Capítulo 13

13

«La mordedura de un yendi nunca se cura por completo»

Morrolan nos alcanzó cuando llegamos a la biblioteca, y llevaba la daga envainada. Intenté alejar todo el incidente de mi mente. Fracasé, por supuesto.

De hecho (y no deja de ser divertido, si tenéis ganas de reíros), había cometido cuarenta y un asesinatos hasta aquel momento, y nunca he perdido el sueño por ninguno. Ni un ápice, vamos. Pero esta vez, en que ni siquiera había hecho daño a la bruja, me afectó tanto que, durante muchos años después, me despertaba viendo su cara. Puede que me arrojara algún tipo de maldición, pero lo dudo. Es que, oh, infiernos. No quiero hablar de eso.

Fentor estaba en la biblioteca cuando llegamos. Al ver a Morrolan, estuvo a punto de desmoronarse. Se precipitó a postrarse de hinojos ante él, con la cabeza tocando el suelo. Creí que iba a vomitar de nuevo, pero Morrolan fue más comprensivo.

—Levántate —rezongó—. Después, siéntate y cuéntalo todo.

Fentor asintió y se puso en pie. Morrolan le guio hasta una silla y le sirvió una copa de vino. Lo bebió ansiosamente, sin apreciar la cosecha, mientras nosotros nos procurábamos asientos y nos servíamos vino. Al fin, estuvo en condiciones de hablar.

—Fue esta mañana, mi señor, cuando recibí un mensaje.

—¿De qué clase? —le interrumpió Morrolan.

—Psiónico.

—Muy bien. Prosigue.

—Se identificó como un jhereg y dijo que tenía cierta información que venderme.

—¿De veras? ¿Qué clase de «información»?

—Un nombre, mi señor. Dijo que Mellar iba a sufrir un atentado, que era uno de nuestros invitados, y que al asesino no le importaba esa circunstancia. —Fentor se encogió de hombros, como disculpando la falta de juicio de su contacto—. Dijo que el asesino era lo bastante bueno para burlar nuestro sistema de seguridad.

Morrolan me miró y arqueó una ceja. Yo estaba al mando de la seguridad, decían sus ojos, de una forma muy elocuente. ¿Podía burlarse?

—Cualquiera puede ser asesinado —dije con sequedad a Morrolan.

Permitió que sus labios sonrieran levemente, asintió y devolvió su atención a Fentor.

—¿De veras crees que estaban dispuestos a iniciar otra guerra Dragón-Jhereg? —le preguntó.

Abrí la boca para hablar, pero me lo pensé mejor. Iba a dejar que terminara su historia.

—Lo temí —contestó Fentor—. En cualquier caso, pensé que sería una buena idea conseguir el nombre, por sí acaso.

—¿Quería proporcionarte el nombre del asesino? —pregunté. Fentor asintió.

—Dijo que necesitaba dinero con desesperación, se había tropezado con la información y sabía que a Morrolan le interesaría.

—Supongo que no se te ocurrió comunicarme esta información antes de intentar algo por tu cuenta —dijo Morrolan.

Fentor guardó silencio unos instantes.

—¿Vos lo habríais hecho, mi señor? —preguntó.

—Lo más seguro es que no —contestó Morrolan—. No me sometería a ninguna extorsión.

Alzó un poco la barbilla.

(Estate quieto, mi revoltoso estómago).

Fentor asintió.

—Supuse que esa habría sido vuestra reacción, mi señor. Por otra parte, mi trabajo consiste en velar para que no ocurra nada a vuestros invitados, y pensé que, si en verdad un asesino acechaba a Mellar, necesitaba toda la ventaja posible.

—¿Cuánto quería? —pregunté.

—Tres mil imperiales de oro.

—Barato —comenté—, teniendo en cuenta lo que arriesgaba.

—¿De dónde salió el oro? —preguntó Morrolan.

Fentor se encogió de hombros.

—No soy pobre —dijo—. Y como lo hacía por mi cuenta…

—Lo sospechaba —dijo Morrolan—. Te será devuelto.

Fentor meneó la cabeza.

—Aún tengo el oro —dijo—. No me lo quitaron.

Se lo podría haber dicho yo, Al fin y al cabo, estábamos tratando con profesionales.

Fentor continuó.

—Llegué a las coordenadas de teleportación que me dieron y me atacaron en cuanto llegué. Me vendaron los ojos, y luego me mataron. No tuve ni idea de lo ocurrido, o del motivo, hasta que me levanté, después de que Aliera me resucitara, y vi… —Calló un momento y desvió la vista—… y vi vuestro cuerpo, mi señor. Fue entonces cuando tomé medidas para que nos teleportaran de vuelta.

Experimenté una momentánea punzada de compasión por él. Tendríamos que haberle informado de que el cadáver de Morrolan se encontraba a unos pasos de distancia, pero en aquel momento no estaba yo de buen humor para conversaciones educadas, y tampoco tenía tiempo.

Morrolan asintió cuando Fentor terminó su relato.

—Le he revelado temporalmente de sus obligaciones —dije.

Morrolan se levantó y caminó hasta Fentor. Le miró unos instantes.

—Muy bien. Apruebo los motivos que te impulsaron a actuar. Comprendo y simpatizo con tus razonamientos, pero una acción semejante no debe repetirse en el futuro. ¿Entendido?

—Sí, mi señor. Y gracias.

Morrolan le palmeó el hombro.

—Muy bien. Puedes volver a tu trabajo.

Fentor hizo una reverencia y se marchó. Morrolan cerró la puerta, se sentó y bebió vino.

—Todos estaréis deseando saber qué me pasó, sin duda —dijo.

—Lo has adivinado —contesté.

Se encogió de hombros.

—Recibí un mensaje, probablemente del mismo individuo que se puso en contacto con Fentor. Afirmaba que habían capturado a Fentor. Me ordenaba —pronunció la palabra como si tuviera mal sabor— retirar mi protección a lord Mellar y expulsarle de mi casa. Me dijeron que, si no lo hacía, matarían a Fentor. Amenazaron con utilizar una hoja Morganti en él si intentaba rescatarle.

—Naturalmente, te precipitaste hacia allí.

—Naturalmente —admitió, sin hacer caso de mi sarcasmo—. Le hice hablar el tiempo suficiente para localizarle, disponer mis conjuros de protección normales y teleportarme.

—¿Fentor aún estaba vivo?

Asintió.

—Sí. Mientras intentaba localizarles, pedí que me pusieran en contacto con él, para verificar que estaba vivo. Estaba inconsciente, pero vivo.

»En cualquier caso, llegué. Esa uf, dama a la que acabamos de dejar arrojó algún tipo de conjuro. Supongo que estaba preparado. No sabía que era ella hasta hace un momento, claro, pero fuera lo que fuera eliminó mis protecciones contra ataques físicos. —Sacudió la cabeza—. Me veo obligado a admirar su cálculo del tiempo. Tú también lo habrías apreciado, Vlad. Antes de darme cuenta de lo que pasaba, algo me golpeó en la nuca y vi que un cuchillo se me acercaba. Muy desagradable. No tuve tiempo ni de contraatacar. Tal como ellos habían planeado, por supuesto.

Asentí.

—Sabían lo que hacían. Tendría que habérmelo imaginado antes.

—¿Cómo lo dedujiste? —preguntó Aliera.

—Ciertas personas comentaron que habían descubierto una forma de matar a Mellar sin desencadenar sobre sus cabezas la furia de toda la Casa del Dragón. Me costó mucho, pero al final se me ocurrió que una forma de hacerlo, sin necesidad de que Mellar abandonara el Castillo Negro, sería si Morrolan aparecía muerto. Entonces, ya no habría problema, pues Mellar ya no sería huésped de Morrolan.

Morrolan meneó la cabeza con tristeza.

Continué.

—En cuanto descubrí que Fentor y Uliron habían intercambiado el turno, supe que algo pasaba. Deduje lo que debía de ser, contacté con Aliera y, bueno, ya sabes el resto.

Morrolan no lo sabía, por supuesto, pero yo no estaba de humor para contarle que casi me había disuelto (junto con la mitad de Adrilankha) en el caos puro.

Morrolan me miró fijamente.

—¿Quién es la persona que imaginó este maravilloso plan? —preguntó.

Sostuve su mirada y sacudí la cabeza.

—No. Ni a ti puedo proporcionar esa información.

Me miró un momento más, y luego se encogió de hombros.

—Bien, muchas gracias, en cualquier caso.

—¿Sabes dónde reside la auténtica ironía?

—¿Dónde?

—He intentado encontrar una manera de evitar otra guerra Dragón-Jhereg, y cuando una me cae en el regazo, me la sacudo de encima.

Morrolan se permitió una leve sonrisa.

—No creo que habrían llegado tan lejos, ¿verdad? —preguntó.

Estuve a punto de asentir, pero no. ¡Ya lo creo que sí! Conociendo al Demonio, no se lo pensaría dos veces.

—¿Qué pasa, Vlad? —preguntó Aliera.

Sacudí la cabeza y me puse en contacto con Fentor.

¿Sí, mi señor?

¿Has vuelto a tu puesto?

Sí, mi señor.

Registra de arriba abajo todas nuestras zonas seguras. Ya. Comprueba que no haya la menor infracción. Lo quiero hecho para hace una hora. Muévete.

Retuve el contacto mientras daba las órdenes pertinentes. Si iba a liquidar a Mellar, ¿cómo burlaría el sistema de seguridad de Morrolan? Lo repasé en mi mente. Lo había diseñado yo mismo; claro que no se me ocurrían imperfecciones. ¿Y si le preguntara a Kiera? Después, si había tiempo. Si ya no era demasiado tarde.

Todo comprobado, mi señor.

Estupendo. Espera un momento.

Morrolan y Aliera me estaban mirando, perplejos. No les hice caso. Ahora… Olvida las ventanas, nadie entra por ahí. ¿Un túnel? ¡Ja! ¿Desde el aire? ¿Si Morrolan puede detectar cualquier brujería que se realice alrededor de su castillo? Ni hablar. ¿Un agujero en el muro? Si no utilizaran brujería, cosa que no podrían hacer, tardarían demasiado. ¿Las puertas? La puerta principal contaba con brujería, hechicería y Lady Teldra. Olvídalo. ¿Las puertas traseras? ¿Las entradas de servicio? No, teníamos guardias.

Guardias. ¿Podrían haberlos sobornado? ¿A cuántos? ¡Maldita sea! Sólo dos. ¿Cuánto tardarían en prepararlo? No más de dos días. No, no podría encontrar dos guardias en sólo dos días, sin descubrir al que hablara primero. ¿Mataría a los otros que se negaran?

Fentor, ¿ha muerto algún guardia durante los últimos dos días?

No, mi señor.

Estupendo. No habían sobornado a ninguno. ¿Qué más? ¿Sustituir a un guardia? Oh, mierda, eso es lo que yo haría.

Fentor, ¿trabaja hoy algún guardia nuevo, gente que lleve en nómina menos de tres días? Si no, investiga a los criados, pero antes a los guardias.

Eso es lo que yo haría, por supuesto. Conseguir un empleo de guardia, o de criado, y esperar el momento perfecto. Bastaría con lograr que el guardia apropiado estuviera ocupado, o enfermo, o necesitado de un repentino permiso, incluso no haría falta, si consiguiera acceder a los registros y colar mi nombre.

De hecho, sí. Tenernos a uno nuevo que custodia la sala de banquetes. El guardia que suele cumplir esa misión…

Corté la comunicación. Ya estaba a punto de salir, cuando oí a Morrolan y Aliera que me gritaban algo. La Nigromántica, que no había pronunciado palabra en todo el rato, se quedó en su sitio. Al fin y al cabo, ¿qué era otra muerte, más o menos, para ella?

Me precipité hacia la sala de banquetes a toda velocidad. Sin embargo, Loiosh fue más rápido. Me precedía diez pasos cuando vi a los dos guardias que custodiaban la puerta. Observé que me reconocían. Hicieron una leve inclinación y se pusieron firmes cuando me acerqué. Me di cuenta, desde quince metros de distancia, de que uno llevaba una daga escondida bajo el uniforme, lo cual es muy poco normal en un dragón. Gracias a Barlen, llegábamos a tiempo.

Morrolan me pisaba los talones cuando me aproximé. El guardia de la daga escondida me miró a los ojos un momento; después, se volvió y entró como un rayo en la sala, perseguido por Loiosh. Morrolan y yo corrimos tras él. Saqué un cuchillo arrojadizo, Morrolan desenvainó a Varanegra. Me encogí involuntariamente al pensar en lo que la hoja desenvainada me traía a la mente, pero no permití que frenara a mis piernas.

Se oyeron gritos en el interior de la sala, sin duda como respuesta a las órdenes psiónicas de Morrolan. Atravesé la puerta. Por un momento, no le vi, pues la multitud le ocultaba. Entonces, vi que Loiosh atacaba. Se oyó un chillido, y vi el centelleo de una espada.

Nos detuvimos. Veíamos con toda claridad a Mellar, que no demostraba la menor preocupación. Dedicó a Morrolan una mirada inquisitiva. A sus pies estaba el «guardia». Su cabeza descansaba sobre el suelo, a escasa distancia. Un auténtico guardia se erguía sobre el cadáver, con la espada desenvainada y goteante. Miró a Morrolan, que asintió.

Morrolan y yo nos acercamos al cuerpo y nos apoderamos de una daga que sujetaba en su mano extendida. Morrolan la cogió para examinarla. Dijo «buen trabajo» al guardia.

El guardia sacudió la cabeza.

—Gracias al jhereg —dijo, y miró a Loiosh con una expresión de asombro en la cara—. Si no le hubiera estorbado, nunca habría llegado a tiempo.

Por fin alguien que reconoce mis méritos.

Por fin has hecho algo productivo.

Dos tecklas muertos sobre tu almohada.

No hicimos el menor caso a Mellar y salimos de la sala.

—Muy bien —dijo Morrolan mientras nos íbamos—. Limpiad eso.

Aliera apareció a nuestro lado, y volvimos a la biblioteca. Morrolan me tendió la daga. La toqué, y supe al instante que era una Morganti. Me estremecí y se la devolví. Últimamente, había demasiadas cosas como aquella pululando a nuestro alrededor.

—Sabes lo que esto significa, ¿verdad? —dijo. Asentí.

—¿Sabías que iba a pasar?

—Lo presentí. Cuando el atentado contra tu vida fracasó, tuvieron que seguir adelante para liquidarle.

»Hemos estado de suerte —añadí—. He reaccionado con demasiada lentitud en casi todos los momentos. Si Mellar hubiera pasado junto a la puerta en algún momento de la última hora, todo habría terminado ya.

Entramos en la biblioteca. La Nigromántica nos saludó con un movimiento de cabeza y realizó un ademán con su copa de vino, con la extraña y perpetua semisonrisa en su cara.

Siempre me ha gustado. Algún día, espero llegar a comprenderla. Por otra parte, quizá sea mejor que no.

—Quería hablar contigo desde que descubrí lo de los guardaespaldas —dije a Morrolan mientras nos sentábamos.

—¿Guardaespaldas? ¿De quién? ¿De Mellar?

—Exacto. Por lo que yo sé, tiene dos.

¿Quién lo sabe con certeza, jefe?

Cierra el pico, Loiosh.

—Muy interesante —comentó Morrolan—. Cuando llegó, me aseguró que no llevaba guardaespaldas.

Me encogí de hombros.

—Por lo tanto, no están en tu lista de invitados. Lo cual les convierte en un buen objetivo, ¿verdad?

Asintió.

—Por lo visto, no confía mucho en mi juramento.

Algo me inquietaba al respecto, pero no sabía qué.

—Es posible —dije—, pero quizá desconfía de que los jheregs no inicien una guerra con tal de eliminarle.

—Bien, tiene razón, ¿no, Vlad?

Asentí y desvié la mirada.

—Ocupara el cargo que ocupara en la Casa jhereg, no cabe duda de que ofendió a muchos peces gordos.

—Muy gordos.

Morrolan meneó la cabeza.

—No puedo creer que los jheregs sean tan estúpidos. Las dos Casas casi quedaron destruidas la primera vez, y la última…

—¿La última? Por lo que yo sé, sólo ha pasado una vez.

Morrolan aparentó sorpresa.

—¿No lo sabías? Claro, a los jheregs no les gusta hablar mucho de eso. Yo tampoco lo sabría si Aliera no me lo hubiera contado.

—Contado ¿qué?

Mi voz sonó débil y hueca a mis propios oídos.

Aliera intervino.

—Sucedió una vez más. Empezó igual que la primera, con un jhereg asesinado mientras se hospedaba en casa de un Señor Dragón. Los dragones se vengaron, los jheregs se vengaron, y… —Se encogió de hombros.

—¿Por qué nadie me lo había dicho antes?

—Porque todo se fue al Infierno después, y quedó bien registrado. En pocas palabras, el jhereg asesinado era amigo del Señor Dragón, y le estaba ayudando en algo. Alguien descubrió lo que hacía y puso fin a su tarea.

»Los dragones exigieron que el asesino les fuera entregado y, esta vez, los jheregs accedieron. Supongo que la Casa jhereg pensó que habría debido meditarlo mejor, y puede que también se tratara de una disputa privada. En cualquier caso, el asesino escapó de casa del Señor Dragón antes de que le mataran. Liquidó a un par de dragones en su huida, y después a un par de mandamases jheregs que le habían delatado. Resultó muerto más adelante, pero para entonces ya era demasiado tarde para parar a nadie.

¿Por qué? Si fue el único individuo…

Sucedió durante el reinado de un fénix decadente, de modo que nadie confiaba en nadie. Los jheregs pensaron que los dragones habían matado a los mandamases, y los dragones pensaron que los jheregs habían organizado la huida.

—¿Y dices que luego todo se fue al infierno? ¿Justo después?

Aliera asintió.

—Los jheregs mataron a bastantes dragones clave, incluidos algunos magos, y uno de ellos, que preparaba un golpe de estado, se vio obligado a actuar demasiado pronto, y a depender demasiado de la magia. Despojado de sus mejores brujos, el conjuro perdió el control, incluso después de que el emperador muriera, y…

Su voz enmudeció. Empecé a comprender. Sé sumar dos y dos tan bien como cualquiera, y si la primera guerra Dragón-Jhereg ocurrió cuando ocurrió, la segunda tuvo que ser…, fénix decadente… golpe de estado dragón…, se fue al Infierno…, conjuro fuera de control…, emperador fénix muerto…

—Adron —dije.

Aliera asintió.

—Mi padre. El asesino tenía motivos propios para odiar al emperador y estaba trabajando con mi padre para encontrar una forma de envenenarlo cuando todo se viniera abajo. Como sabes, fue Mario quien asesinó finalmente al emperador, cuando intentó utilizar el Orbe contra los jheregs. Otro fénix intentó apoderarse del trono, y mi padre tuvo que actuar con excesiva rapidez. Al momento siguiente, apareció un mar de caos donde se alzaba la ciudad de Dragaera, y nos quedamos sin emperador, Orbe e Imperio. Pasaron doscientos años antes de que Zerika apareciera con el Orbe.

Sacudí la cabeza. Demasiados sobresaltos en tan pocos días. Se me escapaba de las manos.

—Y ahora —dije—, va a volver a empezar.

Morrolan asintió. Permanecimos un rato en silencio.

—Y si eso ocurre, Vlad, ¿de qué lado estarás? —preguntó Morrolan en voz baja.

Aparté la vista.

—Sabes que yo sería uno de los primeros objetivos de la Casa jhereg —continuó.

—Lo sé —contesté—. También sé que estarías en primera línea, con la idea de destruir la organización. Al igual que Aliera, a propósito. Ah, por cierto, yo sería uno de los primeros objetivos de los dragones.

Morrolan asintió.

—¿Crees que podrías convencer a los jheregs de que perdonaran esta?

Negué con la cabeza.

—Yo no soy un issola, Morrolan, y no soy tan listo. Además, si quieres que te diga la verdad, no estoy seguro de que lo haría en caso de que pudiera. Conozco todos los motivos de que Mellar deba desaparecer, y es difícil rebatirlos.

—Entiendo. Tal vez podrías convencerles de que esperaran. Como sabes, sólo va a quedarse unos días más.

—Es imposible, Morrolan.

Asintió. Seguimos sentados un rato en silencio.

—Supongo que no existe la menor posibilidad —dije después— de que, sólo por esta vez, nos dejes eliminarle. Sólo tienes que echarle a patadas. Ni siquiera tenía la intención de preguntártelo, pero…

Aliera levantó la vista.

—Lo siento, Vlad. No.

Aliera suspiró.

—De acuerdo —dije—. Tampoco pensaba que aceptarías.

Volvimos a sumirnos en el silencio durante unos minutos. Después, Morrolan habló de nuevo.

—Es probable que no tenga ni que decirlo, pero te recuerdo que si algo, lo que sea, le ocurre en esta casa, no descansaré hasta averiguar la causa. No retrocederé ante nada, aunque seas tú.

»Y si eres tú, o cualquier otro jhereg, declararé personalmente la guerra a la Casa, y todos los dragones del Imperio me apoyarán. Hace mucho tiempo que somos amigos, y me has salvado la vida en más de una ocasión, pero no te permitiré, ni a ti ni a nadie, que asesinéis a uno de mis invitados y salgáis bien librados. Me has entendido, ¿verdad?

—Morrolan, si intentara algo por el estilo, no te habría interrogado al respecto, ¿verdad? Ya lo habría hecho. Hace…, ¿cuánto, cuatro años?, que nos conocemos. Me sorprende que me conozcas tan poco, hasta el punto de creer que puedo abusar de tu amistad.

Meneó la cabeza con tristeza.

—Nunca pensé que lo harías. Sólo quería asegurarme de que había dejado bien claro el asunto, y con las palabras precisas. ¿De acuerdo?

—De acuerdo. Supongo que me lo merecía por haberte hecho esa pregunta. Ahora, me voy a marchar. He de reflexionar sobre todo esto.

Se levantó al mismo tiempo que yo. Le dediqué una reverencia, otra a Aliera, y una tercera a la Nigromántica. Aliera me la devolvió. La Nigromántica me miró con sus ojos oscuros, y sonrió. Cuando me volví hacia la puerta, Morrolan me cogió por el hombro.

—Lo siento, Vlad.

Asentí.

—Yo también —dije.