Capítulo 17

17

«¿Qué has hecho?»

Ahora, imagino, esperáis que os cuente cómo atrapé a Laris después de una larga persecución por las calles de Adrilankha, le acorralé por fin, cómo luchó cual un dzur y conseguí matarle antes que él a mí, ¿verdad? Pues no.

Sólo había dos cosas que podían fallar. Una, que la Hechicera Verde hubiera mentido sobre el paradero de Laris, y dos, que hubiera tenido tiempo de avisarle. Pero, en ambos casos, ¿por que? Para la hechicera, era una simple herramienta, y como habíamos descubierto qué tramaban, ya no le era de utilidad.

En realidad, no creía que la Hechicera Verde hubiera tenido tiempo de prevenir a Laris antes de que Norathar la ultimara. Y, si había mentido sobre su paradero, daba igual. Expliqué mi plan a todos los reunidos en mi oficina, lo cual me llevó media hora. Recalqué algo en particular.

—Si alguno de los presentes cree que le beneficiará advertir a Laris de lo que se avecina, ya puede olvidarlo. Alguien apoyaba a Laris. Esa persona ha muerto. En este momento, sólo tenemos piedras planas, y él sólo tiene redondas. Que nadie intente pasarse de listo.

Rebusqué en el último cajón de la izquierda hasta encontrar un arma adecuada, un estilete de mango delgado y quince centímetros de hoja. Lo guardé en el lado derecho del cinturón. Esperamos otra media hora; después, Shoen y Chimov se levantaron y salieron. Los demás esperamos diez minutos más, y luego nos pusimos en pie.

—Suerte, jefe —dijo Kragar.

—Gracias.

Loiosh voló por encima de nosotros y nos encaminamos hacia Malak Circle. Cawti nos precedía. Bastones y Bichobrillante iban a mi derecha e izquierda, respectivamente, y los demás caminaban delante y detrás.

Llegamos a la plaza y corrimos hacia la calle del Muelle. Casi habíamos llegado a Platería, cuando recibí un mensaje de Shoen

Hay cuatro fuera, jefe. Dos en la puerta, dos haciendo rondas.

De acuerdo. Enviaré refuerzos.

Gracias.

—Narvane y Sonrisas, adelantaos. Shoen dirige la operación, Tenéis cinco minutos para montar el dispositivo.

Salieron corriendo, mientras los demás caminábamos con parsimonia, como si fuéramos de paseo.

Todo despejado todavía, jefe.

De acuerdo.

Cawti me miró y yo asentí. Seis minutos después, Shoen informó.

Todo preparado, jefe. Tardaremos entre cinco y noventa segundos, en función de dónde estén los patrulleros.

De acuerdo. Esperad.

Llegamos al punto del Muelle donde se curva, antes del cruce con Una-Garra.

¿Cómo están dispuestos. Shoen?

Si das la orden ahora, unos treinta segundos.

Hazlo.

De acuerdo.

Levanté la mano y nos paramos. Conté mentalmente diez segundos, y empezamos a caminar de nuevo, a paso ligero. Rodeamos la curva y el edificio apareció ante nuestra vista. Las únicas personas que vimos eran Shoen y Chimov. A continuación, Narvane apareció a su lado, y después Sonrisas. Nos reunimos con ellos unos segundos más tarde.

Consulté el Reloj Imperial.

—El bloqueo de teleportación ya estará activado. Compruébalo, Narvane.

Cerró los ojos un momento, y luego asintió.

—La puerta —dije.

—Quizá deberíamos llamar antes —sugirió N’aal.

Shoen y Bichobrillante se quedaron junto a la puerta. Intercambiaron una mirada, asintieron y Bichobrillante descargó su maza sobre el mecanismo de la puerta, al tiempo que Shoen la empujaba con el hombro. La puerta se abrió.

—¿No te sentirías estúpido si estuviera cerrada sin pasar la llave? —preguntó N’aal.

—Cierra el pico —repliqué.

Cawti pasó entre los dos antes de que pudiéramos movernos y entró. Se produjo una confusión de movimientos y oí el ruido cuerpos que caían, mientras Bichobrillante, N’aal y Shoen entraban. Loiosh se posó sobre mi hombro al tiempo que Chimov y Sonrisas traspasaban el umbral. Les seguí, con Bastones y Narvane guardándome las espaldas.

Era un almacén enorme y vacío, con dos cuerpos en el suelo. A ambos sobresalían cuchillos. Vimos la escalera al instante y subimos. No vimos a nadie. Dejé a N’aal y Sonrisas en el rellano del tercer piso, mientras los demás continuábamos la ascensión.

Desembocamos en una sala grande y vacía. A un metro y medio de distancia vimos tres habitaciones, una a la derecha, una delante, y otra a la izquierda. Despachos, supuse.

Cuando avanzamos, tres jheregs salieron de la habitación de la derecha. Se quedaron boquiabiertos. Bastones saltó hacia dos, seguido a unos pasos por Bichobrillante, que aún sujetaba la maza y sonreía como un idiota. Bastones tenía sus bastones. Tardaron unos tres segundos.

Después, envié a Bichobrillante y Shoen a la derecha. Estaba a punto de ordenar a Chimov y Narvane que abrieran la puerta de enfrente, cuando oí:

—¿Qué significa este escándalo, caballeros?

Procedía de la habitación de la izquierda. Reconocí la voz de Laris.

Narvane y yo nos miramos. Estaba delante de la puerta; los demás nos colocamos detrás. Narvane levantó la mano y la puerta se abrió.

Era una habitación pequeña, con ocho o nueve sillas almohadilladas y dos escritorios. Uno de los escritorios estaba vacío; Laris se encontraba detrás del otro. Había otros cuatro jheregs cii la habitación.

Por un instante, nadie se movió. Entonces, Laris se volvió hacia uno.

—Teleportación —ordenó.

Nos limitamos a esperar.

—Hay un bloqueo —explicó el jhereg al que había hablado. Cawti entró en el despacho. Los jheregs continuaron inmóviles. Bastones entró con sus dos garrotes, y después Bichobríllante con su maza. Luego, los demás.

Laris y yo nos miramos, pero ninguno habló. ¿Qué había que decir? Miré a sus protectores, la mayoría con las armas medio desenvainadas. Dije a mis muchachos que se apartaran. Dejamos un camino libre la puerta. Bastones levantó sus armas, miró a los protectores y carraspeo.

—No tiene futuro, caballeros —dijo.

Miraron la horda que formábamos. Después, uno a uno, se fueron levantando

fueron levantando. Extendieron las manos, lejos de sus cuerpos. Uno a uno, sin mirar a Laris, fueron saliendo.

—Todos vosotros, excepto Cawti, acompañadles hasta la salida del edificio —ordené.

Desenvainé la hoja que había elegido.

Cuando estuvimos solos con Laris, cerré la puerta con el pie.

—Es tuyo, Vladimir —dijo Cawti.

Fui rápido. Laris no dijo ni una palabra.

Una hora más tarde estaba mirando a Aliera, boquiabierto.

—¿Qué has hecho?

—La revivifiqué —dijo, y me miró con aire perplejo, como diciendo: «¿Por qué te parece raro?».

Yo estaba sentado en la biblioteca del Castillo Negro, con Morrolan, Cawti, Norathar y Sethra. Aliera estaba recostada, pálida pero con aspecto saludable.

Farfullé como si estuviera cocido de klava, y logré articular por fin.

—¿Por qué?

—¿Por qué no? —contestó Aliera—. La matamos, ¿verdad? Ya fue suficiente humillación. Además, la emperatriz es amiga suya.

—Ah, fantástico. O sea que ahora…

—Ya no hará nada, Vlad. No puede hacer nada. Cuando la revivificamos, realizamos una sonda mental y anotamos los detalles de todos los complots en que ha estado implicada, y le dimos una copia para que supiera que lo sabemos. —Sonrió—. Algunos eran muy interesantes.

Suspiré.

—Bien, a tu aire, pero si una mañana despierto muerto, vendré a quejarme.

Así se habla, jefe.

Cierra el pico, Loiosh.

—Creo que hiciste lo correcto, Aliera —dijo Norathar, ante mi asombro.

—Yo también —coreó Sethra.

Me volví hacia esta última.

—¿De veras? Dinos qué hiciste a Sethra la Menor.

—La Casa del Dragón ha decidido que Sethra la Menor nunca será emperatriz o Señor de la Guerra, ni ninguno de sus herederos.

—Um —dije—. Pero ¿qué le hiciste?

Me dedicó una semisonrisa soñadora.

—Creo que encontré un castigo apropiado para ella. La obligué a explicarme todo el asunto, y después…

—De acuerdo. ¿Qué dijo?

—Nada sorprendente. Deseaba conquistar Oriente, y se quejo a la Hechicera Verde, que era amiga suya, de que cuando lord K’laiyer fuera emperador, no autorizada la invasión de Oriente. La hechicera fraguó un plan para lograr que Adron se convirtiera en heredero del dragón, porque sabían que Adron nombrada Señor de la Guerra a Baritt, y Baritt apoyaba la idea de la invasión. Baritt accedió, sobre todo porque pensaba que Adron seda un emperador mejor que K’laiyer… Lo siento, Norathar.

Norathar se encogió de hombros. Sethra continuó.

—Después del Desastre de Adron, dejaron reposar las cosas. Cuando Zerika ocupó el trono y el plan se puso en marcha de nuevo, se demostró que Morrolan era el heredero. Dispusieron que Sethra la Menor se hiciera amiga de Morrolan y descubrieron que no se opondría a la invasión, de modo que se tranquilizaron. Cuando Miera apareció de la nada y se convirtió en heredera, volvieron al trabajo. Adoptaron la idea de desacreditar a Miera y Morrolan, utilizando tu amistad como Vlad. Ya conocían a Laris, porque se había ocupado de parte del trabajo sucio del análisis genético. Cuando Baritt se negó a colaborar, ordenaron a Laris que le asesinara. Después utilizaron el crimen como amenaza para que Laris te atacara. Por lo visto, estaba muy ansioso por apoderarse de tu territorio, Vlad, pero tuvieron que convencerle para que no te matara enseguida. Le dijeron que podría hacerlo cuando sus planes se consumaran. Ya sabes el resto, creo.

Asentí.

—De acuerdo. En cuanto a Sethra la Menor…

—Ah, sí. Pedí a la Nigromántica que la trasladara a otro Plano. Similar a Dragaera, pero allí el tiempo transcurre a una velocidad diferente.

—¿Está encerrada?

Se me antojó bastante cruel; mejor matarla. Además, no estaba tan disgustado con ella como con la Hechicera Verde.

—No —dijo Sethra—. Podrá volver cuando haya terminado su tarea. No tardará más de una semana de nuestro tiempo.

—¿Tarea?

—Sí. —Una vez más, Sethra exhibió su sonrisa soñadora—. La puse en el desierto, con mucha comida, agua, techo y un palo. La obligué a escribir «No me entrometeré en el Consejo del Dragón» en la arena, ochenta y tres mil quinientas veintidós veces.

Imaginaos un anciano, oriental, de casi setenta años, una edad muy impresionante para nuestra raza. Está en buena forma para su edad. Es pobre, pero no indigente. Ha criado una familia en mitad del Imperio Dragaerano, y lo ha hecho bien. Ha enterrado (una expresión oriental para «sobrevivido»; ignoro por qué a una esposa, una hermana, una hija y dos hijos. El único superviviente varón es un nieto, que cada pocas semanas está a punto de ser asesinado.

Está casi completamente calvo, con un solo mechón de cabello blanco. Es un hombre gordo, corpulento, pero sus dedos son aún lo bastante veloces con el espadín para dar trabajo a un hombre más joven, y para sacudir de encima la hechicería a cualquier dragaerano incapaz de comprender la esgrima al estilo oriental.

Vive en el ghetto oriental, en la parte sur de Adrilankha. Se gana la vida como brujo, porque se niega a permitir que su nieto le mantenga. Se preocupa por su nieto, pero no lo demuestra. Le ayuda, pero no vive de sus hijos, y no vive por ellos. Cuando uno de sus hijos intentó convertirse en un dragaerano de imitación, se entristeció, convencido de que su hijo estaba condenado a la decepción, pero jamás pronunció una palabra de crítica.

Fui a ver a este viejo caballero el día después de la muerte de Laris. Caminar entre las inmundicias de la calle me dio ganas de vomitar, pero las disimulé. En cualquier caso, todos sabemos que los orientales son inmundos, ¿verdad? Fijaos en cómo viven. Da igual que no sepan utilizar la hechicería para mantener limpios sus barrios, como hacen los dragaeranos. Si quieren utilizar la hechicería, pueden convertirse en ciudadanos del Imperio mediante el expediente de trasladarse al campo y convertirse en tecklas, o comprando títulos de la Casa Jhereg. ¿No quieren ser siervos? Son tozudos, ¿verdad? ¿No tienen el dinero para comprar títulos? ¡Claro que no! ¿Quién les daría un buen empleo, con lo sucios que van?

Intenté que la mierda no me molestara, y Cawti también, pero vila tensión en sus ojos y la noté en su paso decidido. Tendría que haberme complacido volver allí: chico oriental triunfador pasea por su antiguo barrio. Tendría, pero no era así. Me sentía fatal.

No había ningún letrero encima de la tienda de mi abuelo, y nada en el escaparate. Toda la gente del barrio sabía quién era y lo que hacía, y los demás le eran indiferentes. Los dragaeranos habían dejado de utilizar la brujería cuando el Interregnum terminó, y la hechicería volvió a funcionar.

Cuando pasé bajo la entrada (no había puerta), mi cabeza rozó un juego de campanillas, que se pusieron a tintinear. Me daba la espalda, pero vi que estaba fabricando velas. Se volvió y una sonrisa casi desdentada iluminó su cara.

—¡Vladimir! —exclamó.

Me miró, sonrió a Cawti y volvió a mirarme. Nos podíamos comunicar psiónicamente (él me había enseñado la técnica), pero se negaba a hacerlo a menos que fuera necesario. Consideraba la comunicación psiónica algo demasiado precioso para utilizarse con frivolidad, pese a que, como era su costumbre, nunca me criticaba por usarla a mi manera. Por lo tanto, nos desplazábamos cuando queríamos hablar. Como debíamos atravesar zonas donde caminar sólo era peligroso para los orientales, y como se negaba a ser teleportado, casi nunca abandonaba su zona.

—Vladimir —repitió—. ¿Quién es ésta?

Loiosh voló hacia el viejo, como si la pregunta se refiriera a él, y aceptó complacido que le rascara el cuello.

—Noish-pa —dije—. Me gustaría presentarte a Cawti.

Ella le dedicó una reverencia, que satisfizo mucho al anciano.

—Cawti —repitió—. ¿Tienes algún patronímico?

—Ya no —contestó ella.

Se mordió el labio. Algún día le preguntaría qué significaba, pero ahora no.

El abuelo le dedicó una sonrisa cordial, luego me miró, con los ojos algo centelleantes, y enarcó una ceja blanca.

—Nos gustaría casamos —dije—. Queremos tu bendición.

Avanzó y la abrazó, y la besó en ambas mejillas. Después, me abrazó. Cuando nos apartamos, vi lágrimas en sus ojos.

—Me alegro por ti —dijo.

Luego frunció el entrecejo, apenas un momento, pero yo sabía cuál era su pregunta.

—Lo sabe —dije—. Trabaja en lo mismo que yo.

Suspiró.

—Oh, Vladimir, Vladimir. Ve con cuidado.

—Lo haré, Noish-pa. Las cosas me van mejor. Casi lo perdí todo hace poco, pero ahora todo va bien.

—Estupendo. ¿Cómo estuviste a punto de perderlo todo? Eso no es bueno.

—Lo sé, Noish-pa. Por un momento, las sombras me distrajeron y no pude ver el objetivo.

Asintió.

—Entrad, comed algo.

—Gracias, Noish-pa.

—Gracias…, Noish-pa —dijo Cawti con timidez (creo que fue la única vez en su vida que se sintió tímida por algo).

Y la sonrisa del abuelo se hizo aún más amplia cuando nos condujo hacia el interior.

Al día siguiente me trasladé a la oficina de Laris y puse en marcha los negocios. Me encontré con Toronnan y hablé de controlar la zona que Laris había dirigido…, pero ésa es otra historia. Además, mientras pronuncio estas palabras, aún no sé cómo saldrá, de modo que será mejor callar. Aún espero noticias sobre Wym y Mirafn, y he ofrecido dinero por sus cabezas, de manera que espero verles pronto…, en cierto sentido.

El mismo día que me trasladé a la antigua oficina de Laris, tuve por fin la oportunidad de cocinar para Cawti. Debo decir que me superé: ganso con pimienta roja oriental, albóndigas de kethna al estilo Valabar, con crema de anís…, pero no creo que esto os interese.

No obstante, diré que, mientras cocinaba, topé con una cebolla que tenía un punto malo en un lado. Eliminé el punto, y el resto de la cebolla estaba en perfectas condiciones.

A veces, la vida es así.