Cuando repaso toda esta historia, me siento como en el drama lírico: «Entonces sopló el viento y derribó el árbol». No sé qué viento era ni de dónde venía. Todo ello es como un tapiz compuesto de múltiples pedazos diferentes: paño, seda, además de trozos de metal y glebas de barro. Remendado con paja, alambre y torzal. En muchos lugares hay fragmentos sueltos, yuxtapuestos. Otros trozos están pegados con cola o lana de vidrio. Pero el conjunto carece de huecos y lleva el sello de la verdad. Está proyectado sobre nuestras formas de pensar y de sentir. Es así como sucedió; los propios actores lo creen. En realidad, también sucedió de un modo diferente.
Nada sabemos de la continuidad, de la causalidad, de la densidad psíquica y de sus concentraciones. Hay que partir de cuáles son los hechos de este caso: las cartas, las actas, y renunciar sistemáticamente a explicarlos de verdad. Ni siquiera serviría de nada profundizar más en las cosas.
Para empezar, tenemos esas palabras terriblemente confusas que hay que emplear para describir este tipo de hechos o de contextos. Lenguaje vago e impreciso a cada paso, a menudo de un infantilismo evidente. Las palabras estúpidas y sucintas que se utilizan para la descripción de procesos interiores: inclinación, repugnancia, aversión, amor, sentimiento de venganza. Una ensaladilla, una mezcolanza hecha para asegurar un mínimo de comprensión práctica. Se etiquetan frascos sin comprobar su contenido. Link comienza a sentir inclinación por Elli, muchacha alegre e infantil: ¿qué cambia en él, cómo se produce ese cambio, qué rumbo toma y cómo termina? El término fácil: inclinación, no designa todo el conjunto de hechos, más bien los enmascara, pues el peligro de estas palabras es que parece que con ellas se llega a comprender, cuando en realidad bloquean el acceso a la realidad. Ningún químico trabajaría con materiales tan impuros. Artículos de periódico y novelas que relatan estas historias han contribuido en gran medida a que, a fuerza de leerlos, nos demos por satisfechos con tales palabras vacías. La mayoría de las interpretaciones psicológicas no son sino literatura novelesca.
¿Cómo explicarse la coherencia psíquica o incluso la causalidad? Se maquilla el principio de causalidad. Primero se sabe, luego se aplica la psicología. El desorden resulta una ciencia mejor que el orden.
¿Quién presume de conocer los verdaderos motores de estos casos? Reflexionando sobre las tres o cuatro personas implicadas en este asunto, sentí la necesidad de recorrer las calles que ellas frecuentaban. También me senté en la taberna en la que las dos mujeres se conocieron, visité la casa de una de ellas, hablé con la dueña, también con los interesados; los observé. No me proponía realizar un vulgar estudio del entorno social. Sólo tenía una cosa clara: que no se puede comprender la vida o un capítulo de la vida de un individuo fuera de su contexto. Las personas viven en simbiosis con otras personas y también con otros seres. Se tocan, se acercan, crecen unas con otras. Esta simbiosis con los otros y también con las habitaciones, las casas, las calles y las plazas es una realidad. Para mí es una realidad cierta, aunque oscura. Si saco a un individuo de su medio es como si observara una hoja o una falange y quisiera describir su naturaleza y su desarrollo. Pero no es así como hay que describirlos: hay que incluir en la descripción la rama, el árbol, la mano y el animal.
¿Qué actúa, qué se gesta más allá del individuo? Las estadísticas son desconcertantes. La ola de suicidios fluctúa todos los años de manera regular. Existen algunas grandes reglas. En estas reglas se pone de manifiesto una fuerza, una entidad; el individuo no percibe esa fuerza, desconoce la regla, pero la aplica.
Es curioso este simple hecho: el hombre es joven y tiene determinados impulsos; se hace viejo y tiene otros. Esto nos ocurre a todos. Sin embargo, cada uno percibe su juventud y su amor como un asunto privado, y cree que realiza su propio yo. Nadie podría comprender a otra persona si no fuera como ella, es decir: si nadie fuera como uno mismo. Aparece ya aquí un motor general y real: la edad, la especie humana. Ambas determinan tal o cual manifestación de la vida. Ambas, y no otra cosa, constituyen el motor.
Cuando el sombrío Link mira a Elli y siente inclinación hacia ella, ¿qué es lo individual y lo específico en él que reacciona? ¿Cuándo es que los seres humanos entran en contacto, y con quién? Hagamos abstracción del curso del mundo en general. ¿Qué parte del organismo humano en general, o qué elementos en particular, aspiran al otro? ¿Qué se consigue con esta unión y hasta dónde llega? La química general tiene ideas muy concretas sobre la manera y el grado de interacción de las materias. Está la ley del efecto sobre las masas, la teoría de las afinidades, de los coeficientes de afinidades específicas. Las reacciones se producen a velocidades muy diferentes, determinadas con precisión; las materias se vuelven activas en ciertas condiciones, se establecen equilibrios perfectamente estudiados. Ahí se estudian cuidadosamente las materias y el comportamiento de unas con otras; se examinan todas las influencias. Es un buen método. Por lo demás, lo que allí se comprueba no deja de tener importancia para lo que acontece en el mundo orgánico. Para analizar nuestros problemas, hay que aventurarse también en ese otro terreno, el de las materias no organizadas y las fuerzas generales. Pues también nosotros estamos sometidos a ellas, y son las mismas fuerzas las que actúan en la naturaleza, en los tubos de ensayo, en las retortas y en nosotros.
La zoología puede poner al descubierto los verdaderos motores de nuestros actos. La mayor masa de nuestra alma está gobernada por los instintos. El análisis de los instintos, el hecho de ponerlos al descubierto, revela la existencia de motores que son los determinantes absolutos de nuestros actos.
Más allá se encuentran otros motores más alejados e irreconocibles. Algunos órganos humanos se pueden cortar sin que nos demos cuenta: son insensibles. Grandes tumores se desarrollan en el hombre pasando completamente desapercibidos. Un niño está de mal humor porque no ha dormido bastante, pero él explicará su humor diciendo que otro niño le ha pegado. Así, las balas que nos son disparadas desde lugares invisibles, pueden cambiarnos, y nosotros nos damos cuenta sólo del cambio, no del motor propiamente dicho, la causa: la bala; todo en nosotros ocurre obedeciendo a la causalidad. Reaccionando al golpe a nuestra manera, creemos que somos coherentes con «nosotros mismos».
Éstos son los motores alejados, todavía irreconocibles, de nuestros actos. Son exactamente como los muestra Elli: juega con los hombres y no sabe por qué se limita a jugar. A veces la fuerza motora es un ovario formado de tal o cual manera, otras veces es una influencia parapsíquica todavía oscura o un conjunto de estas influencias, y en otras, una amalgama de circunstancias que se dan en el curso del mundo. Y entonces no es el hombre el que se manifiesta y se desarrolla de una u otra forma, sino una masa cósmica mucho más grande o más pequeña.
He querido mostrar las dificultades del caso, borrar la impresión de que se podía comprender todo, o la mayor parte, de un fragmento tan compacto de la vida. Lo comprendemos, pero sólo en un plano determinado.