9
«Creo que querían verte»
Volví a mi habitación y decidí que quería ver a Cawti otra vez; también, que me apetecía mucho cenar con Sethra, Morrolan y Aliera. Me di cuenta de que se estaba muy bien en la Montaña Dzur, mientras Kragar se ocupaba de todo desde la oficina. En otras palabras, mientras todo cuanto había construido se derrumbaba por las Cataratas de la Puerta de la Muerte. Kragar no era incompetente, pero hay ciertas cosas que uno debe hacer por sí mismo, y llevaba ausente ya cuatro días.
¿Aliera?
Después de una pausa, llegó la respuesta.
¿Sí; Vlad?
Ha pasado algo. He de volver a la oficina ahora mismo. Haz el favor de transmitir mis excusas a Sethra y Morrolan.
Como quieras, pero no hagas demasiados esfuerzos.
Ni se me ocurriría.
¿Quieres que te ayude a teleportarte?
Sí; por favor. Sería estupendo.
Muy bien.
—Voy enseguida —concluyó de viva voz, parada delante de mí. Menuda demostración.
Le transmití la imagen de un callejón situado detrás de una hilera de edificios encarados a Malak Circle, y amplié la imagen para mostrarle en qué vecindad de las partes de Adrilankha familiares a ella estaba.
Asintió.
—¿Preparado? —preguntó.
—Preparado.
Hubo un giro, un retortijón en mi estómago, y ya había llegado. Podría haberme teleportado ante el edificio de la oficina, pero quería echar un vistazo y tomar el pulso a la zona, mientras daba a mi estómago la oportunidad de recuperarse.
Caminar por las calles no era tan peligroso como suena. Si bien no llevaba guardaespaldas, nadie sabía que había vuelto. La única forma de que Laris pudiera atacarme era destacar a un asesino a las cercanías de mi oficina, con la esperanza de yerme entrar. Nunca había aceptado un «trabajo» así, pero tengo una idea de los riesgos que comporta. Cuanto más te ciñes a un lugar concreto, más posibilidades existen de que alguien te identifique como el encargado del trabajo. Pagar a alguien para que haga eso cuesta más que contratar a la Espada y el Cuchillo para liquidar al individuo. Por lo tanto, no estaba muy preocupado.
El barrio parecía un poco mustio. Era primera hora de la tarde, y la zona no se animaba hasta el anochecer, pero estaba demasiado tranquilo. ¿Alguna vez habéis conocido tan bien una parte de una ciudad que sois capaces de identificar su estado de animo general? ¿Tan bien que el perfume de las piernas de lyorn asadas os indican que algo no es normal, que notáis a los vendedores callejeros un poco más callados de lo normal, que los comerciantes y los tecklas llevan unas ropas menos coloridas de lo habitual, cuando las hogueras perfumadas de cientos de transeúntes que hacen ofrendas a una docena de dioses en los altarcillos transmiten una sensación de desasosiego al corazón, en lugar de renovación?
Conocía aquella parte de Adrilankha así de bien, y de ese humor estaba. No sería necesario hablar con Kragar para saber que los negocios no se habían recuperado. Medité sobre esto y, mientras me acercaba a la oficina, descubrí algo muy importante: a Laris no le preocupaba el dinero.
¡Cuidado, jefe!
¡Otra vez no, por los dientes de la Montaña Dzur! Me tiré al suelo, rodé a mí izquierda, me puse de rodillas y vi a dos jheregs desconocidos que se aproximaban hacia mí desde cada lado. ¡Dos, por el amor de Verra! Ambos empuñaban cuchillos. Loiosh se lanzó hacia uno. Abofeteó su cara y trató de hincarle los dientes. El otro se tambaleó de repente y cayó de rodillas a pocos pasos de mí, con tres shurikens clavados. Comprendí que los había arrojado yo. No está mal, Vlad.
Me puse en pie y giré en redondo, esperando más. No les vi, de modo que me volví a tiempo de ver al otro asesino caer al suelo. N’aal estaba detrás de él, y sujetaba un gran cuchillo de combate manchado de sangre fresca. A su lado estaba Chimov, también armado con un cuchillo, quien miraba a su alrededor nerviosamente.
—¡Jefe! —gritó N’aal.
—No, soy Kieron el Conquistador —repliqué—. ¿Qué pasa aquí? ¿Por qué hay asesinos, maldita sea Verra, delante de la oficina, maldita sea Verra, en plena tarde, maldita sea Verra?
Chimov se encogió de hombros.
—Creo que te esperaban, jefe —dijo N’aal.
Hay días en que todo quisque se hace el gracioso, maldita sea Verra. Pasé de largo y entré como una tromba en la oficina. Melestav dio un bote cuando entré, pero se tranquilizó al ver que era yo. Kragar estaba en mí oficina, sentado en mi butaca, maldita sea Verra. Me saludó con afecto.
—Ah, eres tú —dijo.
Uno…, dos…, tres…, cuatro…
—Kragar, ¿puedo sentarme en mi butaca?
—Ah, claro, jefe. ¿Qué pasa, has elegido un mal día para esquivar asesinos? Pensé que querías un poco de emociones fuertes, de lo contrario no habrías caminado directamente hacia ellos sin avisar a nadie de que venías. Habría sido más fácil…
—Te estás pasando.
Se levantó.
—Lo que tú digas. Vlad.
—Kragar, ¿qué está pasando aquí?
—¿Pasando?
Señalé hacia el exterior.
—Ah, nada.
—¿Nada? ¿Quieres decir «negocios cero»?
—Casi.
—¿Y esos asesinos?
—No sabía que estaban ahí, Vlad. ¿Crees que me habría quedado cruzado de brazos?
—Pero le costarán una fortuna a Laris.
Asintió. Un contacto con Melestav me interrumpió.
¿Sí?
N’aal está aquí Que entre.
Entró.
—Jefe, yo…
—Espera un momento. Tres cosas. La primera, buen trabajo al liquidar a ése. La segunda, la próxima vez espero que les veas antes de que ellos me vean a mí. La tercera, la próxima vez que casi me asesinen, si tú estás cerca, guárdate tus comentarios guilipollas, o te rebanaré el pescuezo. ¿Entendido?
—Si, jefe. Lo siento.
—Bien. ¿Qué querías?
—Pensé que querrías guardarlos. —Tiró mis shurikens, con sangre y todo, sobre mi escritorio—. Recuerdo haber oído que no te gusta dejarlos por ahí, y…
Me puse en pie, di la vuelta a mi escritorio y extraje un cuchillo de mi capa. Antes de que N’aal pudiera reaccionar, se lo hundí entre la cuarta y quinta costilla y tiré hacia arriba. Una expresión de estupor apareció en su cara cuando me aparté. Después, se desplomó.
Me volví hacia Kragar, todavía poseído por el miedo y la rabia. Además, el costado y la espalda me dolían como el Gran Mar del Caos.
—Kragar, eres un ayudante administrativo muy bueno, pero si alguna vez quieres dirigir una zona, hazlo tan lejos de mí como sea posible, o aprende a mantener la disciplina. Este tipo no es idiota; se lo tendría que haber pensado dos veces antes de entrar aquí con un arma asesina, manchada todavía con la sangre del cadáver. En los cuatro días que llevo ausente, has conseguido convencer a todos de que ya no tienen que pensar, y como resultado casi me liquidan ahí fuera. ¡Estamos hablando de mi vida, hijo de puta!
Calma, jefe, no…
Cierra el pico.
—Ahora —continué—, encárgate de que le revivifiquen. De tu bolsillo. Si no, tendrás el honor de pagar a sus parientes la compensación. ¿Entendido?
Kragar asintió, con aspecto de estar muy encrespado.
—Lo siento, Vlad —dijo, y dio la impresión de que buscaba algo más que decir.
Volví, a mi escritorio, me senté, me recliné en la butaca y sacudí la cabeza. Kragar no era incompetente, en casi nada. No quería perderle. Después de esto, tendría que demostrarle de alguna manera que confiaba en él. Suspiré.
—Bien, vamos a olvidarlo. Ya he vuelto. Quiero que hagas algo.
—N’aal no iba desencaminado. No tendría que haber dejado los shuriken en el cuerpo, pero él no tendría que habérmelos devuelto. No sé si el Imperio utiliza alguna vez brujas, pero si lo hace, una bruja es capaz de rastrear el arma hasta su poseedor.
Kragar escuchaba en silencio. No sabía nada de brujería.
—Tiene que ver con el aura corporal —expliqué—. Cualquier cosa que haya estado a mi alrededor, por poco tiempo que sea, deja una especie de «olor» psíquico que una bruja puede identificar.
—¿Y qué haces al respecto? No siempre llevarás el arma encima.
—Lo sé. Lo que voy a hacer es empezar a cambiar de armas cada dos días o así, para que nada capte mi aura. Voy a hacer una lista de todas mis armas. Quiero que busques otras similares. Pondré las usadas en una caja, y tú las utilizarás para intercambiar la siguiente vez, y así reduciremos un poco los gastos. ¿De acuerdo?
Pareció sorprendido. Bien, yo no. Depositaba una gran confianza en él al decirle qué armas llevaba ocultas en mi persona, aunque sospechara que me callaba otras. Sin embargo, asintió.
—Bien —dije—. Vuelve dentro de una hora y ya tendré terminada la lista. Apréndela de memoria y destrúyela.
—Entendido, jefe.
—Bien. Vete ya.
Jefe…
Lamento haberte gritado, Loiosh, buen trabajo con aquel asesino.
Gracias, jefe. Y no te preocupes por eso. Lo entiendo.
Loiosh siempre había sido comprensivo, decidí. Cuando empecé a escribir, me di cuenta de lo cerca que había estado otra vez. Llegué al cubo de la basura antes de que mi estómago se vaciara. Cogí un vaso de agua y me enjuagué la boca. Después, ordené a Melestav que vaciara y limpiara el cubo. Me quedé un rato sentado, tembloroso, antes de ponerme a trabajar en la lista de Kragar.
* * *
Di a Kragar la lista y se marchó a cumplir su cometido. Poco después, recibí un mensaje de Melestav.
Jefe…, unas personas quieren verte.
¿Quién?
Van de uniforme.
Oh, mierda. Bueno, no debería sorprenderme. Comprobé que no hubiera nada acusador sobre mi escritorio. Hazles entrar.
¿Crees que va a ser muy duro, Loiosh?
Siempre puedes alegar legítima defensa, jefe.
La puerta se abrió y dos dragaeranos ataviados con los uniformes dorados de la Casa del Fénix entraron en fila india. Uno pasó la mirada alrededor de la oficina con aire desdeñoso, como diciendo «De modo que así vive esta escoria». El otro me miró con una expresión similar, como diciendo «De modo que ésta es la escoria».
—Saludos, señores —dije—. ¿En qué puedo servir al Imperio?
—¿Sois el baronet Vlad de Taltos? —preguntó el que me estaba mirando.
—Baronet Taltos es suficiente —contesté—. Estoy a vuestro servicio, señores.
El otro se volvió hacia mí y resopló.
—Estoy seguro —dijo.
—¿Qué sabes sobre ello? —preguntó el primero.
—¿Sobre qué, mi señor?
Dirigió una mirada al otro, que cerró la puerta de mi oficina. Respiré hondo y exhalé poco a poco, pues sabía lo que se avecinaba. Bien, a veces pasa. Cuando la puerta se cerró, el que había hablado más extrajo un cuchillo del cinturón.
Tragué saliva.
—Mi señor, me gustaría ayudar…
Fue lo único que conseguí decir antes de que descargara el pomo del cuchillo sobre un lado de mi cabeza. Salí volando de la silla y aterricé en la esquina.
Loiosh, no hagas nada.
Una pausa.
Lo sé jefe, pero…
¡Nada!
De acuerdo, jefe. Me quedaré aquí
El que me había golpeado se cernió sobre mí.
—Dos hombres fueron asesinados ante la puerta de este edificio, jhereg. —Lo dijo como si fuera una blasfemia—. ¿Qué sabes al respecto?
—Señor —dije—, no sé ¡ufff! —exclamé, cuando su pie entró en contacto con mi estómago. Lo vi a tiempo de moverme hacia adelante, de modo que no me alcanzó en el plexo solar.
El otro se acercó.
—¿Has oído, Menthar? No sabe ufff. ¿Qué te parece? —Me escupió—. Creo que deberíamos llevarle a los barracones. ¿Qué opinas?
Menthar murmuró algo, sin dejar de mirarme.
—He oído que eres duro, Bigotes. ¿Es verdad?
—No, señor —dije.
Asintió.
—No es un jhereg —dijo el otro—. Es un teckla. Mira cómo retuerce. ¿No te dan ganas de vomitar?
—¿Qué me dices sobre esos dos asesinatos, teckla? —preguntó el otro—. ¿Seguro que no sabes nada? —Me izó, y acabé aplastado contra la pared—. ¿Estás seguro?
—No sé qué… —dije, y me golpeó bajo la barbilla con el pomo de su cuchillo, que había escondido en la mano.
Mi cabeza se estrelló contra la pared y noté cómo mi mandíbula se rompía. Debí perder la consciencia un instante, porque no recuerdo haber caído al suelo.
—Sostenle para que yo le dé —dijo Menthar.
El otro guardia obedeció.
—Pero ve con cuidado. Los orientales son frágiles. Acuérdate del último.
—Iré con cuidado. —Me miró y sonrió—. La última oportunidad. ¿Qué sabes sobre esos dos asesinatos?
Sacudí la cabeza, que me dolía muchísimo, pero sabía que intentar hablar me dolería más. Alzó el cuchillo, con el pomo hacia arriba, y echó el brazo hacia atrás para asestar un buen golpe…
No sé cuánto duró el asunto. Fue una de las peores situaciones de mi vida, sin duda, pero si se hubieran decantado por llevarme a sus barracones habría sido mucho peor. Los Guardias del Fénix nunca reciben órdenes de golpear a jheregs, orientales, o a quién sea, pero les caemos mal a algunos.
La paliza fue muy peculiar. Ya me habían tundido otras veces; era uno de los precios que pagaba por vivir según mis normas, ajeno a las del imperio. Pero ¿por qué esta vez? Los dos muertos eran jheregs, y la actitud habitual de los Guardias Imperiales hacia esos casos es «nos importa un pito que se maten entre sí». Podía tratarse de otra excusa para apalizar a un jhereg o a un oriental, pero daba la impresión de que estaban muy enfadados por algo.
Estos pensamientos pasaban por mi mente a través de una espesa neblina de dolor, mientras yacía en el suelo de mi oficina. Me concentré con todas mis fuerzas en imaginar los motivos de la paliza, con el fin de no pensar en los dolores. Percibí que estaba rodeado de gente, pero no pude abrir los ojos para ver quiénes eran, y hablaban en susurros.
Al cabo de un rato, oí la voz de Melestav.
—Ya ha llegado, apartaos.
Capté el ruido de un vestido largo que se arrastraba por el suelo. A continuación, una exclamación ahogada. Decidí que mi aspecto debía ser penoso.
—Alejaos de él —dijo el recién llegado.
Reconocí, con sorpresa y cierto alivio, la voz de Aliera. Intenté abrir los ojos, pero se negaron.
—¿Está muy mal, Aliera? —preguntó la voz de Kragar, pero ella no le contestó.
Eso no significaba que estuviera muy mal; Aliera despreciaba tanto a Kragar que procuraba no hablarle siempre que era posible.
Kragar…
¿Te encuentras bien, Vlad?
No, pero da igual. Parecían enfadados por algo en particular. ¿Alguna idea?
Sí Mientras estaban…, mientras estaban aquí; pedí a Daymar que les sondeara mentalmente.
Kragar, ya sabes que no me gusta que Daymar sepa… Da igual. ¿Qué averiguó?
Aliera nos interrumpió.
—Duerme, Vlad —dijo.
Iba a protestar, pero descubrí que no era una simple sugerencia. Vi una luz verde pálido, y me dormí.
* * *
Aliera estaba a mi lado cuando volví a despertar, así como el cuadro del dzur y el jhereg. Esto me condujo a comprender que podía ver otra vez. Llevé a cabo una prospección de las diferentes partes de mi cuerpo, y descubrí que, si bien aún dolían, no se trataba de una agonía insufrible. Aliera era una curadora excelente.
—Sería mejor que me mudara aquí —dije.
—Me he enterado de lo ocurrido, Vlad —dijo Aliera—. Me disculpo en nombre de la Casa del Dragón.
Gruñí.
—El que te pegó…, ¿no se llama Menthar?, fue expulsado hace cuatro meses.
Noté que mis ojos intentaban abrirse. La examiné. Tenía los labios apretados, y sus ojos habían virado a gris. Sus manos se habían convertido en puños.
—Cuatro meses —repitió—, de modo que se ha abierto la veda.
—Gracias —dije—. Te agradezco la información.
Asintió. Los Señores Dragón eran Señores Dragón, y por lo general odiaban tanto a los jheregs como a los orientales, pero no aprobaban que se atacara a gente incapaz de defenderse, y Aliera sabía lo bastante sobre la personalidad de los jheregs como para saber que si un representante del Imperio quería apalizar a un jhereg, el jhereg tenía que aguantarse. Sin embargo, supongo que ser guardia conlleva cierto orgullo, y vernos salir con la nuestra les frustra. Por mi parte, no me sentía ofendido por lo ocurrido. Sólo deseaba arrancarle los brazos a aquel tipo… cuatro meses.
—Gracias —repetí—. Creo que ahora voy a dormir.
—Bien. Volveré dentro de un rato.
Se marchó, y yo me puse en contacto con Kragar.
¿Qué decías?
¡Vlad! ¿Cómo estás?
Como era de esperar. Bien, ¿qué averiguó Daymar? Los guardias fueron retirados el otro día porque se les necesitaba en otro sitio. Hubo disturbios en el Barrio de los Orientales. Eso tal vez explique por qué aquellos dos te atacaron. Supongo que están muy disgustados con los orientales. Durante los últimos días, han apalizado a otros orientales. Algunos han resultado muertos.
Entiendo. No habrá sido muy gordo, de lo contrario nos habríamos enterado.
No. Fueron atentados a pequeña escala, breves y muy sangrientos, por lo que Daymar dedujo. Lo estoy investigando, por principios.
De acuerdo, ese misterio está solucionado. Ahora, ¿quién desencadenó los disturbios? Laris, supongo. Hemos de descubrir cómo ha influido. Ha ocurrido mucho más al sur de sus dominios.
De acuerdo. Intentaré descubrirlo. No esperes gran cosa, de todos modos.
En absoluto. ¿Algo más sobre el otro asunto?
Un poco, pero creo que no es de gran ayuda. Se llama Norathar, y es del linaje e’Lanya. He encontrado referencias a su expulsión de la Casa, pero ningún detalle…, todavía.
Bien. Sigue insistiendo. Punto siguiente: ¿cómo puede permitirse Laris tener asesinos apostados delante de la oficina?
Bueno, ¿no me dijiste que la Espada y el Cuchillo le habían devuelto el pago?
Sí; pero eso refuerza la pregunta. ¿Cómo pudo permitirse el lujo de contratarlas, además de financiar los disturbios contra el Imperio en el Barrio de los Orientales?
Er… No lo sé. Supongo que tiene más dinero del que imaginábamos.
Exacto, pero ¿cómo lo ha conseguido?
Tal vez igual que tú.
Eso pensaba. Quizá le apoya alguien pudiente.
Podría ser, Vlad.
Investiguemos.
Por supuesto. ¿Cómo?
No lo sé. Piensa en ello.
Entendido. Vlad…
¿Sí?
La próxima vez que vuelvas, avísanos antes, ¿de acuerdo?
Sí
Después de interrumpir el contacto, me comuniqué con Fentor, en el Castillo Negro; le informé acerca de los disturbios y le pedí que investigara las causas. Después, dormí como un tronco.
* * *
¡Despierta, jefe!
Era como el redoble de tambor que pone en estado de alerta a un escuadrón. Me incorporé, aferrando un cuchillo bajo la manta, y vi a…
—Buenas tardes, Vladimir. ¿Tienes un cuchillo en la mano, o es que te alegras de yerme?
—Las dos cosas —dije, y envainé el cuchillo. Palmeó mi costado y me aparté para dejarle sitio. Intercambiamos un breve beso. Se echó atrás y sonrió.
—¿Qué ha pasado?
—Es una larga historia.
—Tengo todo el tiempo del mundo.
Le conté lo sucedido. Meneó la cabeza y, cuando terminé, me abrazó.
Uau.
—Y ahora, ¿qué? —preguntó.
—¿Tú y tu socia regateáis con los amigos?
—¡Ey! ¿Tú?
—Me lo imaginaba.
Me apretó un poco mas.
¿Preferís que desaparezca, jefe? Quizá dentro de un rato.
Ummm. Era puro sarcasmo, por si no habías caído en la cuenta.
Caí en la cuenta. Cierra el pico.
—Por cierto, Vladimir, Sethra va a dar un banquete.
—¿De veras? ¿En honor de quién?
—En honor de todos los que hemos salido vivos.
—Ummmmm. Es probable que intenten extraeros información a Norathar y a ti.
—Supongo que… ¿Cómo has averiguado su nombre?
Lancé una risita burlona.
—Imagino que tendré que arrancarte la información a base de torturas —dijo.
—Creo que sí —contesté.
Muy bien, Loiosh, ya puedes irte.
Pesado.