Kalli Flau pide y exige
—Espero que no te haya tomado el pelo —comentó Kalli Flau a su regreso a la oficina—. Al final se ha reído en tu cara.
—No creo —contestó Karl, reservado. Después cambió de actitud y preguntó—: Bueno, Kalli, ¿qué sucede? ¿Vienes de parte de Rieke?
Su amigo lo miró.
—No —contestó—. No vengo de su parte, ella no me ha enviado. Vengo por decisión propia.
Calló, y Karl Siebrecht preguntó:
—¿A decirme que vuelva con ella…?
—Sí, eso es lo que quiero —contestó Kalli.
Ambos callaron largo rato. Después Karl Siebrecht comentó:
—Tú siempre te opusiste a esa boda.
—Sí, así es.
—¿Y ahora quieres que vuelva a su lado?
—¡Sí, me gustaría!
—¿Por qué?
Kalli Flau no dijo nada durante un buen rato. Se levantó de su silla, recorrió arriba y abajo la pequeña oficina, levantó el secante, lo dejó de nuevo en su sitio. Al final, preguntó:
—¿Es que se ha acabado todo?
—Hace mucho que acabó todo, Kalli, de sobra lo sabes.
—Te diré una cosa… A lo mejor se ha acabado para ti, pero… ¿y para ella? —Esperó una respuesta, y al no recibirla añadió con amargura—: Te vas de casa y empiezas en el acto algo nuevo, haces negocios con Tischendorf. Pero Rieke…
Karl Siebrecht siguió mudo.
—He mandado a buscar a la Bromme y he telegrafiado a Tilda, para que venga, Rieke no debe quedarse sola en casa.
Karl calló.
—¡Karl! —dijo Kalli Flau más apremiante, colocando su mano en el hombro de su amigo—. Desde que Rieke tiene memoria, lo has sido todo para ella. ¿Te vas a ir de casa por una discusión? También es importante cómo terminar con algo así. ¡Separaos al menos como amigos!
—¡Ay, Kalli! ¿De qué sirven las palabras? Ella solo siente que quiero dejarla.
—Pero al menos disipa su horrenda sospecha —le rogó Kalli Flau—. Ella dice que te has ido con otra. Eso no puede ser verdad, Karl. ¡Hasta ahí te conozco!
—Y es que no es verdad, Kalli. La chica era una pasajera más. Pero Rieke jamás me creerá.
—Si se lo dices como es debido, te creerá. Siempre ha creído todo lo que le decías.
—Esto no. He notado que en estos asuntos no cree nada.
—Rieke dice —explicó Kalli Flau con prudencia— que en los últimos tiempos, desde hace meses, no estabas de verdad con ella. Dice que notaba que tus pensamientos no estaban con ella. Dice que llevabas mucho tiempo pensando en otra.
—A la chica que ha estado hoy en casa la vi por primera vez en mi vida hace unos días. Y estaba tan borracha que no sabía lo que hacía. Hoy la he visto por segunda vez.
Karl fue muy vehemente al asegurarlo. Kalli Flau lo miraba en silencio.
—Y sin embargo, Rieke dice que llevas mucho tiempo pensando en otra —comentó.
Karl no dijo nada.
—Pero en fin, que sea lo que tenga que ser —añadió Kalli—. No es asunto mío. Solo quisiera que os separaseis de buenas. Compréndelo, Karl, a ella le será más fácil superarlo todo si puede considerarte un amigo.
—¡No creerá nada de lo que le diga!
—¡Inténtalo, Karl!
—¡Es inútil, Kalli!
—¡Por favor, Karl!
—Ella solo me hará reproches, más graves si cabe.
—Pues escúchala. Cuéntale la verdad, eso la tranquilizará. En los últimos tiempos no has sido muy escrupuloso con la verdad, Karl.
—¡Jamás le he sido infiel!
—Bah, infiel… Y sin embargo, enmudeces, no te atreves a ir a verla.
—Sí que me atrevo, aunque carece de sentido.
—¡No te atreves porque te remuerde la conciencia!
—¡Qué va a remorderme la conciencia!
—Ay, Karl, soy tu amigo más antiguo, te conozco casi tan bien como Rieke.
—¡Pues a pesar de todo, no me remuerde la conciencia! —De repente cambió de actitud y contó lo que no había contado jamás, lo que no había querido confesarse ni siquiera a sí mismo—. Sí, me remuerde la conciencia. Pero te juro, Kalli, que desde 1914, desde hace nueve años, no he vuelto a ver a esa chica, no nos hemos escrito una sola línea. Tampoco hubo nunca nada entre nosotros. Fue un simple sueño por mi parte.
—¡Y Rieke lo notó!
—Sí, Kalli. En un matrimonio a la larga es imposible ocultar las cosas. Se filtran. Lo decisivo es una mirada, o una palabra dicha sin querer, en un segundo. Yo nunca lo quise. Todavía hoy no acabo de creer que ame de verdad a esa otra mujer. Ella solo es un sueño. Pero quizá también se pueda amar un sueño. A veces, aunque no hace mucho tiempo de esto, salía con el taxi al lugar donde ella vivía. Paseaba por allí. No, yo nunca la amé, fue un simple arrebato juvenil, pero cuando mi matrimonio no funcionó como yo esperaba, me aferré a él.
—Sí —dijo Kalli Flau con repentino enfado—. Quisiste demostrarte que al menos amabas algo en tu vida. Pero tú nunca has querido nada, nunca has amado a una persona real, de carne y hueso. Solo has amado tu sueño de conquistar Berlín.
—Sabes muy bien —replicó Karl ofendido— que Rieke y tú sois mis amigos y os quiero mucho. Pero el matrimonio… es otra cosa.
—Amigos… Sí, nosotros hemos sido tus amigos cuando tú necesitabas amigos; por lo demás, hemos sido tan extraños para ti como el resto de la gente. —Kalli Flau se refrenó—. No discutamos. Yo no voy a cambiarte, creo que nadie podrá cambiarte ya. Pero te exijo que vayas a ver a Rieke y hables con ella amistosamente. Quizá sea mejor que no le cuentes nada de ese… sueño. Solo la apenaría más. A ella le encantaría seguir creyendo en ti. Así que prométeme que irás…
—¿Lo crees de verdad? —preguntó Karl, titubeando—. Sin embargo, estoy seguro de que no conducirá a nada.
—¡Por favor, ahora no seas cobarde!
—No soy cobarde.
—¡Entonces irás! ¿Cuándo?
—¿Te parece bien pasado mañana por la noche?
—Bien. ¡Hasta entonces, Karl!
—Hasta entonces, Kalli. —Y cuando su amigo se disponía a salir por la puerta, agregó—: Por favor, Kalli, ¿podrías facilitarme mis cosas? ¡No tengo nada aquí!
—¡Ah, tus cosas, ya las recibirás, hombre! —exclamó Kalli Flau muy impaciente—. Ahora es mejor que pienses en ser un poco amable con Rieke, Karl.