Capítulo 10

10

«Me disgusta matar a mis invitados»

Es posible dividir las comidas en diferentes clases. Está la cena oficial, con una puesta en escena elegante, vinos seleccionados con esmero y conversaciones orquestadas. Después, es-tan las reuniones de negocios jheregs, donde se hace caso omiso de la comida la mitad del tiempo, porque pasar por alto un comentario, incluso una mirada, puede resultar fatal. Está la reunión informal con una Cierta Persona, cuando lo más importante no es la comida o la conversación, sino estar allí. También tenemos el «coge-algo-y-corre», en que la idea consiste en empapuzarse, sin conceder tiempo a la conversación ni al placer. Por fin, está la «buena comida», en que el único motivo de nuestra presencia es la comida, y la conversación sólo contribuye a facilitar la digestión.

Y existe otro tipo de comida, sentados alrededor de una mesa elegante, en las profundidades de la Montaña Dzur, con una anfitriona no muerta, un par de Señores Dragones y un par de asesinas jheregs, una de las cuales fue una dragón en otro tiempo, y la otra una oriental.

La conversación que tiene lugar en una comida de este tipo es impredecible. Durante casi toda la comida, Morrolan nos amenizó con diversos comentarios sobre la hechicería que no suelen aparecer en los libros, y es probable que así sea mejor. Disfruté, sobre todo porque estaba sentado al lado de Cawti (¿por casualidad? ¿Con Aliera presente? ja!), y nos concentramos en frotarnos las piernas por debajo de la mesa. Loiosh hizo algunos comentarios al respecto, que no me molestaré en repetir.

Después, mientras estaba distraído, la conversación cambió. De pronto, Aliera se enzarzó con la dama conocida como la Espada del Jhereg en un intercambio de comparaciones entre las costumbres de los dragones y los jheregs, y me puse al instante en alerta. Aliera no hacía nada por accidente.

—Sólo matamos a gente que lo merece —dijo Aliera—. Vos matáis por dinero.

Norathar fingió sorpresa.

—Pero a vosotros también os pagan, ¿no? La única diferencia estriba en la moneda. A un asesino jhereg se le paga con oro, supongo, porque nunca he conocido a ninguno, pero la paga de un dragón es satisfacer su sed de sangre.

Lancé una risita. Uno a cero a nuestro favor. Aliera también sonrió y lanzó su copa. La miré con atención. Sí, decidí, no lo hacía para provocar a la jhereg. Quería averiguar algo.

—Dime —continuó—, ¿qué moneda consideráis preferible?

—Bueno, nunca he comprado nada con sed de sangre, pero…

—Se puede hacer.

—¿De veras? ¿Qué se puede comprar?

—Imperios —contestó Aliera e’Kieron—. Imperios.

Norathar e’Lanya enarcó una ceja.

—¿Imperios, mi señora? ¿Qué haría yo con uno?

Aliera se encogió de hombros.

—Estoy segura de que ya se os ocurriría algo.

Paseé la vista alrededor de la sala. Sethra, que presidía la mesa y estaba sentada a mi derecha, miraba a Aliera con suma atención. Morrolan, a su derecha, hacía lo mismo. Norathar estaba a su lado, y también estudiaba a Aliera, sentada al otro extremo de la mesa. Cawti, sentada a mi izquierda, miraba a Norathar. Me pregunté qué rumiaba detrás de su máscara. Siempre me pregunto qué rumia la gente detrás de su máscara. A veces, me pregunto qué se cuece detrás de cualquier máscara.

—¿Qué haríais con uno? —preguntó Norathar.

—Preguntádmelo cuando cambien los Ciclos.

—En este momento, soy la heredera del trono dragón. Morrolan lo era, antes de que yo llegara.

Recuerdo que me habían hablado de la «llegada» de Aliera. Arrebatada del Desastre de Adron, la explosión que borró al Imperio durante más de cuatrocientos años, y transportada en el tiempo hasta aterrizar en mitad del trigal de algún teckla. Más tarde, me dijeron que Sethra había tenido algo que ver en el asunto, lo cual dotaba de mayor credibilidad al relato.

Daba la impresión de que Norathar sentía una leve curiosidad. Sus ojos se posaron sobre el colgante que rodeaba el cuello de Aliera. Todos los Señores Dragón llevaban una cabeza de dragón en algún sitio visible. El que Aliera exhibía tenía una joya azul y otra verde a modo de ojos.

—E’Kieron, por lo que veo —dijo Norathar.

Aliera asintió, como si se hubiera explicado algo.

—¿Me estoy perdiendo algo? —pregunté.

—Es indudable que la dama sentía curiosidad por mí linaje —contestó Aliera—, y por qué soy ahora la heredera. Supongo que acaba de recordar que Adron tenía una hija.

—Ah —dije.

Nunca se me había ocurrido preguntarme por qué Aliera se había convertido en heredera con tal rapidez, si bien lo sabía desde que me la habían presentado. No obstante, estar sentado a la misma mesa con la hija del hombre que había transformado toda una ciudad en un charco de caos puro era un poco desconcertante. Decidí que tardaría un poco en acostumbrarme.

Aliera continuó dando explicaciones a Norathar.

—El Consejo del Dragón me comunicó la decisión cuando investigó mi linaje. De ahí mi interés por la genética. Espero poder demostrar que tengo alguna tara, para no ser emperatriz cuando el Ciclo cambie.

—¿Quieres decir que no deseas ser emperatriz? —pregunté

—¡No, por el amor de Barlen! No puedo imaginar nada más aburrido. Estoy buscando una forma de librarme desde que volví.

—Oh.

La facilidad de palabra que tienes hoy es asombrosa, jefe.

Cierra el pico, Loiosh.

Di vueltas a todos aquellos datos en mi mente.

—Aliera —dije por fin—, quiero hacerte una pregunta. Si eres la heredera del Dragón, ¿quiere decir que tu padre lo fue antes que tú? Y si era el heredero, ¿por qué intentó el golpe de estado?

—Por dos motivos. Primero, porque era el reino de un fénix decadente, y el emperador se negó a abdicar cuando el Ciclo cambió. Segundo, papá no era el heredero, en realidad.

—Ah. ¿El heredero murió durante el Interregnum?

—Más o menos, sí. Hubo una guerra, y le mataron. Corrieron rumores de que su hija no era una dragón, pero eso fue antes Desastre y el Interregnum.

—Le mataron —repetí—. Entiendo. ¿Y la hija? No, no me digas. Fue expulsada de la Casa, ¿no?

Aliera asintió.

—¿Y el linaje? E’Lanya, ¿verdad?

—Muy bien, Vlad. ¿Cómo lo sabes?

Miré a Norathar, que estaba mirando a Aliera con los ojos casi salidos de sus órbitas.

—Y —continué— has podido analizar sus genes, y has descubierto que es una Señor Dragón.

—Sí —contestó Aliera.

—Y si su padre era el auténtico heredero del trono…

—Exacto Vlad. La verdadera heredera del trono es Norathar e’Lanya… La Espada del Jhereg.

Lo más divertido del tiempo es cuando no existe. Dejaré aparcado eso ahí un momento, y dejaré que envejezcáis mientras las sombras no se alarguen, si sabéis a qué me refiero.

Primero miré a Cawti, que estaba mirando a Norathar, que estaba mirando a Aliera. Sethra y Morrolan también estaban mirando a Aliera, que no miraba nada que nosotros pudiéramos ver. Sus ojos, ahora de un verde brillante, reflejaban la luz de las velas, y estaban fijos en algo que nosotros no estábamos autorizados a ver.

Ahora, mientras el Ciclo no cambia, y el año no termina, y el día ni se aclara ni oscurece, e incluso las velas no parpadean, empezamos a ver algunas cosas desde una nueva perspectiva. Miré primero a mi amante, quien me había matado hacía poco, que estaba mirando a su socia, que debía ser la heredera dragón del Orbe, la próxima del Ciclo. Aquella Señora Dragón-asesinaprincesa-loquesea sostuvo la mirada de Aliera e’Kieron, portadora de la Espada de Kieron, viajera en el tiempo, hija de Adron, y actual heredera del Orbe. Etcétera, etcétera.

Lo más divertido del tiempo es cuando no existe. En esos momentos en que se pierde y se convierte (como todas las cosas, acaso) en su contrario, se transforma en algo de mayor poder que cuando se encuentra en su habitual estado de ánimo derribamontañas.

Incluso posee el poder de destruir las máscaras que ocultan a dragones convertidos en jheregs.

Miré a Norathar un instante y vi con claridad que, en otro tiempo, había sido un Señor Dragón. Vi orgullo, odio, lúgubre resignación, esperanzas defraudadas, lealtad y valentía. Desvié la vista porque, aunque os parezca extraño a los que me habéis escuchado con tanta paciencia y atención, no me gusta el dolor.

—¿Qué queréis decir? —susurró Norathar, y el mundo recobró la normalidad.

Aliera no contestó. Sethra habló.

—El Consejo del Dragón se reunió, a principios del Reinado del Fénix de este Ciclo, antes del Interregnum, para elegir un heredero. Se decidió que sería del linaje e’Lanya cuando llegara el momento. La familia más noble del linaje era lady Aliera, lord K’laiyer y su hija Norathar.

Norathar sacudió la cabeza.

—No recuerdo nada de esto —susurró—. Era muy pequeña.

—Se lanzaron acusaciones —continuó Sethra—, y entonces lord K’laiyer, vuestro padre, retó al acusador. Hubo una guerra, y vuestros padres murieron. Fuisteis juzgada por hechiceros y vuestro linaje fue declarado impuro.

—Entonces…

—Aliera os examinó, y el dictamen de aquellos brujos fue erróneo.

—¿Cuesta mucho cometer un error de ese calibre? —pregunté.

Aliera volvió al presente y dijo con brusquedad:

—Imposible.

—Entiendo —dije.

—Entiendo —dijo Norathar.

Permanecimos con la vista clavada en el suelo, o en el techo, a la espera de que alguien hiciera las preguntas evidentes.

—¿Quién llevó a cabo el análisis, y quién fue el acusador? —preguntó por fin Norathar.

—El primer análisis fue llevado a cabo por mi aprendiza, Sethra la Menor —contestó Sethra.

—¿Quién es? —pregunté.

—Como ya he dicho, mi aprendiza, una entre muchas. Realizó su aprendizaje, déjame pensar, hace unos mil doscientos años. Cuando le hube enseñado todo cuanto pude, me concedió el honor de adoptar mi nombre.

—¿Señor Dragón?

—Por supuesto.

—Bien. Siento haberos interrumpido. Estabais hablando del análisis.

—Sí. Me trajo los resultados, y yo los trasladé al Consejo del Dragón. El consejo ordenó a un comité de tres personas que hiciera otro. Lord Baritt fue una de ellas. —Morrolan, Aliera y yo intercambiamos una mirada. Nos habíamos encontrado con su sombra en los Senderos de los Muertos, y teníamos tres impresiones por completo diferentes del viejo bas…, caballero—. Otra era la Casa del Athyra, como experto, y alguien de la Casa del Lyorn, para certificar que todo se hacía como era debido. El comité confirmó el análisis y el consejo actuó en consecuencia.

—¿Quién hizo la acusación? —preguntó Norathar.

—Yo —contestó Sethra Lavode.

Norathar se puso en pie y miró con ojos inflamados a Sethra. Casi percibí la energía que fluía entre ellas.

—¿Puedo recuperar mi espada, señora? —dijo Norathar con tos dientes apretados.

Sethra no se había movido.

—Como queráis —contestó—. No obstante, quiero decir dos cosas.

—Decidlas.

—Primero, hice la acusación porque era mi deber hacia la Casa del Dragón, tal como yo lo entendía. Segundo, aunque no soy tan fanática al respecto como lord Morrolan, me desagrada matar a mis invitados. ¡Recordad quién soy, señora!

Se levantó y desenvainó a Llamahelada, un cuchillo largo y recto, de unos treinta centímetros de hoja. El metal era de un tono azul claro y emitía un leve resplandor del mismo color. Cualquiera que poseyera la sensibilidad psiónica de una oruga la habría identificado como un arma Morganti, las que matan sin posibilidad de revivificación. Cualquiera familiarizado con las leyendas que circulaban en torno a Sethra Lavode la habría identificado como Llamahelada, un Arma Definitiva, una de las Diecisiete. Llamahelada estaba vinculada al poder oculto en, debajo y alrededor de la Montaña Dzur. Los únicos artefactos conocidos que poseían un poder comparable eran la espada Matadioses y el Orbe Imperial. Loiosh se escondió debajo de mi capa. Yo contuve el aliento.

En aquel momento, sentí, más que ver, caer un cuchillo en la mano de Cawti. Me sentí desgarrado entre lealtades, de una forma casi físicamente dolorosa. ¿Qué debía hacer si se iniciaba una pelea? ¿Sería capaz de detener a Cawti, o de advertir a Sethra, cuando menos? ¿Sería capaz de permitir que apuñalara a Sethra por la espalda? ¡Diosa Demonio, sácame de aquí!

Norathar sostuvo la mirada de Sethra.

—No, Cawti —dijo. Cawti suspiró en silencio, y yo recé una plegaria de agradecimiento a Verra—. Mi espada, por favor —dijo a Sethra.

—¿No queréis escuchar mis motivos? —preguntó Sethra con voz imperturbable.

—Muy bien. Hablad.

—Gracias.

Sethra envainó a Llamahelada. Yo expulsé el aire retenido. Sethra se sentó y, al cabo de un momento, Norathar la imitó, sin apartar los ojos de Sethra.

—Me dijeron —empezó la Señora Oscura de la Montaña Dzur— que vuestro linaje era cuestionable. Para decirlo claro, me informaron de que erais bastarda. Lo siento, pero eso fue lo que me dijeron.

Escuché con atención. Los bastardos entre los dragaeranos son mucho más raros que entre los orientales, porque las dragaeranas no pueden concebir por accidente, al menos eso me han dicho. En general, los únicos hijos ilegítimos son aquellos que tienen un padre estéril (la esterilidad es casi imposible de curar, y es frecuente entre los dragaeranos). «Bastardo», como insulto, es mucho más ofensivo para un dragaerano que para un oriental.

—Además, —continuó Sethra—, me dijeron que vuestro verdadero padre no era un dragón. —Norathar no se movió, pero aferró la mesa con la mano derecha—. Erais el hijo mayor del heredero dragón. Era necesario llamar la atención del consejo sobre la información, por si era cierta.

»Podría haberme introducido subrepticiamente en casa de vuestros padres con mi aprendiza, que es experta en análisis genéticos. —Aliera resopló de una forma casi inaudible. Imagino que tenía sus propias opiniones sobre las capacidades de Sethra la Menor—. Sin embargo, no lo hice. Abordé a lord K’laiyer. Se sintió insultado y se negó a someterse al análisis. Declaró la guerra y envió a su ejército a por mi.

Suspiró.

—He perdido la cuenta de los ejércitos que han intentado invadir la Montaña Dzur. Si os consuela, era un maestro de la táctica, digno del linaje e’Lanya, pero yo conté con la ayuda de varios amigos, un ejército contratado y la misma Montaña Dzur. Me dio unos pocos problemas, pero el resultado siempre estuvo claro. Al final de la contienda, vuestros padres habían muerto.

—¿Cómo? —preguntó Norathar con los dientes apretados.

—Una buena pregunta. ¿Por qué no les habían revivificado?

—No lo sé. Participaron en la batalla, pero yo no les maté. Ambos tenían enormes heridas en la cabeza, debidas a la hechicera. No puedo deciros nada mas.

Norathar asintió, casi imperceptiblemente. Sethra continuó.

—Tomé posesión oficial del castillo, por supuesto. Os encontramos allí. Creo que teníais unos cuatro años. Dije a mi aprendiza que efectuara el análisis, y ya sabéis el resto. Devolví vuestro castillo a la Casa. No sé qué fue de él, o de las posesiones de vuestros padres. Quizá aún tengáis parientes…

Norathar asintió de nuevo.

—Gracias —dijo—, pero esto apenas cambia…

—Hay otra cosa. Si mi aprendiza se equivocó, eso recae sobre mí. Es evidente que mis actos fueron la causa inmediata de todo esto. Confío en los conocimientos genéticos de Aliera más que en los de cualquiera, y dice que vos sois el producto del Señores Dragones por ambas partes, con el e’Lanya dominante.

»Quiero saber qué pasó. Tengo la intención de investigar. Si os mato, eso dificultará mi tarea. Si vos me destruís, la imposibilitará, por supuesto. Os agradecería que aplazarais cualquier desafío hasta que haya terminado esta investigación. Después, si lo deseáis, me plegaré a las condiciones de vuestro desafío.

—¿Cualquier condición? —preguntó Norathar—. ¿Incluyendo el acero normal?

Sethra resopló.

—Incluyendo un duelo jhereg, si queréis.

La sombra de una sonrisa cruzó los labios de Norathar cuando se sentó.

—Acepto vuestras condiciones —dijo.

Cawti y yo nos relajamos. Morrolan y Aliera, en mi opinión, estaban interesados, pero nada preocupados.

Morrolan carraspeó.

—Bien, tal vez deberíamos discutir el método.

—Aclárame esto —dijo Sethra—. Si hubo un complot, ¿pudo Baritt estar mezclado?

Aliera dijo «no» al mismo tiempo que Morrolan decía «sí». lancé una risita. Aliera se encogió de hombros.

—Bueno, tal vez —dijo.

Morrolan bufó.

—En cualquier caso —dijo—, ¿es posible que pudieran engañar a un athyra? ¿Se mezclaría un athyra en un complot de este tipo, por no mencionar a un lyorn? Si hubo un complot, como tú dices, tendrían que haber convencido al athyra de que les ayudara, y me cuesta creer que lo lograran. Ningún lyorn aceptaría; por eso participan en cosas como ésta.

Sethra asintió para sí.

—Perdonad —dije—, pero ¿qué procedimiento hay que seguir para lograr que un lyorn y un athyra colaboren en algo semejante? O sea, ¿vas a la Casa del Lyorn y gritas: «Estamos haciendo una investigación genética, ¿alguien quiere ayudar?»¿…? ¿Qué hay que hacer?

—En el caso de la Casa del Lyorn —dijo Sethra—, se necesita una petición oficial, por mediación del Imperio, para conseguir su ayuda. Con los athryas, alguien propondrá a un mago que conoce en persona o por referencias, y el consejo lo aprueba.

—Y es probable que la Casa del Lyorn elija a alguien familiarizado con este tipo de cosas —añadí.

Sethra asintió.

—Muy bien —dije—, pero… Aliera, ¿sería muy difícil falsificar un análisis genético?

—Un conjuro de engaño complicado lo conseguiría —contestó poco a poco—. Si el analista fuera un incompetente.

—¿Y si no?

—No le engañarían.

—¿Podrían engañar a Sethra la Menor?

—Con facilidad —resopló.

Desvié la vista hacia Sethra Lavode; no parecía muy convencida. Lo dejé correr de momento.

—¿Y Baritt?

—No —dijo Aliera.

Morrolan se mostró de acuerdo.

—Fuera lo que fuese, no era incompetente, desde luego.

—Por lo tanto —continué—, si alguien lanzó un conjuro para lograr que Norathar no pareciera una dragón pura, Baritt debía estar implicado. Pudo engañar al lyorn.

—Vlad —dijo Morrolan—, el athyra también tuvo que estar mezclado…, y tendrás que convencerme de eso.

—Aún no he llegado a eso —admití—. Cada cosa a su tiempo. Sethra, ¿cómo se enteró de esto Sethra la Menor?

—No lo sé, Vlad. Ocurrió hace más de cuatrocientos años.

—A tu edad, Sethra, es como si hubiera pasado ayer.

Enarcó una ceja. Después, sus ojos se desplazaron hacia arriba y a la izquierda, mientras intentaba recordar.

—Dijo que se había enterado por un amigo que había estado tomando copas con lady Miera. Dijo que lady Miera se lo había contado a su amiga, y su amigo se lo dijo a ella.

—¿Cómo se llama esa amiga?

Suspiró y se reclinó en la silla. Apoyó las manos sobre la cabeza, inclinó la cabeza hacia atrás y puso los ojos en blanco. Nos quedamos en silencio, casi sin atrevemos a respirar. De pronto se enderezó.

—¡Fue Baritt, Vlad!

¿Por qué no me sorprendí?, me pregunté.

Sacudí la cabeza.

—Si queréis averiguar qué sabe Baritt de esto, os diré dónde podéis encontrarle, pero no esperéis que os acompañe. He estado en la Puerta de la Muerte una vez; es suficiente para toda la vida, como mínimo. Tengo mis propios problemas. Hay un tipo que intenta enviarme allí. Hablando de manera figurada —añadí—. Tengo entendido que no permiten la entrada a los orientales.

»Da igual. Sethra, ¿te acuerdas de quién era el lyorn?

—Nunca lo supe. Terminada mi parte, no quise saber nada más del asunto. No estaba presente cuando realizaron el segundo análisis.

—Ah. Supongo que tampoco sabrás quién era el athyra.

—Exacto.

—Constará en los registros —intervino Aliera—. Podemos averiguarlo.

Asentí.

—En tal caso, supongo que no se puede hacer nada más de momento, ¿verdad?

Sethra, Aliera y Morrolan asintieron. Norathar y Cawti nos habían estado mirando todo el rato sin la menor expresión. Me pareció raro haber tomado la iniciativa en aquella investigación concerniente a la historia de la Casa del Dragón, pero, en cierto sentido, la investigación es una de mis especialidades. Cawti también podría haberlo hecho, pero aún tenía menos interés que yo.

—La siguiente cuestión —dijo Morrolan— es cómo vamos a presentar esto al Consejo del Dragón. Sugiero que Aliera y yo vayamos a verles y…

Aliera le interrumpió.

—Tal vez sería mejor más tarde. Es un tema que deben discutir los dragones.

Se produjo un breve y embarazoso silencio; después, Cawti se levantó.

—Excusadme —dijo—. Creo que prefiero retirarme ahora.

Sethra se levantó y dedicó una leve reverencia de agradecimiento a Cawti cuando salió. Luego volvió a sentarse.

—Me pregunto qué mosca le ha picado —dijo Morrolan.

Típico.

—El final de una asociación —dijo Norathar, y dio la impresión de que aparecían nuevas arrugas de dolor alrededor de sus ojos y mandíbula.

Claro, ahora era una Señor Dragón, y podía demostrar sus sentimientos. Se puso en pie, hizo una inclinación y siguió a Cawti.

Las seguí con los ojos, y después eché un vistazo a la mesa. La comida estaba fría y el vino caliente. De haber incluido una cebolla, habría estado podrida hasta la médula.