Capítulo 6

6

«Las auténticas heroicidades hay que planificarlas con cuidado… y evitarlas a toda costa»

Cawti y yo comimos en uno de los restaurantes de los que era copropietario. Comimos poco a poco y recuperamos las fuerzas. La sensación de agotamiento físico que acompaña a la brujería no dura mucho; el cansancio psiónico es más persistente. A mitad de la comida, me sentí de nuevo descansado y a gusto. Por otra parte, aún pensaba que me costaría bastante establecer contacto psiónico. Esperé que nadie necesitara ponerse en comunicación conmigo durante la comida.

Comimos en silencio, disfrutando de la mutua compañía, sin necesidad de hablar.

—Así que tú consigues trabajo —dijo Cawti cuando estábamos a punto de terminar—, mientras yo me quedo en casa y me pudro de aburrimiento.

—No me pareces nada podrida —contesté, para ponerla a prueba—. Además, no recuerdo que el mes pasado me pidieras ayuda para aquel asuntillo de nada.

—Ummmm. No necesité ayuda, pero esto parece muy gordo. Reconocí a la víctima. Espero que te hayan pagado una cantidad razonable por él.

Revelé la cantidad.

Mi mujer enarcó las cejas.

—¡Fantástico! ¿Quién le busca?

Paseé la vista a mi alrededor, pero el restaurante estaba casi vacío. No me gustaba correr riesgos, pero Cawti se merecía una respuesta.

—Todos los jodidos jheregs le buscan.

—¿Qué ha hecho? No se fue de la lengua, ¿verdad?

Me estremecí.

—No, gracias a Yerra. Huyó con nueve millones de imperiales en fondos operativos del consejo.

Se quedó estupefacta y silenciosa un momento, cuando se dio cuenta de que no estaba bromeando.

—¿Cuándo pasó?

—Hace tres días. —Reflexioné un momento—. El Demonio en persona vino a verme.

—¡Fiu! La batalla de los jheregs gigantes. ¿Estás seguro de que no te has metido en algo demasiado grande para ti?

—No —contesté, risueño.

—Mi marido, el optimista —comentó—. Supongo que ya has aceptado.

—Exacto. De lo contrario, ¿crees que habría pasado por tantas penurias?

—Supongo que no. Era pura esperanza.

Loiosh despertó sobresaltado, miró a su alrededor y saltó de mi hombro. Empezó a devorar los restos de mis costillas de tsalmoth.

—¿Tienes alguna idea de por qué te han dado el trabajo? —preguntó Cawti, preocupada de repente. Comprendí que su mente estaba dando los mismos saltos que la mía.

—Sí, y es lógico.

Expliqué los motivos del Demonio y pareció satisfecha.

—¿Qué opinas de subarrendar este caso?

—Ni hablar —contesté—. Soy demasiado codicioso. Si lo subarriendo, no podré construirte el castillo.

Cawti lanzó una risita.

—¿Por qué? —continué—. ¿Norathar y tú lo queréis?

—No creo —replicó con sequedad—. Me parece demasiado peligroso. Además, se ha retirado. En cualquier caso —se apresuró a añadir—, no podrías permitirte el lujo de contratarnos.

Reí y levanté mi copa a su salud. Loiosh se trasladó a su plato y empezó a limpiarlo.

—Creo que tienes razón —admití—. Tendré que arreglármelas solo.

Cawti sonrió un momento, pero enseguida se puso seria.

—En realidad, Vlad, es una especie de honor que te asignen un trabajo de ese calibre.

Asentí.

—Yo también lo creo, hasta cierto punto, pero el Demonio está convencido de que Mellar ha huido a Oriente; piensa que puedo moverme mejor que un dragaerano en la región. Desde que te pseudoretiraste, no hay muchos humanos que «trabajen».

Cawti compuso una expresión pensativa.

—¿Por qué piensa que Mellar está en Oriente?

Expliqué sus opiniones al respecto, y Cawti asintió.

—Es lógico, en cierto sentido, pero, como tú has dicho, destacaría en Oriente como un rayo. Me cuesta creer que Mellar sea tan ingenuo como para pensar que la Casa no le perseguirá.

Medité unos instantes.

—Puede que estés en lo cierto. Tengo algunos amigos en Oriente a los que puedo consultar. De hecho, pensaba ponerme en contacto con ellos si Daymar no logra averiguar su paradero. En este momento, creo que no nos queda otro remedio que comprobar si la teoría del Demonio es correcta.

—Algo es algo, pero me pone un poco nerviosa. ¿Sabes desde cuándo planeaba Mellar este golpe? Si consiguiéramos descubrirlo, nos daría alguna idea de lo difícil que será seguirle la pista.

—No estoy seguro. Tengo la impresión de que lo único lógico es que se tratara de una idea repentina, pero Kragar insiste en que lo planeó desde el primer momento en que ingresó en la Casa jhereg.

—Si Kragar tiene razón, habrá planeado también la huida. De hecho, si todo empezó hace tanto tiempo, debió de imaginar que alguien intentaría, como mínimo, localizarle mediante la brujería. Si ese es el caso, debió de descubrir una forma de contrarrestarla.

»Por otra parte, si lo planeó hace tanto tiempo y no logró contrarrestar la brujería, o no pensó en la posibilidad, significa que el Demonio ha subestimado sus defensas.

—¿Qué quieres decir?

—Bien, ¿no crees que, después de tantos años, no habrías descubierto un escudo contra la brujería que ni siquiera la Mano Izquierda fuera capaz de derribar, con el poco tiempo de que dispone?

Medité durante largo rato.

—No pudo hacerlo, Cawti. Siempre es más fácil derribar un obstáculo que erigirlo. Es imposible que encontrara los recursos para disponer tal escudo contra la Mano Izquierda. Tengo la impresión de que el Demonio ha puesto en acción a sus mejores elementos. Desafiaría a Sethra Lavode a disponer un escudo que les retuviera más de un día.

—Entonces, ¿por qué no le han encontrado todavía?

—La distancia. Antes de derribar el escudo, han de localizar la zona general. Eso lleva tiempo. Incluso un conjuro de teleportación normal encuentra dificultades si la persona se teleporta lo bastante lejos. Por eso el Demonio apunta hacia Oriente. Si utilizara conjuros de rastreo normales, tardaría años en encontrarle, si huyó a esa región.

—Supongo que tienes razón —admitió—, pero todo esto me pone nerviosa.

—A mí también, y no sólo por eso.

—¿Por ejemplo?

—El tiempo. El Demonio quiere que esto se haga con mucha mayor rapidez de lo que a mí me gusta. Lo esencial es eliminar a Mellar antes de que todos los jheregs se enteren de lo que hizo, lo cual podría ocurrir de un momento a otro.

Cawti meneó la cabeza.

—Mal asunto, Vlad. ¿Por qué, por la Diosa Demonio, aceptaste el trabajo con un límite de tiempo? Nunca he sabido de nadie que hubiera aceptado un «trabajo» en esas condiciones.

—Ni yo. Lo acepté porque esas eran las condiciones. Tampoco es que haya un límite de tiempo, aunque dio a entender que podríamos llegar a ello. He de actuar con la mayor rapidez posible.

—Mal asunto, repito. Trabajo rápido equivale a cometer equivocaciones. Y tú no te las puedes permitir.

No tuve otro remedio que darle la razón.

—Pero comprendes su situación, ¿no? Si no le cazamos, la reputación del consejo jhereg queda arruinada. Ya no habrá forma de mantener a buen recaudo los fondos de la Casa, cuando la gente capte la idea de que es posible. Coño, guardé sesenta y cinco mil imperiales en una habitación de la oficina y me olvidé. Sé que están a salvo, porque nadie se atrevería a tocarlos, pero, en cuanto corra la voz…

Me encogí de hombros.

—Por si fuera poco —proseguí—, me dijo a bocajarro que, si alguno de sus chicos encontraba a Mellar antes que yo, no pensaba esperarme.

—¿Y por qué te preocupas? Ya te han pagado.

—Por supuesto. Ese no es el problema, pero piensa: un sicario va en busca de Mellar. ¿Quién va a ser? Un profesional no, desde luego, porque el Demonio dirá «Tú, cárgate a ese tipo pero ya», y ningún profesional accede a trabajar de esa forma. Por lo tanto, será un matón de tres al cuarto, o tal vez un esbirro que se crea capaz de hacerlo solo. Y luego, ¿qué? El tío la caga, eso es lo que pasa. Y yo he de cargarme a Mellar, después de que ya esté sobre aviso. Oh, el tío podría tener éxito, desde luego, pero quizá no. No confío en los aficionados.

Cawti asintió.

—Entiendo el problema, y empiezo a comprender por qué es tan alta la recompensa.

Me levanté, después de comprobar que Loiosh había terminado de comer.

—Vámonos. Intentaré hacer algo durante lo que queda de día.

Loiosh se apoderó de una servilleta, se limpió la cara con meticulosidad y nos siguió. No pagué, naturalmente, puesto que soy propietario de medio local, pero dejé una propina generosa.

Por pura costumbre, Cawti se asomó a la calle un segundo antes que yo y escudriñó las cercanías. Cabeceó, y salí. En una ocasión, poco tiempo atrás, esa precaución me había salvado la vida. Loiosh, al fin y al cabo, no puede estar en todas partes. Volvimos a mi oficina.

Nos despedimos con un beso en la puerta y subí, mientras ella regresaba a nuestro apartamento. Después, me senté y empecé a repasar los asuntos del día. Observé con cierta satisfacción que Kragar había localizado al imbécil que había asaltado al teckla el otro día, por apenas cuatrocientos imperiales, o algo así, y había llevado a cabo mis instrucciones. Destruí la nota y estudié la propuesta de que uno de mis muchachos, deseoso de mejorar su situación, abriera un nuevo local de juego. Sentí cierta simpatía. Yo también había empezado de la misma manera.

—No lo hagas, Vlad.

—¿Qu…? Kragar, ¿quieres hacer el favor de explicarte?

—Concédele a ese tipo un año más para demostrar su valía. Es demasiado novato para confiar en él.

—Te juro, Kragar, que un día de estos voy a…

—Daymar nos ha pasado la información.

—¿Qué? —Cambié de tono—. ¡Estupendo!

Kragar meneó la cabeza.

—¿No es estupendo? Demasiado pronto para comunicarnos que no ha podido encontrar a ese individuo. ¿Es que no quiere ayudarnos?

—Te equivocas. Ha encontrado a Mellar.

—Excelente. Entonces, ¿cuál es el problema?

—Esto no te va a gustar, Vlad.

—Escupe de una vez, Kragar.

—El Demonio se equivocó. No huyó a Oriente.

—¿De veras? ¿Adonde?

Kragar se hundió en la silla un poco más. Apoyó la cabeza en la mano y la sacudió.

—Está en el Castillo Negro —dijo.

Asimilé la información, muy lentamente.

—Maldito bastardo —mascullé—. Un bastardo listo, muy listo.

Los dragaeranos tienen muy buena memoria. El Imperio había existido, no sé, durante doscientos mil o doscientos cincuenta mil años. Desde la creación del Orbe Imperial, en el principio del principio, cada una de las Diecisiete Casas ha llevado al día sus registros.

Azuzado por mi padre, sabía tanto de la historia de la Casa Jhereg como cualquier dragaerano nacido en la Casa. Debo admitir que los registros Jhereg tienden a ser algo más reducidos que los de otras Casas, pues cualquier persona con suficiente influencia o dinero puede lograr que se eliminen, o incluso se inserten, determinadas informaciones. No obstante, vale la pena estudiarlos.

Hace unos diez mil años, casi un ciclo entero antes del Interregnum, la Casa del Athyra detentaba el trono y el Orbe. En aquella época, por un motivo que se nos escapa, cierto jhereg decidió que era necesario eliminar a otro jhereg. Contrató a un asesino, que siguió al tipo en cuestión hasta la fortaleza de un noble de la Casa del Dragón. En virtud de la tradición jhereg (basada en buenos y sólidos motivos, que tal vez analice en otro momento), la víctima se habría salvado si se hubiera quedado en su casa. Ningún asesino le mataría en su propia casa. Nadie puede quedarse en su casa eternamente, como es obvio, y si aquel jhereg hubiera intentado esconderse de tal forma, le habría resultado imposible salir, teleportándose o a pie, sin que le siguieran. Cabía la posibilidad, por supuesto, de que ignorara la sentencia de extinción que pesaba sobre él. Por lo general, todo el mundo lo ignora, hasta que es demasiado tarde.

Fuera por la razón que fuera, se encontraba en el hogar de un Señor Dragón. El asesino sabía que no podía disponer un conjuro de rastreo alrededor del hogar de un elemento neutral. La persona lo averiguaría y, casi con toda seguridad, se ofendería, lo cual no sería bueno para nadie.

Sin embargo, no existe ninguna tradición jhereg que ordene que has de dejar en paz a alguien porque esté en casa de un amigo. El asesino esperó mucho tiempo, hasta convencerse de que la víctima no pensaba marcharse enseguida. Entonces, atravesó las defensas del Señor Dragón y liquidó a su objetivo.

Entonces, las fauces de la Puerta de la Muerte se abrieron.

Por lo visto, los dragones no aprobaban que sus huéspedes fueran asesinados. Exigieron disculpas a la Casa jhereg y obtuvieron una. Después, exigieron la cabeza del asesino y, a cambio, recibieron la cabeza de su mensajero en una cesta.

El insulto, pensaron los jheregs, no era tan excesivo. Al fin y al cabo, no habían destruido el cerebro del pobre desgraciado, o impedido que le resucitaran. Se habían limitado a transmitir un mensaje a los dragones.

Los dragones recibieron el mensaje y enviaron otro. De algún modo, averiguaron quién había expedido el contrato. Al día siguiente de que les devolvieran el mensajero, asaltaron la casa del individuo en cuestión. Le mataron a él y a su familia, y después quemaron su casa. Dos días más tarde, el dragón heredero del trono fue encontrado frente a las puertas del palacio imperial, con una púa de quince centímetros clavada en la cabeza.

Cuatro bares de Lower Rieron Road, todos pertenecientes a jheregs, y todos dedicados a alguna actividad ilegal, en la parte de arriba o en la trasera, fueron asaltados y quemados, y muchos clientes resultaron asesinados. Todos los jheregs presentes fueron asesinados. Se emplearon armas Morganti en algunos.

Al día siguiente, el Señor de la Guerra del Imperio desapareció. A lo largo de los días siguientes, se fueron encontrando fragmentos de su cuerpo en las mansiones de varios nobles dragones.

La Casa del Dragón anunció su intención de borrar del ciclo a la Casa Jhereg. Los dragones afirmaron que pretendían matar a todos y cada uno de los jheregs existentes.

La respuesta de la Casa jhereg consistió en enviar asesinos tras cada general dragón que mandaba a más de mil soldados, y después fue descendiendo.

La rama e’Rieron de los dragones casi fue borrada del mapa, y por un tiempo dio la impresión de que también la e’Baritt.

¿Queréis más?

En conjunto, fue un desastre. La «Guerra Dragón-Jhereg» duró unos seis meses. Al final, cuando el emperador Athyra forzó una reunión entre los líderes dragones supervivientes y el consejo jhereg, y forzó también un tratado de paz, se habían producido algunos cambios. Los mejores cerebros, los mejores generales y los mejores guerreros de la Casa del Dragón habían muerto, y la Casa Jhereg estaba casi arruinada.

Los jheregs admiten que ellos fueron quienes salieron más perjudicados. Era de esperar, pues ellos se encontraban en el fondo del ciclo y los dragones en la cumbre. De todos modos, los dragones no se jactan del desenlace.

Por suerte, el reinado de Athyra fue largo, y el reinado Fénix aún más largo, de lo contrario habría sido muy difícil para la Casa del Dragón adquirir la fuerza suficiente para tomar el trono y el Orbe cuando llegó su turno, a continuación del Fénix. Los jheregs tardaron todo el tiempo restante hasta su turno de asumir el trono, del que les distanciaba casi la mitad del ciclo, o sea, varios miles de años, en estabilizar los negocios.

Recapitulé, mientras repasaba la historia en mi mente. Désele entonces, ningún dragón ha concedido refugio a un jhereg, y ningún jhereg ha intentado cometer un asesinato en la casa de un Señor Dragón.

El Castillo Negro era el hogar de lord Morrolan e’Drien, de la Casa del Dragón.

* * *

—¿Cómo crees que lo hizo? —preguntó Kragar.

—¿Cómo coño voy a saberlo? Encontró una forma de convencer a Morrolan con engaños, seguro. Morrolan sería la última persona en Dragaera que permitiría a un jhereg fugado utilizar su casa.

—¿Crees que Morrolan le echará a patadas, cuando averigüe que le ha manipulado?

—Eso dependerá de cómo le haya engañado Mellar, pero si Morrolan le invitó a ir, nunca permitirá que sufra daño alguno ni le negará asilo, a menos que Mellar se colara sin invitación.

Kragar asintió y reflexionó un rato.

—Bien, Vlad —dijo por fin—, no se quedará eternamente.

—No, pero puede quedarse mucho tiempo. Bastará con que adopte una nueva identidad y descubra un buen sitio al que huir. No podemos tenerle vigilado durante cientos de años, y puede permitirse el lujo de esperar tanto como quiera.

»Aún más —continué—, nosotros no podemos esperar más que unos pocos días. En cuanto la información se haga pública, estamos acabados.

—¿Crees que podemos disponer una red de seguimiento al rededor del Castillo Negro, para saber al menos cuándo se vaya?

Me encogí de hombros.

—Sospecho que a Morrolan no le importaría. Es posible que lo haga él mismo, si se irrita tanto por haber sido manipulado como yo espero, pero aún nos queda el problema del tiempo.

—Supongo que —dijo lentamente Kragar—, como Morrolan es amigo tuyo, no querrá, siquiera por esta vez…

—Ni tan sólo pienso preguntárselo. Bueno, lo haré, si la situación se hace desesperada, pero no creo que existan muchas posibilidades de que acceda. Era un Señor Dragón mucho antes de ser amigo mío.

—¿Crees que podríamos disimularlo como un accidente?

Medité sobre la posibilidad durante largo rato.

—No. Para empezar, el Demonio quiere que se sepa que los jheregs le mataron. De hecho, es el punto fundamental. Además, no estoy seguro de que sea posible. Ha de ser permanente, recuerda. Según las normas de Morrolan, podemos matarle tantas veces como queramos, mientras nos aseguremos de que pueda y sea resucitado a continuación. Cada día asesinan a alguien en el Castillo Negro, pero no se ha producido una muerte permanente desde que el edificio fue construido. Es absurdo provocar un accidente que no sea permanente. ¿Tienes idea de lo difícil que sería preparar un «accidente» que acabe con él sin posibilidad de resucitación? ¿Qué debo hacer, ponerle la zancadilla para que caiga sobre un cuchillo Morganti?

»Y otra cosa más —añadí—, si le matáramos así, no te quepa duda de que Morrolan volcará todos los medios a su alcance en la investigación. Se enorgullece mucho de su historial, y se sentiría probablemente «deshonrado» si alguien muriera, aunque fuera por accidente, en el Castillo Negro. —Meneé la cabeza—. Es un lugar muy extraño. ¿Sabes cuántos duelos se celebran cada día? Y todos con la condición de que no haya mandobles dirigidos a la cabeza, para poder proceder después a la revivificación. Lo comprueba todo él en persona, hasta veinte veces. Si Mellar sufriera un «accidente», existen grandes posibilidades de que terminara por descubrir lo ocurrido.

—De acuerdo —suspiró Kragar—. Me has convencido.

—Una cosa más. Sólo para desechar este método, o alguno parecido, será mejor que deje bien claro que considero a Morrolan un amigo, y no voy a permitir que sufra tal ofensa si puedo impedirlo. Le debo demasiado.

Estás perdiendo los papeles, jefe.

Cierra el pico, Loiosh. De todos modos, ya había terminado.

Kragar se encogió de hombros.

—Vale, me has convencido. ¿Qué podemos hacer?

—Aún no lo sé. Déjame pensar. Y si tienes más ideas, me las comunicas.

—Oh, de acuerdo. Alguien ha de pensar por ti. Lo cual me recuerda…

—¿Sí?

—Una buena noticia entre tanto desastre.

—¿De veras? ¿Cuál?

—Bien, ahora ya tenernos una excusa para hablar con lady Aliera. Al fin y al cabo, es prima de Morrolan, y según me han dicho está viviendo en su casa. Por lo que sé de ella, a propósito, no le va a hacer ninguna gracia que un jhereg haya engatusado a su primo. De hecho, si trabajamos bien, es probable que acabe siendo nuestra aliada.

Extraje una daga y empecé a juguetear con ella, distraído, mientras pensaba.

—No está mal —admití—. Muy bien. Mi principal prioridad será verla a ella y a Morrolan.

Kragar meneó la cabeza con burlón pesar.

—No sé, jefe. Primero, lo de la brujería, y ahora, esto de Aliera. He estado dando vueltas a todas las ideas. Creo que estás patinando. ¿Qué cono harías sin mí?

—Habría muerto hace muchísimo tiempo. ¿Y qué?

Kragar rio y se levantó.

—Nada, nada. ¿Qué hacemos ahora?

—Comunicar a Morrolan que iré a verle.

—¿Cuándo?

—Ya. Trae un brujo para que se encargue de la teleportación. Tal como me siento ahora, no confío en mis conjuros.

Kragar salió, meneando la cabeza con tristeza. Guardé la daga y extendí un brazo hacia Loiosh. Voló y se posó sobre mi hombro. Me detuve junto a la ventana y contemplé las calles. Estaban silenciosas, casi sin transeúntes. Había pocos vendedores callejeros en esta parte de la ciudad y escaso tráfico hasta el anochecer. Para entonces, ya me encontraría en el Castillo Negro, unos trescientos kilómetros al noroeste.

Sabía que Morrolan iba a enfadarse con alguien. Sin embargo, al contrario que un dzur, un dragón airado es impredecible.

Esto podría ponerse realmente feo, jefe, comentó Loiosh.

Sí, lo sé, contesté.