Capítulo 84

Una última orden de Dumala

Durante el largo trayecto de Münster a Berlín, Karl Siebrecht tuvo tiempo de ocuparse del tal Bomeyer, que quería que se le comunicase por telégrafo cuándo entraría en la capital… Pero en lugar de pensar en él, pensó en el futuro más cercano, en los conflictos que lo esperaban y, sobre todo, en su camión y en el trabajo que deseaba realizar.

Después, ya en el andén de la estación de Friedrichstrasse, contempló el desfile de mozos de equipaje y asintió satisfecho. Se veía: los tiempos habían cambiado. La gente parecía más tranquila, las faldas de las mujeres se habían alargado. Cruzó la barrera, alguien lo tocó ligeramente con la punta del dedo.

—¡Eh, oiga, Siebrecht!

Vio un rostro, y aunque ese hombre ya no llevaba sombrero hongo negro, era imposible no reconocerlo.

—¡Dumala! —exclamó, atónito Karl Siebrecht—. ¿Es usted por casualidad un tal Bomeyer?

—Nunca he tenido otro nombre que Bomeyer —informó su interlocutor muy envarado—. ¿Quiere acompañarme a la sala de espera?

Karl Siebrecht accedió y Dumala le precedió en silencio.

—No, gracias, no bebo —dijo deprisa Dumala en cuanto tomaron asiento—. He de irme enseguida. Tenemos que resolver rápidamente algunas minucias. —Sacó unos papeles del bolsillo—. Aquí está la copia certificada de un expediente sobre el accidente de automóvil que sufrió usted cerca de Münster, su carné de conducir y su pasaporte militar. Sus documentos han sido debidamente custodiados, no se podía saber… —Su mirada parecía preocupada, pero Dumala hizo un esfuerzo y añadió con tono oficial—: Esto, en primer lugar —dijo—. En segundo: su camión fue hallado y está custodiado para usted en la cochera del tratante de ganado Engelbrecht. Puede recogerlo allí cuando desee, su custodia no ha generado gasto alguno. Tercero: todos sus gastos han sido pagados, y además ha recibido dinero para empezar de nuevo aquí, en Berlín, ¿no es así?

—Sí, señor agente —respondió el joven, sonriendo.

Durante un instante sonrió también el antiguo Dumala, pero añadió, de nuevo muy serio:

—No tiene usted ninguna demanda más. De hecho, no ha planteado nunca ningún tipo de demandas ni ha hecho nada para nadie, no vuelva a recordar nada relacionado con el accidente, ¿entendido?

—A sus órdenes —contestó Siebrecht, esta vez sin sonreír.

—Cuarto y último: su mujer ha sido informada de que usted sufrió un accidente. Me han dicho que acogió la noticia con enorme incredulidad. Su incredulidad se vio más fortalecida aún por el hecho de que por deseo del médico no se le proporcionó ninguna dirección. Por lo que sé, ha interpuesto una demanda de divorcio por abandono del hogar conyugal. —Miró al joven con los ojos entornados, después se levantó de golpe—. ¿Alguna pregunta?

—Solo una: ¿por qué está usted tan raro, Dumala? ¡Porque está usted rarísimo! ¡El asunto no puede estar todavía tan candente después de medio año!

—Ya le he dicho que me llamo Bomeyer —fue la respuesta—. Soy ayudante de investigación criminal en la Jefatura Superior de Policía, y he hablado con usted de manera puramente oficial. —Consultó deprisa el reloj de la sala de espera—. Son las nueve y veinticinco, a las nueve treinta finaliza mi servicio, delante de la estación.

Dicho esto, el ayudante de investigación criminal Bomeyer hizo una envarada inclinación de cabeza y salió como un desconocido más de la sala de espera. Sin embargo, cinco minutos después tomó del brazo con la vieja familiaridad a su antiguo camarada y dijo como el Dumala de antes:

—Sí, hijo mío, no queda otro remedio: yo también me he escondido. De momento no hay nada que hacer. La de entonces fue nuestra última acción, y ya me lo he reprochado lo suficiente por haberte en cierto sentido obligado a participar. No pude volver a conciliar el sueño hasta que me enteré de que estabas fuera de peligro. —Y apretó el brazo del otro con una cordialidad que le resultó totalmente inesperada.

—Pero ¿por qué se ha mostrado tan oficial conmigo, Dumala? ¡No era necesario estando a solas!

—Uno nunca sabe si está de verdad a solas. Por desgracia, no soy un hombre totalmente desconocido; precisamente nuestra última acción provocó un gran revuelo… Solo lamento una cosa, Karl: que no hayamos conseguido solucionar lo de tu mujer. Ella está firmemente convencida de que huiste como un cobarde.

—Y quizá lo sea. Si aquella tarde no hubiera concertado una entrevista con ella, acaso no lo habría acompañado. No es culpa suya, Dumala, la situación ya no tenía remedio.

Caminaron en silencio durante un rato, hasta que Dumala dijo:

—Ven, hijo, ahora te llevaré de vuelta hasta su puerta, ve a verla ahora mismo y habla con ella. Bastante tiempo te ha esperado ya.

—¿Ahora? ¿A las once de la noche?

—Claro que sí, ahora mismo. ¡La noche es lo más adecuado para tales conversaciones!

—Pero solo puedo decirle que estoy de acuerdo con su demanda de divorcio.

—Pues díselo. ¡Que lo oiga de tus propios labios! Yo te llevé lejos de ella, así que ahora deseo también hacerte regresar a ella.

Dicho esto, Dumala se puso en marcha y sin una palabra más regresaron a Eichendorffstrasse.

—Bueno, hijo —dijo Dumala, separando su brazo del de su joven amigo—, ya hemos llegado. Si no me equivoco, es la tercera casa contando desde aquí. En una de las ventanas parece que todavía hay luz. Que te vaya bien, querido amigo, no volveremos a vernos durante los próximos años. ¡Buenas noches!

Se tocó ligeramente el borde de su sombrero flexible de fieltro, que no se ajustaba muy bien a su oronda cabeza, y se marchó presuroso, sin girar la cabeza ni siquiera una vez, totalmente seguro de que su orden sería cumplida.