16
«El añadido de un simple hilo cambia la prenda»
No cabía la menor duda. Me estaba teleportando demasiado durante los últimos días. Me tomé unos minutos de descanso en la zona de teleportación de mi oficina, y luego subí corriendo la escalera, como un dzur que va de caza. Pasé por delante de mi secretario antes de que tuviera tiempo de abrumarme con hechos mundanos.
—Dile a Kragar que suba —ordené—. Ya.
Entré en mi oficina y me derrumbé. Había llegado el momento de estrujarse las meninges. Cuando mi estómago se serenó, los detalles del plan empezaron a cobrar forma. Habría que calcular el tiempo con precisión, pero eso no constituía ninguna novedad. Tendría que comprobar algunas cosillas, para asegurarme de que eran factibles, y lo haría antes de poner manos a la obra, por si podía encontrar una forma de sortear los problemas que surgieran.
Comprendí que debería depender de otra gente mucho más de lo que me gustaba, pero la vida está plagada de peligros.
Empezaba a desgranar puntos, cuando reparé en que Kragar estaba sentado en su sitio habitual, esperando a que yo advirtiera su presencia. Suspiré.
—¿Qué noticias tenemos hoy, Kragar?
—Los rumores están a punto de estallar; se está filtrando desde varios puntos.
—¿Mal?
—Mal. No podremos mantenerlo oculto durante mucho tiempo. Hay demasiado follón. Y los cadáveres no nos han ayudado.
—¿Cadáveres?
—Sí. Esta mañana han aparecido dos cuerpos. Ambas brujas, Mano Izquierda.
—Ah, ya. Una quizá sea aquella de la que hablamos antes.
—Sí. No sé quién era la otra. Supongo que el Demonio descubrió a alguien que se dedicaba a esparcir demasiados rumores.
—Tal vez. ¿Fue asesinada de una sola puñalada en el corazón?
Kragar aparentó sorpresa.
—Sí. ¿Cómo lo sabes?
—Y le habían echado un conjuro antiresurrección, ¿verdad?
—Exacto. ¿Quién era, Vlad?
—Nunca supe su nombre, pero era una bruja de la Mano Izquierda, como tú has dicho. Participó en el intento de asesinato de Morrolan, y él la eliminó con sus propias manos. No sabía que iba a ser de una sola puñalada en el corazón, pero así le mataron a él, y posee cierto sentido de justicia poética.
—Entiendo.
—¿Algo más? Asintió.
—Sí. Yo de ti no saldría hoy.
—¿No? ¿Qué sabes?
—Parece que le caes mal al Demonio.
—Ah, maravilloso. ¿Cómo lo has averiguado?
—Tenemos algunos amigos en su organización, y han oído rumores.
—Fantástico. ¿Ha contratado a alguien?
—No me lo han confirmado, pero tampoco me sorprendería.
—Brutal. Quizá le invite a una partidita de «Gira la Daga» y solucionemos así el conflicto.
Kragar resopló.
—¿Crees que se apaciguará si concluimos este asunto de Mellar por él?
—Es posible. Te diré más: es probable, si lo hacemos a tiempo, o sea, antes de que la noticia llegue a demasiados oídos. Por lo que yo sé, ya no tardará mucho. Creo que los miembros del consejo están empezando a experimentar recortes en sus propias bolsas. Pronto deberán dar una explicación.
—Estoy de acuerdo.
Se incorporó de repente.
—¿Tienes algo?
—Sí. Nada de lo que esté terriblemente orgulloso, pero debería bastar, al menos en parte.
—¿Qué parte?
—La difícil.
—¿Qué…?
—Espera un momento.
Me levanté y caminé hacia la ventana. Miré de forma automática hacia la calle y abrí la ventana.
Loiosh, intenta localizar a Daymar. Pregúntale si le importaría aparecer por aquí.
Por una vez, Loiosh no hizo comentarios y emprendió el vuelo.
—Muy bien, Vlad, ¿qué es?
—Haz circular el mensaje de que me gustaría muchísimo ver a Kiera. Después, saca mil imperiales de la tesorería y súbelos aquí.
—¿Qué…?
—Limítate a hacerlo, ¿de acuerdo? Te lo explicaré todo más tarde, cuando todo el mundo haya venido.
—¿Todo el mundo? ¿Cuántas personas?
—Um, déjame pensar… Cinco. No, seis.
—¿Seis? ¿Alquilo una sala de convenciones?
—¡Largo!
Me dispuse a esperar y repasé el plan una vez más. El punto clave, tal como yo lo veía, residía en si Kiera era capaz o no de dar el cambiazo. Si alguien podía, era ella, pero sospechaba que iba a ser difícil hasta para Kiera.
Existía también un problema aún más peliagudo, pero intenté no pensar en él.
Alarmas. «Bing bing», «clang» y todo lo demás, tanto psiónicas como audibles, se dispararon por toda la casa. Rodé por el suelo y ya tenía un cuchillo arrojadizo preparado cuando mi recepcionista irrumpió como un huracán, espada en mano, daga en la otra. Luego, comprendí lo sucedido; vi a Daymar, que flotaba con las piernas cruzadas a un metro del suelo.
Me quedé bastante complacido de que, antes de que tuviera tiempo de descruzar las piernas y levantarse, hubiera un total de cuatro personas en mi oficina, con las armas preparadas.
Me puse en pie, envainé la daga y levanté la mano.
—Falsa alarma —expliqué—. Buen trabajo.
Daymar miraba a su alrededor con una expresión de tibio interés. Mi recepcionista depuso las armas con aire de pesar.
—¡Atravesó nuestros bloqueos de teleportación como si no existieran! El…
—Lo sé, pero no pasa nada.
Mis muchachos aún se quedaron un momento, se encogieron de hombros y salieron, no sin arrojar miradas a Daymar, que parecía perplejo.
—¿Tienes bloqueos antiteleportación? —preguntó—. No me fijé en ninguno.
—Tendría que haber pensado en desactivarlos. Da igual. Gracias por aparecer.
—Ningún problema. ¿Qué necesitas?
—Más ayuda, viejo amigo. Siéntate, si quieres. —Di ejemplo acomodándome en mi silla—. ¿Qué tal se te dan los espejismos?
Reflexionó un momento.
—¿Arrojarlos o romperlos?
—Arrojarlos. ¿Puedes hacer uno bueno con rapidez?
—Por «rapidez», deduzco que te refieres a tan veloces que nadie vea las fases intermedias. ¿Me equivoco?
—Eso, y sin apenas preparativos. ¿Qué tal se te da? Se encogió de hombros.
—¿Qué tal se le da a Kiera robar?
—Es curioso que hayas dicho eso. Tiene que llegar de un momento a otro, con suerte.
—Ah, ¿sí? ¿Qué sucede, si puedo preguntarlo?
—Ummm. Si no te sabe mal, me gustaría empezar las explicaciones cuando todo el mundo haya llegado.
—Oh. Bien, no hay problema. Meditaré un rato. Alzó las piernas del suelo, cerró los ojos y procedió.
En aquel momento, oí que Loiosh llamaba a la ventana. La abrí. Voló y aterrizó en mi hombro derecho. Miró a Daymar, lanzó un siseo de perplejidad y desvió la vista.
Me puse en contacto con mi mujer.
Cariño, ¿quieres pasarte por la oficina?
Desde luego. Supongo que no tendrás trabajo para mí, ¿verdad?
No exactamente, pero casi.
¡Vlad! ¿Tienes algo?
Sí.
¿Qué es? No, supongo que prefieres esperar a que llegue, ¿verdad? Voy enseguida.
Repetí el proceso con Aliera, que accedió a teleportarse. Esta vez, no obstante, me acordé de retirar los conjuros protectores antes de que llegara.
Paseó la vista a su alrededor.
—Así que esta es tu oficina. Parece muy funcional.
—Gracias. Es pequeña, pero adecuada a mi humilde estilo de vida.
—Entiendo.
Entonces, se fijó en Daymar, que aún flotaba a un metro del suelo. Puso los ojos en blanco, en un gesto muy similar al de Cawti. Daymar abrió los ojos y se puso en pie.
—Hola, Aliera —elijo.
—Hola, Daymar. ¿Has sondeado la mente de algún teckla en los últimos tiempos?
—No —respondió con expresión sincera—. Repíteme la pregunta en el próximo Ciclo.
—Lo tendré en cuenta.
Él también, probablemente, reflexioné, si aún seguían vivos.
Cawti llegó en aquel momento, a tiempo de evitar un nuevo encontronazo entre halcón y dragón. Saludó con afecto a Aliera. Aliera le dedicó una sonrisa alegre, y se fueron a un rincón a cuchichear. Las dos se habían hecho buenas amigas durante los últimos meses, gracias en parte a su mutua amistad con lady Norathar, que era una dragón convertida en jhereg convertida en dragón, y había sido socia de Cawti, si recordáis. La intervención de Cawti había sido fundamental para que Norathar recuperara su legítimo puesto de Señor Dragón. Bueno, yo también, pero da igual. Esa es otra historia.
Se me ocurrió entonces que también Norathar iba a verse atrapada en mitad de esta historia. Sus dos mejores amigas iban a intentar matarse mutuamente, y era leal a ambos bandos. Deseché el pensamiento. Estábamos aquí para evitar que se viera forzada a tomar una decisión.
Kiera entró al poco rato, seguida por Kragar. Este me tendió una bolsa grande, que pasé de inmediato a Kiera.
—¿Otro trabajo, Vlad? Tendría que enseñarte el arte. Ahorrarías mucho tiempo y dinero si lo hicieras tú mismo.
—Kiera, no hay suficientes horas al día para que pueda aprender tu arte. Además, a mi abuelo no le gusta que robe. ¿Quieres ayudarme en esto? Es por una buena causa.
Sopesó la bolsa con aire ausente. Era capaz de adivinar cuántos imperiales contenía, sin la menor duda.
—¿Sí? —preguntó—. Bueno. Creo que te ayudaría de todos modos.
Formó su leve sonrisa y miró a los demás.
—Ah, sí —dije—. Kiera, esta es Aliera e’Kieron…
—Nos conocemos —me interrumpió Aliera.
Intercambiaron una sonrisa, y me sorprendió que las sonrisas parecieran sinceras. Por un momento, había temido que Kiera hubiera robado algo a Aliera. Se forjan amistades en los lugares más extraños.
—Muy bien —dije—, vamos al grano. Creo que todo el mundo conoce a todo el mundo, ¿verdad?
Nadie lo negó.
—Bien. Pongámonos cómodos.
Kragar, sin necesidad de que yo se lo comentara, se había encargado de que hubiera seis sillas en la habitación, y había pedido que trajeran un buen vino y seis copas. Llegaron, sirvió a todo el mundo y volvió a sentarse. Daymar declinó la silla y prefirió flotar. Loiosh se aposentó sobre mi hombro derecho.
Empecé a sentirme un poco nervioso. Había reunido en mi oficina a una ladrona genial, una noble de la Casa del Halcón, una Señor Dragón cuyo linaje se remontaba al mismísimo Kieron y a una asesina muy experta. Y a Kragar. Estaba un poco preocupado. ¿Quién era yo para utilizar a aquella gente, como si fueran vulgares jheregs de usar y tirar?
Miré a Aliera. Me estaba observando sin pestañear. También Cawti esperaba pacientemente a que explicara cómo íbamos a salir de aquella.
Eso es lo que yo era, por supuesto. Marido de Cawti, amigo de Aliera, y mis…, y el único que sabía, tal vez, cómo manejar la situación.
Carraspeé, tomé un sorbo de vino y organicé mis ideas.
—Amigos míos, quisiera daros las gracias a todos por haber venido para ayudarme a encontrar una salida. Para algunos de vosotros es indispensable, por un motivo u otro, que este asunto se resuelva favorablemente. A esos, me gustaría añadir que me siento honrado de que confiéis en mí. A los que no tenéis un interés directo, os agradezco que queráis ayudarme. Os aseguro que no lo olvidaré.
Ve al grano.
Cierra el pico, Loiosh.
—En cuanto al problema, bien, la mayoría sabéis cuál es, más o menos. En pocas palabras, un noble de la Casa jhereg se encuentra bajo la protección de Lord Morrolan, y es necesario que sea asesinado, mañana como máximo —hice una pausa para tomar otro sorbo de vino y causar efecto—, o tendrán lugar acontecimientos que perjudicarán notablemente a algunos de nosotros.
Aliera resopló. Kiera lanzó una risita.
—Es importante recordar el límite de tiempo. Por razones que prefiero callar, sólo nos queda hoy y mañana. Hoy sería mucho mejor, pero temo que dedicaremos el día a allanar dificultades, y a ensayar nuestros papeles.
»Es importante para algunos de nosotros —lancé una veloz mirada a Aliera, pero su rostro no traicionó ninguna emoción— que nada pueda comprometer la reputación de Morrolan como anfitrión. O sea, no podemos hacer nada a esa persona, Mellar, mientras sea invitado del Castillo Negro, ni podemos obligarle a marchar mediante amenazas o magia, como control mental.
Paseé la vista a mi alrededor. Todavía retenía la atención de todo el mundo.
—Creo que he encontrado un método. Primero, dejadme demostrar lo que tengo en mente, para que superemos la parte difícil antes de continuar. Kragar, levántate un momento, por favor.
Obedeció. Me levanté y saqué mi estoque. Enarcó las cejas, pero no dijo nada.
—Imagina por un momento que llevas armas ocultas en todas las partes concebibles de tu persona —dije.
Sonrió. ¡Imagina, como!
—Saca tu espada —continué— y ponte en posición de guardia.
Lo hizo, se irguió en toda su estatura, con la hoja apuntada a mis ojos, a la misma altura de su cabeza. Su espada era mucho más pesada y algo más grande que la mía y formaba una línea recta desde sus ojos hasta los míos. Tenía la palma hacia abajo, el codo salido. Existía una gracia aparente, aunque todavía considero la posición en garcie oriental más elegante.
Permanecí inmóvil un momento, y después ataqué, simulando el movimiento dragaerano de lanzar un tajo directo a la cabeza. Apunté a su cabeza, justo por debajo de la línea de la hoja, lo cual me proporcionó un ángulo agudo elevado.
Ejecutó la parada obvia y dejó caer el codo para que su espada también formara un ángulo hacia arriba, aún más agudo que el mío. Al mismo tiempo, la fortaleza de su espada quedó igualada a la debilidad de la mía. De aquella forma podía alcanzarme muy bien en la cabeza. Sin embargo, antes de que lo recibiera, avancé y…
Sentí que algo golpeaba mi estómago, sin mucha fuerza. Bajé la vista y vi su mano izquierda. De haber sido un combate auténtico, habría una daga aferrada en aquella mano. De haber estado solos, tal vez habría utilizado una daga de verdad, sin haber llegado a clavármela, pero no quería que toda aquella gente supiera dónde guardaba sus cuchillos ocultos. Adopté una posición normal, le saludé y envainé mi espada.
—¿De dónde has sacado esa daga? —pregunté.
—Vaina del antebrazo izquierdo —respondió sin vacilar.
—Bien. ¿Podrías haberla sacado de otro sitio que te proporcionara un servicio similar?
Meditó unos momentos.
—Pensaba en una vaina de resorte para el antebrazo, dispuesta para ser utilizada con la mano izquierda. Si estuviera preparada para la mano derecha, que también es muy normal, su pondría que él elegiría una sencilla vaina de cintura. En los dos casos sería rápido. Me baso en el hecho de que toda la parte izquierda de tu cuerpo carece de defensas, y puedo atacar con el mismo movimiento de desenvainar. Una vaina en la parte superior del muslo supondría bajar mi mano más de lo necesario, no hay motivo para atacar de través, y cualquier otra cosa es peor.
Asentí.
—De acuerdo. Cawti, ¿algo que añadir, o estás de acuerdo?
Pensó un momento, y luego negó con la cabeza.
—No, tiene razón. Sería una de esas dos.
—Estupendo. Kragar, quiero que consigas dos hojas Morganti.
Pareció sorprendido un instante, y después se encogió de hombros.
—Muy bien. ¿Han de ser muy potentes?
—Lo bastante para que cualquiera las identifique como Morganti, pero no lo bastante para que se note cuando estén envainadas. ¿De acuerdo?
—De acuerdo. Encontraré un par como esas. Y, déjame que adivine, querrás una del tamaño apropiado para una vaina de cintura, y la otra para una vaina de antebrazo.
—Premio. Espera un momento…
Había investigado con mucha atención las armas que Mellar portaba, pero el tamaño no me había preocupado demasiado. Intenté recordar… ¿Dónde estaba aquel bultito? Ah, sí. Y cuando había interrumpido la conversación con el Señor Dragón para volverse, ¿qué longitud de mango surgía de la vaina de la cintura? Exacto. Parecía un mango de hueso normal. ¿Qué longitud lo equilibraría, y qué anchura? Tuve que especular, pero pensé que me aproximaba bastante.
—Vaina de cintura —anuncié—. Treinta y cinco centímetros de longitud, la mitad de la cual pertenece a la hoja. Apenas más de dos centímetros y medio en la parte más ancha. La hoja mide unos catorce centímetros de largo, y la anchura es de unos dos centímetros cerca de la guarda. —Me detuve—. ¿Algún problema?
Kragar daba la impresión de sentirse inquieto.
—No lo sé, Vlad. Creo que las puedo conseguir, pero tampoco lo doy por seguro. Hablaré con mi suministrador y veré lo que tiene, pero eres demasiado preciso.
—Lo sé. Haz lo que puedas. Recuerda que esta vez no han de ser indetectables.
—Eso ayudará.
—Bien.
Me volví hacia Kiera.
—Ahora, la pregunta decisiva. ¿Puedes aliviar a Mellar del peso de un par de dagas sin que se entere, y más difícil todavía, sin que sus guardaespaldas se den cuenta? Me estoy refiriendo, por supuesto, a las dagas de la cintura y el antebrazo.
Sonrió a modo de respuesta.
—Bien, ¿puedes devolvérselas? ¿Puedes volver a ponerlas en su sitio sin que se dé cuenta?
Frunció el ceño.
—¿Devolverlas? No sé… Creo que sí…, tal vez. Te refieres a sustituir las suyas por dos nuevas, ¿verdad?
Asentí.
—Recuerda que serán dagas Morganti —añadí—, y han de permanecer indetectables durante el cambio.
Desechó la dificultad con un ademán.
—Si puedo hacerlo todo, el hecho de que sean Morganti es indiferente. —Adoptó una expresión vacía por un momento, y observé que su mano se agitaba, como si repasara mentalmente los movimientos necesarios—. La daga de la cintura —dijo por fin— es posible. Y la otra… —Su expresión pensativa no cambió—. Vlad, ¿sabes si tiene un mecanismo de resorte para la mano izquierda, o un mecanismo reversible para la mano derecha?
Medité. Convoqué su recuerdo, el bulto que debía de ser un cuchillo, pero no pude aclararlo.
—No lo sé. Sé que tiene algo, uno de los dos, pero no sé cuál. Hummmm, se me acaba de ocurrir que si lleva el tipo reversible, no lo utilizará para lo que estamos hablando, así que da igual. Podemos dar por sentado…
—Escucha, Vlad —me interrumpió Kragar—, recuerda que es un espadachín consumado, lo cual significa que lucha con espada y cuchillo. Existen grandes posibilidades de que emplee el mecanismo de resorte, de forma que tuerza la muñeca y caiga un cuchillo en su mano izquierda.
Asentí.
—¿Tienes una vaina de antebrazo, Vlad? —preguntó Kiera. Me ponía violento hablar de ello, pero comprendí qué tenía en mente, y era una pregunta razonable. Asentí—. ¿De resorte, o para sacar con la mano derecha?
—Para sacar con la mano derecha.
Se levantó.
—Son más fáciles, pero el que estés atento lo compensará. Vamos a ver qué puedo hacer…
Se puso delante de mi escritorio. Dejó su copa de vino a escasos centímetros de la mía. Yo la sujetaba apenas, y tenía la manga un poco abierta, lo cual debía proporcionarle ventaja.
Clavé la vista en su brazo y mano cuando dejó la copa. Según mis cálculos, su mano no se acercó a más de ocho centímetros de la mía.
Volvió a su silla y se sentó.
—¿Qué tal? —preguntó.
Me subí la manga y examiné la vaina. Contenía el mismo cuchillo de siempre.
—Bien —contesté—, a excepción del pequeño detalle de…
Callé. Exhibía aquella sonrisa que yo conocía tan bien. Introdujo la mano en su capa, sacó un cuchillo y lo sostuvo en alto. Oí una exclamación ahogada, y vi que Kragar la estaba mirando.
Imprimió un veloz giro a su muñeca, y un cuchillo apareció de repente en su mano. Lo miró, y se quedó boquiabierto. Lo sostuvo como si fuera una serpiente venenosa. Cerró la boca, tragó saliva y devolvió el cuchillo a Kiera. Ella devolvió a Kragar el suyo.
—Sospechas infundadas —explicó Kiera.
—Estoy convencido —dijo Kragar.
—Yo también —dije.
Kiera pareció complacida.
De pronto, me sentí mucho mejor. El plan era factible.
Lo he visto todo, jefe.
Estoy seguro, Loiosh.
—Bien —dije—. Aliera, ¿viste la estocada que lancé a Kragar, seguida de la parada?
—Sí.
—¿Puedes ejecutar la misma maniobra?
—Sospecho que sí.
—Muy bien. Nos ejercitaremos. Saldrá perfecto.
Asintió.
Me volví hacia Cawti.
—Tendrás que llevar a cabo una sencilla eliminación.
—¿De alguna manera en particular?
—Muy rápida, muy silenciosa, y muy discreta. Servirá de distracción, nos ayudará un poco, pero es necesario que nadie se dé cuenta, o pondremos sobre aviso a Mellar demasiado pronto, y todo se estropeará.
—¿Puedo matar al tipo?
—Ningún problema. Tu objetivo es un huésped que no fue invitado. Lo que le ocurra es su problema.
—Eso facilita las cosas. Creo que no presentará ninguna dificultad.
—Recuerda que es un brujo cojonudo, y no tendrás mucho tiempo para examinarle.
—¿Y qué? Yo desayuno brujos.
—Algún día, tendrás que prepararme uno.
Cawti sonrió.
—¿Lleva conjuros protectores?
Miré a Aliera, que había investigado a los dos después de marcharme.
—No —dijo—. Son lo bastante buenos para erigir defensas con rapidez si las necesitan, pero creo que no quieren llamar la atención utilizando conjuros en el Castillo Negro, a menos que sea inevitable.
—Habláis en plural —dijo Kiera—. ¿De cuál debo encargarme?
—Ese es el problema —dije—. No lo sabemos. Será el que esté a la izquierda de Mellar, y no sabemos cuál será. ¿Te supone algún problema?
Me dedicó su sonrisa que yo llamo «Yo-sé-algo-que-tú-no», y un cuchillo apareció en su mano derecha. Lo lanzó al aire, lo recogió y desapareció. Me di por contestado.
—Daymar, tendrás que lanzarme un espejismo. Tendrá que ser rápido, completo e indetectable.
De pronto, dio la impresión de que Daymar dudaba.
—¿Indetectable? Por más sutil que sea, Morrolan se dará cuenta de que he lanzado un espejismo en su castillo.
—Morrolan no estará presente, de manera que no debes preocuparte por eso. No obstante, ha de ser lo bastante bueno para que un brujo de primera, que sí estará presente, no se dé cuenta. En ese momento, estará muy ocupado, por supuesto.
Daymar reflexionó un momento.
—¿Cuánto tiempo ha de durar el espejismo?
—Unos cinco segundos.
—En ese caso, ningún problema.
—Bien. Eso es todo. Este es el plan…
* * *
—Me gusta, Vlad —dijo Kragar—, hasta la teleportación. Te dejará en una posición penosa, ¿no? ¿Por qué no retomamos el plan original que pensaste con Aliera en ese punto?
—No estás pensando bien —contesté—. Vamos a llevar a cabo una estratagema muy complicada. Ha de ejecutarse con suficiente rapidez para que Mellar actúe mientras se encuentre desorientado y confuso. De hecho, hemos de provocarle pánico. A una persona como Mellar no le entra el pánico con facilidad, y tampoco durará mucho rato. Si le concedemos tiempo para pensar, comprenderá lo que ha pasado y se teleportará. Volveremos al principio.
—¿Crees que podremos obligar a Morrolan a erigir un bloqueo antiteleportación alrededor del Castillo Negro, para que Mellar no pueda volver? Tal vez Aliera lo consiga.
—Aliera no estará en condiciones de erigir o mantener un bloqueo antiteleportación, ¿recuerdas? Si Morrolan está presente, abortará la primera fase del plan, y no podremos ejecutarlo.
—¿Y si se lo contamos todo a Morrolan? —preguntó Cawti.
Aliera contestó por mí.
—Nunca me permitiría hacer lo que voy a hacer, aunque estuviera de acuerdo con el resto…, cosa que dudo, por descontado.
—¿Por qué?
—Porque es Morrolan. Cuando todo haya terminado, si sale bien, reconocerá que fue estupendo, pero en el ínterin, intentará impedirlo, si puede.
—¿Qué quieres decir con lo de que no permitirá hacer lo que vas a hacer? —preguntó Cawti.
—Eso mismo. Aunque no estuviera implicado de ninguna manera, trataría de impedir esa parte.
—¿Por qué? Si no corres peligro…
—No he dicho en ningún momento que no fuera a correr peligro —replicó Aliera con calma.
Cawti la miró fijamente.
—No pretendo entender de Armas Definitivas, pero si hay peligro…
—No hay nada que no sea peligroso. Es una oportunidad mejor que si obligara a Morrolan a matarme.
Cawti parecía preocupada.
—Pero Aliera, tu alma…
—¿Y qué? Creo que tengo buenas posibilidades de sobrevivir, lo cual permite que el honor de Morrolan quede intacto, y el problema resuelto. De lo contrario, Morrolan y yo terminamos peor, sin la menor posibilidad de que la situación se solucione. Es nuestra mejor oportunidad.
La expresión de Cawti no mejoró, pero no dijo nada más sobre el asunto.
—¿Y si Daymar lanza un segundo espejismo, para que yo pueda intervenir? —dijo Kragar.
—Muy mal —contesté—. ¿Quién se encargaría de la teleportación? Recuerda que nosotros no podremos hacerlo, porque equivale a utilizar magia contra un huésped del Castillo Negro. Estoy convencido de que uno de los dos guardaespaldas se ocupará de la teleportación, para borrar el rastro al mismo tiempo.
—¿Aunque Mellar pida que lo hagas tú?
Miré a Aliera, que asintió.
—Aun en ese caso —dijo—. Tiene que irse por voluntad propia, o conminado por uno de sus guardaespaldas. De lo contrario, Morrolan se ofenderá.
—Bien… Imagino que sí. De todos modos, tiene que existir una forma de que podamos ayudarte.
Me encogí de hombros.
—Seguro, puede darse la circunstancia de que no erijan a tiempo sus bloqueos antiseguimiento, y entonces podrías localizarme. Además, espero que Aliera sea capaz de encontrarme con Exploradora, una vez se recobre.
Me abstuve de añadir «si se recobra».
—¿Cuanto tiempo tardará? —preguntó Kragar.
—¿Quién sabe? —elijo Aliera—. Por lo que yo sé, esto no se ha hecho nunca.
Cawti no parecía muy complacida.
—¿No hay forma de que podamos encontrarte?
—Bueno, sería muy amable por vuestra parte intentarlo, pero estoy seguro de que se erigirá algún tipo de bloqueo, y el tipo que se encarga es muy bueno. Sin la ayuda de Exploradora, tardaréis bastante en romper el conjuro.
Cawti apartó la vista,
—Por lo que he oído, Vlad, no eres tan buen espadachín como él.
—Lo sé, pero yo peleo al estilo oriental, ¿recuerdas? Mi intención es eliminarle antes de que averigüe que no soy lo que aparento.
—Lo cual me recuerda —terció Aliera— que, si se produce un enfrentamiento, tendrás que mantenerle ocupado todo el rato.
—Espero que él se ocupe de eso —repliqué con sequedad—. ¿Por qué lo dices?
—Porque si se da cuenta de lo que pasa, y tal como le hablaste, así será, se teleportará otra vez al Castillo Negro si le concedes la oportunidad.
Fantástico.
—Tienes razón —admití—. Es muy probable. ¿Cuánto tiempo calculas que tardará?
—¿En teleportarse? Si no me equivoco, unos dos o tres segundos.
—Por lo tanto, no puedo concederle más de dos segundos de respiro durante la pelea. —Me encogí de hombros—. Ya está bien. Como ya he dicho, no espero que me conceda el menor respiro, si llegamos a luchar, pero confío en que no sea necesario.
—A propósito —dijo Kragar—, ¿qué pasará si te pide a ti que le teleportes?
—Confío en que se lo pida al otro tipo. Cincuenta por ciento de posibilidades. Si se decanta por mí, pondré cara de imbécil y fingiré que estoy anonadado. Debería ser suficiente.
Daymar chasqueó los dedos.
—¡La Nigromántica! —exclamó—. No será necesario que rastree la teleportación; utilizará sus propios medios para localizarte.
—Sin contacto psiónico, imposible —contesté—. Es posible que los bloqueos levantados para impedir rastrear la teleportación bloqueen también los conjuros habituales de rastreo…, lo cual significa que no podréis poneros en contacto conmigo, y viceversa.
—Oh —dijo Daymar.
—Bien, ¿se le ocurre a alguien otra alternativa? —pregunté a la habitación en general—. ¿He pasado algo por alto?
Se hizo el silencio.
—Me lo imaginaba —dije—. Muy bien, esto es lo que hay. A trabajar.
Kragar se fue a buscar los cuchillos. Los otros se marcharon a ensayar su parte. Yo me encaminé al armario de las armas y encontré dos cuchillos idénticos. Eran estiletes largos y finos, de unos dieciocho centímetros de longitud.
Cogí uno y lo afilé con esmero. Tardé más de una hora. No fue necesario darle una capa de pintura negra antireflectante, pues no iba a ser preciso que lo disimulara mucho en cuanto lo tuviera en la mano.
No es que no quiera utilizar cualquier tipo de arma para terminar un trabajo; es que me siento mejor si tengo una en mente desde el principio y sé cuál es exactamente. Por eso elegí dos armas idénticas. Después de afilar una, no la volvería a tocar hasta que fuera al Castillo Negro, al día siguiente. De esa forma, tendría muy poca relación conmigo. Al haber establecido muy escaso «contacto» conmigo, podría abandonarla sin problemas en el lugar de los hechos. Es mucho más seguro que ser sorprendido después con ella encima, pues no hay forma de disimular el vínculo establecido entre el arma del crimen y la víctima.
Cogí el duplicado, comprobé el peso y el equilibrio, y lo sostuve un rato. Lo utilicé con ambas manos, y después me concentré un rato en usarlo con mi mano izquierda.
Saqué mi estoque, practiqué un poco de esgrima, me entrené en lanzarlo contra un blanco clavado en la pared entre parada y respuesta. De hecho, nunca pienso en arrojar un cuchillo contra alguien si se trata de un trabajo normal, pero en este caso, podía llegar a ser necesario.
Después, saqué unos trozos de madera, los alineé contra la pared y los acuchillé varias veces, alternando los métodos. Utilicé todos los tipos de ataque que se me ocurrieron, varias veces cada uno.
Me quedé satisfecho. Era una buena hoja. No servía demasiado para cortar, pero era improbable que el golpe mortal fuera un corte. Se arrojaba bastante bien, aunque no era perfecta, y se adaptaba a mi mano lo suficiente para todos los movimientos que pudiera requerir.
Elegí una vaina adecuada y, después de pensar un rato, la sujeté a la parte externa de mi pierna izquierda, justo encima de la rodilla. El cuchillo era demasiado largo para ocultarlo al cien por cien, pero mi capa lo disimulaba bastante bien, y estaba situado en un lugar perfecto para extraerlo con la máxima velocidad posible si nos batíamos a espada. Bueno, no. Habría estado mejor en mi nuca, pero entonces lo tendría demasiado elevado, lo cual no me serviría para asestar una puñalada en mitad de una parada, por ejemplo.
Loiosh contempló en silencio mis preparativos durante un rato.
Tu plan presenta un problema, jefe, dijo por fin.
¿Cuál es?
La parte de la «distracción». ¿Qué tiene de malo?
Si yo me dedico a distraer al personal, significa que no estaré contigo cuando tú te largues. Lo sé.
¡Bien, no me gusta! Si quieres que te diga la verdad, viejo amigo, a mí tampoco.