8
«No existe preparación suficiente»
Regresé a mi oficina y permití a mi estómago recuperarme de las secuelas de la teleportación. Al cabo de diez minutos, me puse en contacto con mi secretario.
Haz el favor de decirle a Kragar que entre, comuniqué.
Pero, jefe, si entró hace cinco minutos.
Levanté la vista y le vi sentado en su lugar habitual, con aire inocente.
Da igual.
Meneé la cabeza.
—Ojalá dejaras de hacer eso.
—¿El qué?
Suspiré.
—Kragar, Aliera desea ayudarnos.
—Estupendo. ¿Ya tenéis un plan?
—No, sólo el principio de uno, pero Aliera y, a propósito, Sethra Lavode intentan imaginar el resto.
Pareció impresionado.
—¿Sethra? No está mal. ¿Qué ha pasado?
—Nada…, apenas.
—¿Eh?
Le hice un resumen de lo ocurrido.
—Por lo tanto —concluí—, hemos de pensar cómo vamos a obligar a Mellar a marcharse antes.
—Bueno —dijo en tono pensativo—, podrías consultar con el Demonio.
—Oh, claro. Y si no tiene ninguna idea, se lo preguntaré a la emperatriz, y…
—¿Qué hay de malo en consultar al Demonio? Como has de hablar con él de todos modos, ¿por qué no aprovechar la op…?
—¿Qué dices que voy a hacer?
—El Demonio quiere encontrarse contigo de inmediato. Llegó un mensaje justo antes que tú.
—¿Por qué quiere encontrarse conmigo?
—No lo dijo. Quizá ha obtenido alguna información.
—Información que podía haberse limitado a enviar. Maldita sea, será mejor que no me dé prisas. Ya me conoce.
—Desde luego —resopló Kragar—, pero ¿qué vas a hacer al respecto si ya lo ha decidido?
—Así están las cosas, ¿no?
Asintió.
—¿Cuándo y dónde? No, déjame que adivine, a la misma hora y en el mismo sitio, ¿no?
—Más o menos. En el mismo lugar, pero a mediodía.
—¿A mediodía? Pero si ya es… —Callé, me concentré un momento y obtuve la hora. ¡Por el Gran Mar del Caos, si faltaba apenas media hora para mediodía! Toda la conversación había durado menos de una hora. ¡Yerra!
—Eso significa que va a invitarme a comer, ¿verdad?
—Exacto.
—Y también significa que no tenemos tiempo para preparar algo, por si él ha preparado algo.
—Exacto, una vez más. ¿Sabes una cosa, Vlad? Estaríamos en nuestro derecho si nos negáramos a encontrarnos con él. No tienes ninguna obligación.
—¿Crees que es una buena idea?
Pensó unos momentos, y luego sacudió la cabeza.
—Yo tampoco —dije.
—Bien, ¿quieres que coloque a uno de los muchachos como si fuera un cliente? Quizá podríamos situar a una o dos personas…
No. A estas alturas, ya estará sobre aviso, y no podemos permitir que ocurra eso. Indicaría que no confiamos en él. Lo cual es cierto, claro, pero…
Sí, lo sé.
Se encogió de hombros y cambió de tema.
—Acerca de ese asunto de Aliera y Sethra, ¿tienes alguna idea de cómo van a convencer a Mellar de que abandone el Castillo Negro?
—Bueno, podríamos invitarle a una reunión de negocios.
Kragar lanzó una risita.
—Otra idea —dijo.
—No sé. Ese ha sido el problema desde el principio, ¿no?
—Uh uh.
Me encogí de hombros.
—Ya se nos ocurrirá algo. Por cierto, si es posible averiguar algo más sobre los orígenes de Mellar, adelante. Me gustaría descubrir alguno de sus puntos débiles ahora mismo.
Kragar asintió.
—Sería estupendo, ¿eh?
Salió de algún sitio, maldita sea. La información que nos proporcionó el Demonio no empieza hasta que se unió a los jheregs. No sabemos nada de lo de antes.
—Lo sé, pero ¿cómo vamos a descubrir algo más que el Demonio?
—No lo sé… ¡Sí! ¡Ya lo tengo! ¡Aliera! En eso quería que nos ayudara, y luego se me olvidó pedírselo.
—Pedirle ¿qué?
—Bien, entre otras cosas, se especializa en investigación genética.
—¿Y?
—Pues dime: ¿en qué Casa nació Mellar?
—Supongo que en la jhereg. ¿No opinas lo mismo?
—Carecemos de motivos para estar seguros. Si es la jhereg, existe la posibilidad de que Aliera nos pueda conducir hasta sus padres, y podríamos empezar a investigar a partir de ahí. Si no, la información ya sería valiosa per se, y quizá nos guiaría en otra dirección.
—De acuerdo. Creo que el Demonio no podría descubrirlo. ¿Vas a ponerte en contacto con ella, o quieres que concierte otra cita?
Lo pensé antes de contestar.
—Conciértala —decidí—. Mientras se prolongue la confusión, procederemos con formalidad. Fíjala para esta noche, si es posible. Si sigo vivo. Di que le investigue.
—De acuerdo. Me ocuparé de ello. Si has muerto, me disculparé en tu nombre.
—Oh, fantástico. Me has quitado un gran peso de encima.
* * *
Una vez más, me puse de espaldas a la puerta. Mi brazo derecho estaba próximo a la copa de vino. Podría desenfundar una daga de mi brazo izquierdo y lanzarla con la puntería suficiente para atravesar el tapón de una botella de vino a cinco metros de distancia en menos de medio segundo. Loiosh tenía la vista clavada en la puerta. Yo era muy consciente de que, si me iban a eliminar, ninguna de aquellas cosas me serviría de nada.
No obstante, tenía las palmas de las manos secas. Se debía a tres motivos: primero, había vivido muchas situaciones en que debí reaccionar a toda velocidad para salvar el pellejo. Segundo, consideraba muy poco probable que el Demonio quisiera eliminarme. Hay maneras mucho más sencillas de hacerlo, y en esta ocasión estaba seguro de que todo era legal. Y tercero, no paraba de secarme las manos en las perneras de los pantalones.
Aquí viene, jefe.
¿Solo?
Dos guardaespaldas, pero se han quedado junto a la puerta.
El Demonio ocupó en silencio el asiento opuesto al mío.
—Buenas tardes —saludó—. ¿Cómo va todo?
—Va. Recomiendo el tsalmoth con mantequilla de ajo.
—Como queráis.
Llamó a un camarero, que atendió nuestra solicitud con suficiente respeto para indicar que, al menos, sabía quién era yo. El Demonio escogió un vino Nyroth joven para acompañar la comida, y de paso me demostró que también sabía algo sobre gastronomía.
—La situación es cada vez más apremiante, Vlad. ¿Puedo llamarle Vlad?
Dile que no, jefe.
—Por supuesto. —Lancé una risita—. Yo te llamaré «Demonio».
Sonrió, sin demostrar lo mucho que le había molestado el comentario.
—Como estaba diciendo, la situación es cada vez más grave Al parecer, se ha enterado ya demasiada gente. Las mejores brujas de la Mano Izquierda han deducido que un pez gordo está interesado en encontrar a Mellar, pero no hubo forma de evitarlo. Por otra parte, algunas personas están intrigadas por los recortes que hemos debido efectuar en nuestras operaciones Sólo falta que alguien sume dos y dos, y la situación se agravará a marchas forzadas.
—De manera que…
Me interrumpí cuando llegó la sopa. Por puro reflejo, pasé un momento mi mano izquierda por encima, pero no estaba envenenada, claro. El veneno es torpe e impredecible, y pocos dragaeranos poseen conocimientos sobre el metabolismo de los orientales, así que no debía preocuparme por esa posibilidad.
Continué cuando el camarero se alejó.
—¿Quieres decir que he de darme prisa?
Reprimí mi irritación. Lo último que deseaba, a este lado de la Puerta de la Muerte, era que el Demonio intuyera mi enojo.
—La máxima posible, sin correr el riesgo de cometer equivocaciones. Sin embargo, no es eso lo que deseaba. Sé que procedes con la mayor rapidez posible.
Por supuesto. Decidí que la sopa era sosa.
—Hemos averiguado algo que tal vez te interese —continuó.
Esperé.
—Mellar se ha refugiado en el Castillo Negro.
Esperó mi reacción y, como no se produjo, continuó.
—Nuestros brujos rompieron el cerco hace dos horas y se pusieron en contacto con tu gente. Por lo tanto, ya te puedes olvidar de Oriente. La razón de que no lográramos localizarle durante tanto tiempo reside en que el Castillo Negro se encuentra a unos trescientos kilómetros de Adrilankha…, aunque todo esto ya lo sabes, ¿no? Trabajas para Morrolan, ¿verdad?
—¿Trabajar para él? No, consto en su nómina como consultor de seguridad, pero nada más.
Asintió. Tomó un poco de sopa.
—No pareciste sorprenderte cuando te dije dónde estaba.
—Muchas gracias.
El Demonio me informó de que tenía dientes y levantó su copa a modo de saludo. Dicen los sabios que sonreír procede de una antigua forma de enseñar los dientes. Mientras los jhereg no muestran sus dientes, los Jhereg sí.
—¿Lo sabías? —preguntó el Demonio a bocajarro.
Asentí.
—Estoy impresionado —dijo—. Actúas con rapidez.
Seguí esperando, mientras terminaba la sopa. Aún no sabía por qué me había convocado, pero estaba seguro de que no era para felicitarme por mis fuentes de información, o para proporcionarme información que habría podido enviar mediante un correo.
Levantó la copa y examinó su interior, le dio vueltas lentamente y bebió. De repente, me recordó a la Nigromántica.
—Vlad —dijo—, creo que tal vez nos encontremos ante un conflicto de intereses.
—¿De veras?
—Bien, todo el mundo sabe que eres amigo de Morrolan. Morrolan ha dado asilo a Mellar. Da la impresión de que sus objetivos y los nuestros no apuntan en la misma dirección.
Seguí callado. El camarero apareció con el plato principal. Lo investigué, y empecé. El Demonio fingió no darse cuenta de mi gesto. Yo fingí no darme cuenta de que él hacía lo mismo.
Prosiguió, después de engullir y emitir el consabido murmullo de satisfacción.
—La situación podría ponerse muy desagradable para Morrolan.
—No veo cómo, a menos que pienses desencadenar otra guerra Dragón-Jhereg. Y Mellar, pese a lo que ha hecho, no vale tanto.
Ahora fue el Demonio quien guardó silencio. Noté un hueco en el estómago.
—No puede valer tanto como para desencadenar otra guerra Dragón-Jhereg —dije, muy poco a poco.
El demonio continuó en silencio.
Sacudí la cabeza. ¿Seguiría adelante y trataría de liquidar a Mellar en el castillo de Morrolan? ¡Dioses! ¡Estaba diciendo que sí! Lanzaría a todos los dragones de Dragaera sobre nuestras cabezas. Sería peor que la última. Era el reinado de los fénix, lo cual favorecía la posición de los dragones en el ciclo. Cuanto más alta se encuentra una Casa, más propende el hado a favorecerla. No sé ni el cómo ni el porqué, pero así es. El Demonio también lo sabía.
—¿Por qué? —pregunté.
—En este momento —contestó lentamente—, no creo que haya necesidad de desencadenar esa guerra. Creo que puede soslayarse, por eso estoy hablando contigo. Pero también diré esto: si me equivoco, y las únicas opciones que se me ocurren son permitir que Mellar se salga con la suya o iniciar otra guerra, iniciaré la guerra. ¿Por qué? Porque si hay una guerra, la situación empeorará, sí, empeorará muchísimo, pero luego se terminará. Sabemos a qué nos exponemos esta vez, y estamos preparados. Oh, claro, padeceremos graves perjuicios, tal vez gravísimos, pero a la larga nos recuperaremos, dentro de unos miles de años.
»Por otra parte, si Mellar se sale con la suya, no habrá fin. Mientras la Casa jhereg perdure, tendremos que enfrentarnos a los ladrones codiciosos de nuestros fondos. Quedaremos tullidos para siempre.
Sus ojos se convirtieron en estrechas rendijas, y vi que apretaba los dientes un momento.
—Yo fui el artífice de nuestra recuperación después del Desastre de Adron. Yo convertí una Casa rota y decaída en un negocio viable. Puedo aceptar que mi obra retroceda mil años, o diez mil si es necesario, pero no permitiré que quedemos debilitados para siempre.
Se reclinó en la silla. Asimilé sus palabras. Lo peor era que tenía razón. Si yo estuviera en su lugar, creo que tomaría la misma decisión. Meneé la cabeza.
—Tienes razón —dije—. Tenemos un conflicto de intereses. Si me concedes el tiempo suficiente, terminaré mi trabajo, pero no permitiré que liquides a alguien en el Castillo Negro. Lo siento, pero así son las cosas.
Asintió, pensativo.
—¿Cuánto tiempo necesitas?
—No lo sé. En cuanto abandone el Castillo Negro, le cazaré, pero aún no he encontrado una manera de hacerle salir.
—¿Bastarán dos días? Reflexioné.
—Tal vez —dije por fin—, pero puede que no.
Asintió y guardó silencio.
Utilicé un trozo de pan sólo algo pasado para untar lo que quedaba de mantequilla de ajo (nunca he dicho que fuera un buen restaurante).
—¿Qué se te ha ocurrido para impedir la guerra Dragón-Jhereg? —le pregunté.
Meneó la cabeza lentamente. No iba a proporcionarme más información al respecto. En cambio, hizo una seña al camarero y pagó.
—Lo siento —dijo, mientras el camarero se alejaba—. Tendremos que hacerlo sin tu colaboración. Podrías habernos sido de mucha ayuda.
Se levantó y caminó hacia la puerta.
Observé que el camarero volvía con el cambio. Le disuadí con un ademán distraído. Fue entonces cuando lo comprendí. El Demonio había previsto que este desenlace era posible, pero quería darme la oportunidad de salvarme. Mierda. Noté que se iniciaban las oleadas de pánico, pero las rechacé. No me iría de aquel local, decidí, hasta que llegara ayuda. Busqué contacto con Kragar.
El camarero no había captado mi señal y seguía acercándose. Cuando estaba a punto de indicarle con un gesto que se fuera, Loiosh gritó una advertencia en mi mente. Distinguí el movimiento casi al mismo tiempo. Empujé la mesa y busqué mi daga, al tiempo que Loiosh saltaba de mi hombro para atacar. También supe, en aquella fracción de segundo, que era demasiado tarde. El cálculo de tiempo había sido perfecto, la emboscada, profesional. Me volví, con la esperanza de llevarme por delante, al menos, al asesino.
Se oyó un gorgoteo mientras me volvía y levantaba. En lugar de lanzarse sobre mí, el «camarero» se desplomó contra mí, y luego continuó hasta el suelo. Llevaba un enorme cuchillo de cocina en la mano, y la punta de una daga sobresalía de su garganta.
Miré a mi alrededor cuando empezaron los chillidos. Tardé un poco, pero por fin localicé a Kragar, sentado a una mesa a pocos metros de la mía. Se puso en pie y caminó hacia mí. Noté que mis piernas empezaban a temblar, pero no me permití derrumbarme en la silla hasta estar seguro de que el Demonio se había marchado.
Así era. Sus guardaespaldas también; habrían salido por la puerta antes de que el cadáver del asesino cayera al suelo. Muy prudente, desde luego. Si alguno de sus muchachos se hubiera quedado en el local, ya estaría muerto. Loiosh volvió a mi hombro, y percibí que paseaba la vista por la sala, como para acobardar a cualquier culpable. A estas alturas, ya no quedaría ninguno. Se había arriesgado, y casi había funcionado.
Me senté y temblé un rato.
—Gracias, Kragar. ¿Estuviste aquí desde el primer momento?
—Sí. De hecho, me miraste directamente un par de veces. Al igual que los camareros. Al igual que el Demonio —añadió con acritud.
—Kragar, la próxima vez que te apetezca desobedecer mis órdenes, hazlo.
Me dedicó una sonrisa típica.
—Vlad, nunca confíes en alguien que se hace llamar demonio.
—Lo recordaré.
Los guardias imperiales aparecerían dentro de pocos minutos, y había que hacer algunas cosas antes de que llegaran. Aún temblaba a causa de la adrenalina sin usar cuando me acerqué a la cocina, la crucé y llegué a la oficina de la parte trasera. El propietario, un dragaerano llamado Nethrond, estaba sentado detrás de su escritorio. Había sido mi socio desde que había aceptado la mitad del local a cambio de una cantidad exorbitante que me debía. Supongo que no tenía motivos de peso para quererme, pero aun así…
Entré y me miró como si estuviera contemplando a la Muerte personificada. Y estaba en lo cieno, claro. Kragar me seguía y se detuvo en el umbral para asegurarse de que nadie viniera a pedir a Nethrond que firmara un pedido de perejil o algo por el estilo.
Observé que temblaba. Estupendo. Yo, ya no.
—¿Cuánto te pagó, cadáver?
—(Gulp) ¿Pagarme? ¿A quién…?
—Ya sabes —dije como sí tal cosa— que has sido un podrido tramposo desde que te conozco. Por eso te metiste en esto. Bien, ¿cuánto te pagó?
—P-p-p-p-pero si nadie…
De repente, agarré su garganta con mi mano izquierda. Noté que mis labios formaban la clásica sonrisa burlona jhereg.
—Tú eres el único, aparte de mí, autorizado para contratar a la gente que trabaja aquí. Hoy, había un camarero nuevo. Yo no le contraté, por lo tanto fuiste tú. Dio la casualidad de que era un asesino. Como camarero, era todavía peor que los idiotas que contratas para ahuyentar a los clientes. Bien, creo que sus principales cualificaciones como camarero eran los imperiales que recibiste por contratarle. Quiero saber cuántos.
Intentó negar con la cabeza, pero le tenía bien cogido. Quiso verbalizar la negativa, pero mi mano estranguló las palabras. Intentó tragar saliva; aflojé algo la presa para que pudiera. Abrió la boca, volvió a cerrarla, la abrió y dijo:
—No sé de qué…
Descubrí con cierta sorpresa que aún no había enfundado la daga que había sacado cuando el ataque. Era una bonita herramienta: casi toda punta, y de unos dieciocho centímetros de largo. Cabía bien en mi mano derecha, lo cual es un poco extraño en las armas dragaeranas. La utilicé para pincharle en el esternón. Apareció una pequeña mancha de sangre, que empapó su indumentaria blanca de chef. Emitió un leve chillido y dio la impresión de que iba a perder el conocimiento. Yo recordaba a la perfección nuestra primera conversación, cuando le informé de que era su nuevo socio y bosquejé con todo cuidado lo que ocurriría si nuestra sociedad no funcionaba. Era de la Casa Jhegaala, pero estaba llevando a cabo una buena imitación de la Teckla.
Entonces, asintió, y consiguió pasarme una bolsa que tenía al lado. No la toqué.
—¿Cuánto contiene? —pregunté.
—M— mil imperiales, m-mi señor…
Lancé una breve carcajada.
—Ni siquiera es suficiente para comprar mi parte. ¿Quién te abordó? ¿Fue el asesino, el Demonio o un esbirro?
Cerró los ojos, como si deseara que yo desapareciera. Le concedí la ilusión un momento.
—Fue el Demonio —dijo en un susurro.
—¡Vaya! Bien, me halaga que se interese por mí hasta ese punto.
Empezó a sollozar.
—Y te garantizó que yo moriría, ¿verdad?
Asintió, apesadumbrado.
—¿Y te garantizó protección?
Volvió a asentir.
Sacudí la cabeza con tristeza.
* * *
Llamé a Kragar para teleportarnos a nuestra oficina. Contempló el cadáver con rostro inexpresivo.
—Es una pena que ese sujeto se suicidara, ¿verdad? —comentó.
No tuve otro remedio que mostrarme de acuerdo.
—¿Alguna señal de guardias?
—No. Acabarán llegando, pero nadie tiene prisa por llamarlos, y no es su barrio favorito para patrullar.
—Bien. Volvamos a casa.
Empezó a manipular el teleportador. Me volví hacia el cadáver.
—Nunca confíes en alguien que se hace llamar demonio —le dije.
Las paredes desaparecieron a nuestro alrededor.