Capítulo 16

16

«Vladimir y yo nos limitaremos a observar»

Nos miramos mutuamente. Después, Morrolan carraspeó.

—¿Cenamos? —dijo.

—¿Por qué no? —contestó Sethra.

Morrolan dio las órdenes pertinentes. No tengo ni idea de lo que trajeron, pero debí comer, porque no recuerdo que después tuviera hambre.

—¿Estarán aquí esta noche? —preguntó Norathar en un momento dado.

—Eso espero —contestó Morrolan.

No hubo necesidad de preguntar a quiénes se refería.

—Quizá deberíamos pensar en ir a su encuentro. ¿Estás de acuerdo, hermana? —preguntó Norathar a Cawti.

—Aquí no —dije—. Morrolan prohíbe los malos tratos a sus invitados.

—Gracias, Vlad —dijo Morrolan.

—De nada.

—Pero dadas las circunstancias… —empezó Miera.

—No —replicó Morrolan.

Intervine antes de que estallara otra tormenta.

—Deberíamos verificar todas nuestras suposiciones antes de proceder.

Norathar me miró.

—¿Quieres decir que no estás seguro?

—Estoy seguro, pero deberíamos verificarlas.

—¿Cómo?

—Sé una manera. Puede que tardemos un poco, pero estamos comiendo.

Fentor

¿SÍ, mi señor?

¿Ya has localizado al propietario de esos apartamentos?

No, mi señor.

Quizá te servirán de ayuda dos nombres que pueden estar relacionados. Sethra la Menor y la Hechicera Verde.

Lo comprobaré mi señor.

Muy bien. Ponte en contacto conmigo en cuanto sepas algo.

Sí mí señor.

—Con suerte —dije en voz alta—, pronto sabremos algo.

—Vladimir, ¿cómo deberíamos abordarlas? —preguntó Cawti.

—Sí —dijo con sequedad Morrolan—. No querrás que te convierta en sapo.

—Me cuidaré de ello —dije—. En cualquier caso, no podemos atacarlas aquí, si queremos hacerles algo permanente. ¿Sabe alguien dónde vive la hechicera?

—Nunca se sabe dónde vive un yendi —apuntó Sethra.

—Sí. Una posibilidad es Laris. Si puedo concertar una cita con él, quizá sea capaz de demostrarle que sus amigas le están apuñalando por la espalda. Tal vez nos ayude a tenderles una trampa.

—¿No vas a intentar matarle? —preguntó Miera—. Si no lo haces tú, lo haré yo.

—Y yo —añadió Norathar.

—Claro que sí, pero no tiene por qué saberlo.

Miera entornó los ojos.

—No quiero saber nada de ese plan.

—Ni yo —dijo Morrolan.

—Ni yo —dijo Sethra.

—Ni yo —dijo Norathar.

Suspiré.

—Sí, lo sabía; Insistís en que todo sea honroso, recto y a plena luz del día. No es justo aprovecharse de alguien, sólo porque intenta asesinarte y conspirar contra tus amigos, ¿verdad?

—Exacto —replicó Miera, con una expresión de rectitud absoluta.

—Los dragones me asombráis. Afirmáis que es injusto atacar a alguien por la espalda, pero resulta que un combate es justo incluso cuando lucháis contra alguien que sabéis más débil, menos experimentado y menos hábil que vosotros. ¿Eso no es aprovecharse? Basura.

—Vlad, es una cuestión de… —empezó Morrolan.

—Da igual. Ya pensaré en algo… Espera un momento, creo que voy a recibir la verificación.

Sostuve una breve conversación con Fentor, y después me Volví hacia ellos.

—Está confirmado —dije—. Sethra la Menor, mediante intermediarios, es la dueña de una hilera de apartamentos que fueron utilizados como parte de la estratagema del atentado que llevaron a cabo contra mí Cawti y su amiga, la Señor Dragón.

—Muy bien —dijo Morrolan—. ¿Cómo procedemos?

—Es absurdo utilizar la sutileza contra un yendi —dijo Sethra—. Que sea sencillo.

—¿Otro axioma?

Sonrió con frialdad.

—Yo me encargaré personalmente de Sethra la Menor.

—Es bastante sencillo —dije un poco más tarde—, pero Cawti y yo no estamos en nuestra mejor forma después de una teleportación.

—Cawti y tú no tendréis que hacer nada —dijo Miera. Miré a Cawti.

—No importa —dijo—. Vladimir y yo nos limitaremos a observar.

Asentí. Mi intención era hacer algo más que eso, pero era Innecesario proclamarlo. Excepto…

—Perdona, Morrolan, pero por mi propia seguridad, ¿puedes prestarme un cuchillo Morganti?

Frunció el entrecejo.

—Como quieras.

Se concentró un momento. Al poco apareció un criado con una caja de madera. La abrí y vi una pequeña daga con empuñadura de plata, embutida en una vaina forrada de cuero. La extraje un poco y reconocí al instante el tacto de un arma Morganti. La envainé de nuevo y la oculté en mi capa.

—Gracias —dije.

—De nada.

Nos levantamos y miramos. Por lo visto, a nadie se le ocurrió ¡ada apropiado que decir, de manera que salimos del pequeño comedor y nos encaminamos a la parte central del castillo, donde estaba el comedor principal.

Entramos y divisamos a Sethra la Menor casi al instante. Loiosh abandonó mi hombro y empezó a revolotear por la sala, a la suficiente altura para no molestar (los techos de la sala de banquetes de Morrolan alcanzaban los doce metros de altura). Morrolan se acercó a Sethra la Menor y habló en voz baja con ella.

La he encontrado, jefe. En la esquina noreste.

Buen trabajo.

Fue la información a Morrolan, que guió a Sethra la Menor en aquella dirección. Los demás convergimos sobre la Hechicera Verde; llegamos a su lado al mismo tiempo que Morrolan. Ella le miró, miró a Sethra, nos miró. Sus ojos apenas se entreabrieron.

—Sethra la Menor —dijo Morrolan—, Hechicera, durante las próximas diecisiete horas no seréis bienvenidas en mi casa. Pasado ese tiempo, podéis volver. —Hizo una reverencia.

Intercambiaron una mirada, y luego desviaron la vista hacia nosotros. Algunas personas empezaron a observar la escena, al intuir que algo extraño ocurría.

Sethra la Menor se dispuso a decir algo, pero calló; tal vez la hechicera le había comunicado psiónicamente que era inútil discutir. Las dos hicieron una reverencia.

Sethra Lavode se colocó detrás de su tocaya y puso una mano sobre su brazo, encima del codo. Intercambiaron una mirada, pero su expresión era impenetrable.

De pronto, la Hechicera Verde desapareció. Loiosh regresó a mi hombro, y yo miré a Aliera. Tenía los ojos cerrados, como si estuviera concentrada. Después, Sethra la Menor desapareció. Sethra Lavode se fue con ella.

—¿Qué le hará? —pregunté a Morrolan.

Se encogió de hombros, sin contestar.

Miera habló poco después, con los ojos todavía cerrados.

-Sabe que sigo su rastro. Si se detiene para romper el conjuro, tendremos tiempo de alcanzarla.

—Irá al lugar que le proporcione más ventaja —dije.

—Sí —contestó Miera.

—Dejadla —dijo Norathar.

Cawti se echó hacia atrás el pelo con ambas manos mientras yo me ajustaba la capa. Nos sonreímos, al damos cuenta de lo que significaba el gesto. Entonces…

—¡Ahora! —dijo Miera.

Sentí que mis tripas se retorcían, y el Castillo Negro se desvaneció.

Lo primero que me llamó la atención fue el calor, una agonía de llamas. Estuve a punto de chillar, pero el dolor se disipó antes de que tuviera la oportunidad. M parecer, nos encontrábamos en medio de un incendio. A mi izquierda, oí una voz seca que decía:

—Un trabajo rápido, Miera.

Reconocí la voz: era la Hechicera Verde.

—Puedes ahorrarte tu bloqueo de teleportación —continuó…—. No voy a ir a ningún sitio.

Pensé que debía haberse preparado mientras nos teleportaba, y nos había arrojado a un horno. Por lo visto, Miera lo había sospechado y dispuesto un conjuro protector a nuestro alrededor, antes de que acabáramos incinerados.

¿Estás bien, Loiosh?

Estupendo, jefe.

Entonces, las llamas se elevaron a nuestro alrededor y desaparecieron. Estábamos en una habitación, de unos seis metros de lado y paredes ennegrecidas. Las cenizas nos llegaban a los tobillos. La Hechicera Verde se erguía ante nosotros, con ojos tan fríos como ardientes eran las llamas. Empuñaba en la mano una sencilla vara de madera.

—Será mejor que os vayáis —dijo con frialdad—. Estoy rodeada por los míos, y no podréis hacerme nada antes de que lleguen.

Miré a Miera.

La Hechicera Verde movió su vara, y la pared que tenía detras se derrumbó. Al otro lado, vi unos treinta dragaeranos, todos armados.

—Última oportunidad —dijo la hechicera, sonriente.

Tosí.

—¿Todos los yendis son tan melodramáticos? —pregunté.

La hechicera hizo una señal, y los dragaeranos avanzaron.

Miera efectuó un ademán, y las llamas volvieron a rodearnos. Después, se apagaron.

—Lo intentaste, querida —dijo la hechicera—, pero yo lo pensé antes.

—Eso veo —dijo Miera. Se volvió hacia Morrolan—. ¿La prefieres a ella, o a los soldados?

—Tú eliges.

—Me ocuparé de ella.

—Muy bien —dijo Morrolan, y desenvainó a Varanegra.

Observé los rostros de los hombres y mujeres a quienes nos enfrentábamos cuando se dieron cuenta de que empuñaba un arma Morganti, un poder que, sin duda, ninguno había conocido jamás. Morrolan caminó con parsimonia hacia ellos.

—Recuerda que sólo hemos venido a mirar —dije a Cawti.

Me dirigió una mirada nerviosa.

Entonces, percibí un veloz movimiento a mi lado y vi que Norathar se precipitaba hacia la hechicera, con la espada remolineando sobre su cabeza. Miera siseó y saltó tras ella. Algún conjuro debió actuar a mi espalda, porque oí una explosión sorda, seguida de una columna de humo.

La hechicera se adelantó a sus soldados y alzó la vara, de la que surgieron llamas en dirección a Norathar y Aliera, pero ésta levanto la mano y se desvanecieron.

Morrolan, Norathar y Miera cargaron contra la primera fila al mismo tiempo. Varanegra cortó una garganta, abrió el pecho del siguiente guardia y, con el mismo movimiento, se hundió en el costado de un tercero. Morrolan saltó a un lado como un gato antes de que alguien le alcanzara, echó Varanegra hacia atrás y abrió en canal dos estómagos. Paró una estocada y empaló la garganta del atacante, retrocedió, se balanceó hacia adelante, casi de puntillas, con la espada a la altura de la cabeza y apuntando a sus enemigos. Una daga larga apareció en su mano izquierda. Los chillidos resonaron en toda la sala, y los que habían estado observando a Morrolan palidecieron.

Vi tres guardias más a los pies de Norathar. Entretanto, Miera manejaba su espada de dos metros y medio como si fuera un juguete, abriendo huecos en las hileras de enemigos. Hasta el momento, llevaba cinco.

Después, aunque parezca increíble, los guardias muertos empezaron a levantarse, incluso los alcanzados por Varanegra. Miré a la hechicera y vi una expresión de profunda concentración en su cara.

—¡Contenles! —gritó Aliera.

Retrocedió un paso, sujetó la espada con la mano derecha y acuchilló el aire con su izquierda. Los cadáveres que habían intentado alzarse se detuvieron. La hechicera agitó su vara. Continuaron. Miera acuchilló el aire. Se detuvieron. Volvieron a intentarlo.

Entonces, Miera hizo otra cosa, y la hechicera lanzó un grito cuando un resplandor azul surgió ante ella. Se desvaneció al cabo de un momento, pero vi que gotas de sudor resbalaban sobre su rostro.

Morrolan y Miera no habían hecho caso del incidente, y más de la mitad de sus enemigos ya habían caído.

—¿Hacemos algo? —mascullé a Cawti.

—¿Para qué? Son Señores Dragón; disfrutan con estas actividades. Déjales.

—Una cosa sí que voy a hacer. Y pronto, al parecer.

—¿Qué?

En aquel momento, Norathar rompió el cordón. La hechicera gritó y movió la vara. Norathar cayó, manoteando en el aire.

Cawti reaccionó antes de que yo pudiera hacer nada. Llegó al lado de su amiga, no sé cómo, y se arrodilló.

Los guardias que habían luchado contra Norathar se volvieron hacia Aliera, y tuvo que defenderse de nuevo. Saqué un par de cuchillos arrojadizos y, sólo para probar, los lancé contra la hechicera. Naturalmente, se desviaron en cuanto se acercaron un poco a ella.

Oí que Morrolan maldecía y vi que su brazo izquierdo colgaba a su costado inutilizado, y que habían aparecido manchas rojas sobre el negro de su capa.

Aliera seguía trabada en algún tipo de combate con la hechicera mientras repelía a tres guardias. Dos más se precipitaron liada ella. Se produjo un enredo imposible de metales, y tres guardias se desplomaron. Miera seguía en pie, pero un cuchillo sobresalía de la parte baja de su espalda, y una espada atravesaba su cuerpo, a la derecha de la columna vertebral, de delante atrás, por encima de la cintura. Parecía ajena al asunto; supongo que la hechicería va bien para esas cosas. No obstante, por buena hechicera que fuera, su vestido daba pena.

Norathar parecía viva, pero atontada. Pensé que no gozaría de una oportunidad mejor. Saqué dos cuchillos de combate y corrí hacia adelante a toda la velocidad de mis piernas, hundidas en la ceniza hasta las pantorrillas. Cuando llegué al lugar de la escabechina, observé a Miera con atención, y después me agaché para esquivar una estocada. Mojé los cuchillos en el estómago de dos guardias incapaces de hacer frente a un oriental que pasaba rodando ante ellos. Después, me encontré detrás de la hilera, a un metro de la hechicera. Rompehechizos cayó en mi mano antes de que me incorporara, y la hice girar ante mi.

La hechicera me había visto, por supuesto, y me recibió con un gesto de su vara. Noté un escozor en el brazo. Chillé y caí hacia atrás.

¡Quédate ahí!

Abrí los ojos y vi que la hechicera había desviado la vista. Me puse en pie con sigilo, desenvainé la daga Morganti que Morrolan me había prestado, me deslicé detrás de ella y golpeé la parte posterior de su cabeza con Rompehechizos.

El efecto que obró sobre ella fue mínimo, porque algún tipo de escudo la rodeaba. Dio un pequeño bote y giró en redondo. Pero, si bien el escudo había impedido que la cadena la golpeara, la cadena había derribado el escudo. Antes de que pudiera reaccionar, se encontró con la punta de una daga Morganti apoyada contra su garganta.

Morrolan y Miera estaban luchando con el último de los guardias, pero Morrolan parecía a punto de desplomarse y los labios de Aliera estaban apretados, concentrada en mantenerse consciente. Cawti ayudó a Norathar a levantarse. Yo no tenía mucho tiempo, así que hablé deprisa.

—Esta contienda no es asunto mío, y me quitaré de enmedio si me das lo que quiero, pero si no me dices dónde está Laris, te degollaré… con esto. Y si le previenes, te perseguiré hasta el fin de mis días.

Ni siquiera vaciló.

—Está en el último piso de un almacén de la calle del Muelle, dos edificios al este de la esquina de Muelle y Una-Garra, en la parte sur de la calle.

Eso os enseñará la clase de lealtad que se puede esperar de la Casa del Yendi.

—Gracias —dije, y retrocedí, sin soltar la daga ni a Rompehechizos.

Volvió la cabeza, como si creyera en mi palabra. Hizo algo cuya intención debía ser recobrar sus defensas. En aquel momento, no obstante, la espada de Kieron, que empuñaba Miera e’Kieron, cortó la cabeza del último guardia.

Morrolan avanzó. Un rayo negro brotó de la punta de Varanegra y alcanzó a la hechicera. Según me dijeron más tarde, volvió a derribar sus defensas. Antes de que pudiera hacer otra cosa, la espada de Norathar describió un arco y la vara de la hechicera salió volando por los aires…, junto con su mano derecha.

La hechicera gritó y cayó de rodillas. Norathar la empaló en aquella posición, por el pecho.

Se hizo un silencio de muerte en la sala. La Hechicera Verde contempló a Norathar con una expresión de absoluta incredulidad. Después, surgió sangre de su boca y cayó hecha un guiñapo a los pies de la Espada del Jhereg.

Cawti se acercó a mí. Moví la cabeza en dirección a los tres, agrupados alrededor del cuerpo.

—Honor en la Casa del Dragón —murmure.

Miera se derrumbó. Cawti apretó mi brazo.

Volvimos al Castillo Negro, dejando el cadáver de la Hechicera Verde donde estaba. Me serví una gigantesca copa de coñac, que desprecio, pero es más fuerte que el vino y no quería sugerir una Niebla de Piarran; no me parecía un momento muy adecuado para celebraciones.

—Era una hechicera muy competente —dijo con voz débil Miera desde el sofá donde la Nigromántica la estaba tratando.

Todos asentimos.

—Vlad —dijo Morrolan, que llevaba el brazo en cabestrillo—, ¿qué le hiciste, y por qué?

—Tenía una información que me interesaba —expliqué—. Me la dio.

—¿Y después la soltaste?

Me encogí de hombros.

—Dijisteis que no necesitabais mi ayuda.

—Entiendo. —Observé que Cawti disimulaba una sonrisa con la mano—. ¿Qué información era ésa?

—¿Recuerdas que estoy en plena guerra? Ella apoyaba a Laris, pero aún le quedan recursos para perjudicarme. No va a tardar mucho en descubrir que su amiga ha muerto. Cuando lo haga, irá a por mí de una vez por todas. He de conseguir que la guerra termine antes de que lo haga. Supuse que conocía el escondrijo de Laris. Espero que no mintiera.

—Entiendo.

Cawti se volvió hacia mí.

—¿Vamos a terminarlo?

Resoplé.

—¿Crees que será tan fácil?

—Sí.

Reflexioné un momento.

—Tienes razón. Lo será.

Cerré los ojos un momento, sólo para asegurarme de que no olvidaba nada.

Kragar.

Hola, Vlad.

¿Cómo van los negocios?

Algo mejor.

Estupendo. Consigue a la Patrulla Ruin. Dentro de dos horas y media exactamente, quiero un bloqueo de teleportación para impedir que nadie abandone determinado almacén.

Le dije dónde estaba.

Comprendido, jefe.

Bien. Dentro de una hora y media exactamente, quiero a las siguientes personas en la oficina: Shoen, Bastones, Bichobrillante, Narvane, N’aal, Sonrisas y Chimov.

Er… ¿Eso es todo?

No seas chistoso.

¿Tenemos algo, Vlad?

Sí. Tenemos algo. Y no quiero errores. Esto debería ser rápido, indoloro y sencillo. Reúne a todo el mundo y asegúrate de contratar a una hechicera competente.

Comprendido, jefe.

El contacto se rompió.

Cawti y yo nos levantamos.

—Bien, gracias por la diversión —dije—, pero temo que hemos de irnos.

Norathar se mordió el labio.

—Si puedo hacer algo…

La miré un momento, y luego me incliné ante ella.

—Gracias, Norathar, y te lo digo con toda sinceridad, pero no. Creo que, por primera vez desde hace meses, todo está controlado.

Les dejamos y bajamos a la entrada, donde un empleado de Morrolan nos teleportó a mi oficina. Esta vez, me ocupé de anunciar nuestra llegada.