Capítulo 3

3

«Todo el mundo es un depredador».

El «trabajo» presenta tres variantes, cada una de las cuales posee su propio efecto, propósito, premio… y castigo.

La más sencilla no se produce a menudo, pero ocurre con la suficiente frecuencia para haber merecido el calificativo de «normal», La idea consiste en que tú quieres disuadir a un individuo de que emprenda determinada actividad, o bien empujarle hacia otra. En este caso, por una tarifa que empieza en mil quinientos imperiales y continúa elevándose, en función de lo difícil que sea el objetivo, un asesino se encargará de que el individuo seleccionado muera. Lo que ocurra después no importa demasiado al asesino, pero puede que el cadáver sea encontrado al fin por un amigo o pariente, que tal vez quiera y pueda, o no, resucitar a la persona.

La resucitación es muy cara, hasta cuatro mil imperiales para los casos difíciles. Incluso las más sencillas requieren la intervención de un hechicero experto, y el resultado siempre es incierto.

En otras palabras, la víctima despertará, si lo hace, con la certeza de que hay alguien (por lo general conoce su identidad) a quien le es indiferente que viva o muera, y que desea gastar mil quinientos imperiales, como mínimo, para demostrarlo.

Es un descubrimiento bastante aterrador. Me ocurrió una vez, cuando empecé a invadir el territorio de un individuo que era tan duro como yo. Comprendí el mensaje, ya lo creo. Comprendí lo que me estaba diciendo, sin margen de error. «Puedo liquidarte cuando me dé la gana, capullo, y lo haría, sólo que no vale la pena gastar más de mil quinientos imperiales en ti».

Y funcionó. Sethra Lavode me devolvió a la vida, después de que Kiera encontrara mi cuerpo tirado en una cuneta. Di marcha atrás. Nunca más he vuelto a molestar a ese tipo. Algún día, por supuesto…

Para empezar, deberíais comprender que existen leyes bastante estrictas en lo concerniente a las circunstancias en que una persona puede matar legalmente a otra, e implican cosas como «área de duelo autorizada», «testigos imperiales» y así. El asesinato nunca alcanza la calificación de legal. Esto nos lleva al mayor problema del tipo de trabajo que acabo de mencionar: has de conseguir que la víctima no vea tu cara. Si fuera devuelta a la vida y acudiera al Imperio (lo cual es absolutamente contrario a las costumbres jhereg, pero…), el asesino podría ser detenido por su crimen. A continuación, se produciría un interrogatorio y existiría la posibilidad de una condena. Una condena por asesinato pondría un fin permanente a la carrera del asesino. Cuando el Imperio lleva a cabo una ejecución, quema el cadáver para asegurarse de que nadie lo recuperará para resucitarlo.

En el otro extremo de matar a alguien y dejar su cadáver donde pueda ser encontrado y, posiblemente, resucitado, se encuentra un tipo de asesinato especial que casi nunca tiene lugar. Por ejemplo, digamos que un asesino al que habéis contratado es capturado por el Imperio y revela quién le contrató, para salvar su alma carente de valor.

¿Qué hacer? Ya has jurado matarle; la protección del Imperio no será suficiente para mantenerle a salvo de un asesino de primera. Pero eso no es suficiente para alguien tan rastrero como para denunciarte al imperio. Bien, ¿qué haces? Procuras reunir, como mínimo, oh, seis mil imperiales, y conciertas una cita con el mejor asesino que puedas encontrar, un profesional de primera, le das el nombre del objetivo y dices «Morganti».

Al contrario que en otro tipo de situaciones, es probable que debas explicar tus motivos. Hasta el asesino más frío y perverso considerará de mal gusto utilizar un arma que destruirá el alma de una persona. Existe la posibilidad de que se niegue, a menos que tengas muy buenos motivos para pedir que se haga de esa forma y no de otra. Hay ocasiones en que es la única alternativa. He trabajado de esa forma dos veces. En ambas, estaba plenamente justificado. Lo estaba, creedme.

Sin embargo, así como los jheregs hacen excepciones en los casos en que se vaya a utilizar un arma Morganti, lo mismo ocurre con el Imperio. Olvidan de repente todas sus normas contra la tortura de los sospechosos y los sondeos mentales forzados. El peligro es muy real en esos casos. Cuando acaban contigo, entregan lo que sea a una hoja Morganti, como forma de justicia poética, supongo.

Existe, no obstante, un feliz terreno intermedio entre los asesinatos Morganti y las advertencias fatales: el pan y la sal del asesino.

Si quieres que alguien se vaya y no vuelva, y estás relacionado con la organización (no conozco a ningún asesino tan estúpido como para trabajar al servicio de alguien ajeno a la Casa), has de pensar que va a costarte, al menos, tres mil imperiales. El precio será más alto si la persona es especialmente dura, difícil de matar o importante. La cifra más alta de la que tengo noticia es, bien, perdonad, sesenta y cinco mil imperiales. Ejem. Espero que a Mario Nieblagrís le pagaran una cantidad mucho más elevada por matar al viejo emperador Fénix antes del Interregnum, pero nadie me ha revelado esa suma.

Bien, queridos asesinos, me preguntáis cómo lograr que un cadáver siga siendo un cadáver como es debido, ¿eh? ¿Sin utilizar un arma Morganti, cuyos problemas ya hemos comentado? Conozco tres métodos y he utilizado los tres, y combinaciones, a lo largo de mi carrera.

Primero, tomad precauciones para que el cuerpo no sea encontrado antes de tres días completos, después de los cuales su alma partirá. El método más común consiste en pagar unos honorarios moderados, entre trescientos y quinientos imperiales, a unas hechiceras de la Mano Izquierda de Jhereg, quienes se encargarán de que nadie toquetee el cadáver durante el período necesario. Claro que siempre podéis esconderlo vosotros mismos; es arriesgado, y nada agradable, que os vean cargados con un cadáver por ahí. Despierta habladurías.

El segundo método, si no sois tan avaros, es pagar a esas mismas hechiceras una cantidad cercana a mil o incluso mil quinientos de vuestros imperiales recién adquiridos, y se encargarán, pase lo que pase, de que el cuerpo nunca sea resucitado. O, en tercer lugar, podéis impedir la resurrección del cadáver: quemadlo, cortadle la cabeza… Utilizad vuestra imaginación.

En cuanto a mí, me ceñiré a los métodos que desarrollé en el curso de mis dos primeros años de trabajo: horas de planificación, elección del momento oportuno, cálculos precisos y un solo cuchillo, afilado y preciso.

Aún no la he cagado.

* * *

Kragar me estaba esperando cuando regresé. Le informé de la conversación y el resultado. Habló con sensatez.

—Es una pena que no tengas un «amigo» al que pasar la pelota —comentó cuando hube terminado.

—¿Qué quieres decir, amigo? —pregunté.

—Yo… —Pareció sobresaltado por un momento, y luego sonrió—. Ah, no. Tú aceptaste el trabajo; tú lo harás.

—Lo sé, lo sé, pero ¿a qué te referías? ¿Crees que no damos la talla?

—Vlad, ese tío es bueno. Estaba en el Consejo. ¿Crees que bastará con acercarte a él y meterle una daga en el ojo izquierdo?

—No he querido insinuar que iba a ser fácil. Hemos de trabajar un poco…

—¡Un poco!

—De acuerdo, mucho. Trabajaremos mucho para diseñar el plan. Ya te he dicho lo que voy a sacar, y ya sabes cuál es tu porcentaje. ¿Qué le ha pasado a tu sentido innato de la codicia?

—No lo necesito. Tú tienes bastante por los dos.

Hice caso omiso del comentario.

—El primer paso consiste en localizar al tipo —dije—. ¿Se te ocurre algún método de averiguar dónde puede estar escondido?

Kragar compuso una expresión pensativa.

—Voy a decirte una cosa, Vlad: sólo por esta vez, para variar, tú te encargas del plan, y cuando hayas terminado, yo me cargo al tipo. ¿Qué dices?

Le dirigí la mirada más elocuente de que fui capaz.

—Está bien, está bien. —Suspiró—. ¿Dices que ha ocultado su rastro mediante magia?

—Por lo visto. Por si acaso, el Demonio está utilizando lo mejor que existe para buscarle de esa forma.

—Ummmm. ¿Trabajamos dando por sentado que el Demonio tiene razón, que el tipo se ha ido a Oriente?

—Buena pregunta. —Reflexioné—. No. Vamos a empezar sin dar nada por sentado. Lo que sabemos, porque el Demonio lo garantizó, es que Mellar no se encuentra en un radio de ciento cincuenta kilómetros alrededor de Adrilankha. De momento, asumamos que está en algún lugar del exterior.

—Lo cual incluye unos cuantos miles de kilómetros cuadrados de selva.

—Es cierto.

—No vas a hacer un esfuerzo para facilitar mi vida, ¿verdad?

Me encogí de hombros. Kragar permaneció un rato en silencio, pensativo.

¿Crees que podríamos localizarle mediante la brujería, Vlad? Dudo que haya pensado en protegerse contra eso, aunque pudiera.

¿Brujería? Déjame pensar… No sé. La brujería no es muy útil para ese tipo de cosas. O sea, es probable que pudiera encontrarle, hasta el punto de conseguir una imagen y una posición psiónicas, pero es imposible obtener de eso una localización, o coordenadas de teleportación, ni nada realmente útil. Tal vez podríamos usarla para comprobar que está vivo, pero a mí me parece que es evidente.

Kragar asintió, pensativo de nuevo.

—Bien —dijo al cabo de un rato—, si tienes una posición psiónica, es posible que obtengas algo que Daymar pueda utilizar para averiguar su paradero. Es un especialista en ese tipo de cosas.

—Una buena idea. Daymar era extraño, pero la psiónica era su especialidad. Si alguien podía hacerlo, era él.

—No estoy seguro de que debamos complicar a mucha gente en el caso —dije—. Al Demonio no le hará feliz la cantidad de filtraciones en potencia que vayamos acumulando. Además, Daymar ni siquiera es un jhereg.

—Pues no se lo digas al Demonio —replicó Kragar—. La cuestión es que hemos de encontrarle, ¿no? Y sabemos que Daymar es de confianza, ¿no?

—Bueno…

—Oh, vamos, Vlad. Si le dices que no hable de ello, no lo hará. Además, ¿dónde vas a conseguir ayuda experta de esa categoría, sin pagar nada? A Daymar le gusta exhibir sus habilidades; lo haría gratis. ¿Qué podemos perder?

Enarqué una ceja y le miré.

—Eso es lo que hay —admitió—, pero pienso que el riesgo de contar a Daymar sólo lo imprescindible es insignificante. Sobre todo si piensas en lo que vamos a obtener a cambio.

—Si lo consigue.

—Creo que es capaz —dijo Kragar.

—De acuerdo. Me has convencido. Calla un momento mientras pienso en lo que voy a necesitar.

Repasé en mi mente lo que debería hacer para localizar a Mellar, y lo que sería necesario para que Daymar siguiera su rastro a continuación. Me habría gustado saber más sobre el método utilizado por Daymar, aunque me lo imaginaba. Debía de ser un conjuro muy preciso, que funcionaría si Mellar carecía de bloqueos contra la brujería.

Confeccioné una lista mental de lo que necesitaba. Nada extraordinario; ya lo tenía todo, excepto un pequeño detalle.

—Kragar, haz correr la voz por las calles de que me gustaría ver a Kiera. Cuando le vaya bien, por supuesto.

—De acuerdo. ¿Alguna preferencia sobre el lugar de encuentro?

—No, un… ¡Espera!

Me interrumpí y medité unos momentos. En mi oficina tenía protecciones y alarmas brujéales. Sabía que eran difíciles de burlar, y no quería que aquella información se filtrara. De todos modos, el Demonio se disgustaría si llegaba a saber que me había puesto en contacto con Kiera. No me agradaba la idea de que alguno de sus agentes me viera hablando con ella en un local público. Por otra parte, Kiera era…, bien, Kiera. Ummm. Cruel dilema.

A la mierda, decidí. Le daría un pequeño susto al personal. Les sentaría bien.

—Me gustaría verla aquí, en mi oficina, si ella está de acuerdo.

Kragar se sobresaltó y dio la impresión de que iba a decir algo, pero cambió de idea, supongo, cuando comprendió que yo ya había pensado en todas las objeciones.

—De acuerdo —dijo—. Hablemos ahora de Daymar. Ya sabes los problemas que nos depara localizarle. ¿Quieres que piense en una forma?

—No, gracias. Yo me ocuparé.

—¿Tú sólito? ¡Caramba!

—No. Loiosh me ayudará. ¿Te sientes mejor?

Rio y se fue. Me levanté y abrí la ventana.

Loiosh, localiza a Daymar.

Como ordene Su Majestad, contestó.

Puedes ahorrarte el sarcasmo.

Una risita telepática constituye una experiencia peculiar. Loiosh emprendió el vuelo.

Volví a sentarme y clavé la vista en la lejanía durante un rato. ¿Cuántas veces me había encontrado en una situación semejante? En el momento mismo de empezar un trabajo, sin tener ni idea de adonde iba ni cómo llegar. Nada, en realidad, salvo una imagen de cómo terminaría: con un cadáver. ¿Cuántas veces? No era una pregunta retórica. Sería mi cuadragésimo segundo asesinato. Mi primer pensamiento fue que iba a resultar poco diferente de los demás, a cierto nivel, en cierta manera, en cierto grado. Poseo recuerdos precisos de cada uno. El procedimiento que empleo antes de hacer el trabajo es tal que no olvido ninguno. He de llegar a conocerlos demasiado bien. Esto constituiría un problema si fuera propenso a las pesadillas.

¿El cuarto? Era el sicario que pedía siempre un buen licor después de cenar y dejaba la mitad de la botella en lugar de una propina. El duodécimo era un matón de poca monta, aficionado a guardar el dinero en billetes del máximo valor. El decimonoveno era un hechicero que llevaba siempre un paño consigo para sacar brillo a sus empleados, cosa que hacía constantemente. Las víctimas siempre poseen alguna característica distintiva. A veces se trata de algo que me resulta de utilidad; suele ser, casi siempre, algo que se queda grabado en mi memoria. Cuando conoces bastante bien a alguien, se convierte en un individuo, por más que te esfuerces en considerarle tan sólo una cara…, o un cadáver.

Pero si te dejas de puñetas, terminas convencido de que las similitudes son importantes. Porque cuando llegan a mí como nombres mencionados en una conversación, después de una comida tranquila, rematada por una bolsa cuyo contenido oscila entre mil quinientos y cuatro mil imperiales, todos se reducen a lo mismo, y los trato igual: planifico el trabajo y lo ejecuto.

Solía trabajar al revés. Después de averiguar todo cuanto podía acerca de sus costumbres, de seguirles, de adaptarme a sus horarios durante días, en ocasiones durante semanas, decidía dónde quería que sucediera, lo cual solía determinar la hora, y a menudo el día. Después, era cuestión de empezar a partir de allí y organizar las cosas hasta que todos los factores encajaban. La ejecución sólo era interesante si cometía alguna equivocación a lo largo del proceso.

Kragar me preguntó una vez en que yo me sentía particularmente sensible si me gustaba matar gente. No contesté, porque lo ignoraba, pero me hizo pensar. Aún no estoy seguro al cien por cien. Sé que me gusta planificar un trabajo y ponerlo en marcha para que todo funcione. Pero ¿matar? Creo que ni me gusta ni me deja de gustar; sólo lo hago.

Me recliné en la silla y cerré los ojos. El inicio de un trabajo como este es como el inicio de un conjuro. Lo más importante es mi estado de ánimo. Quiero estar absolutamente seguro de que carezco de ideas preconcebidas acerca de cómo, dónde, o lo que sea. Eso viene después. Aún no había empezado a estudiar al sujeto, de modo que no tenía nada para avanzar. Lo poco que sabía daba vueltas en mi inconsciente, se asociaba libremente, dejaba que imágenes e ideas emergieran y fueran descartadas. En ocasiones, cuando me encuentro en plena labor de planificación, tengo una súbita inspiración, o lo que aparenta ser un repentino estallido de ingenio. En esos momentos, me considero un artista.

* * *

Salí poco a poco de mis ensoñaciones, con la sensación de que debía pensar en algo. Aún no me había despertado por completo, así que tardé un poco en darme cuenta de lo que pasaba. Un pensamiento errático e inquisidor vagaba en la antesala de mi cerebro.

Al cabo de un rato, comprendí que procedía del exterior. Le concedí libertad para expandirse y tomar forma, hasta que lo reconocí, y descubrí que alguien intentaba establecer contacto psiónico conmigo. Reconocí al emisor.

Ah, Daymar, pensé. Gracias.

De nada, llegó el pensamiento, claro y suave. ¿Querías algo?

Daymar tenía mejor control mental, y más poder, que nadie a quien conociese. Capté directamente de él la sensación de que debía tomar sus precauciones, aun en contacto mental, para no quemar mi mente por accidente.

Me gustaría que me hicieras un favor, Daymar.

¿Sí?

Tenía la característica de lograr que sus «síes» duraran cuatro veces más de lo normal.

Ahora mismo no, le dije, pero para mañana necesitaría una localización.

¿Una localización? ¿Qué clase de localización?

Espero localizar a un tipo que me interesa encontrar, y quiero descubrir una manera de calcular exactamente dónde está. Kragar cree que tú puedes hacerlo.

¿Existe algún motivo por el que no pueda rastrearle ahora?

Tiene un escudo contra los encantamientos de búsqueda. Creo que ni siquiera tú eres capaz de traspasarlo.

Estaba muy seguro de que Daymar no podía traspasar un escudo que estaba repeliendo a los mejores hechiceros de la Mano Izquierda, pero un poco de halagos juiciosos nunca hace daño a nadie.

Oh, dijo. Entonces, ¿cómo esperas localizarle psiónicamente?

Confío en que no se haya protegido contra la brujería. Como la brujería usa el poder psiónico, quizá podríamos dejarle una marca para que tú le localices.

Entiendo. Vas a intentar marcarle con un conjuro, y después yo le localizaré psiónicamente gracias a las marcas que haya dejado. Una idea interesante. Gracias. ¿Crees que funcionará? No.

Suspiré. Daymar, pensé para mis adentros, un día voy a…

¿Por qué no?, pregunté, algo vacilante.

Las marcas no durarán el tiempo suficiente para que yo las rastree. En caso contrario, serán tan tenues que el tipo se dará cuenta, y se limitará a borrarlas.

Volví a suspirar. Nunca discutas con un experto.

De acuerdo, dije. ¿Se te ocurre algo efectivo?

Si.

Aguardé, pero no continuó. Daymar, dije para mis adentros, definitivamente, un día voy a…

¿Qué es?

Lo opuesto.

Se explicó. Hice algunas preguntas, y fue capaz de contestarlas, más o menos.

Empecé a pensar en qué clase de conjuro debería utilizar para conseguir el efecto de que me había hablado. Un cristal, decidí, y luego empezaría el conjuro igual que el otro, y luego… Recordé que Daymar seguía en contacto conmigo, lo cual, a su vez, suscitó otra cuestión que debía clarificar, teniendo en cuenta con quién estaba tratando.

¿Serás tan amable de localizarle por mí?, pregunté.

Siguió una breve pausa.

Claro…, si me dejas mirar cómo realizas el conjuro.

¿Por qué no me siento sorprendido? Suspiré para mis adentros una vez más.

Trato hecho, contesté. ¿Cómo me pongo en contacto contigo? ¿Puedo contar con encontrarte en casa, si vuelvo a enviar a Loiosh?

Daymar reflexionó unos momentos.

Es probable que no. Me abriré al contacto durante unos segundos a la hora en punto, cada hora, a partir de mañana por la mañana. ¿Te va bien?

Estupendo. Me pondré en contacto contigo antes de empezar el hechizo.

Excelente. Hasta entonces.

Hasta entonces. Y gracias, Daymar.

Ha sido un placer.

De hecho, pensé, debía de ser sincero, pero habría sido poco diplomático decirlo. El vínculo se rompió.

* * *

Loiosh regresó un poco más tarde. Abrí la ventana en respuesta a su llamada. Ignoro por qué prefería llamar en lugar de establecer contacto conmigo. Cuando entró, cerré la ventana.

Gracias.

De nada, jefe.

Reanudé mi lectura. Loiosh se posó esta vez sobre mi hombro derecho y fingió leer conmigo. Aunque ¿quién sabe? Quizá había aprendido a leer de alguna manera y no se había tomado la molestia de informarme. No me habría extrañado nada.

El trabajo se había puesto en marcha. No podía avanzar más hasta que supiera dónde estaba Mellar, de manera que dediqué mi atención a averiguar quién era. Me mantuvo ocupado hasta que llegó la siguiente visita, unas horas más tarde.