulo 87

Despedida de Kalli Flau

Un día, cuando Karl Siebrecht estaba parado junto a la estación de Stettin, se le acercó uno de los choferes de los taxis que esperaban.

—Hola, Kalli —saludó Karl, mirando a su amigo desde lo alto de su camión.

—Hola, Karl —contestó este, y, vacilante, tendió la mano hacia arriba. Ambos se la estrecharon—. Bueno, ¿cómo te va el negocio? —preguntó Kalli, muy turbado.

—Flojo —dijo Karl—. El dinero escasea. ¿Y a ti?

—Igual. Cierra un bar detrás de otro. Nunca pude soportar esos sitios, pero el negocio nocturno se ha acabado.

Los dos se contemplaron en silencio. Karl preguntó en voz baja:

—¿Cómo está… Rieke?

—Bueno… —se limitó a contestar Kalli. Y luego, más deprisa—: ¿Estarás en casa esta noche? ¿Dónde vives? Me gustaría llevarte tus cosas.

—Sí, claro, estaré en casa. —Y Karl Siebrecht le dio la dirección.

—Muy bien, entonces iré a verte a eso de las nueve. ¡Hasta luego!

—Hasta luego, Kalli. Me alegro de haberte visto.

—Lo mismo digo —contestó su amigo, algo más animado. Y en voz baja—: Oye, Karl…

—¿Sí, Kalli?

—Si quisieras algo… de casa… Me entiendes, ¿verdad? Algún recuerdo…

—¡Oh, no, Kalli! No quiero nada. —Reflexionó. De pronto recordó algo—. ¡Mejor dicho, sí! Pero no sé…

—¿De qué se trata? Si se puede te lo llevaré.

—¿Te acuerdas de las tres hebras de la escoba del viejo Busch? Me las dio justo el día que compré los canarios a Gollmer. Si pudiera recuperarlas… Las enmarcamos para ponerlas en la oficina.

Kalli Flau pareció algo decepcionado.

—Si no es más que eso —dijo—. Yo pensaba… Bueno, está bien. Miraré a ver por dónde andan. Hace mucho que no las veo.

A las nueve en punto, Kalli se presentó en casa de la Krienke con dos pesadas maletas.

—Todavía queda un cesto abajo, Karl, enseguida lo subimos. Mi compañero está en el taxi, ahora le toca el turno de noche.

Bajaron juntos, Karl cruzó unas palabras con el compañero, un hombre de cierta edad y pelo canoso.

—Parece un hombre muy formal —le comentó luego a Kalli, mientras subían juntos la cesta.

—Sí que lo es. Serio y juicioso —reconoció Kalli—. Solo que no sabe conducir. Embraga demasiado fuerte y malgasta la gasolina. Los forros del freno siempre están gastados. No sabe conducir como tú, Karl.

—Pero seguro que a cambio se le dan mejor otras cosas —repuso Karl, y Kalli Flau no desmintió sus palabras.

—Desempaqueta todo enseguida —recomendó Kalli cuando estuvieron arriba—. La cesta es tuya, pero necesito recuperar las maletas. Aquí tienes un listado de tus cosas, cotéjalo todo y firma.

—¡Todo eso sobra!

—Ella lo quiere así —contestó Kalli, y Karl no protestó más.

—¿Sigue tan enfadada conmigo? —preguntó en voz baja.

—Sí —contestó Kalli sin mirar a su amigo—. Y no se le pasará tan pronto. Lo principal es que llegue el divorcio, el abogado opina que dentro de unos catorce días…

—Haré con gusto todo lo que esté en mi mano… —empezó a decir Karl.

Pero Kalli Flau lo interrumpió.

—Lo mejor que puedes hacer es quedarte quieto —le aconsejó—. Serás declarado culpable, ella no presentará ningún tipo de reclamación de alimentos. —Miró un momento a su amigo, luego agregó con timidez—: Nos casaremos después del divorcio… Prefería decírtelo yo mismo antes de que lo supieras por otros.

—¡Pero es lo mejor de todo! —exclamó Siebrecht contento—. ¡Gracias a Dios que ella se ha decidido!

—Sí, para ti es lo mejor —contestó Kalli Flau, ahora con un poso de amargura—. La cuestión es si también será bueno para Rieke. —Enmudeció y añadió—: No nos quedaremos en Berlín. Quiero vender las participaciones en el taxi de Rieke y mía. No creo que puedan hacerse grandes negocios con taxis.

—¿Y qué pensáis hacer? ¿Adónde iréis?

—Con la tía de Rieke, Tilda ya está allí. Ella se va a quedar con la granja… porque el sobrino murió. Así que me convertiré en agricultor, ¡también me gusta mucho!

—Seguro que eres un agricultor maravilloso —dijo Karl con vehemencia—. ¡Has tenido una idea excelente, Kalli!

—Lo único —comentó Kalli— es que la granja está cerca de tu ciudad natal. Ella tiene ahora un miedo espantoso de volver a verte, Karl. Apenas se atreve a salir de casa, porque sabe que ahora trabajas en la estación de Stettin. Lo importante es saber si piensas viajar con frecuencia a tu tierra.

—No, Kalli, te lo garantizo. No creo que regrese nunca más.

—Estupendo —dijo Kalli—. Esto la tranquilizará. ¿Has revisado tus cosas? ¿Está todo bien?

—¡Impecable! —confirmó Karl, firmando la lista—. ¡Nunca supe que tuviera tantas cosas! Tengo que hablar con la Krienke para que me facilite una cómoda. ¿Dónde voy a meter todo esto?

—Sí, la verdad es que no estás muy bien instalado que digamos —reconoció Kalli.

—No. Pero a mí eso siempre me ha dado igual.

—Por desgracia —replicó Kalli—. A Rieke a veces le habría gustado que le dijeras lo bonita que tenía la casa. —Kalli Flau hundió la mano en los bolsillos de su cazadora—. Bueno, y ahora solo queda resolver el asunto del dinero…

—¡Déjame en paz con el dinero! —exclamó irritado Karl—. ¡No pienso aceptar ni un céntimo vuestro!

—Por supuesto que vamos a dártelo. Recibirás tu parte del taxi.

—Si tenía derecho a alguna, me la comí hace mucho. Nunca gané tanto como comía.

—¡No digas bobadas! —dijo Kalli, y comenzó a contar los billetes con indiferencia—. Ganaste todo lo que podías.

—¡No pienso tolerar que me regaléis dinero! —exclamó Karl, furioso.

—¿Y nosotros sí? Gracias, amigo. Es tu dinero y lo aceptarás. No tienes motivos para hacerte el magnánimo en este tipo de asuntos.

—No aceptaré ese dinero.

—¿Sabes lo que haremos nosotros entonces? ¡Retiraremos la demanda de divorcio! Porque no queremos regalos generosos tuyos. ¡Menudo héroe estás hecho, Karl! No han pasado ni diez minutos y me has asegurado que harás todo lo posible para facilitar el divorcio. Y ahora te niegas a aceptar el dinero que simplemente te corresponde, solo porque te ha dado la venada de la generosidad.

Karl se quedó un momento indeciso. Después tomó la pluma y firmó deprisa la factura.

—Gracias —dijo Kalli Flau levantándose y recogiendo sus maletas.

—Un momento, Kalli —dijo Karl—. Todavía tengo que explicarte una cosa: haya hecho y dicho lo que fuera, nunca he dicho y hecho nada para atormentar deliberadamente a Rieke. Soy como soy; he dicho y hecho lo que tenía que hacer según mi naturaleza, y no siempre pensando únicamente en mí mismo…

—Sí —dijo Kalli Flau, implacable—. Lo sé hace mucho: tú siempre tienes razón, Karl.

Tras estas palabras, Kalli Flau se marchó.