12
«Pisa con cuidado cerca de tus propias trampas»
—¿Podemos hacer algo, Aliera?
—No estoy segura. Espera.
Movió de nuevo las manos sobre el cuerpo de Morrolan, mientras yo inspeccionaba por pura rutina el almacén. No encontré nada, pero había varias zonas que no pude ver.
—No puedo romperlo —dijo.
—Romper ¿qué?
—El conjuro que impide la resucitación.
—Oh.
—Sin embargo, el brujo que lo lanzó sí podría, si se hace con la rapidez suficiente. Tendremos que encontrarle, y deprisa.
—Encontrarla —corregí automáticamente. Aliera levantó la vista al instante.
—¿Sabes quién lo hizo?
—No exactamente, pero creo que hemos de limitarnos a la Mano Izquierda, y casi todos sus componentes son mujeres.
Aliera se quedó perpleja.
—¿Por qué quieren los jheregs matar a Morrolan?
Sacudí la cabeza.
—Te lo explicaré más tarde. Ahora, hemos de encontrar a esa bruja.
—¿Alguna sugerencia al respecto?
—¿Exploradora?
—No tiene nada con qué trabajar. Necesito una imagen psiónica, o al menos una cara o un nombre. Ya he investigado el almacén, pero no he conseguido captar nada.
—Suele pasar con los jheregs. Si la bruja es competente, no habrá sentido fuertes emociones a la hora de cumplir su misión.
Aliera asintió. Paseé la vista a mi alrededor, con la esperanza de encontrar algún tipo de pista. Loiosh fue más rápido. Voló alrededor del perímetro y no tardó en localizar algo.
¡Aquí, jefe!
Aliera y yo corrimos en aquella dirección, y casi tropezamos con otro cuerpo, tendido de cara al suelo. Le di la vuelta y vi la cara de Fentor, que me miraba. Le habían cortado el cuello con un cuchillo de hoja ancha, usado con habilidad y precisión. Le habían sajado limpiamente la yugular.
Me volví hacia Aliera para preguntar si era posible revivirle, pero ya lo estaba investigando. Retrocedí para dejarle sitio.
Asintió y apoyo la mano izquierda en la garganta de Fentor. La mantuvo unos momentos y la retiró. La herida se cerró, y desde donde yo estaba sólo distinguí una tenue cicatriz.
Siguió examinando el cuerpo y le dio la vuelta para comprobar que no tuviera nada en la espalda. Lo volvió una vez más del otro lado y apoyó las dos manos sobre su pecho. Cerró los ojos, y vi arrugas de tensión en su cara.
Fentor empezó a respirar.
Dejé escapar el aire de mis pulmones, cuando me di cuenta de que lo había contenido.
Los ojos de Fentor se abrieron. Miedo, reconocimiento, alivio, perplejidad, comprensión.
Me pregunté qué habría expresado mi cara aquella vez que Aliera me devolvió a la vida.
Levantó la mano derecha y tocó su garganta; se estremeció. Me vio, pero no reaccionó como si se sintiera culpable. Bien. Al menos, no le habían sobornado. Me habría gustado concederle tiempo para recobrarse, pero no nos lo podíamos permitir. Cada segundo que esperábamos disminuía las posibilidades de localizar a la bruja que había liquidado a Morrolan. Teníamos que encontrarla y obligarla a…
Me puse en contacto con Kragar. Al cabo de largo rato, o eso me pareció, lo conseguí.
¿Qué pasa, jefe?
¿Puedes localizarme?
Tardaré un poco. ¿Problemas?
Lo has adivinado. Necesito una hoja Morganti. Esta vez, no te molestes en que sea imposible de rastrear. Sólo me interesa que sea potente.
De acuerdo. ¿Espada o daga?
Daga, si es posible, pero una espada servirá.
De acuerdo. ¿Quieres que te la envíe adonde estás?
Exacto. Y deprisa.
Muy bien. Deja la comunicación abierta, para que pueda seguir su rastro.
De acuerdo.
Me volví hacia Fentor.
—¿Qué ha pasado? En pocas palabras.
Cerró los ojos un momento y serenó su mente.
—Estaba sentado en la oficina de seguridad, cuando…
—No —le interrumpí—. No tenemos tiempo para toda la historia. Cuenta lo que ocurrió después de que llegaste aquí.
Asintió.
—De acuerdo. Aparecí, me golpearon. Cuando desperté, me habían vendado los ojos. Oí que alguien hablaba, pero no entendí nada. Intenté ponerme en contacto con vos y después con Morrolan, pero habían dispuesto una especie de bloqueo. Estuve sentado unos quince minutos e intenté salir. Alguien tocó mi garganta con un cuchillo para indicar que me vigilaban, así que lo dejé. Noté que alguien se teleportaba, y después me degollaron. —Se encogió y desvió la vista. Cuando me miró de nuevo, su cara estaba serena—. Es todo cuanto sé.
—Seguimos en la inopia —dije.
—No necesariamente —intervino Aliera. Se volvió hacia Fentor—. ¿Dices que oíste voces?
Fentor asintió.
—¿Alguna femenina?
Fentor intentó recordar, y después asintió.
—Sí. Había una mujer, sin duda.
Aliera apoyó una mano sobre su frente.
—Ahora, piensa en esa voz —ordenó—. Concéntrate en ella. Trata de oírla en tu mente.
Fentor comprendió lo que venía a continuación y me miró, con los ojos abiertos de par en par. A nadie, por inocente que sea, le gusta que sondeen su mente.
—Hazlo —dije—. Colabora.
Dejó caer la cabeza y cerró los ojos.
Al cabo de un minuto, Aliera abrió los ojos y los alza
—Creo que ya lo tengo —dijo. Desenvainó a Exploradora. Fentor lanzó una exclamación ahogada y trató de apartarse.
En aquel momento, se oyó un ruido seco y oí la pseudovoz de Kragar.
Ahí la tienes.
Vi una daga envainada a mis pies.
Buen trabajo, le dije, y corté el vínculo antes de que me asediara a preguntas.
Desenvainé la daga para examinarla. En cuanto salió de la vaina, vi que era una Morganti. Percibí la sensibilidad de la hoja, que resonaba en mi mente, y me estremecí.
Era un cuchillo grande, con una punta y un filo. Dos filos, de hecho, porque estaba afilada unos centímetros a lo largo del lomo. La hoja medía unos cuarenta centímetros de largo, y se curvaba por la parte afilada del lomo. El arma de un profesional del cuchillo. El mango era ancho y sencillo. Me resultaba algo incómodo, pues había sido fabricado para dragaeranos, por supuesto.
Lo envainé y colgué de mi cinturón, al costado izquierdo. Estaba delante de la espada, muy cerca, dispuesto para lanzarlo de través. Lo probé varias veces, para comprobar que el emplazamiento no me estorbaba para coger la espada. Miré a Aliera e indiqué con un cabeceo que estaba preparado.
—Fentor —dije—, cuando hayas recuperado las fuerzas, ponte en contacto con Uliron para que te devuelva allí. Considérate temporalmente suspendido de tus obligaciones.
Consiguió asentir, mientras yo notaba el mareante efecto de la teleportación.
* * *
Algunos consejos generales sobre el asesinato y actividades similares: no te teleportes, de lo contrario llegarás al lugar del crimen con el estómago revuelto. Evítalo sobre todo cuando no tengas ni la más remota idea de dónde irás a parar. Si no haces caso de estas dos observaciones, al menos asegúrate de que no sea en una taberna abarrotada en una hora punta, pues no sabrás dónde está tu víctima. Si lo haces, la gente que te rodea tendrá tiempo de reaccionar antes de que empieces a moverte. Y nunca lo hagas en un lugar donde tu víctima esté sentada a una mesa rodeada de brujas.
Si, por algún motivo, has de violar todas estas normas, intenta tener a tu lado a un Señor Dragón enfurecido provisto de un Arma Definitiva. Por suene, yo no estaba aquí para cometer un asesinato. Bueno, no exactamente.
Aliera se volvió en una dirección, yo en otra. Fui el primero en verles, pero no antes de oír un grito y ver a varias personas que emprendían diversos tipos de acciones frenéticas. Si esto era el típico local regentado por jheregs, era fácil que hubiera hasta media docena de personas que solieran ir acompañadas de guardaespaldas. Algunos de los guardaespaldas, como mínimo, me reconocerían, y sabrían que había un asesino entre ellos.
¡Agáchate, jefe!
Me dejé caer sobre una rodilla cuando localicé la mesa, y así esquivé un cuchillo, que pasó silbando sobre mi cabeza. Vi a alguien, de sexo femenino, apuntarme con un dedo. Rompehechizos cayó en mi mano, y la extendí. Debió de interceptar lo que la mujer intentaba hacerme. No quedé desintegrado, paralizado, o lo que fuera.
Entonces, caí en la cuenta de un problema: había reconocido la mesa porque había mucha gente sentada a ella que, sabía yo, estaban con la Mano Izquierda, y porque habían reaccionado ante mi súbita aparición. Por lo tanto, una de aquellas personas debió de comprender el motivo de mi llegada (confirmado por la presencia de Miera) y actuó en consecuencia. Podía matar a todos, excepto a ella. Pero ¿cuál era? Por su aspecto, no podía adivinarlo. Todos se habían puesto en pie, dispuestos a destruirnos. Estaba tan paralizado como si un conjuro me hubiera alcanzado.
Aliera no, sin embargo. Debió de preguntar a Exploradora quién era en cuanto vio la mesa, sólo una fracción de segundo después de mí. No se detuvo a compartir su secreto conmigo. Se me adelantó y Exploradora describió un círculo espasmódico. Vi lo que debía de ser otro conjuro dirigido hacia mí, y moví de nuevo a Rompehechizos: tocado. Aliera llevaba extendida ante sí la mano izquierda. Vi que luces multicoloreadas surgían de ella. Exploradora entró en contacto con la cabeza de una bruja de cabello castaño claro y rizado, que habría sido muy guapa de no ser por su expresión y el tajo en su frente.
Grité por encima de los chillidos mientras rodaba por el suelo, con la esperanza de convertirme en un blanco difícil.
—Maldita sea, Aliera, ¿cuál es?
Aliera dio otro mandoble y una segunda bruja cayó. Su cabeza se separó de los hombros y se detuvo a mi lado. Pese a todo, Aliera me había oído. Su mano izquierda dejó de bloquear conjuros y apuntó directamente a una de las brujas. No la conocía. Dio la impresión de que algo golpeaba a Aliera en aquel instante, pero Exploradora emitió un brillante destello verde y Aliera continuó con la escabechina.
Mi mano izquierda encontró tres shuriken, que lancé contra una bruja que intentaba hacer una cosa u otra a Aliera.
Eso es lo que más detesto de luchar contra la magia: nunca sabes lo que tratan de hacerte, hasta que lo consiguen. La bruja sí supo lo que la había alcanzado. Dos shuriken atravesaron sus defensas. Una la alcanzó justo debajo de la garganta, y el otro en mitad del pecho. No la mató, pero tardaría un rato en molestar a nadie.
Observé que Loiosh se precipitaba hacia las caras de las personas y las obligaba a agacharse; la alternativa era recibir su veneno. Empecé a abrirme paso hacia nuestro objetivo. Agarrarla, que Aliera nos teleportara y bloqueara nuestro rastro.
La bruja se defendió.
Me puse en pie y avancé hacia ella. Estaba a unos cinco pasos de distancia, cuando se desvaneció. En el mismo instante, algo me alcanzó. Descubrí que era incapaz de moverme. Iba corriendo y en precario equilibrio, de modo que caí al suelo con cierta violencia. Terminé de bruces, en una posición desde la que pude ver a Aliera indecisa entre ayudarme y tratar de seguir a la bruja desaparecida.
¡Estoy bien!, mentí psiónicamente. ¡Coge a esa zorra y métela en algún sitio!
Aliera desapareció al instante y me dejó más solo que la una. Paralizado. ¿Por qué me había metido en aquel lío?, me pregunté.
En el extremo de mi campo visual (la parálisis era tan completa que ni siquiera podía mover los globos oculares, lo cual era de lo más frustrante), vi a una bruja que apuntaba un dedo en mi dirección, Supongo que me habría preparado para morir, de haber sabido cómo.
Sin embargo, no tuvo la oportunidad de terminar su conjuro.
En aquel momento, una forma alada golpeó su cara de lado. Oí que gritaba y desapareció de mi vista.
¡Loiosh, lárgate de aquí!
Vete a la Puerta de la Muerte, jefe.
¿A dónde se pensaba que iba?
La bruja apareció de nuevo ante mi vista, con una expresión de rabia en la cara. Extendió la mano de nuevo, pero esta vez no me apuntaba a mí. Intentaba seguir a Loiosh con la mano, pero tenía problemas. Yo no podía ver al jhereg, pero imaginaba lo que estaba haciendo.
No podía moverme para activar a Rompehechizos, y mucho menos para hacer algo productivo. Podría haber intentado convocar a Kragar, pero todo habría acabado antes siquiera de establecer contacto con él. La brujería también tarda lo suyo.
Habría chillado de haber podido. No era tanto porque fueran a matarme, pero estar tirado allí, completamente indefenso, mientras Loiosh corría el peligro de acabar asado, era demasiado frustrante. Mi mente martilleaba los lazos invisibles que me retenían, en tanto trataba de obtener poder mediante mi vínculo con el Orbe, pero no existía la menor posibilidad de romper las ataduras. Yo no era un brujo de la misma clase que mis atacantes. Si al menos Aliera estuviera aquí.
¡Era ridículo! No habrían podido inmovilizarla así. Si hubieran tenido las agallas de intentarlo, las habría disuelto a todas en el caos.
Disolverlas en el caos… la frase resonó en mi mente y despertó ecos en el almacén de mi memoria. «Me pregunto cómo interactúa la herencia genética con la reencarnación del alma.»
Yo era hermano de Aliera.
Los pensamientos no ocuparon el menor tiempo. Entonces, supe lo que debía hacer, pero no tenía ni idea de cómo. Claro que, llegado a aquel punto, ya no me importaba. Que el mundo estallara en pedazos. Que todo el planeta se disolviera en el caos. La bruja, que aún seguía al alcance de mi vista, se convirtió en todo mi mundo por un momento.
Imaginé que se disolvía, se disipaba, desaparecía. Entonces, arrojé toda la energía mágica que había acumulado sin ser capaz de utilizarla, y mi rabia y frustración la guiaron.
Me han contado que, aquellos que estaban mirando, vieron un torrente de algo como fuego carente de forma y color que salía disparado de mí hacia la bruja alta del dedo apuntado al aire, que no lo vio venir.
En cuanto a mí, me sentí de repente vaciado de energía, de odio, de todo. Vi a la bruja caer y disolverse en una masa remolineante de todos los colores que pude concebir, y varios que no.
Llegaron chillidos a mis oídos. No significaban nada. Descubrí que podía volver a moverme cuando mi cabeza golpeó de súbito el suelo, y comprendí que había quedado semierguido en ángulo. Traté de mirar a mi alrededor, pero sin conseguir levantar la cabeza. Creo que alguien gritó, «¡Se está extendiendo!», lo cual se me antojó extraño.
¡Levántate, jefe!
¿Qu…? Ah. Más tarde, Loiosh.
¡Ahora, jefe! ¡Deprisa! ¡Avanza hacia ti!
¿Qué es?
Lo que arrojaste a la bruja. ¡Deprisa, jefe! ¡Está a punto de alcanzarte!
Me pareció tan extraño que levanté la cabeza un poquito. Tenía razón. Parecía casi un charco de… algo, centrado más o menos donde había estado la bruja. Qué raro, pensé.
Se me ocurrieron varias cosas a la vez. Primera, que aquello debía de ser lo que pasaba cuando algo se disolvía en el caos: se extendía. Segunda, que debía esforzarme por controlarlo. Tercera, que no tenía ni idea de cómo se controlaba el caos. Hasta parecía una contradicción, si sabéis a qué me refiero. Cuarta, observé que los zarcillos exteriores estaban muy cerca de mí. Por fin, me di cuenta de que carecía de fuerzas para moverme.
Y entonces, oí otro grito, a un lado, y comprendí que alguien acababa de teleportarse. Casi me puse a reír. No, no, quise decir. No te teleportas a una situación como esta, sales disparado.
Se produjo un brillante destello verde a mi derecha, y vi que Aliera avanzaba directamente hacia el borde de la masa informe que llenaba aquella parte de la sala. Loiosh aterrizó a mi lado y empezó a lamerme la oreja.
Vamos, jefe. ¡Levántate va!
Estaba fuera de toda duda, por supuesto. Demasiado trabajo. No obstante, conseguí levantar la cabeza lo suficiente para ver a Aliera. Todo aquello era muy interesante, de una forma vaga, carente de importancia. Se detuvo en el borde de la masa informe y extendió a Exploradora con la mano derecha. Tenía la izquierda levantada, con la palma hacia fuera, en un gesto de advertencia.
¡Y entonces, que Verra me asista, dejó de extenderse! Pensé imaginar cosas al principio, pero no, había dejado de extenderse. Después, poco a poco, adoptó un único y uniforme color: verde. Era muy interesante verlo cambiar. Comenzó por los bordes y después avanzó, hasta que toda la masa adquirió un tono esmeralda.
Aliera empezó a hacer gestos con la mano izquierda, y la masa verde se puso a brillar, hasta virar lentamente a azul. Pensé que era muy bonito. Observé con atención. ¿Era mi imaginación, o la masa azul parecía un poco más pequeña que antes? Miré hacia donde habían estado los bordes y lo confirmé. Ya no había nada. El suelo de madera del restaurante había desaparecido, retrocedido hasta revelar el borde de lo que semejaba un pozo. Levanté la vista y descubrí que aquella parte del techo también había desaparecido.
Vi que la masa azul se encogía gradualmente. Tomó la forma de un círculo, o mejor dicho, una esfera, de unos tres metros de diámetro. Aliera iba avanzando, y levitaba sobre el agujero del suelo. Los tres metros se convirtieron en uno y medio, después en treinta centímetros, y luego el cuerpo de Aliera lo ocultó por completo.
Noté que volvían mis fuerzas. Loiosh continuaba lamiéndome la oreja. Me senté cuando Aliera se volvió y avanzó hacia mí, como si caminara sobre la nada que había debajo de ella. Cuando llegó a mi lado, me cogió por el hombro y me obligó a erguirme. No pude descifrar la expresión de su cara. Extendió la mano hacia mí cuando recuperé el equilibrio por completo. Tenía en la mano un pequeño cristal azul. Lo cogí, noté que desprendía un calor pulsátil. Me estremecí…
Aliera habló.
—Una chuchería para tu mujer —elijo—. Dile cómo la conseguiste, si quieres. De todas formas, nunca te creerá.
Miré a mi alrededor. La sala estaba vacía. No me sorprendió.
Nadie con un gramo de cerebro desea codearse con una masa de caos puro incontrolado.
—¿Cómo lo has hecho? —pregunté. Aliera sacudió la cabeza,
—Pásate cincuenta o cien años estudiando —contestó—. Después, entra en el Gran Mar del Caos y hazte amigo de él, después de asegurarte de que posees genes e’Kieron. Después de todo esto, si no te queda otra alternativa, tal vez te arriesgues a llevar a cabo algo como lo que tú acabas de hacer.
Hizo una pausa.
—Fue una estupidez increíble, ¿sabes? —añadió.
Me encogí de hombros. No tenía ganas de contestar en aquel momento. Sin embargo, empezaba a sentirme algo mejor. Me estiré.
—Será mejor que nos larguemos, antes de que aparezcan los Guardias Imperiales.
Aliera se encogió de hombros, hizo un ademán desdeñoso y empezó a decir algo, pero Loiosh la interrumpió.
¡Guardias, jefe!
Oí el sonido de botas que corrían. Justo a tiempo.
Eran tres, con sus rostros sombríos y oficiales, y empuñaban enormes espadas. Sus ojos se clavaron en mí, como si no vieran a Aliera. No les culpé, por supuesto. Se enteran de una bronca fenomenal en un bar regentado por un jhereg, entran y ven a un oriental con los colores de la Casa jhereg. ¿Qué van a pensar?
Tres armas me apuntaban, por lo tanto. No me moví. Les observé y me concedí bastantes posibilidades de abrirme paso por la fuerza, puesto que contaba con Loiosh y esos idiotas no saben casi nada acerca de cómo arreglárselas con veneno o armas arrojadizas del tipo que sean. No hice nada por el estilo, claro. Aunque me hubiera sentido en plena forma y sólo hubiera uno, no les habría tocado. A los Guardias Imperiales no se les mata. Nunca. Puedes sobornarlos, suplicar, razonar, pero no luchas con ellos. Si lo haces, sólo existen dos resultados posibles: o pierdes, en cuyo caso eres jhereg muerto, o ganas, en cuyo caso eres jhereg muerto.
Pero esta vez no tenía motivos para preocuparme. Oí la voz de Aliera, por encima de mi hombro.
—Dejadnos en paz —dijo.
El guardia desvió la atención hacia ella, al parecer por primera vez. Enarcó las cejas, descubrió que era un Señor Dragón y no supo cómo reaccionar. Sentí una inmensa compasión por el pobre tipo.
—¿Quién sois vos? —preguntó, acercándose, pero con la espada educadamente apartada.
Aliera echó hacia atrás su capa y posó la mano sobre la empuñadura de Exploradora. Debieron de intuir lo que era al instante, porque vi que retrocedían unos pasos. Y conocían, al igual que yo, la diferencia entre un Guardia Imperial asesinado por un jhereg y un combate entre dragones.
—Soy Miera e’Kieron —anunció—. Este jhereg es mío. Podéis marcharos.
El guardia, nervioso, se humedeció los labios y se volvió hacia los demás. Por lo que pude ver, no expresaron la menor opinión. Se volvió hacia Miera y la miró un momento. Después, se inclinó y, sin decir palabra, dio media vuelta y salió, seguido por sus compañeros. Me habría gustado muchísimo saber lo que escribieron después en su informe.
Miera se volvió hacia mí.
—¿Qué te alcanzó? —preguntó.
—Una paralización completamente externa, creo. No afectó a mis oídos, ni tampoco a mi corazón y pulmones, pero sí a todo lo demás.
Asintió. De repente, recordé qué estaba haciendo aquí.
—¡La bruja! ¿La has cazado?
Sonrió, asintió y palmeó la empuñadura de Exploradora.
Me estremecí de nuevo.
—¿Tuviste que destruirla?
Meneó la cabeza.
—Olvidas, Vlad, que esta es un Arma Definitiva. Su cuerpo se encuentra en el Castillo Negro, y su alma está aquí, donde podemos destruirla cuando nos dé la gana.
Soltó una risita.
Me estremecí una vez más. Lo siento, pero algunas cosas me disgustan.
—¿Y el cuerpo de Morrolan?
—También en el Castillo Negro. La Nigromántica le está cuidando, por si encuentra una forma de romper el conjuro. Parece que no existen muchas esperanzas, a menos que convenzamos a nuestra amiga de que colabore.
Asentí.
—Bien, vámonos.
En aquel momento, recordé de repente que, cuando aquellos Guardias Imperiales habían entrado, llevaba encima un arma Morganti de alta potencia. Si lo hubiera recordado en aquel instante, no sé qué habría hecho, pero habría estado mucho más preocupado. Era la primera vez que estaban a punto de pillarme con una, y me puse muy contento de que Miera me acompañara.
* * *
Cuando llegamos al Castillo Negro, mi estómago estaba más que algo irritado conmigo. Si hubiera comido pocas horas antes, lo habría devuelto todo. Decidí ser superamable con mis tripas durante el resto del día.
El castillo de Morrolan tiene una torre muy alta. Es el centro de casi todo su poder, según me han dicho. Aparte de él, a muy poca gente se le permite el acceso. Yo soy uno de los privilegiados, Aliera es otro. Lino más es la Nigromántica. La torre es el centro de adoración a Yerra, la Diosa Demonio a la que sirve Morrolan. Y digo en serio lo de «sirve». Se sabe que sacrificó pueblos enteros a ella.
La torre siempre está a oscuras, tan sólo iluminada por unas pocas velas negras. Tiene una única ventana, que no da al patio. Si tienes suerte, no da a nada. De lo contrario, da a cosas capaces de destruir tu cordura.
Tendimos el cuerpo de Morrolan en el suelo, bajo la ventana. La bruja estaba en el altar situado en el centro de la habitación. Le habíamos sujetado la cabeza bien en alto para que pudiera ver la ventana, a sugerencia mía. No tenía la menor intención de utilizar la ventana para nada, pero que ella la viera ayudaría a nuestras intenciones.
La Nigromántica ayudó a Aliera, que resucitó a la bruja. Podría haber sido al revés, sin duda. Hay pocas personas que sepan más sobre la transferencia de almas y los misterios de la muerte que la Nigromántica. Pero la había matado el Arma Definitiva de Aliera, de modo que ella se ocupó de los conjuros.
Los ojos de la bruja parpadearon y se abrieron, y su cara pasó por las mismas fases que la de Fentor, excepto que la última expresión fue de miedo.
Aquella parte me correspondía a mí. No deseaba darle tiempo para que examinara su entorno o se orientara. El hecho de que hubiera sido elegida por el asesino de Morrolan garantizaba que era buena, lo cual corroboraba que era dura de pelar. No creía en absoluto que fuera a resultar fácil.
Así, lo primero que vio cuando abrió lo ojos fue la ventana. Estaba misericordiosamente vacía en aquel momento, pero no menos eficaz. Antes de que tuviera tiempo de asimilar aquello, vio mi cara. Estaba de pie sobre ella y me esforzaba por mirarla con cara de pocos amigos.
—Bien —dije—, ¿te ha gustado la experiencia?
No contestó. Estaba intrigado por cómo se sentía uno con el alma devorada, así que se lo pregunté. Siguió sin contestar.
A estas alturas, ya sería consciente de varias cosas, incluidas las cadenas que la ataban al altar y los conjuros diseminados por la habitación, que la impedían utilizar la brujería.
Esperé un momento, para darle tiempo a digerir la información.
—Aliera ha disfrutado matándote así —dije, como si tal cosa—. Quería repetirlo.
Miedo. Controlado.
—No la dejé. Quería hacerlo yo.
Ninguna reacción.
¿Estás bien, jefe?
¡Maldita sea! ¿Tanto se nota?
Sólo yo.
Bien. No, no estoy bien, pero tampoco puedo hacer nada.
—Tal vez —proseguí— es una imperfección de mi carácter, pero disfruto mucho utilizando armas Morganti con las zorras como tú.
Nada.
—Por eso te hemos devuelto a la vida.
Mientras hablaba, extraje la daga que Kragar me había proporcionado y la sostuve ante sus ojos. Se abrieron de par en par. Negó con la cabeza.
Nunca me había visto obligado a hacer algo semejante, y no me gustaba. No era que la bruja hubiera cometido una fechoría; había aceptado un contrato normal, como yo habría hecho. Por desgracia, se había enrolado en el bando equivocado. Y, por desgracia, necesitábamos su colaboración porque había hecho un buen trabajo. No podía dejar de identificarme con ella.
Toqué su garganta con el lomo de la hoja, sobre el borde. Noté que se rebelaba, intentaba dar la vuelta, clavarse en la piel, cortar, beber.
Ella también lo notó.
Me hice con el control.
—Sin embargo, por ser un tipo honorable, debo informarte de que, si colaboras con nosotros, no utilizaré esto contigo. Sería una pena que ocurriera.
Su rostro reflejó el hálito de esperanza que experimentó, y se detestó por ello. Bueno, al fin y al cabo, yo tampoco me sentía muy bien conmigo mismo, pero el juego es así.
La agarré por el pelo y levanté su cabeza un poco más. Sus ojos se posaron sobre la figura de Morrolan, que yacía debajo de la ventana, la cual todavía albergaba tan sólo negrura.
—Ya sabes lo que queremos —dije—. A mí, personalmente, se me da un graznido de teckla que lo hagas o no, pero a otros no. Llegamos a un compromiso. He de pedirte, una sola vez, que quites el conjuro que pusiste. Si te niegas, tengo las manos libres. Si aceptas, Morrolan decidirá después tu suerte.
Se puso a temblar sin el menor disimulo.
Para un profesional jhereg, un contrato es un vínculo casi sagrado. La mayoría perderíamos el alma antes que quebrantar un contrato, hablando de una manera abstracta. Sin embargo, cuando llega el momento, bien… Pronto lo íbamos a ver. Nunca me había encontrado en la tesitura que padecía la bruja, y recé a Yerra para que nunca se diera la circunstancia. Me sentía muy hipócrita. Me habría desmoronado en aquel momento. Bueno, quizá no. Es difícil saberlo.
—Bien, ¿cuál es? —pregunté con rudeza. Vi la indecisión reflejada en su cara. A veces, detesto de verdad las cosas que hago. Tal vez tendría que haber sido ladrón, después de todo.
Cogí su vestido, lo alcé y dejé al descubierto sus piernas. Tiré de una rodilla. Loiosh siseó, ya dispuesto.
—¡No! —grité—. ¡Hasta que haya acabado con ella, no!
Me lamí el dedo índice de mi mano izquierda y humedecí un punto de la parte interna de su muslo. Estaba a punto de llorar, lo cual significaba que estaba a punto de desmoronarse. Bien, ahora o nunca,
—Demasiado tarde —dije con regocijo, y bajé la hoja Morganti, lenta e incesantemente, hacia su muslo. La punta lo tocó.
—¡No! ¡Para, dios mío! ¡Lo haré!
Dejé caer el cuchillo al suelo, cogí su cabeza de nuevo y sostuve sus hombros. Estaba de cara al cuerpo de Morrolan; el suyo se estremecía de sollozos. Asentí en dirección a Aliera, quien eliminó los conjuros protectores que habían impedido a la bruja hacer de las suyas. Si había mentido, ahora podría ofrecer resistencia, pero sabía muy bien que no podría vencer a la fuerza combinada de Aliera y yo, por no mencionar a la Nigromántica.
—¡Pues hazlo ya! —repliqué—. Antes de que cambie de opinión.
Asintió débilmente, sin dejar de sollozar en silencio. Vi que se concentraba un momento.
La Nigromántica habló por primera vez.
—Ya está —dijo.
Dejé que la bruja se derrumbara. Me sentí mareado otra vez.
La Nigromántica se acercó al cuerpo de Morrolan y puso manos a la obra. No miré. Sólo se oían los sollozos de la bruja y, mucho más tenues, nuestras respiraciones.
Al cabo de pocos momentos, la Nigromántica se incorporó. Sus apagados ojos no muertos parecieron casi alegres por un momento. Miré a Morrolan, cuya respiración era profunda y regular. Abrió los ojos.
Al contrario que otros, su primera reacción fue de ira. Vi que sus labios se fruncían, y luego confusión en su cara. Paseó la vista a su alrededor.
—¿Qué ha pasado? —preguntó.
—Te tendieron una trampa —dije.
Meneó la cabeza, con expresión de perplejidad. Levantó una mano y se puso en pie. Nos miró a todos, y sus ojos se posaron sobre la bruja, que seguía sollozando.
Paseó la mirada de Aliera a mí y viceversa.
—¿Quién es esta? —preguntó.
—Mano Izquierda —expliqué—. Sospecho que fue contratada por la persona que te liquidó, para lograr que no pudieran revivirte. Lo hizo. Pero claro, quien echa un conjuro puede quitarlo también, y la convencimos de que lo eliminara.
La miró con aire pensativo.
—Debe de ser muy buena, ¿verdad?
—Lo bastante —dijo Aliera.
—En ese caso —dijo Morrolan—, sospecho que hizo algo más que eso. Alguien me atacó en cuanto llegué a aquel… lugar.
—Almacén —colaboré.
—Aquel almacén. Alguien consiguió destruir todos mis conjuros defensivos. ¿Podríais haber sido vos, mi señora?
La bruja le miró con expresión desolada, pero no contestó.
—Tuvo que ser ella —dije—. ¿Para qué contratar a dos brujas, cuando sólo se necesita una?
Morrolan asintió.
Recogí la daga del suelo, la envainé y se la tendí a Morrolan. Colecciona armas Morganti, y yo no quería ver aquella nunca más. La miró y asintió. El cuchillo desapareció en el interior de su capa.
—Salgamos de aquí —propuse.
Nos encaminamos hacia la salida. Aliera me miró. No podía disimular del todo el desagrado que reflejaba su rostro. Aparté la vista.
—¿Qué vamos a hacer con ella? —pregunté a Morrolan—. Le garantizamos su alma si nos ayudaba, pero no hicimos otras promesas.
Asintió, la miró y extrajo una daga de acero normal de su cinturón.
Los demás salimos de la habitación, pues ninguno deseaba presenciar el final del asunto.