Capítulo 9

9

«No puedes recomponerlo si antes no lo destrozas»

A lo largo de los años he desarrollado un ritual al que me someto después de un intento de asesinato. Primero, vuelvo a mi oficina con el medio de transporte más rápido. Después, me siento ante mi despacho y clavo la vista en la lejanía durante un ratito. Después, me pongo mal, muy mal. Luego, vuelvo a mi escritorio y tiemblo un rato.

A veces, cuando estoy solo y tembloroso, aparece Cawti y me lleva a casa. Si no he comido, me da de comer. Si esto funciona, me lleva a la cama.

Esta era la cuarta vez que casi habían cercenado por la mitad mi ración de años. En esta ocasión no pude dormir, porque Aliera me estaba esperando. Cuando me recobré lo suficiente para poder andar, entré en la habitación de atrás para teleportarme. Soy un brujo lo bastante bueno para hacerlo yo mismo cuando es necesario, si bien por lo general no me tomo la molestia. Esta vez no me sentía con ánimos de llamar a nadie más. No era que desconfiara de ellos… Bueno, quizá sí.

Extraje mi daga encantada (una daga barata, de segunda mano, pero mejor que el acero normal) y empecé a dibujar con cuidado los diagramas y símbolos que no son necesarios para teleportarse, pero tranquilizan la mente cuando uno cree que su magia no es todo lo que debería ser.

Cawti me besó antes de partir y dio la impresión de que se demoraba un poco más de lo necesario. O tal vez no. En aquel momento, me sentía extraordinariamente sensible.

La teleportación funcionó de maravilla y me dejó en el patio. Giré en redondo cuando llegué, y casi devuelvo la comida en el intento. No, no había nadie detrás de mí.

Caminé hacia las enormes puertas dobles del castillo, sin dejar de mirar a mi alrededor. Las puertas se abrieron ante mí, y tuve que reprimir el impulso de huir a toda prisa.

¿Quieres calmarte, jefe?

No.

Nadie va a atacarte en el Castillo Negro.

¿Y qué?

¿A qué viene tanto nerviosismo?

Me hace sentir mejor.

Bien, a mí me molesta una barbaridad.

Aguántate.

Tómatelo con calma, ¿vale? Yo te cuidaré.

No lo dudo, es que estoy nervioso, ¿vale?

No.

Te jodes.

No obstante, tenía razón. Decidí tranquilizarme un poco mientras saludaba a lady Teldra. Fingió que no era extraño que la obligara a precederme cinco pasos. Confiaba en lady Teldra, desde luego, pero podía ser una impostora, a fin de cuentas. Bien, podía serlo, ¿no?

Me encontré frente a los aposentos de Aliera. Lady Teldra me dedicó una reverencia y se marchó. Di una palmada, y Aliera dijo que entrara. Abrí la puerta de par en par y salté a un lado. No me arrojaron nada, así que eché un vistazo al interior.

Aliera estaba sentada junto a la cabecera de la cama, con la vista clavada en el infinito. Observé que, pese a su postura, aún podía desenvainar a Exploradora. Examiné el cuarto con suma atención.

Entré y moví una silla para dar la espalda a la pared. Los ojos de Aliera se clavaron en mí, con expresión perpleja.

—¿Pasa algo, Vlad?

—No.

Pareció confusa, y después intrigada.

—Estás muy seguro —dijo.

Asentí. Si debía liquidar a alguien desde aquella posición, ¿cómo me las iba a ingeniar? Veamos…

Aliera levantó la mano de repente, y reconocí el gesto de cuando se arroja un conjuro.

Loiosh siseó indignado cuando rodé por el suelo y Rompehechizos se soltó.

De todos modos, no reconocí los hormigueos que produce Rompehechizos cuando intercepta magia dirigida contra mí. Seguí tendido, con la vista fija en Aliera, que me observaba con atención.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó Aliera.

—¿Qué era ese conjuro?

—Quería investigar tus antecedentes genéticos —replicó con sequedad—. Buscaba algunos genes teckla latentes.

Sufrí un ataque de histeria. Aquello me había desmadejado por completo. Me senté en el suelo, con el cuerpo tembloroso a causa de las carcajadas, y noté que las lágrimas inundaban mi cara. Estoy seguro de que Aliera se puso a imaginar cómo podía recomponerme o curarme.

Cuando por fin me tranquilicé, me sentía mucho mejor. Volví a la silla y recuperé el aliento. Sequé las lágrimas de mi cara, sin dejar de reír. Loiosh voló hacia Aliera, lamió su oreja derecha y regresó a mi hombro.

—Gracias —dije—. Me ha sido de gran ayuda.

—¿Cuál era el problema?

Meneé la cabeza y me encogí de hombros.

—Alguien intentó matarme hace un rato —expliqué.

Pareció más confusa que nunca.

—¿Y?

Casi logró que volviera a estallar en carcajadas, pero me contuve con un gran esfuerzo.

—Son mis genes teckla latentes —dije.

—Entiendo.

¡Dioses! ¡Qué pesadilla! Ya me estaba saliendo, de todos modos. Volví a pensar en los negocios. Debía asegurarme de que Mellar no pasara por lo que yo acababa de pasar.

—¿Conseguiste practicar tu especialidad con Mellar? —pregunté.

Asintió.

—¿Lo detectó?

—Ni por asomo.

—Estupendo. ¿Averiguaste algo interesante?

Pareció extrañarse de nuevo, como cuando había entrado.

—Vlad, ¿qué te hizo pensar en sus genes? —preguntó—. Es una pequeña especialidad mía, pero todo el mundo tiene sus pequeñas especialidades. ¿Por qué pensaste en eso?

Me encogí de hombros.

—No he conseguido descubrir nada sobre sus orígenes, y pensé que tú podrías averiguar algo sobre sus padres que nos fuera de ayuda. No es algo que se descubra con facilidad, ya sabes. Por lo general, no me cuesta nada averiguar todo lo necesario sobre una persona, pero este tipo no es normal.

—¡Estoy de acuerdo contigo! —dijo con vehemencia.

—¿Qué significa eso? ¿Has descubierto algo?

Cabeceó significativamente en dirección al bar. Se levantó y fue en busca de una botella de vino del desierto de Ailour, y me la enseñó. La sostuvo un momento, ejecutó un veloz conjuro para refrescarla y me la devolvió. La abrí y serví. Aliera bebió.

—He descubierto algo, en efecto.

—¿Estás segura de que no lo ha detectado?

—No había activado ningún conjuro protector, y es muy fácil de hacer.

—¡Bien! ¿Qué es?

Sacudió la cabeza.

—¡Es espantoso, dioses!

—¿Qué es? ¿Quieres decírmelo ya? Eres tan mala como Loiosh.

Recuerda eso la próxima vez que te acuestes y encuentres un teckla muerto sobre tu almohada.

No le hice caso. Aliera no mordió el anzuelo. Se limitó a menear la cabeza, como perpleja.

—Vlad —dijo lentamente— tiene genes dragón.

Asimilé la información.

—¿Estás segura? ¿No te cabe la menor duda?

—Ninguna. Si hubiera querido dedicar más tiempo, te habría dicho hasta qué rama de dragones. Pero eso no es todo: es un híbrido.

—¿De veras? —me limité a decir.

Los híbridos eran raros, y casi ninguna Casa los aceptaba, excepto la Jhereg. Por otra parte, los trataban mejor que a los orientales, de manera que no iba a derramar amargas lágrimas por aquel sujeto.

Aliera asintió.

—Es evidente que lleva tres Casas en sus genes. Dragón y Dzur por un lado, Jhereg por el otro.

—Hummm. Entiendo. No sabía que podías identificar genes jheregs. Pensaba que eran una mezcla de todas las demás Casas.

Sonrió.

—Si consigues una mezcla, como dices tú, que se perpetúe durante las generaciones suficientes, llega a ser identificable como algo en y de por sí.

Sacudí la cabeza.

—Esto me sobrepasa. Ni siquiera sé cómo puedes localizar un gen, y mucho menos reconocerlo como asociado a una Casa en particular.

Se encogió de hombros.

—Es algo así como una sonda mental, sólo que no investigas la mente. Has de profundizar mucho más, por supuesto. Por eso es tan difícil de detectar. Todo el mundo se da cuenta si examinan su mente, a menos que lo haga un experto, pero que sondeen tu dedo es más difícil de captar.

Me vino a la mente la imagen de la emperatriz, con el Orbe dando vueltas alrededor de su cabeza, un dedo extendido y diciendo: «¡Habla ya! ¿Dónde estabas escondido?». Lancé una risita y me perdí las siguientes palabras de Aliera.

—Perdona, Aliera. ¿Qué has dicho?

—He dicho que determinar la Casa de una persona es fácil si sabes lo que buscas. Sabrás que cada animal es diferente, y…

—¡Espera un momento! «Cada animal es diferente», claro, pero no estamos hablando de animales, sino de dragaeranos. —En ese punto, reprimí un comentario desagradable, pues Aliera no parecía estar de humor.

—Por favor, Vlad —contestó—. Los nombres de las Casas no son casuales.

—¿Qué quieres decir?

—Por ejemplo, ¿cómo crees que la Casa del Dragón recibió su nombre?

—Siempre supuse que se debía a que poseéis caracteres similares a los de un dragón. Sois irritables, reptilianos, acostumbrados a saliros con la vuestra…

—¡Buf! Supongo que yo me lo he buscado, carroñero. Pues estás equivocado. Como soy de la Casa del Dragón, significa que si retrocedes unos cientos de miles de generaciones, encontrarás auténticos dragones en mi linaje.

¿Y estás orgullosa de eso?, pensé, pero no lo dije. Debí de aparentar tanta sorpresa como sentía, a tenor de sus siguientes palabras.

—Pensaba que lo sabías.

—Es la primera vez que lo oigo, te lo aseguro. ¿Quieres decir, por ejemplo, que los chreotas descienden de auténticos chreotas?

Compuso una expresión de perplejidad.

—No descienden, exactamente. Es un poco más complicado. En principio, todos los dragaeranos surgieron del mismo linaje, pero las cosas cambiaron cuando… ¿Cómo te lo explico? Bien, ciertos, um, seres dominaban Dragaera. Era una raza llamada jenoine. Utilizaban a la raza dragaerana, y a los orientales, debería añadir, como base para practicar experimentos genéticos. Cuando se marcharon, los dragaeranos se dividieron en tribus basadas en un parentesco natural, y las Casas se formaron a partir de estos grupos después de la fundación del Imperio por Kieron el Conquistador.

No añadió «mi antepasado», pero lo oí igual.

—Los experimentos llevados a cabo con dragaeranos incluyeron la utilización de animales salvajes de la zona como almacén genético.

La interrumpí.

—Pero los dragaeranos no se pueden cruzar con esos animales, ¿verdad?

—No.

—Entonces, ¿cómo…?

—No sabemos cómo lo hicieron. Hacia ello he encauzado mis investigaciones, y aún no lo he descubierto.

—¿Qué hicieron esos… jenine…?

—Je-no-i-ne.

—Jenoine. ¿Qué hicieron a los orientales?

—No estamos seguros, si quieres que te diga la verdad. Una teoría popular es que les proporcionaron capacidad psiónica.

—Hummm. Fascinante. Aliera, ¿has pensado alguna vez que los dragones y los orientales quizá procedan del mismo linaje?

—No seas absurdo —replicó con sequedad—. Los dragaeranos y los orientales no pueden entrecruzarse. De hecho, algunas teorías afirman que los orientales no son nativos de Dragaera, sino que fueron traídos por los jenoine de algún otro lugar, para utilizarlos como controles de sus ensayos.

—¿Controles?

—Sí. Proporcionaron a los orientales capacidades psiónicas equivalentes, o casi, a las de los dragaeranos. Después, empezaron a experimentar con los dragaeranos, y se sentaron a ver qué se hacían mutuamente las dos razas.

Me estremecí.

—¿Quieres decir que esos jenoine aún podrían estar por ahí, observando…?

—No. Han desaparecido. No todos fueron destruidos, pero apenas vienen ya a Dragaera…, y cuando lo hacen, ya no pueden dominarnos como antes. De hecho, Sethra Lavode destruyó a uno hace muy pocos años.

Mi mente voló a mi primer encuentro con Sethra. Parecía un poco preocupada, y dijo «Ahora no puedo abandonar la Montaña Dzur». Y más tarde, dio la impresión de que estaba agotada, como si hubiera participado en un combate. Otro viejo misterio aclarado.

—¿Cómo fueron destruidos? ¿Se rebelaron los dragaeranos contra ellos?

Meneó la cabeza.

—Además de la genética, tenían otros intereses. Uno de ellos era el estudio del Caos. Nunca sabremos con seguridad lo que pasó, pero, en esencia, un experimento se descontroló, o bien se produjo una disputa entre algunos grupos, y ¡bum! Tenemos un Gran Mar del Caos, algunos dioses nuevos y ningún jenoine más.

Ya tenía bastante de lecciones de historia por aquel día. No podía negar que me interesaban. En realidad, no era mi historia, pero me fascinaba.

—Recuerda lo que le pasó a Adron hace unos años, a menor escala. Ya sabes, lo que creó el Mar del Caos, el Interregnum… ¿Aliera?

Me miraba de una forma extraña, sin decir nada.

Se hizo la luz en mi mente.

—¡Ya! —dije—. ¡Es la brujería preimperial! La brujería de los jenoine. —Me detuve lo suficiente para sentir un escalofrío, cuando comprendí las implicaciones—. No me extraña que el Imperio disuada a la gente de estudiarla.

Aliera asintió.

—Para ser más precisa, la brujería preimperial es la manipulación directa del caos en bruto; doblegarlo a voluntad propia.

Me estremecí otra vez.

—Suena bastante peligroso.

Aliera se encogió de hombros, pero no añadió nada más. Ella lo veía desde un punto de vista diferente, por supuesto. Yo sabía que el padre de Aliera no era otro que el propio Adron, que había volado por accidente la antigua ciudad de Dragaera y creado un mar de caos en su emplazamiento.

—Espero que Morrolan no planee otro número como el de tu padre —dije.

—No podría.

—¿Por qué no? Todavía utiliza brujería preimperial…

Miera hizo una bonita mueca.

—Corregiré lo que he dicho antes. La brujería preimperial no es, exactamente, la manipulación directa del caos; falta un paso. La manipulación directa es otra cosa…, y eso es lo que hacía Adron. Poseía la capacidad de utilizar, en realidad, la capacidad de crear caos. Si combinas eso con las habilidades de la brujería preimperial…

—¿Morrolan no posee la capacidad de crear caos? Pobre tío. ¿Cómo puede vivir sin ella?

Aliera lanzó una risita.

—Es una habilidad que no se puede adquirir. Va incluida en los genes. Por lo que yo sé, sólo retiene esa capacidad el linaje e’Kieron de la Casa del Dragón, si bien se dice que Kieron nunca la usó.

—Me preguntó cómo interactúa la herencia genética con la reencarnación del alma.

—De una forma extraña.

—Ah. Bien, eso explica de dónde proceden las Casas dragaeranas. Me sorprende que los jenoine perdieran el tiempo apareando un animal como el jhereg con algunos dragaeranos —dije.

Te debo otra, jefe.

Cierra el pico, Loiosh.

—Es que no lo hicieron —repuso Aliera.

—¿Eh?

—Manipularon a los jheregs y descubrieron un método de insuflar inteligencia a un cerebro del tamaño de una nuez roja, pero nunca inyectaron genes jhereg a los dragaeranos.

¿Ves, Loiosh? Tendrías que estar agradecido a los jenoine, pues…

Cierra el pico, jefe.

—Creí que habías dicho…

—Los jheregs son una excepción. No empezaron como una tribu, al contrario que los demás.

—Entonces, ¿cómo?

—Bien, hemos de regresar a los días en que el Imperio se formó. De hecho, hemos de remontarnos todavía más. Por lo que sabemos, en un principio había hasta treinta tribus distintas de dragaeranos. No conocemos el número exacto, puesto que los registros se han perdido.

»A la larga, muchas se extinguieron. Por fin, quedaron dieciséis tribus. Bueno, quince, más una tribu de los teckla, que carecía de importancia.

—Inventaron la agricultura —indiqué—. Algo es algo.

Aliera desechó el comentario con un ademán despectivo.

—Kieron el Conquistador, junto con un grupo de los mejores chamanes de aquella época, convocaron a las tribus, o a una parte de cada tribu, y se unieron para expulsar a los orientales de las mejores tierras.

—Para trabajarlas —dije.

—Además de las tribus, había multitud de desterrados. Muchos procedían de la tribu del Dragón, tal vez porque los dragones ponían el listón más alto que los demás.

Irguió la cabeza cuando dijo lo último. No hice caso.

—Fuera como fuera —continuó—, había muchos desterrados, que vivían en pequeños grupos. Mientras las demás tribus se unieron bajo el mando de Kieron, cierto exdragón llamado Dolivar logró unificar a la mayoría de aquellos grupos independientes, mediante el expediente de matar a los líderes que se opusieron a su idea.

»Se unieron, pues, y empezaron a llamarse «la tribu de los jheregs», lo cual me parece de lo más sarcástico. Vivían, principalmente, a costa de las demás tribus: robaban, saqueaban, y luego huían. Hasta tenían algunos chamanes.

—¿Por qué no se unieron las demás tribus para exterminar los? —pregunté.

Se encogió de hombros.

—Muchas tribus estaban dispuestas, pero Kieron necesitaba exploradores y espías para la guerra lanzada contra los orientales, y los jheregs eran los únicos aptos.

—¿Por qué accedieron a colaborar los jheregs?

—En mi opinión —replicó con sequedad—, Dolivar decidió que era preferible a ser exterminado. Se entrevistó con Kieron antes de que comenzara la Larga Marcha, y llegaron al acuerdo de que, si su «tribu» colaboraba, se integraría en el Imperio cuando la guerra terminara.

—Entiendo. De esta forma, los jheregs se integraron en el Ciclo. Interesante.

—Sí. También fue la causa de la muerte de Kieron.

—¿A qué te refieres?

—Al trato: la tensión de obligar a las tribus a adherirse al acuerdo desapareció después de la guerra, y las demás tribus consideraron que los jheregs ya no les servían de nada. Fue asesinado por un grupo de guerreros y chamanes lyorns, tras decidir que era el responsable de algunos problemas causados por los jheregs al Imperio.

—Así que se lo debemos todo a Kieron el Conquistador, ¿eh?

—A Kieron y a ese jefe jhereg llamado Dolivar, que forzó el acuerdo, y después obligó a los miembros de su tribu a aceptarlo.

—¿Por qué será, me pregunto, que nunca había oído hablar de ese líder jhereg? No conozco ninguna Casa que guarde registros de él, y da la impresión de que debían considerarle una especie de héroe.

—Oh, si buscas bien, le encontrarás. Como sabes mejor que yo, a los jheregs se les da una higa los héroes. Los lyorns guardan registros de su historia.

—¿Así averiguaste todo esto?

Aliera meneó la cabeza.

—No, lo descubrí hablando con Sethra. Y yo me acordaba de otras cosas, por supuesto.

—¿Qué?

Aliera asintió.

—Sethra vivía en aquel entonces, como Sethra. Hay quien calcula su edad en diez mil años. Es un error. Falta una pequeña multiplicación por veinte. Es más vieja que el Imperio, literalmente.

—¡Eso es imposible, Aliera! ¿Doscientos mil años? ¡Es ridículo!

—Díselo a la Montaña Dzur.

—Pero… ¿y tú? ¿Cómo te acuerdas?

—No seas idiota, Vlad. Regresión, por supuesto. En mi caso, recuerdo de vidas anteriores. ¿Pensabas que la reencarnación era sólo un mito, o una creencia religiosa, como la vuestra?

Sus ojos brillaban de una manera extraña, mientras se esforzaba por asimilar la última información.

—Lo he visto con mis propios ojos. Lo he vivido de nuevo.

»Yo estaba presente, Vlad, cuando Kieron cayó en una emboscada planeada por un exdragón llamado Dolivar, que había sido hermano de Kieron antes de caer en desgracia, él y toda la tribu. Dolivar fue torturado y expulsado.

»Yo también compartí la culpabilidad, como Sethra. Sethra debía paralizar a los yendi, pero fracasó…, a propósito. Lo vi, pero no dije nada. Quizá eso me convirtió en responsable de la muerte de mi hermano. No sé…

—¡Tu hermano!

Aquello era demasiado.

—Mi hermano —repitió ella—. Empezamos como una familia: Kieron, Dolivar y yo.

Se volvió hacia mí y sentí una corriente de aire en mis oídos, mientras escuchaba sus relatos circulares, que no me atrevía a rechazar como mitos o desvaríos.

—Yo era un chamán en aquella vida —dijo—, y creo que bastante bueno. Era un chamán, y Kieron era un guerrero. Aún sigue en los Senderos de los Muertos, Vlad. He hablado con él. Me reconoció.

»Éramos tres. El chamán, el guerrero… y el traidor. Cuando Dolivar nos traicionó, ya no le consideramos un hermano. Era un jhereg, hasta el fondo de su alma.

»Su alma… —Su voz se quebró—. Sí —continuó—. «Extraña» es la forma correcta de definir la manera en que la herencia de un cuerpo interactúa con la reencarnación del alma. Kieron nunca volvió a reencarnarse. He nacido en un cuerpo que desciende del hermano de mi alma. Y tú —me dirigió una mirada insondable, pero de repente supe lo que se avecinaba. Quise gritar que no lo dijera, pero, desde hacía milenios, Aliera siempre era más rápida que yo—, tú te convertiste en un oriental, hermano.