Ponche y foto
—No, no —dijo el señor Gollmer acariciándose la calva con la palma de la mano—, váyase tranquilo unos días a su tierra. No veo el menor inconveniente en ello. Si de verdad se declara la guerra, tendrá que cerrar el negocio.
—Pero entonces habrá mucho que hacer —repuso Karl Siebrecht.
Estaban sentados en el jardín de la villa de Grunewald. Corría el mes de julio del funesto año de 1914.
—Al contrario, no habrá nada que hacer —comentó el señor Gollmer—. Entregará sus vehículos a la administración del ejército y usted mismo marchará al cuartel más próximo. Todavía llegará a tiempo para todo eso. Además, también alcanzará estos días la mayoría de edad, ¿no es así? ¡Aunque solo sea por el mero hecho de convertirse en adulto debe ir!
—¿De modo que está a punto de ser mayor de edad? —inquirió riendo Ilse Gollmer—. ¡Casi no puedo creerlo! Todavía recuerdo bien cuando deambulaba por ahí con un delantal. Y ahora es usted todo un hombre adulto… ¡Vivir para ver!
Desde aquel decisivo día de mayo se habían visto en un par de ocasiones, siempre muy brevemente, y aún no habían pasado de pequeñas pullas.
—Sí, señorita Gollmer —contestó muy serio Karl—, yo era tan pequeño cuando nos conocimos que rompía todo lo que caía en mis manos: papel, fotos…, sencillamente todo.
—¡Cállese! —exclamó Ilse Gollmer, enfurecida, echando hacia atrás sus rizos—. Carece usted de tacto. Por una vez pensaba mostrarme amable y preguntarle cuándo es su cumpleaños, pero me abstendré. ¿Usted mayor de edad? ¡Usted nunca será mayor de edad, se lo aseguro!
—¡No discutáis, niños! —exclamó plácidamente el señor Gollmer—. Será mejor que me sirvas otro vaso de ponche, Ilse. ¿Qué fue lo que te rompió, una foto? ¡Pues que te regale una nueva, mujer!
Los dos se miraron sin poder contener la risa.
—¿Lo veis? Eso me gusta mucho más. Váyase tranquilo. En cuanto pueda, le enviaré los cinco vehículos nuevos encargados…
El señor Gollmer siguió hablando tranquilamente, y al final ambos se reconciliaron. Con un ponche tan rico y una noche tan cálida, era mucho más agradable reír que discutir.
Ella incluso tuvo a bien aceptar su foto, un duplicado de la del carné de conducir, con una cabeza curiosamente alargada, delgada y firme cubierta por una gorra de cuero y vestido con una chaqueta de piel.
—Con el delantal de cuero estaría usted irresistible —comentó ella mientras se guardaba la foto en el bolsillo.