Capítulo 11

11

«¿Una partida rápida, jefe?»

Me dejaron solo en la mesa, así que pensé en cebollas durante un rato. Aún seguía pensando en ellas, cuando sentí que alguien me llamaba psiónicamente.

¿Quién es?

Fentor, mi señor, desde el Castillo Negro. Tengo la información que queríais.

¿Sobre los disturbios? Bien, adelante.

Se limitó a tres manzanas, cerca de…

Sé dónde fue. Continúa.

Si; mi señor. Fue una hilera de apartamentos, que pertenecen todos a la misma persona. Empezó a subir los alquileres hace cuatro semanas, dejó que la situación se deteriorara después empezó a apalizar a los vecinos que se retrasaban los pagos.

Entiendo. ¿Quién era el dueño de los apartamentos?

Un jhereg, señor. Se llama…

Laris.

Si; mi señor.

Suspiré.

¿Hacía mucho tiempo que le pertenecía la propiedad?

Siguió una pausa.

No se me ocurrió investigarlo, señor.

Hazlo. Y averigua a quién la compró.

Si; mí señor.

¿Hay algo más?

Aún no, mi señor, pero seguimos trabajando en ello.

Estupendo. Otra cosa. sospecho que alguien provocó los disturbios apropósito. Intenta descubrir quién fue.

Si; mi señor.

Interrumpimos el contacto. Entre otras cosas, la conversación me sirvió para darme cuenta de que había descuidado mis asuntos de nuevo. Me puse en contacto con Kragar y le dije que me esperara dentro de dos minutos. Después, me puse en contacto con Sethra, expliqué que debía marcharme y le pregunté si sería tan amable de teleportarme a mi oficina. Fue tan amable y lo hizo.

No tuve que decirle dónde estaba. A veces, esa mujer me intriga.

* * *

Kragar me estaba esperando, junto con Bichobrillante y alguien a quien no conocía. Entramos en el edificio, que aún no había sido reparado, y dije a Kragar que entrara en la oficina conmigo. Cerré la puerta, miré a mi alrededor y no le vi. Abrí la puerta otra vez y dije:

—Kragar, he dicho que…

—¿Jefe?

Me volví, y esta vez le vi.

—Maldita sea, Kragar, deja de hacer eso.

—¿Qué, Vlad?

—Da igual.

Corta el rollo, Loiosh. No he dicho nada, jefe.

Estabas riendo a escondidas.

Me senté y apoyé los pies en el escritorio.

—¿Quién es el nuevo?

—Un protector. Necesitamos otro, y casi nos lo podemos permitir. Sabe que depende de tu aprobación.

—¿Cómo se llama?

—Stadol.

—No he oído hablar de él.

—Le llaman «Bastones».

—Ah. Así que eso es Bastones. Melestav —grité—, haz entrar a Bastones.

La puerta se abrió y el tipo entró.

—Siéntate —le dije. Lo hizo.

Puede que Bastones recibiera su apodo porque parecía uno, pero eso puede aplicarse a casi todos los dragaeranos. Aun así, era más alto y delgado que la mayoría, y se movía como si todos los huesos de su cuerno fueran de jalea. Sus brazos oscilaban con facilidad cuando andaba, y sus rodillas se doblaban un poco. Tenía el cabello rubio arena, arreglado y caído sobre las orejas. Un bucle colgaba sobre su frente, y daba la impresión de que se le iba a meter en un ojo. Movía cada tanto la cabeza a un lado para alejarlo, pero volvía a caer casi al instante.

De hecho, su apodo se debía a su preferencia por utilizar dos garrotes de sesenta centímetros. Golpeaba a la gente con ellos.

—Soy Vlad Taltos —dije. Asintió—. ¿Quieres trabajar para mí?

—Claro —dijo—. La paga es buena.

—Porque la cosa está que arde ahora. ¿Lo sabes?

Volvió a asentir.

—¿Has «trabajado» alguna vez?

—No. No tiene futuro.

—Eso es discutible. He oído que hiciste «músculos» hace años. ¿Qué has hecho desde entonces?

Se encogió de hombros.

—Tengo contacto con algunos músicos y algunas tabernas. Les ayudo a introducirse y me dan un porcentaje. Es una forma de vivir.

—¿Por qué lo dejas, entonces?

—No tiene futuro.

—De acuerdo. Aceptado.

—Gracias.

—Eso es todo por ahora.

Se puso en pie lentamente y anadeó hacia la puerta. Me volví hacia Kragar. Tardé un momento en localizarle.

—¿Algo nuevo? —pregunté.

—No. Estoy en ello, pero aún no he descubierto nada.

—Insiste.

—De acuerdo.

—Trae a Narvane y Shoen.

—Voy.

Se puso en contacto con ellos y nos dispusimos a esperar Mientras esperábamos…

¿Mi señor?

¿Si, Fentor?

Teníais razón. Alguien provocó los disturbios. Parece deliberado.

Cógele y retenle. Quiero…

No podemos, mi señor.

¿Muerto?

Si, mi señor. Durante los disturbios.

Entiendo. ¿Casualidad, o iba alguien tras él?

No lo sé mi señor.

De acuerdo. ¿Sabes algo del anterior propietario?

El jhereg Laris posee esos apartamentos desde hace unas nueve semanas, mi señor. No sabemos a quién los compró. Los registros son confusos, y parece que se utilizaron nombres falsos.

Averígualo.

Si, mi señor.

—¿Qué pasa? —preguntó Kragar cuando interrumpí el contacto.

Meneé la cabeza, sin contestar. Se levantó, caminó hacia mi armario y volvió con una caja.

—Me pediste esto.

La caja contenía una amplia selección de cuchillos diversos. Cuando los vi así reunidos, me asombré de que pudiera distribuirlos a lo largo y ancho de mi persona. Quiero decir que había, como mínimo… No, prefiero omitir los detalles.

Pensé en echar a Kragar mientras me cambiaba de armas, pero decidí que no. Cogí lo primero que encontré, un pequeño cuchillo arrojadizo, comprobé su filo y equilibrio, y lo guardé en mi capa, en el lugar que ocupaba el otro.

Me sorprendió el tiempo que tardé en revisar las armas que llevaba encima y sustituirlas. Cuando terminé por fin, Narvane y Shoen estaban esperando. Cuando salí de la oficina, me pasé una mano por el pelo y ajusté mi capa con la otra mano, lo cual permitió que rozara mi pecho con los brazos y comprobara que ¡as diversas armas estaban en su sitio. Un gesto nervioso muy útil…

Narvane me saludó con un parpadeo. Shoen cabeceó con brusquedad. Bastones, espatarrado sobre una silla, levantó una mano.

—Me alegro de verte, jefe —dijo Bichobrillante—. Empezaba a pensar que eras un mito.

—Si empiezas a pensar, Bichobrillante, ya es un gran adelanto. Vámonos, caballeros.

Esta vez, Loiosh fue el primero en salir, seguido de Bichobrillante y Narvane. Los otros dos me siguieron, y Kragar se quedó atrás. Doblamos a la izquierda y nos encaminamos a Malak Cirele. Saludé a algunos clientes conocidos, y a otras personas que trabajaban para mí. Tuve la impresión de que, durante el último día, los negocios habían mejorado. Me proporcionó un alivio considerable. Aún se mascaba la tensión en el aire, pero estaba en un segundo término.

Llegamos a la Taberna de la Fuente, y nos dirigimos a la primera puerta de la izquierda.

—Bastones —dije.

—Aquí empezaron los problemas. Laris abrió un pequeño negocio en la parte de arriba, sin ni siquiera enviarme una nota de cortesía para informarme.

—Mmmm.

—Por lo que yo sé, aún funciona. Bichobrillante y Shoen esperarán fuera conmigo.

—De acuerdo.

Caminó hacia la escalera. Narvane le siguió sin decir palabra. Cuando entraron, vi que Bastones extraía un par de garrotes de su capa. Me apoyé contra el edificio para esperar. Bichobrillante y Shoen se pusieron delante de mí, uno a cada lado, al acecho.

Vigila por arriba, Loiosh.

Ya lo hago, jefe.

No tardamos mucho en escuchar un crujido procedente de arriba y a la derecha. Un cuerpo salió volando por la ventana y aterrizó a unos tres metros de mí. Un minuto después, más o menos, Narvane y Bastones reaparecieron. Bastones sujetaba algo en su puño izquierdo. Con el garrote en la otra mano, dibujó una serie de cuadrados en la tierra, delante de mí. Le miré con aire intrigado, pero antes de que pudiera decir nada, me fijé en que una multitud se había congregado alrededor del cuerpo. Sonreí.

Bastones abrió la mano izquierda y tiró varias piedras, algunas blancas, otras negras, sobre los cuadrados que había dibuja do en la calle.

—¿Una partida rápida, jefe?

—No, gracias —respondí—. No juego.

Asintió con aire de aprobación.

—No tiene futuro —dijo—. Caminamos alrededor del círculo.

Por fin, volví a mi oficina. Me complació anunciar a Kragar que nuestros ingresos de la semana iban a aumentar. Gruñó.

—Haz algo por mí, Kragar.

—¿Qué?

—Ve a ver al tipo que nos avisó de la celada. Averigua sí sabe algo más.

—¿Ir a verle? ¿En persona?

—Sí. Cara a cara y todo eso.

—¿Por qué?

—No lo sé. Quizá para descubrir si es un bicho raro, y si habrá otros imitadores.

Kragar se encogió de hombros.

—De acuerdo, pero ¿no crees que tal vez le pongamos en peligro?

—Si eres cauto, no.

Volvió a gruñir.

—Muy bien. ¿Cuándo?

—Ahora, si te va bien.

Suspiró, lo cual fue un alivio después de tantos gruñidos, y marchó.

Y ahora, ¿qué Loiosh?

Buena pregunta, jefe. ¿Encontrar a Laris?

Me encantaría. ¿Cómo? Si no tuviera protección contra la brujería, intentaría cargármelo ahora mismo.

Lo mismo te digo, jefe. Si no estamos protegidos contra la hechicería, nos liquidará aquí mismo.

Supongo que sí. Oye, Loiosh. ¿Si, jefe?

Tengo la sensación de que, no sé en los últimos tiempos te he dejado de lado cuando estaba con Cawti. Lo siento.

Hundió la lengua en mi oreja.

No pasa nada, jefe. Lo comprendo. Además, cualquier día de éstos encontraré a alguien.

Eso espero. Dime algo. ¿estoy distraído últimamente? O sea, todo este rollo con Cawti; ¿crees que me está comiendo el tarro? Tengo la sensación de que me está distrayendo, o algo por el estilo.

Tal vez un poco. No te preocupes. Lo haces muy bien cuando las cosas se ponen feas, y tampoco creo que puedas hacer algo al respecto.

Sí, ¿Sabes una cosa, Loiosh? Me alegro de tenerte a mi lado.

¡Caramba, jefe, no te pongas sentimental!

* * *

Kragar volvió dos horas después.

—¿Y bien?

—No estoy seguro de haber averiguado algo útil, Vlad. No tiene ni idea de dónde está Laris, pero nos lo dirá silo descubre. Encontrarse conmigo le puso nervioso, pero es comprensible. Bueno, nervioso no, exactamente. Sorprendido, tal vez, y desprevenido. En cualquier caso, no había oído nada que me pareciera útil.

—Ummmmm. ¿Te parece que haya otros como él? Kragar negó con la cabeza.

—De acuerdo. Imagino que eso no nos lleva a ningún sitio. ¿Qué sabes de nuestras otras fuentes? ¿Has descubierto a alguien más que trabaje para Laris?

—Un par, pero no podemos hacer nada al respecto hasta que contemos con más fondos. Contratar «trabajos» nos arruinaría en este momento.

—Faltan dos días para Findesemana. Puede que consigamos hacer algo entonces. Déjame un rato solo. Quiero pensar.

Se fue. Me recliné en la butaca, cerré los ojos, y me interrumpieron otra vez.

¿Mí señor?

¿Qué pasa, Fentor?

Hemos descubierto algo. Los apartamentos pertenecían a un Señor Dragón que falleció, y han pasado de mano en mano desde entonces.

¿Cuánto hace que murió?

Unos dos años, mi señor.

Entiendo. ¿Habéis averiguado a quién pasaron después

Aún no, mi señor.

Seguid en ello. ¿Quién era el dragón, por cierto?

Un hechicero poderosísimo, señor. Se llamaba Baritt

Vaya vaya… Por todos los Señores del Juicio, ¿cómo encajaba aquello con mis ideas? Mi mente desechó la posibilidad de una coincidencia. ¿Cómo podía ser una coincidencia? ¿Cómo no podía ser una coincidencia?

¿Mí señor?

Fentor, averigua lo que puedas sobre esto, ahora mismo. Pon a más gente a trabajar. Viola los archivos imperiales, soborna a funcionarios, lo que sea, pero averígualo ya.

Si, mi señor.

Baritt… Baritt…

Un hechicero poderoso, un mago, un Señor Dragón. Era viejo cuando murió, y se había hecho tal nombre que ya nadie se refería a él por su linaje. Al contrario, sus descendientes se autodenominaban «e’Baritt». Había muerto sólo dos años antes, y su monumento, próximo a las Cataratas de la Puerta de la Muerte, había sido el escenario de la batalla más sangrienta desde el Interregnum.

Baritt.

Era fácil imaginarle mezclado en cualquier tipo de conspiración en el seno de la Casa del Dragón, pero ¿qué relación tenía con los jheregs? ¿Podía ser el patrón de Laris, o lo era uno de sus descendientes? Y en tal caso, ¿por qué?

Aún más, si existía alguna relación entre mi problema con Laris y el problema de Norathar con Baritt, eso significaba una intriga de algún tipo, y los Señores Dragones no son intrigan. te…, con la posible excepción de Aliera, y sólo dentro de una esfera limitada.

¿Tendría que volver a visitar las Cataratas de la Puerta de la Muerte y los Sendero. de los Muertos? Me estremecí. Al recordar mi última visita, supe que los habitantes de aquellos lugares no se tomarían muy bien mí vuelta. ¿Me iba a servir de algo? Probablemente no. La última vez, Baritt no se había mostrado bien dispuesto hacia mí.

Pero no podía ser una coincidencia que su nombre surgiera así por la. buenas, como propietario de los mismos apartamentos utilizados por Laris. ¿Por qué no habían pasado a sus herederos? ¿Porque alguien había manipulado los registros? Tal vez, lo cual explicaría por qué a Fentor le costaba tanto seguir las huellas del propietario. Pero ¿quién, entonces? ¿Por qué?

Me puse en contacto con Morrolan.

¿Si, Vlad?

Háblame de Baritt.

Ummmm.

Ya lo sabía.

¿Qué deseas saber en concreto, Vlad?

¿Cómo murió?

¿Eh? ¿No lo sabes?

Si lo supiera… No, no lo sé.

Fue asesinado.

Oh. Eso explicaba, cuanto menos, alguno de sus comentarios.

Entiendo. ¿Cómo lo hicieron? Me sorprende que un hechicero tan experto como Baritt se dejara atrapar.

Ummm. Si no recuerdo mal, Vlad, los jheregs tienen un dicho…

Ah, sí «Por sutil que sea el mago, un cuchillo entre los omoplatos desvirtúa su estilo».

Luego, ¿fue un jhereg?

¿Qué otros asesinos conoces?

Hay cantidad de aficionados que apuñalarían a cualquiera por cinco monedas de oro. Es raro que un jhereg «trabaje» en alguien ajeno a la Casa; por lo general, no es necesario, a menos que alguien amenace con darle el soplo al Imperio, o…

Me callé al instante.

¿Si, Vlad? ¿O…?

Le dejé colgado allí. O, iba a decir, a menos que se haga como un favor especial, preparado por un jhereg, para un amigo de otra Casa. Lo cual significa que tal vez, tal vez Baritt no estaba detrás del asunto. Tal vez había colaborado con quien fuera, y después esta persona hubiera necesitado deshacerse de Baritt. Y esta otra persona era el patrón de Laris. Y como Laris le había ayudado con lo de Baritt, su patrón estaba muy dispuesto a ayudar a Laris a deshacerse de mí. Un simple intercambio de favores.

¿Vlad?

Lo siento, Morrolan. Estoy tratando de descifrar algo. Espera un momento, por favor.

Muy bien.

Por lo tanto, el patrón de Laris era alguien que había trabajado con Baritt unos dos años antes. Sí. ¿Quién lo sabría?

Morrolan, ¿quién podría conocer a alguien que trabajara con Baritt poco antes de su muerte?

No estoy seguro, Vlad. Tampoco lo sé. Nunca tuvimos mucha relación mientras vivió. Quizá deberías dejarte caer por el Castillo Negro y hacer algunas preguntas.

Sí… Tal vez lo haga. Bien, gracias. Ya hablaremos más tarde.

Desde luego, Vlad.

Vaya, vaya y vaya.

Como mínimo, Laris estaba mezclado con alguien más, y ese alguien mas, probablemente un Señor Dragón, le ayudaba en su lucha contra mí. Si podía averiguar quién era, tal vez podría neutralizarle con la simple amenaza de denunciarle; a los dragones no les gusta que los de su especie ayuden a los jheregs.

Encontrarle incluía descubrir quién había sido el propietario de aquellos apartamentos. Ummm. Me dispuse a…

Fentor.

¿Si, mi señor?

Haz una lista de todos los descendientes vivos de Baritt Tenla preparada para dentro de una hora.

¿Una hora, mi señor? Sí

Pero… Si, mí señor.

Corté el contacto y establecí otro.

¿Quién es?

Hola, Sethra.

Ah, Vlad, Buenas noches. ¿En qué te puedo ayudar?

¿Todavía es preciso retener prisioneras a Cawti y Norathar?

Estaba hablando de eso con Aliera. ¿Por qué?

Sería muy útil que Cawti quedara libre esta noche.

Entiendo. Una pausa. Muy bien, Vlad. Ni Aliera ni Morrolan se oponen.

¿Las liberaréis a ambas?

La única duda se refería a lo oriental. Norathar, en lo que a nosotros concierne, es una dragón.

Entiendo. Bien, muchas gracias.

De nada. Se lo comunicaré de inmediato.

Que sea dentro de cinco minutos, ¿de acuerdo?

Como quieras.

Gracias.

Después, respiré hondo y empecé a concentrarme en Cawti, a quien no conocía tan bien, pero pensé en su cara, su voz, sus…

¡Vladimir!

Lo he conseguido a la primera. ¿Qué haces esta noche?

¿Que qué ha…? ¿Qué crees que voy a hacer? Tus amigos aún no nos han dejado marchar.

Creo que eso podrá arreglarse. En tal caso, ¿sería la dama tan amable de permitirme que la acompañe esta noche a una pequeña reunión?

Sería un honor, gentilísimo caballero.

Excelente. Nos veremos dentro de una hora.

Aguardaré el momento con ansia.

Interrumpí el contacto y grité a mis guardaespaldas que me escoltaran a casa, para poder vestirme como la ocasión exigía. En el Castillo Negro no hace falta ropa interior.