—¿Ya estás de vuelta? —le preguntó Gonnosuke, parpadeando al ver el traje formal rígidamente almidonado de Musashi.
Musashi entró en la casa y tomó asiento. Gonnosuke se arrodilló en el borde de la esterilla de juncos e hizo una reverencia.
—Felicidades —le dijo efusivamente—. ¿Tendrás que empezar a trabajar en seguida?
—El nombramiento ha sido cancelado —dijo Musashi, riendo.
—¿Cancelado? ¿Estás de broma?
—No, y a decir verdad me satisface que haya sido así.
—No te comprendo. ¿Sabes qué ha salido mal?
—No encontré motivos para preguntarlo. Doy gracias a los cielos por el giro que han tomado las cosas.
—Pero parece una pena.
—¿Incluso tú opinas que sólo puedo hallar la gloria dentro de los muros del castillo de Edo?
Gonnosuke no le respondió.
—Durante cierto tiempo abrigué esa ambición. Soñaba en aplicar mi conocimiento de la esgrima al problema de aportar paz y felicidad al pueblo, en hacer del Camino de la Espada el Camino del Gobierno. Pensé que ser funcionario del shōgun me daría ocasión de poner a prueba mi idea.
—Alguien te ha difamado, ¿no es cierto?
—Es posible, pero no pienses más en ello. Y no me interpretes mal. He llegado a saber, sobre todo hoy, que mis ideas son poco más que sueños.
—Eso no es cierto. Yo he tenido la misma idea: el Camino de la Espada y el espíritu del buen gobierno deberían ser una y la misma cosa.
—Me alegro de que estemos de acuerdo. Pero lo cierto es que la verdad del sabio, a solas en su estudio, no siempre coincide con lo que el mundo en general considera cierto.
—Entonces crees que la verdad que tú y yo buscamos no tiene utilidad en el mundo real.
—No, no se trata de eso —dijo Musashi con impaciencia—. Mientras este país exista, por mucho que cambien las cosas, el Camino del Espíritu del hombre valiente nunca dejará de ser útil… Si piensas un poco en el asunto, te darás cuenta de que el Camino del Gobierno no depende sólo del Arte de la Guerra. Un sistema político impecable debe basarse en una mezcla perfecta de las artes militar y literaria. Hacer que el mundo viva en paz es el objetivo último del Camino de la Espada. Por eso he llegado a la conclusión de que mis pensamientos son sólo sueños, y sueños infantiles por cierto. Debo aprender a ser un humilde servidor de dos dioses, uno de la espada y otro de la pluma. Antes de que intente gobernar la nación, he de aprender lo que la nación tiene que enseñarme.
Concluyó con una risa, pero se interrumpió bruscamente y preguntó a Gonnosuke si tenía un tintero o un equipo de escritura.
Cuando terminó de escribir, dobló la carta y dijo a Gonnosuke:
—Lamento molestarte, pero quisiera pedirte que entregues este mensaje en mi nombre.
—¿En la residencia Hōjō?
—Sí. He escrito acerca de mis sentimientos. Saluda efusivamente de mi parte a Takuan y al señor Ujikatsu… Ah, una cosa más. He guardado algo que pertenece a Iori. Te ruego que se lo devuelvas.
Sacó la bolsa que le diera el padre de Iori y la depositó al lado de la carta.
Gonnosuke, sin poder ocultar una expresión de inquietud en su semblante, se le acercó moviéndose sobre las rodillas y le preguntó:
—¿Por qué devuelves ahora esto a Iori?
—Me voy a las montañas.
—Ya sea las montañas o la ciudad, adondequiera que vayas, Iori y yo queremos acompañarte como tus discípulos.
—No me voy para siempre. Mientras esté ausente, quisiera que cuides de Iori, digamos durante los próximos dos o tres años.
—¿Cómo? ¿Vas a retirarte?
Musashi se rio, descruzó las piernas y se inclinó hacia atrás, apoyándose en los brazos.
—Soy demasiado joven para eso. No abandono mi gran esperanza. Todo sigue delante de mí: deseos, ilusiones, todo… Existe una canción…, no sé quién la escribió, pero dice así:
Mientras anhelo llegar
a la espesura de las montañas,
me veo arrastrado contra mi voluntad
a los lugares
donde la gente reside.
Gonnosuke inclinó la cabeza y escuchó. Entonces se puso en pie y se guardó la carta y la bolsa en el interior del kimono.
—Será mejor que me vaya —dijo en voz baja—. Está oscureciendo.
—De acuerdo. Por favor, devuelve el caballo y dile al señor Ujikatsu que, como las ropas se han ensuciado durante el viaje, me las quedaré.
—Sí, desde luego.
—No creo que fuese discreto por mi parte regresar a la casa del señor Ujikatsu. La cancelación del nombramiento debe significar que el shogunado me considera como indigno de confianza o sospechoso. Si el señor Ujikatsu se relacionara más estrechamente conmigo, podría verse en dificultades. No le escribo eso en la carta, por lo que quiero que se lo expliques tú. Dile que confío en que no se ofenda.
—Comprendo. Estaré de regreso antes de la mañana.
El sol se ponía rápidamente. Gonnosuke cogió el caballo por el bocado y condujo al animal a lo largo del sendero. Puesto que había sido prestado a Musashi, la idea de montarlo no le pasó por la cabeza.
Cerca de dos horas después llegó a Ushigome. Los hombres estaban sentados sin hacer nada, preguntándose qué le había ocurrido a Musashi. Gonnosuke se reunió con ellos y entregó la carta a Takuan.
Un oficial ya les había visitado para informarles sobre los aspectos desfavorables del carácter de Musashi y sus pasadas actividades. Entre todos los puntos en su contra, el peor era que tenía un enemigo que le había jurado venganza. Según los rumores, Musashi no tenía razón.
Tras la marcha del oficial, Shinzō habló con su padre y Takuan de la visita de Osugi.
—Incluso intentó vender aquí su mercancía —comentó el joven, refiriéndose a las difamaciones que la anciana extendía sobre Musashi.
Una cosa que no tenía explicación era por qué la gente aceptaba lo que les decían sin ponerlo en tela de juicio. No sólo las personas ordinarias —mujeres que chismorreaban alrededor del pozo o trabajadores que bebían en humildes casas de sake— sino hombres lo bastante inteligentes para separar los hechos de las invenciones. Los ministros del shōgun habían discutido el asunto durante largas horas, pero incluso ellos habían terminado por dar crédito a las calumnias de Osugi.
Takuan y los demás habían esperado hasta cierto punto que la carta de Musashi expresara su descontento, pero lo cierto era que decía muy poco más allá de exponer sus motivos para marcharse. Empezaba diciendo que había pedido a Gonnosuke que les dijera cómo se sentía. Seguía la canción que le había cantado a Gonnosuke. La breve misiva terminaba diciendo: «Cediendo a mi crónica pasión de viajar, emprendo otro viaje sin rumbo. En esta ocasión os ofrezco el siguiente poema, que quizá os divierta:
Si el universo
es realmente mi jardín,
cuando lo miro,
estoy en la salida de
la casa llamada el Mundo Flotante».
Aunque Ujikatsu y Shinzō se sentían profundamente conmovidos por la consideración de Musashi, el primero dijo:
—Es demasiado modesto. Quisiera verle una sola vez más antes de que se vaya. Takuan, dudo de que venga si enviamos a buscarle, así que vayamos nosotros en su busca. —Se puso en pie, dispuesto a partir de inmediato.
—¿Puedes esperar un momento, señor? —inquirió Gonnosuke—. Me gustaría ir contigo, pero Musashi me pidió que le diera algo a Iori. ¿Te importaría pedir que le hagan venir?
Cuando entró Iori, preguntó:
—¿Me llamabas? —Su mirada se fijó de inmediato en la bolsa que sostenía Gonnosuke.
—Musashi me ha dicho que cuides bien de esto, ya que es la única reliquia que tienes de tu padre. —Entonces le explicó que los dos estarían juntos hasta el regreso de Musashi.
Iori no podía ocultar su decepción, pero no quería parecer débil y asintió sin entusiasmo.
Interrogado por Takuan, Iori contó todo lo que sabía de sus padres. Cuando finalizaron las preguntas, comentó:
—Una cosa que no sabré jamás es lo que ha sido de mi hermana. Mi padre no hablaba mucho de ella, y mi madre murió sin decirme nada que recuerde. Desconozco su paradero, así como si está viva o muerta.
Takuan se puso la bolsa sobre la rodilla y sacó un arrugado trozo de papel. Mientras leía el críptico mensaje que había escrito el padre de Iori, enarcó las cejas, sorprendido. Miró fijamente a Iori y dijo:
—Esto nos dice algo acerca de tu hermana. —Se saltó la primera parte y leyó en voz alta—: «Puesto que había decidido morir de hambre antes que servir a un segundo señor, mi esposa y yo viajamos errantes durante muchos años, viviendo en las circunstancias más humildes. Un año tuvimos que abandonar a nuestra hija en un templo de las provincias centrales. Pusimos "un sonido del cielo" entre sus ropas infantiles y confiamos su futuro al umbral de la misericordia. Entonces proseguimos nuestro camino hacia otra provincia».
—Más adelante adquirí mi casa con tejado de paja en los campos de Shimōsa. Pensé en aquella época anterior, pero el lugar estaba muy lejos y no habíamos tenido noticia alguna, por lo que temí que tal vez tratar de encontrarla no fuese lo mejor para la niña. Así pues, dejé las cosas como estaban.
—¡Qué crueles pueden ser los padres! Las palabras de Minamoto no Sanetomo son una reprobación de mis actos:
«Incluso los animales,
que no pueden expresar sus sentimientos
no carecen
del amor tierno y generoso
de los padres hacia sus vástagos».
—Ojalá mis antepasados se apiaden de mí por negarme a ensuciar mi honor de samurái poniéndome al servicio de un segundo señor. Tú eres mi hijo. ¡Por mucho que anheles el éxito, no comas un mijo deshonroso!
Takuan guardó de nuevo el papel en la bolsa.
—Podrás ver a tu hermana —le dijo al muchacho—. La conozco desde que era una jovencita, y Musashi también la conoce. Ven con nosotros, Iori.
No explicó por qué hablaba así ni tampoco mencionó a Otsū ni el «sonido del cielo», que evidentemente era su flauta.
Todos salieron juntos y regresaron apresuradamente a la cabaña, donde llegaron poco después de que los primeros rayos del sol naciente la iluminaran. Estaba vacía. En el extremo de la llanura había una sola nube blanca.