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Rommel percibía el olor del mar. En Tobruk, el calor, el polvo y las moscas eran tan molestos como en el desierto, pero resultaban más soportables por esa ligera humedad salada que había en el soplo de la brisa.

Von Mellenthin entró en el vehículo de mando con su informe del servicio secreto.

—Buenas noches, mariscal.

Rommel sonrió. Después de la victoria de Tobruk le habían ascendido y aún no se había acostumbrado al nuevo tratamiento.

—¿Hay algo nuevo?

—Un mensaje del espía de El Cairo. Dice que la línea Mersa Matruh es vulnerable en su centro.

Rommel tomó el informe y empezó a recorrerlo con la vista. Sonrió al leer que los aliados suponían que intentaría hacer una incursión alrededor del extremo sur de la línea: aparentemente empezaban a comprender su forma de pensar.

—De modo que los campos minados son menos densos en este punto… Pero allí la línea está defendida por dos columnas. ¿Qué es una columna? —preguntó.

—Es un nuevo término que usan. Según uno de nuestros prisioneros de guerra, una columna es un grupo de una brigada aplastada dos veces por los panzers.

—Una fuerza débil, entonces.

—Sí.

Rommel golpeó levemente el informe con el índice.

—Si esto es correcto, podemos irrumpir a través de la Línea Mersa Matruh en cuanto lleguemos a ella.

—Por supuesto, durante unos dos días haré todo lo posible por confirmar el informe del espía —dijo Von Mellenthin—. Pero la última vez era correcto.

Se abrió la puerta del vehículo y entró Kesselring.

Rommel quedó sorprendido.

—¡Mariscal de campo! —dijo—. Pensaba que se encontraba en Sicilia.

—Allí estaba —dijo Kesselring. Sacudió el polvo de sus botas de artesanía—. He volado para verle a usted. Maldita sea, Rommel, esto tiene que terminar. Sus órdenes son muy claras: debía avanzar hasta Tobruk y no más allá.

Rommel se recostó en su silla de lona. Había esperado no tener que discutir eso con Kesselring.

—Las circunstancias han cambiado —dijo.

—Pero el Comando Supremo Italiano confirmó las órdenes iniciales —dijo Kesselring.

—¿Y cuál fue su reacción? ¡Rechazó el «consejo» e invitó a Bastico a almorzar con ustedes en El Cairo!

Nada enfurecía más a Rommel que las órdenes de los italianos.

—Los italianos no han hecho nada en esta guerra —dijo con rabia.

—Eso no es pertinente. Ahora se necesita su apoyo por aire y mar para el ataque a Malta. En cuanto hayamos tomado Malta estarán aseguradas sus comunicaciones para el avance hacia Egipto.

—¡Usted no ha aprendido nada! —dijo Rommel. Hizo un esfuerzo por bajar la voz—. Mientras nosotros cavamos trincheras, el enemigo también lo está haciendo. No llegué hasta aquí con el viejo juego de avanzar, consolidarme y después volver a avanzar. Cuando ellos atacan, yo esquivo; cuando ellos defienden una posición, yo la rodeo; y cuando se baten en retirada, yo les persigo. Ahora están huyendo, y es el momento de tomar Egipto.

Kesselring mantuvo la calma.

—Es una copia de su cable a Mussolini. —Sacó un papel de su bolsillo y leyó—: «El estado y la moral de las tropas, la condición de los suministros debido a la captura de depósitos y la debilidad del enemigo nos permiten perseguirlo hasta el interior de la zona egipcia». —Dobló el papel y se dirigió a Von Mellenthin—. ¿Cuántos tanques y soldados alemanes tenemos?

Rommel reprimió el impulso de decir a Von Mellenthin que no contestara: sabía que ese era un punto débil.

—Sesenta tanques, mariscal de campo, y dos mil quinientos hombres.

—¿Y los italianos?

—Seis mil hombres y catorce tanques.

Kesselring volvió a dirigirse a Rommel.

—¿Y usted va a tomar Egipto con un total de setenta y cuatro tanques? Von Mellenthin: ¿cuál es su estimación del poderío enemigo?

—Las fuerzas aliadas son aproximadamente tres veces más numerosas que las nuestras, pero…

—Eso es todo.

Von Mellenthin continuó:

—… pero estamos muy bien aprovisionados de alimentos, ropas, camiones y carros blindados, y combustible, y la moral de los hombres es excelente.

—Von Mellenthin, vaya al camión de comunicaciones y vea si ha llegado algo —ordenó Rommel.

Von Mellenthin frunció el ceño, pero Rommel no le dio ninguna explicación, de modo que se retiró.

—Los aliados se están reagrupando en Mersa Matruh —dijo Rommel—. Esperan que rodeemos el extremo meridional de sus líneas. En cambio atacaremos el centro, donde son más débiles…

—¿Cómo sabe todo eso? —le interrumpió Kesselring.

—Nuestra estimación del servicio de información.

—¿En qué se basa esa estimación?

—Primordialmente en el informe de un espía…

—¡Dios mío! —Por primera vez Kesselring levantó la voz—. ¡No tiene tanques, pero tiene a su espía!

—Fue certero la última vez.

Von Mellenthin regresó.

—Nada de esto cambia las cosas. Estoy aquí para confirmar las órdenes del Führer: no debe avanzar más —dijo Kesselring.

Rommel sonrió.

—He mandado un enviado personal al Führer.

—¿Usted…?

—Ahora soy mariscal de campo y tengo acceso directo a Hitler.

—Por supuesto.

—Quizá Von Mellenthin tenga la respuesta del Führer.

—Sí —dijo Von Mellenthin. Leyó una hoja de papel—: «La Diosa de la Victoria sonríe solo una vez en la vida. Adelante hacia El Cairo. Adolf Hitler».

Se produjo un silencio.

Kesselring salió y se alejó.