Capítulo 14

14

«Debo insistir, lord Morrolan»

Me recliné en la silla.

—La siguiente pregunta —dije— es por qué ellos… ¿Cawti? ¿Qué pasa?

Estaba mirándome con los ojos entornados.

—Nos tendió una trampa —dijo—. El u otra persona.

—Ummmm. Tienes razón. Estaba tan absorto en mi problema que no lo consideré desde vuestro punto de vista.

—Antes dijiste que estaba equivocada, cuando se me ocurrió que lo había hecho otra persona. ¿Por qué?

—Gente de Laris nos pasó la información. Eso significa que él intervino.

—Tienes razón. Por lo tanto, fue él.

—Pero ¿por qué, Cawti? ¿Por qué quiere hacerme pensar que va a por mí?

—Te haré otra pregunta. ¿Por qué nos utilizó?

—Bien, fue convincente, desde luego

—Supongo que sí. Cuando se lo cuente a Norathar…

Calló, y una extraña expresión apareció en su cara.

—¿Qué pasa?

—No se lo puedo contar a Norathar, Vladimir. Ahora es la heredera del dragón, o lo será pronto. Si se mezcla en actividades de los jheregs, perderá su rango. No puedo hacerle eso. Ojalá no le hubiera hablado del anterior atentado contra ti.

—Mmmmm.

—Quedamos sólo tú y yo. Encontraremos a ese bastardo y…

—¿Cómo? Se ha evaporado. Tiene protección contra rastreos de hechicería, incluso bloqueos contra brujería. Lo sé; lo he comprobado.

—Encontraremos una forma, Vladimir.

—Pero ¿por qué? ¿Qué quiere?

Cawti se encogió de hombros, sacó una daga y empezó a lanzarla. Me quedé sin respiración un momento, mientras la miraba. Parecía una versión femenina de mí…

—Muy bien —continué—, ¿cuáles son las anomalías? Primera, contratar a un equipo de asesinas con la reputación de Norathar y tú, sólo para echarse un farol. Segunda, hacerlo de tal manera que lo descubrís y seguís con vida. Debía saber que no os haría ninguna gracia, y…

—No. El único motivo de que esté viva es que Norathar se negó a hablar con Miera a menos que me revivificara. Y el único motivo de que Norathar siga viva es que Miera estaba convencida de que era un Señor Dragón y quería saber su historia. —Lanzó una risita—. De todos modos, Norathar ni quiso hablar con ella.

—Entiendo —dije en voz baja—. No lo sabía. Bien, si ése era su plan, debía contar con que las dos fuerais… Ya lo tengo.

—¿Qué es?

—Espera un momento. ¿Lo tengo? No, tampoco tiene sentido. ¿Por qué…?

—¿Qué es, Vladimir?

—Bien, ¿y si el objetivo era mataros a ti y Norathar? Pero eso carece de sentido.

Cawti meditó unos instantes.

—Estoy de acuerdo; es absurdo. Hay otras formas de asesinarnos. Además, ¿por qué siguió adelante con el farol después de fracasar?

—Estoy de acuerdo, pero… ¿Es posible que Laris estuviera enterado de los antecedentes de Norathar?

—No veo cómo. Supongo que es posible, pero ¿qué más le daba?

—No lo sé, pero piensa: en toda esa teoría, el desliz más razonable es que Norathar y tú sigáis con vida. Hasta el momento, lo único que debía conseguirse era la muerte de ambas. De las dos, lo más sensato es deducir que alguien quisiera matar a Norathar, y eso debe de estar relacionado con su pasado. Supongamos que es así y procedamos. ¿Adónde nos conduce?

—La guerra desencadenada contra ti sigue sin ser explicada. ¿Por qué no la mató, simplemente? O, si le gusta ser tortuoso, ¿por qué no darnos el trabajo de matarte y contratar a otro para que nos liquidara allí?

Asentí.

—Se me escapa algo —admití—. Conozco a la persona con la que vamos a tener que hablar de esto.

—¿Quién?

—¿Qué Señor Dragón está más interesado en saber quién es el heredero? ¿Quién pudo planificar la estratagema, sólo para que Norathar muriera, fuera revivificada y nombrada heredera del dragón, y tal vez provocar atentados contra mi vida, para dotarla de mayor credibilidad? ¿Quién desea más encontrar un nuevo heredero al trono?

Cawti asintió.

—Aliera.

—Voy a dar las órdenes para que nos teleporten.

Cawti y yo nos apoyamos mutuamente para sostenemos. Estábamos en el patio del Castillo Negro, que flotaba sobre un pueblecito situado a unos doscientos cincuenta kilómetros al noroeste de Adrilankha. El pico de la Montaña Dzur se veía hacia el este, una vista mucho más agradable que mirar hacia abajo.

—Estoy mareado —comenté. Cawti asintió.

La pareja que vomita unida permanece unida.

Cierra el pico, Loiosh.

Cawti lanzó una risita. Le dirigí una mirada asesina.

Loiosh, ¿también se lo has dicho a ella?

¿No debía?

No tendrías que haberlo dicho, pero no me refería a eso. Es… interesante.

Para entonces, nuestros estómagos se habían calmado un poco. Nos acercamos a las puertas. Se abrieron y revelaron un amplio vestíbulo, así como a lady Teldra. Nos dedicó los cumplidos habituales, durante los cuales averiguamos que Miera estaba con Morrolan en la biblioteca. Le dije que sabríamos encontrar el camino. Subimos la escalera sin detenemos, como era mi costumbre, a mirar las obras de arte, y llamé a la puerta de la biblioteca.

—Adelante —dijo Morrolan.

Entramos, y al mirar sus caras comprendí que estaba ocurriendo algo insólito: no discutían.

—¿Está enfermo alguno de los dos? —pregunté.

—No —contestó Morrolan—. ¿Qué te induce a preguntarlo?

—Da igual. He de hablar contigo, Aliera. Es probable que también te concierna a ti, Morrolan, así que puedes quedarte.

—Sentaos, pues —dijo Morrolan—. ¿Vino?

—Muchas gracias. —Miré a Cawti. Asintió—. Dos, por favor. ¿Dónde está Norathar?

—La están examinando —explicó Aliera.

—Ah. Quizá sea mejor.

Una de las finas cejas de Aliera saltó.

—¿No debería escuchar esto?

—Aún no, en cualquier caso.

Mientras acercábamos butacas, un criado apareció con vino. Morrolan prefiere los vinos espumosos, mientras yo creo que esos brebajes son una abominación. Como lo sabe, mandó traer un blanco seco y a su temperatura perfecta. Levanté mi copa a modo de saludo, bebí y dejé que mi lengua lo degustara, mientras trataba de pensar en cómo decirle a Aliera lo que debía decirle, y en cómo averiguar de sus labios lo que quería saber.

Cuando se cansó de esperar, habló.

—¿Sí, Vlad?

Suspiré y relaté la historia de los intentos de asesinato lo mejor que pude, sin entrar en más detalles que los necesarios sobre mis asuntos, y sin decir en ningún momento que Cawti había admitido su participación en uno de los intentos. Aliera lo sabía, pero es difícil cambiar las costumbres.

Mientras hablaba, Morrolan y ella se fueron poniendo más y más alerta. Intercambiaron miradas de vez en cuando. Terminé diciendo que no entendía por qué Laris querría matar a Norathar, pero no podía explicar la situación de otro modo. ¿Tenían alguna idea?

—No —contestó Miera—, pero da igual. Y en cuanto localice su rastro, aún importará menos.

Morrolan tosió suavemente.

—Debo sugerir, querida prima, que esperes hasta que la posición de lady Norathar se haya confirmado. Tú eres la actual heredera, y el Consejo no aprueba que los dragones se mezclen con los jheregs.

—¿Y qué? —replicó Aliera—. ¿Qué van a hacerme? ¿Considerarme inadecuada para ser emperatriz? ¡Allá ellos! Además, es seguro que confirmarán a Norathar.

—Yo no diría lo mismo. Tiene una larga historia de relación con los jheregs.

—Completamente justificada, dadas las circunstancias.

—No obstante…

—No obstante, me da igual. Voy a encontrar a ese jhereg y le enseñaré la Espada de Kieron. Estaré encantada de recibir tu ayuda. Ponerme trabas sería un error.

Se levantó y miró a Morrolan.

—¿Y bien?

Me volví hacia Cawti y dije en un tono de voz normal:

—No te preocupes; siempre hacen lo mismo.

Cawti lanzó una risita. Ni Morrolan ni Aliera dieron la impresión de oírla.

Morrolan suspiró.

—Siéntate, Aliera. Esto es absurdo. Sólo te pido que esperes uno o dos días, hasta que conozcamos la decisión del Consejo sobre lady Norathar. Si no la nombran heredera, lo hablaremos entonces. No ganamos nada apresurando las cosas. No puedes encontrarle.

Ella le miró durante un largo momento, y después se sentó.

—Dos días, pues —dijo—. Como máximo. Después, le mataré.

—Yo te ayudaré —dijo Cawti.

Miera se dispuso a protestar, pero Cawti la interrumpió.

—No pasa nada. Olvidas que ya he trabajado con dragaeranos antes. No me importa en absoluto.

Cawti y yo aceptamos de buen grado la hospitalidad de Morrolan, en forma de una buena comida. Luego, me excusé y volví a la biblioteca para pensar a solas.

Todo aquel asunto de Norathar, decidí, estaba bien, pero no me ayudaba a encontrar a Laris, o al menos a sacármelo de encima. Cawti y Aliera ya podían hablar de matarle, pero no le encontrarían más que yo, aunque Aliera dijera la verdad. No podía permitirme el lujo de esperar. Si la situación se prolongaba, me quedaría sin negocios en cuestión de semanas, a lo sumo.

Se me ocurrió que tal vez podría enviarle un mensaje para proponer una tregua, pero él no la aceptaría. Después, recordé el cadáver de Nielar, tendido entre los escombros de su tienda, y los años que yo había trabajado con Temek y con Varg, y supe que yo tampoco la aceptaría.

Lo cual me devolvió a la cuestión de encontrar a Laris, que me devolvió a las principales preguntas: ¿quién había trabajado con Baritt poco antes de su muerte? ¿Era esta persona el patrón de Laris? ¿Cómo encajaba esto en el asunto de Norathar? ¿Era Aliera? Y si no, ¿quién? ¿Cómo averiguarlo de una vez por todas?

Había llegado a aquel punto, cuando Cawti, Morrolan y Aliera entraron.

—Morrolan —dije, antes de que pudieran sentarse—, ¿has averiguado algo sobre aquella athyra?

Intenté observar a Miera mientras formulaba la pregunta, pero su rostro no traicionó nada.

—No. Sethra lo está inventando. ¿Deseas saber algo en particular?

—Sí. Dijiste que un athyra suele ir recomendado por alguien. ¿Puedes averiguar quién recomendó a la que participó en el anterior análisis de Norathar?

Asintió.

—Entiendo la pregunta. Hemos de asumir que esa athyra era, como dirías tú, «un fraude», y quien la recomendó quizá sepa esto. Muy bien, intentaré descubrirlo, pero dudo que existan registros, y es improbable que alguien se acuerde.

—Excepto quien lo hizo, por supuesto. Ummm. ¿Hay alguna manera de confeccionar una lista de todas las personas que pudieron hacer la sugerencia?

Morrolan pareció sorprenderse.

—Pues… sí: debería ser posible. Me encargaré de inmediato.

—Gracias —dije.

—De nada.

—¿De qué servirá, Vlad? —preguntó Miera, después de que Morrolan saliera.

—No lo sé —dije con cautela—. Es imposible decir en una intriga como ésta quién es la víctima voluntaria, la víctima involuntaria y quién está detrás. Pero si averiguamos quién hizo la recomendación, ya tendremos algo.

Asintió.

—¿Y la lyorn?

—Aún no he hablado con ella, pero escucha: me dijeron que la lyorn sólo participó para que se cumplieran todas las formalidades. Digamos que fue así. Nada impide que la misma persona que engañó a Sethra la Menor en el primer examen embaucara a la lyorn.

—Es verdad.

—Por lo tanto, de la gente implicada, tenemos a Sethra la Menor, que fue engañada o participó de buen grado; a la lyron, que fue engañada o participó de buen grado; a Baritt, que fue engañado o participó de buen grado, y luego fue asesinado; y a alguien que se hizo pasar por una athyra, o una athyra que utilizó un nombre falso.

—En otras palabras, no tenemos nada.

—Exacto. Hemos de descubrir quién era esa «athyra»; es la única pista que nos puede conducir al culpable, si no es ella misma.

—Bien, Vlad, ¿no tienes el nombre de la noble lyorn? ¿Por qué no se lo preguntas? Tal vez se acuerde, o al menos lo tenga apuntado. Los lyorns lo apuntan todo.

—Buena idea. —Reflexioné un momento—. ¿Qué haría Aliera si…? Pero a los lyorns no les gusta hablar con jheregs —dije de pronto—. ¿Podrías averiguarlo por mí?

—¿Cómo se llama, y dónde vive?

Se lo dije.

—Lo averiguaré —dijo.

—Gracias.

Nos dedicó una reverencia y se fue.

—¿Por qué has hecho eso, Vladimir?

—Para saber qué hará Aliera al respecto. Si la lyorn aparece muerta dentro de poco, ya tendremos la respuesta. Si no, veremos qué nos dice Miera sobre su conversación con la athyra.

Suspiré y me puse a pensar. Cawti se colocó detrás de mí y empezó a masajearme los hombros. Yo alcé las dos manos y toqué los suyos. Se inclinó sobre mi cabeza y me besó, desalojando a Loiosh.

Sois repugnantes.

Silencio. Estoy ocupado.

Alguien llamó a la puerta. Suspiramos y Cawti se enderezó.

—Adelante —grité.

Norathar entró, con la muerte escrita en su cara. Me puse de pie y miré a Cawti, cuyos ojos estaban trabados con los de Norathar.

—El examen ha demostrado que no eres un dragón —sugerí.

—Os equivocáis —dijo.

—¿Qué ha pasado?

—Me han confirmado como Señor Dragón…, pero no como heredera.

—Oh —dije—. Lo siento. Si preferís…

—No es eso —replicó—. Desean «observarme» por un tiempo antes de proclamarme heredera. He de servir en la Guardia del Fénix para «demostrar» mi fidelidad. ¡Como si albergara algún deseo de ser emperatriz!

Meneé la cabeza.

—¿Hay algún Señor Dragón que no quiera ser emperador?

—Sí —contestó Norathar.

—Bien. ¿Estás disgustada porque no confían en ti lo bastante para nombrarte de inmediato?

—Un poco, pero he descubierto otra cosa. Temo que no puedo hablar sobre eso con vos, lord Taltos, pero mi hermana y yo… —Se calló, y supuse que Cawti y ella estaban hablando psiónicamente. Al cabo de un momento, Norathar se volvió hacia mí—. ¿Lo sabéis?

—¿Por qué fracasó vuestro atentado contra mí, y lo que eso significa?

—Sí.

—Sí.

—Entonces, comprenderéis por qué mi hermana y yo hemos de marchar ahora mismo. Hemos de asistir…

—¿Cómo lo averiguasteis?

—Me lo dijeron.

—¿Quién?

—Juré no decirlo.

—Oh.

—Hasta lue…

—Un momento, por favor. He de pensar. Hay una cosa, antes de que os…

—Apresuraos.

Hice caso omiso de las miradas inquisidoras de Cawti y me puse en contacto.

¡Morrolan! ¡Ven aquí deprisa!

¿Por qué?

¡No hay tiempo! ¡Deprisa!

Y después:

Problemas, Aliera. Morrolan viene hacia aquí. Tú también deberías estar.

Tanto si Aliera era inocente como no, querría detener a Norathar. Eso esperaba yo, al menos.

Morrolan entró como una tromba en la biblioteca, seguido por Aliera al cabo de uno o dos segundos. Morrolan llevaba la espada envainada, pero Aliera empuñaba dos metros y medio de reluciente acero negro. Me miraron.

—¿Qué pasa, Vlad? —preguntó Morrolan.

—Lady Norathar quiere salir a cazar jheregs.

—Y el Consejo del Dragón la ha…

—Eso no es asunto vuestro, lord Taltos —dijo con frialdad Norathar, con la mano sobre el pomo de la espada.

—…aceptado como dragón, pero…

Norathar desenvainó su espada. Loiosh siseó y se acurrucó sobre mi hombro. Vislumbré una expresión angustiada en el rostro de Cawti, pero en aquel momento se materializó en la mano de Morrolan su espada, Varanegra. La movió en dirección a Norathar, y la espada de ésta describió un arco y se hundió en una viga de madera acodada contra la pared de la biblioteca. Miró a Morrolan, estupefacta.

—Mi señora —dijo Morrolan—, no permito que en el Castillo Negro se mate a mis invitados, excepto bajo ciertas condiciones, siempre que puedan ser revivificados. Además, no debería recordaros a vos, un Señor Dragón, las leyes de la hospitalidad.

Al cabo de un momento, Norathar hizo una reverencia.

—Muy bien —dijo. Extrajo su espada de la viga y la envainó con la sencilla eficiencia de un jhereg, en lugar del gesto veloz de un Señor Dragón—. Me voy, en ese caso. Vámonos, hermana.

¡Detenlas, Aliera!

Cuando terminé de «hablar», Morrolan se volvió hacia Miera.

—¿Qué acabas de hacer?

—He dispuesto un bloqueo de teleportación alrededor del Castillo Negro. Espero que no te importe.

Los ojos de Norathar se abrieron de par en par, y luego se entornaron.

—Lord Morrolan —dijo lentamente—, debo insistir…

—Oh, por el amor de Verra —exclamé—. ¿Podéis concederme treinta segundos para terminar la frase?

—¿Por qué?

—¿Por qué no?

Me traspasó con la mirada, pero los Señores Dragón han intentado traspasarme con la mirada desde que tenía diecinueve años.

—El Consejo del Dragón desea observarla durante un tiempo —dije—, antes de proclamarla oficialmente heredera. Si sale a cazar jheregs, se acabó. Pensé que ambos deberíais saberlo, para tener al menos la oportunidad de convencerla de lo contrario, antes de que haga algo irremediable. Eso es todo. Bien, ya podéis empezar a discutir. Me voy antes de que alguien me rebane el pescuezo.

No salí corriendo de la biblioteca. Bajé al vestíbulo y encontré una salita. Me serví una copa de vino barato y me la aticé, muy deprimido.

La botella estaba medio vacía cuando alguien llamó a la puerta. No hice caso. La llamada se repitió, y me empeciné en mi actitud. Entonces, la puerta se abrió. Mi ceño fruncido se alisó cuando vi que era Cawti. Se sentó.

—¿Cómo me has encontrado?

—Loiosh.

—Oh. ¿Qué ha pasado?

—Norathar ha accedido a esperar dos días antes de hacer algo, igual que Miera.

—Fantástico.

—¿Por qué lo hiciste?

—¿Hacer qué? ¿Detenerla?

—Sí. ¿No quieres que alguien elimine a Laris?

—Norathar no va a tener más suerte que yo. Lo mismo va por ti y Miera.

—Pero si nos dedicamos más a buscarle…

Dejó sin terminar la frase, y yo no la reanudé. Al cabo de un minuto o así, recordé mis buenos modales y le serví una copa de vino barato. Lo bebió con delicadeza, con el pulgar y el índice alrededor del tallo, y el meñique alzado en el aire, como en la Corte. No dejó de mirarme en todo el rato.

—¿Por qué, Vladimir? —repitió.

—No lo sé. ¿Por qué estropear sus posibilidades por nada?

—¿Qué es ella para ti?

—Tu socia.

—Oh.

Dejó la copa sobre la mesa y se levantó. Caminó hacía mi butaca y me miró un momento. Después, dobló una rodilla, cogió mi mano derecha con la suya, la besó y frotó la mejilla contra ella. Abrí la boca para hacer algún comentario sobre si debía palmearle la cabeza, pero Loiosh volvió su cabeza y me picoteó en la laringe para que no pudiera hablar.

Después, sin soltar mi mano, Cawti me miro.

—Vladimir, sería la mujer más feliz del mundo si consintieras en ser mi marido.

Unos trescientos años después, dije:

—¿Qué?

—Quiero casarme contigo.

La miré.

—¿Por qué? —proferí por fin.

Ella me devolvió la mirada.

—Porque te quiero.

Meneé la cabeza.

—Yo también te quiero, Cawti, ya lo sabes, pero no debes casarte conmigo.

—¿Por qué?

—¡Porque, maldita sea, voy a morir dentro de unos días!

—Dijiste que Laris se estaba echando un farol.

—Tal vez, pero ya no será así si voy a por él. Sea lo que sea lo que se lleve entre manos, ha de llevarlo a la práctica tarde o temprano.

—No te matará —dijo con calma, y estuve a punto de creerla.

Seguí mirándola.

—Muy bien —dije por fin—, te voy a decir algo. Cuando este asunto de Laris termine, si estoy vivo y si aún lo deseas, o sea, um, por supuesto que me casaré contigo. Yo… ¡Oh, Puertas de la Muerte! No sé qué decir, Cawti.

—Gracias, señor.

—¡Levántate, por los Señores del Juicio! Me estás haciendo sentir como un… No sé qué.

Se puso en pie con calma y permaneció de píe ante mí. Entonces, sonrió, saltó y aterrizó sobre mi regazo. La butaca volcó y terminamos en el suelo, entre una maraña de miembros y ropas. Loiosh consiguió escapar a tiempo.

Dos horas y tres botellas de vino después, salimos tambaleantes y subimos a la biblioteca. Morrolan estaba solo. Yo estaba lo bastante sobrio para desear disimular lo borrachos que estábamos, de manera que, a regañadientes, realicé un veloz conjuro de sobriedad.

Nos miró de arriba abajo y enarcó una ceja.

—Entrad.

—Gracias —dije.

Me volví hacia Cawti y observé que se había recetado el mismo tratamiento. Una pena.

—¿Vais a quedaros esta noche?

Cawti me miró. Asentí.

—Aún he de comprobar esa lista de descendientes de Baritt. Lo cual me recuerda, ¿has averiguado quién pudo recomendar a la athyra?

—Uno de mis empleados está confeccionando la lista. Debería estar preparada esta noche.

—Estupendo. Pedí a Aliera que investigara a la lyorn. ¿Sabes si lo ha hecho?

—Está hablando con Norathar en este momento. Creo que están intentando determinar cómo localizar a ese tal Laris.

—Oh. Bien, mañana, tal vez.

—Sí. Ordenaré que me sirvan la cena en el comedor pequeño. Creo que Aliera, Sethra y lady Norathar me acompañaran. ¿Queréis venir?

Miré a Cawti.

—Será un placer —dijo ella.

—Excelente. Después podréis uniros a la fiesta que se celebra en el comedor y proseguir vuestra investigación.

—Sí —accedí—. Hasta es posible que evite cambiar unas palabras con tu amiga athyra.

—¿Mi amiga athyra? Creo que, desde hace tiempo, no contamos con la presencia de nobles athyras.

—Ya sabes a quién me refiero, a la Hechicera Chartreuse, o como se llame.

Morrolan sonrió.

—La Hechicera Verde. Admito que parece lo que dices, no obstante.

Algo cruzó por mi mente.

—¿No lo es? —pregunté—. ¿Qué es, pues?

—De la Casa del Yendi —contestó Morrolan.