Capítulo 58

El corazón de plata

En el tren, toda la gente afirmaba que iba a haber guerra. Hablaban del asesinato del príncipe heredero de Austria, del ultimátum a Serbia, de los preparativos armamentísticos de Rusia. Pero Karl hacía oídos sordos. Llevaba en el bolsillo el corazoncito de plata. De repente, ese pequeño regalo había adquirido para él una importancia capital. ¿A quién debía dárselo? ¿Tenía alguien a quien regalárselo? ¿Era posible que no se le ocurriera nadie? ¡Estaba Rieke! ¡Pero Rieke era más una hermana, y a las hermanas no se les regalan corazones! También estaba la señorita Ilse Gollmer, pero era una chica rica, ¿qué iba a hacer con un objeto tan humilde? Se burlaría de él, echaría los rizos hacia atrás y se burlaría de él. Además, estaba aquella foto del joven con la cicatriz de un duelo…

Karl conocía un puente, el tren tenía que cruzar el Havel, y cuando llegó el momento, abrió la ventanilla del compartimento y arrojó el corazón al río por encima del puente. ¡Se acabó! ¡Ya no tenía tiempo para esas cosas! ¡Tenía que progresar! ¡Acababa de volver a comprobar que los sueños no valían para nada! ¿Para qué había emprendido ese viaje en realidad? ¡Un dinero absurdo y malgastado, un tiempo dilapidado en vano!

Y cuanto más se transformaba el paisaje, pasando de lo campestre a lo urbano, con más intensidad recordaba la ciudad de Berlín. Al día siguiente celebraría con Kalli y Rieke su vigésimo primer cumpleaños, ellos se alegrarían al verlo regresar tan de sopetón. Entonces cayó en la cuenta de que todavía no le había llevado al señor Gollmer su extractor de malas hierbas. Quizá pudiera hacerlo al día siguiente, podía acudir a Grunewald por la tarde. ¡No, mejor a eso del mediodía, entonces seguro que padre e hija estaban en casa!