Capítulo 13

13

«Bien, ¿qué pensabas que haría, besarle?»

¿Mi señor?

¿Si, Fentor?

Me desperté del todo y atraje a Cawti hacia mí.

He localizado a la condesa Neorenti.

Buen trabajo, Fentor. Estoy contento. ¿Y la athyra?

Mi señor, ¿estáis seguro sobre su nombre, baronesa Tierella?

Creo que sí. Supongo que podría comprobarlo un poco más. ¿Por qué? ¿No la puedes encontrar?

He investigado los registros de arriba abajo, mi señor. Nunca ha existido nadie llamado Tierella en la Casa del Athyra, baronesa o lo que fuera.

Suspiré. ¿Por qué ha de ser la vida tan complicada, maldita sea Verra?

Muy bien, Fentor. Me ocuparé de eso mañana. Duerme un poco.

Gracias, mí señor.

El contacto se interrumpió. Cawti estaba despierta, y se arrimó a mí.

—¿Qué pasa, Vladimir?

—Más problemas. Vamos a olvidarlo, de momento.

—Mmmmmmm.

Loiosh.

¿Sí, jefe?

Estás provisionalmente perdonado.

Sí, lo sé.

Unas breves y felices horas después, estábamos en pie y despejados. Cawti me invitó a desayunar y acepté. Antes de irnos, paseó por las habitaciones, husmeando en todos los rincones. Comentó una reproducción barata de un boceto katana caro de la Montaña Dzur, resopló al ver una imitación de un cristal tallado oriental, y habría continuado así todo el día si yo no lo hubiera impedido.

—Cuando acabes la inspección, avísame —dije—. Estoy hambriento.

—¿Eh? Oh. Lo siento. —Echó otra ojeada al apartamento—. Es que, de pronto, me sentí como si estuviera en casa.

Noté un nudo en la garganta cuando me cogió del brazo para guiarme hasta la puerta.

—¿Dónde desayunaremos? ¿Vladimir?

—¿Qué? Oh. Ah, donde quieras. Hay un sitio a dos puertas de aquí que tiene cubiertos limpios y un klava que no hay que beber con cuchara.

—Me parece bien.

Loiosh se acomodó sobre mi hombro y bajamos a la calle. Eran las cuatro después de amanecer, y pocas cosas se habían puesto en movimiento, de modo que el tráfico era escaso. Entramos en el local de Tsedik y Cawti me invitó a dos salchichas grasientas, un par de huevos de gallina quemados, pan recalentado y el klava adecuado para trasegarlo todo. Ello tomó lo mismo.

—Me acabo de dar cuenta de que aún no he cocinado para ti —dije.

—Me estaba preguntando cuándo lo comentarías —sonrió Cawti.

—¿Sabes que cocino? Ah, ya. —Siguió comiendo—. Tendría que investigarte a fondo, sólo para estar a la par, ¿no crees?

—Te lo conté casi todo anoche, Vladimir.

—Eso no cuenta —bufé—. No es lo mismo.

Mediado el desayuno, observé la hora y decidí trabajar un poco.

—Perdona —dije a Cawti.

Morrolan

¿Si, Vlad?

La athyra de la que me hablaste no lo es.

¿Perdón?

No es una athyra.

¿Y qué es, si se puede saber?

Por lo que yo sé no existe.

Una pausa.

Lo investigaré y te informaré de los resultados. De acuerdo.

Suspiré, y el resto del desayuno transcurrió en silencio. Lo abreviamos, porque estar en un restaurante público sin guardaespaldas puede ser peligroso. Bastaría un camarero enterado del percal que enviara un mensaje a Laris, y enviarían a alguien para liquidarme. Cawti lo entendió, de modo que no hizo ningún comentario cuando nos apresuramos un poco.

Lo entendió tan bien, de hecho, que salió del local antes que yo, sólo para asegurarse de que no merodeaba nadie. Loiosh hizo lo mismo.

¡Quédate ahí, jefe!

Y...

—¡Vladimir!

Y, por primera vez en mi vida, me quedé helado. ¿Por qué? Porque todos mis instintos y preparación me decían que me ale-jara de la puerta, pero mi razón me decía que Cawti iba a enfrentarse a un asesino.

Me quedé parado como un idiota mientras Cawti salía como una exhalación, y entonces apareció alguien delante de mí, con una vara de mago. Hizo un gesto, y Rompehechizos cayó en mi mano y giró hacia él antes de darme cuenta de lo que hacía. Noté un cosquilleo en el brazo y supe que había interceptado algo. Vi que el tipo de delante maldecía, pero antes de que pudiera hacer algo más, un cuchillo brotó de un lado de su cuello. Hiciera lo que hiciera Cawti, por lo visto tenía tiempo de vigilar la puerta. Me precipité hacia adelante, saqué un estilete y lancé un «¡Socorro!» psiónico a Kragar. Después, vi que había tres más. ¡Fiuuu!

Uno gritaba mientras intentaba deshacerse de Loiosh. Otro se batía a espada con Cawti. El tercero me vio cuando salí y levantó la mano. Me abalancé sobre él, rodé (no es fácil con una espada al cinto) y falló su lanzamiento (ignoro qué tiró). Intenté alcanzarle con los dos pies, pero me esquivó. Había un cuchillo en su mano izquierda, dispuesto a ser arrojado. Confié en que no alcanzara ningún punto vital.

Entonces, el cuchillo cayó de su mano cuando una daga floreció en su muñeca. Aproveché la oportunidad para hacerle lo que él había estado a punto de hacerme. Consideré su corazón un punto vital adecuado. No fallé.

Una rápida mirada a Cawti me informó de que le estaba dando guerra a su hombre, por lo visto poco acostumbrado a espadachines que sólo le ofrecieran el costado. Desenvainé mi espadín y di dos pasos en dirección al tipo que luchaba con Loiosh. Lanzó un veloz tajo a Loiosh, se volvió para plantarme cara, levantó su espada y recibió la punta de mi espadín en el ojo izquierdo. Me volví hacia Cawti. Estaba limpiando su arma.

—Vámonos, pelotón —dije, mientras Loiosh volvía a mi hombro.

—Buena idea. ¿Puedes teleportarte?

—Cuando estoy nervioso, no. ¿Y tú?

—No.

—Pues andemos. Volvamos a mi oficina.

Cawti limpió su espada, mientras yo devolvía la mía a su sitio. Después, entramos en el local de Tsedik otra vez, salimos por la puerta trasera y caminamos hacia la oficina con parsimonia. Si andábamos deprisa, atraeríamos aún más la atención, pero no sé si hay algo más difícil en el mundo que intentar pasear mientras tu corazón galopa y la adrenalina inunda tu sistema. Temblaba como un teckla, y la certeza de que así me convertía en un blanco más fácil no ayudaba.

Habíamos avanzado menos de una manzana hacía la oficina, cuando cuatro jheregs más aparecieron: Bichobrillante, N’aal, Shoen y Bastones.

—Buenos días, caballeros —logré articular.

Todos me saludaron. Me abstuve de decir a N’aal que tenía buen aspecto, por si pensaba que me burlaba de él. Tampoco dio la impresión de ofenderse.

Llegamos a la oficina sin más incidentes. Conseguí quedarme solo cuando devolví por fin el desayuno. Tampoco había sido nada del otro mundo.

He conocido a dragaeranos, y quiero decir en persona, no sólo de oídas, capaces de comer, salir, estar a las puertas de la muerte, volver a casa y atizarse otra comida. Puede que te encuentres con uno de esos bromistas una hora después, le preguntes si ha pasado algo interesante, y él se encogerá de hombros y dirá «Poca cosa».

No sé si admiro a esos tipos o me dan pena, pero seguro que no soy como ellos. Mis reacciones a la cercanía de la muerte son variadas, pero ninguna incluye sentimientos positivos. Son especialmente malas cuando se producen como resultado de un intento de asesinato, pues tales intentos son, por naturaleza, inesperados.

Como he dicho, mis reacciones son variadas. A veces, me vuelvo paranoico durantes unas horas o días, en otras me pongo agresivo y beligerante. Esta vez, me quedé sentado ante el escritorio durante mucho rato, inmóvil. Estaba asustado y tembloroso. La visión de aquellos cuatro asesinos (¡cuatro!) no se alejaba de mi mente.

Definitivamente, tenía que hacer algo con el tal Laris.

Es hora de ponerse en movimiento, jefe. ¿Eh?

Llevas sentado ahí dos horas. Ya es suficiente. No puede haber pasado tanto tiempo. Ummm.

Observé que Cawti estaba en la habitación, como esperando.

—¿Desde cuándo estás ahí?

—Unas dos horas.

—No puede… ¿Has hablado con Loiosh? Da igual. —Respiré hondo dos veces—. Lo siento. No estoy acostumbrado a estas cosas.

—Ya deberías estarlo —comentó con sequedad Cawti.

—Sí. Eso me sirve de consuelo. ¿Cuánta gente conoces que haya sobrevivido…?

—¿Sí, Vlad? ¿Qué pasa?

Reflexioné durante mucho rato. Después, repetí la pregunta, en un tono de voz menos retórico.

—¿Cuánta gente conoces que haya sobrevivido a dos intentos de asesinato, y no digamos ya a tres?

Meneó la cabeza.

—Hay muy pocos que sobrevivan al primero. Creo que no he oído hablar de alguien que haya sobrevivido a dos. Y tres… Es toda una hazaña, Vladimir.

—¿Es eso?

—¿Qué quieres decir?

—Escucha, Cawti, soy bueno, lo sé. También tengo suerte. Pero no soy tan bueno y no tengo tanta suerte. ¿Qué nos deja eso?

—¿Que los asesinos eran incompetentes? —preguntó Cawti, y enarcó una ceja.

Me fijé y enarqué otra.

—¿Lo erais?

—No.

—Bien, ¿qué nos queda?

—Me rindo. ¿Qué?

—Que los atentados no eran reales.

—¿Qué?

—¿Y si Laris no ha tenido la intención de matarme?

—Eso es absurdo.

—Estoy de acuerdo, pero también lo es sobrevivir a tres intentos de asesinato.

—Bueno, sí, pero…

—Meditemos al respecto, ¿de acuerdo?

—¿Cómo puedo meditar en eso? Maldita sea, yo misma llevé a cabo uno.

—Lo sé. Bien, empezaremos con vosotras. ¿Fuisteis contratadas para asesinarme, o para que diera la impresión de que intentabais asesinarme?

—¿Por qué, por Dragaera…?

—No escurras el bulto, por favor. ¿Qué fue?

—¡Fuimos contratadas para asesinarte, maldita sea!

—Eso es admisible en el tribunal. Da igual —me apresuré a decir, cuando vi que enrojecía—. Muy bien, dices que fuisteis contratadas para asesinarme. Supón que os hubieran encargado fingirlo. ¿Cómo…?

—No lo habría aceptado. ¿Y conseguir que me mataran?

—Olvida eso un momento. Sólo supón. ¿Cómo enfocarías las preguntas que te he hecho si tu trabajo fuera hacerme pensar que Laris quería matarme?

—Yo…

Calló, con aspecto perplejo.

—Exacto. Contestarías como has estado contestando.

—Vladimir —dijo poco a poco—, ¿de veras crees que ése es el caso?

—Er… En realidad, no, pero he de plantearme la posibilidad, ¿no?

—Supongo, pero ¿qué sacas en limpio?

—Significa que, por el momento, podemos olvidarnos de ti y Norathar.

—Aún no has explicado por qué Laris querría hacer eso.

—Lo sé. Olvídalo también. Pensemos en el atentado delante de la oficina. Te lo he contado, ¿verdad?

—Sí.

—Muy bien. Salí bien librado porque soy rápido, hábil y, sobre todo, porque Loiosh me avisó a tiempo, y se ocupó de uno mientras yo me encargaba del otro.

Me preguntaba si te acordarías del detalle, jefe.

Cierra el pico, Loiosh.

—Bien —continué—, ¿cómo es posible que Laris, y por lo tanto los asesinos a quienes contrató, pasara por alto a Loiosh?

—Bueno, está claro que no lo hizo; por eso envió a dos asesinos.

—¿Le subestimaron?

—Bien…, perdona, Loiosh, pero no fue tan eficaz contra Norathar y yo. Además, reaccionaste mejor y más deprisa de lo que Laris suponía. Como ya te he dicho antes, Vladimir, posees el talento de lograr que la gente te subestime.

—Tal vez. O puede que diera el trabajo a un par de incompetentes, con la esperanza de que fracasaran.

—Eso es absurdo. No pudo decirles que fracasaran, sería un suicidio. Tampoco podía saber que fallarían. Según tengo entendido, casi te liquidaron.

—Y puede que, en caso de conseguirlo, no hubiera sido de manera permanente. No podemos interrogarles. Lo cual me recuerda algo: también pudo deciros a vosotras que no redondearais la faena. ¿Es éste el caso?

—No.

—Muy bien, olvídalo. Quizá pensó que sobreviviría, y si no, que me revivificarían.

—Aún no has explicado el motivo.

—Espera. Bien, sobre lo de hoy…

—Me estaba preguntando cuándo abordarías el tema. ¿Viste lo que te tiró aquél?

—¿El hechicero?

—No, el otro.

—No. ¿Qué fue?

—Un par de cuchillos arrojadizos de hoja delgada. Iban directamente a tu cabeza.

—Pero me agaché.

—Oh, vamos, Vlad. ¿Cómo podía saber que reaccionarías con tanta celeridad?

—Porque me conoce. Me ha investigado. ¡Puertas de la Muerte, Cawti! Eso es lo que yo haría, lo que me esfuerzo por hacer.

—Me cuesta…

—Espera un momento. ¡Melestav! —grité—. Dile a Kragar que entre.

—A la orden, jefe.

Cawti me miró con aire interrogante, pero alcé un dedo para indicar que esperara. Kragar entró en el despacho. Se detuvo, miró a Cawti, y después a mí.

—Esta dama —le informé— es el Cuchillo del Jhereg.

Mientras lo decía, dirigí una pregunta con la mirada a Cawti.

—Como si no lo fuera —dijo—. Ya no importa.

—Bien —dije—. También se la conoce como Cawti. Cawti, éste es Kragar, mi lugarteniente.

—¿Eso es? —murmuró Kragar—. No me había enterado.

—Siéntate. —Se sentó—. Muy bien, Kragar. Tú eres Laris.

—Soy Laris. ¿Soy Laris? Acabas de decir que era tu lugarteniente.

—Cierra el pico. Eres Laris. Te enteras de que estoy comiendo en un restaurante. ¿Qué haces?

—Er… Envío aun asesino.

—¿Un asesino? ¿Por qué no cuatro?

—¿Cuatro? ¿Para qué voy a enviar cuatro? Laris quiere matarte, no rendirte honores imperiales. Con cuatro asesinos, tienes tres testigos oculares del incidente. Contrataría a un bueno. Hay muchos «trabajadores» que no tendrían el menor problema en eliminarte si supieran que estás comiendo en un restaurante. Si no encontraran uno bueno, enviaría dos. Pero cuatro no, desde luego.

Asentí y miré a Cawti.

—La forma de trabajar que utilizáis Norathar y tú impide que mantengáis contacto con una gran cantidad de jheregs, pero Kragar tiene razón.

—Es eso lo que ocurrió, jefe? —preguntó Kragar, con aspecto de perplejidad.

—Más tarde —le dije—. Bien, supongamos que no tenías a mano nadie capaz de hacerlo, ni dos cualquiera. No obstante, por algún motivo, quieres emplear a cuatro. ¿Qué les dices que hagan?

Pensó un momento.

—¿Sé dónde estás comiendo, y la distribución del local?

—Quien te dijo que yo estaba allí también te informó sobre eso, y si no, te pones en contacto con él y preguntas.

—De acuerdo. Les cuento. todo y digo: «Entrad ahí y liquidadle». ¿Qué más hay que decir?

—¿No les harías esperar fuera?

Kragar negó con la cabeza, más desorientado que nunca.

—Para qué voy a darte la oportunidad de levantarte y moverte? Si estás sentado…

—Sí —dijo de pronto Cawti—. Cuando salí fuera, ya estaban esperando. Eso me intrigó, pero no me he dado cuenta hasta ahora. Tienes razón.

Asentí.

—Lo cual significa que Laris, o su patrón, es un completo incompetente, o… Eso es todo por ahora, Kragar.

—Er… Bueno. Espero haberte sido de ayuda.

Sacudió la cabeza y salió.

—O —continué— que no intentaba matarme.

—Si trataba de engañarte, ¿no pudo hacerlo mejor? Al fin y al cabo, lo has deducido. Si vas a utilizar el éxito o el fracaso para demostrar la intención…

—Si seguimos ese razonamiento, se supone que voy a imaginar que sólo se está echando un farol, ¿verdad? Por favor, amante. No somos yendis.

—Muy bien, pero aún no me has dicho por qué sólo quería echarse un farol.

—Eso es más complicado —admití.

Cawti resopló.

Levanté una mano.

—Sólo he dicho que es complicado, no que yo sea menos astuto. El motivo evidente de que no me mate es que me quiere vivo.

—Exacto. Brillante.

—Ahora, ¿qué motivos puede tener para quererme vivo?

—Bien, yo sé al menos un buen motivo, pero no creo que seas su tipo.

Le envié un beso con la mano y proseguí.

—Hay varios motivos posibles por los que me quiera vivo. Si…

—Dime uno.

—Después. Si alguno es cierto, quizá espere asustarme para llegar a un acuerdo. En cualquier momento nos puede enviar un mensaje, preguntando si acepto las condiciones. Si me envía el mensaje, lo que yo diga dependerá de si puedo deducir qué persigue, para saber hasta qué punto me necesita vivo. ¿Captas?

Cawti sacudió la cabeza.

—¿Estás seguro de que no eres en parte yendi? Da igual. Sigue.

—Gracias. Bien, en cuanto a los motivos por los que me quiere vivo, lo primero que se me ocurre es: tal vez no le guste algo que ocurrirá cuando yo muera. Bien, ¿qué ocurrirá cuando yo muera?

—Le mataré.

—Una posíb… ¿Qué has dicho?

—Le mataré.

Tragué saliva.

—Bien —dijo airada, con las fosas nasales dilatadas—. ¿Qué pensabas que haría, besarle?

—Yo… Gracias. No me había dado cuenta…

—Sigue.

—¿Podría saberlo?

Cawti aparentó perplejidad.

—No lo creo.

Lo cual me hizo pensar de repente en otra cosa.

Loiosh, ¿pudo alguien…?

No, jefe. No te preocupes por eso.

¿Estás seguro? Los conjuros amorosos…

Estoy seguro, jefe.

De acuerdo. Gracias.

Meneé la cabeza.

—Bien, iba a decir que algunos amigos, o sea, mis otros amigos, podrían ir a por él. Miera, no. Es la heredera dragón, y el Consejo del Dragón preferiría a un lyorn si se pusiera a pelear contra jheregs, pero Morrolan quizá persiguiera a Laris; y tal vez Sethra también. Puede que a Laris le preocupe esa posibilidad. Pero en ese caso, ¿por qué inició la guerra? Quizá sólo se enteró de quiénes eran mis amigos cuando ya era demasiado tarde.

—Menuda cadena de suposiciones, Vladimir.

—Lo sé, pero todo este asunto es una enorme cadena de suposiciones. De todos modos, otra posibilidad es que iniciara la guerra pese a saber todo esto, pero tuviera otros motivos para desencadenarla, con la esperanza de obtener algo sin necesidad de matarme.

—¿Qué motivo?

—¿Cuál es el desencadenante de la guerra?

—Territorio.

—Exacto. Supón que desea una zona en particular. Quizá haya algo enterrado en ella, algo importante. —No parecía muy convencida. Continué—. ¿Has visto la fachada del edificio? Lanzaron un ataque contra él. No lo pensé en aquel momento, pero quizá mi oficina esté encima de algo que les interese.

—Oh, vamos. Es todo tan rebuscado que no logro creerlo.

—De acuerdo. —Reculé un poco—. No digo que haya dado en el blanco, sólo intento demostrarte que existen otras posibilidades.

Cawti hizo una mueca.

—No vas a convencerme —dijo—. Todo se basa en suponer que Norathar y yo formamos parte de la estratagema. Tal vez me sea imposible demostrarte que no es así, pero yo sé que no, de manera que no vas a convencerme.

Suspiré.

—Yo tampoco creo que estés mezclada.

—Entonces, ¿qué queda de tu teoría?

Reflexioné un rato.

Kragar.

¿Si, Vlad?

¿Recuerdas aquel tabernero que se chivó?

Dijiste que había oído la conversación. ¿Sabes sí oyó a alguien hablar con los asesinos?

Sí. Dijo que el pez gordo les llamó por su nombre. Por eso supe a quién nos enfrentábamos.

Entiendo. Cuando fuiste a verle, dijiste que se quedó, ¿cómo lo describiste?, «sorprendido y desconcertado». Bien, ¿de qué crees que tenía más miedo? ¿De ti, o de que le vieran contigo?

Eso es muy sutil, Vlad.

Igual que tú, Kragar. Inténtalo.

Una pausa.

Mi primera reacción fue que tenía miedo de mí; pero no veo…

Gracias.

Me volví hacia Cawti.

—¿Te importaría decirme dónde se coció el guiso?

—Admitiste que os habían contratado para asesinarme. Sólo quiero saber dónde se realizó el trato.

Me miró durante un largo momento.

—¿Por qué? ¿Qué tiene que ver eso con…?

—Si mis sospechas se confirman, te lo diré. Si no, también te lo diré. Bien, ¿dónde?

—En un restaurante de la zona de Laris. Ya sabes que no puedo ser más concreta…

—¿En qué piso?

—¿En qué piso?

Esto me valió una mirada inquisitiva.

—En la planta baja.

—Exacto. Y no era una taberna, sino un restaurante. Bien. ¿Hablaste con él en persona?

—Por supuesto que no.

—Por lo tanto, ni siquiera sabes quién te adjudicó el trabajo, ¿verdad?

—Bueno…, técnicamente no, supongo. Pero di por sentado… —Calló, y sus ojos se abrieron de par en par—. Entonces, ¿quién…?

—Más tarde. Ya llegaremos a eso. No es lo que tú piensas…, me parece. Concédeme un momento.

Asintió.

Kragar

Sí, Vlad.

Nuestro amigo el tabernero… Me gustaría que muriera.

Pero, jefe…

Cierra el pico. Liquídale.

Como tú digas, Vlad.

Exactamente. Como yo diga.

Reflexioné un momento.

Ordena a Sheon que lo haga. Es de confianza.

De acuerdo.

Ése es el problema de no tener a nadie por encima de ti: has de hacer todo el trabajo sucio.