Capítulo 7

7

«A veces, se hacen tonterías»

El rastro persistente de una luz verde apagada, sin ojos para verla. La memoria como un pozo, la conciencia como un cubo, pero ¿quién tira de la cuerda? Pensé que pensaba. Existencia sin sensaciones, y el cubo aún no había llegado al agua.

Supe lo que era la «visión» cuando se produjo, y me descubrí mirando a un par de cosas brillantes y redondas que, por fin, comprendí que eran «ojos». Flotaban en la niebla gris y daban la impresión de yerme. Eso debía ser importante. «Pardos» vino a mi mente, al mirar los ojos, más o menos en el mismo momento que vi una cara definirse a su alrededor. Mientras miraba la cara, otras palabras acudieron a mi mente. «Niña» era una. «Mona» era otra. Y «sombría».

Me pregunté si era humana o dragaerana, y comprendí que había recuperado algo más.

Me examinó. Me pregunté qué veía. Su boca se abrió y surgieron sonidos. Me di cuenta de que llevaba un «tiempo» escuchando los sonidos, sin ser consciente. Los sonidos eran apagados por completo, como en una habitación que careciera de eco.

—¿Tío Vlad? —repitió, pero esta vez lo registré.

Dos palabras, «Tío» y «Vlad». Ambas poseían un significado. «Vlad» se refería a mí, y el descubrimiento me alegró. «Tío» tenía algo que ver con la familia, pero no estaba muy seguro de qué. Pensé un poco más en las palabras, pues las consideraba importantes. Mientras, una oleada de luz verde pareció surgir alrededor de mí, me bañó un momento y después paró.

Me di cuenta de que también aquello se prolongaba desde hacía rato.

Las sensaciones se multiplicaron, y noté que volvía a tener cuerpo. Parpadeé, y lo encontré delicioso. Me lamí los labios, y también fue agradable. Devolví mi atención a la niña, que me miraba con atención. Ahora parecía tranquilizada.

—¿Tío Vlad? —dijo, como una letanía.

Ah, eso está bien. «Vlad». Yo. Estaba muerto. La oriental, el dolor, Loiosh. Pero él estaba vivo, así que tal vez…

—¿Tío Vlad?

Sacudí la cabeza e intenté hablar.

—No te conozco —dije, y oí que mi voz era fuerte.

La niña asintió con entusiasmo.

—Lo sé —dijo—, pero mamá está muy preocupada por ti. ¿No quieres volver, por favor?

—¿Volver? No comprendo.

—Mamá trata de encontrarte.

—¿Te envió a buscarme?

La niña negó con la cabeza.

—No sabe que estoy aquí, pero está muy preocupada, tío Vlad. Y también tío Rollan. ¿Quieres volver, por favor?

¿Cómo podía negarme a aquella petición?

—¿Dónde estoy, pues?

La niña ladeó la cabeza, con expresión perpleja. Abrió y cerró la boca varias veces. Después, volvió a negar con la cabeza.

—No lo sé, pero haz el favor de volver, ¿eh?

—Claro, cariño, pero ¿cómo?

—Sígueme.

—Muy bien.

Se alejó unos pasos, se detuvo y me miró. Me descubrí moviéndome hacia ella, pero no daba la impresión de que caminara. No tenía ni idea de la velocidad a que nos desplazábamos, o de dónde a dónde, pero el gris se fue oscureciendo gradualmente.

—¿Quién eres? —pregunté mientras nos movíamos.

—Devera —contestó.

—Encantado de conocerte, Devera.

Se volvió hacia mí y rió. Su rostro se iluminó.

—Ya nos conocíamos, tío Vlad.

Sus palabras desencadenaron algunos recuerdos que no conseguí ubicar, pero…

—Ah, tío Vlad…

—¿Sí, Devera?

—Cuando volvamos, no digas a mamá que me has visto, ¿vale?

—Muy bien. ¿Por qué? ¿No deberías estar aquí?

—Bien, no exactamente. Es que, en realidad, aún no he nacido…

La negrura era absoluta, y de repente me sentí aislado. Después, una vez más, la luz verde me bañó, y ya no recuerdo más.

…el dzur había impreso un largo arañazo en el ala del jhereg. Las fauces del jhereg se dirigieron hacia el cuello del dzur, pero el dzur casi tenía la boca cerrada alrededor del cuello largo del jhereg, similar a una serpiente. El jhereg era de crianza normal. No era uno de los gigantes carentes de veneno que habitaban sobre las Cataratas de la Puerta de la Muerte, pero era uno de los más grandes que había visto en mi vida, y debía de ser capaz de enfrentarse con éxito a… Parpadeé. La escena no había cambiado. El cielo rojoanaranjado era correcto, pero me di cuenta de que yo estaba en el interior, en una cama, para ser exacto. Estaba contemplando un cuadro que ocupaba todo el techo. Sin duda. alguien había considerado una broma divertida que me despertara y viera aquella pintura. ¿Podía ver el cuadro de tal modo que el jhereg diera la impresión de estar ganando? Podía y lo hice. Un cuadro bonito. Respire hondo y… ¡Estaba vivo!

Volví la cabeza y paseé la vista por la habitación. Era espaciosa, según mis parámetros: unos siete metros en la dirección de la cama, tal vez cuatro y pico en la otra. Ni una ventana, pero excelente ventilación. Había un hogar en el centro de la pared a la que apuntaban mis pies, con un coquetón fuego que chisporroteaba y enviaba chispas de vez en cuando hacia la habitación. Había velas negras diseminadas por doquier, que proporcionaban la mayor parte de la luz. Había las suficientes para dotar a la habitación de una apariencia alegre, pese a las paredes negras.

Negro, negro, negro. El color de la hechicería. Lord Morrolan, el Castillo Negro. Sin embargo, no habría utilizado velas negras, a menos que estuviera haciendo brujería, y no capté rastros de conjuros. Tampoco tendría una pintura como aquélla. Por lo tanto…, la Montaña Dzur, por supuesto.

Me recliné contra la almohada (¡plumas de ganso, qué lujo!) y moví poco a poco mis extremidades. Imprimí un movimiento a cada una, y a cada dedo. Reaccionaron con normalidad, pero me costó cierto esfuerzo. Vi mi capa y mi ropa dobladas pulcra-mente sobre un estante situado a un metro de mi cabeza. Advertí, divertido, que la persona encargada de desnudarme había dejado a Rompehechizos enrollada alrededor de mi muñeca, por eso no me había sentido desnudo de inmediato.

Me incorporé hasta sentarme. Fui consciente de una sensación general de debilidad y dolores repartidos por todo el cuerpo. Les di la bienvenida, como nuevos signos de vida, y pasé los pies por encima del borde de la cama.

¿Piensas decir hola, jefe?

Me volví y vi a Loiosh posado sobre un armario ropero, al fondo de la habitación.

Buenos días, o lo que sea. Me alegro de verte bien.

Voló y se posó sobre mi hombro; me lamió la oreja.

Gracias por partida doble, jefe.

Había un orinal en un rincón de la habitación, que utilicé durante un largo rato. Me vestí poco a poco y encontré mis armas visibles alineadas bajo la capa. Casi todo lo que contenía la capa seguía en su sitio. Vestirse fue una tarea penosa. Ya habíamos hablado bastante.

Cuando estaba a punto de terminar, alguien llamó con suavidad a la puerta.

—Adelante.

Aliera entró.

—Buenos días, Vlad. ¿Cómo te encuentras?

—Bastante bien, dentro de todo.

Morrolan apareció en el umbral, detrás de ella. Nos saludamos con la cabeza.

—Habríamos venido antes —dijo—, pero hemos ido a ver a otro de nuestros pacientes.

—Ah, ¿sí? ¿A quién?

—A la «dama» que te atacó —dijo Aliera.

—¿Está viva?

Tragué saliva sin querer. Que te maten cuando intentas ejecutar un trabajo es una de las pocas cosas que rescinden el contrato entre asesino y patrón. Confiaba en que las dos hubieran emprendido el largo viaje.

—Las dos —dijo Aliera—. Las revivificamos.

—Entiendo.

Eso era diferente. Ahora tenían la opción de reanudar el recuerdo o no. Confié en lo último.

—Eso me recuerda algo —dijo Morrolan—. Vlad, te pido perdón. La oriental no tendría que haber sido capaz de atacarte. Desgarré varios de sus órganos internos, lo cual habría debido dejarla en coma al instante. No se me ocurrió seguir vigilándola.

Asentí.

—Será una bruja —dije—. La brujería es buena para eso. —Morrolan lo sabía, por supuesto. Sólo le estaba haciendo la puñeta—. Pero todo ha terminado bien. ¿Cómo os fue con la otra?

—Es una guerrera formidable —admitió Aliera—. Notabilísima. Luchamos durante más de un minuto, y me hirió dos veces.

Era una bonita ironía que Aliera, especialista en hechicería, se hubiera batido a espada con aquélla, en tanto Morrolan, uno de los espadachines más diestros del Imperio, hubiera utilizado la hechicería. Pero como los dos estaban muy por encima de la norma, daba igual.

Asentí.

—¿Cuándo fue? —pregunte.

—Llevamos a cabo la revivificación en cuanto llegaste aquí —explicó Aliera—. Has dormido dos días.

—No sé cómo darte las gracias, o a Sethra, por resucitarme.

—Fui yo —dijo Aliera—, y las gracias no son necesarias.

Aliera sacudió la cabeza.

—La más difícil de mi vida. Pensé que te íbamos a perder. Fue una tarea titánica reparar tu cuerpo, incluso antes de la revivificación. Después, lo intenté cuatro veces antes de que funcionara. Luego dormí durante medio día.

Sólo entonces recordé el sueño que había tenido. Me dispuse a mencionarlo, pero Aliera continuó.

—Creo que deberías descansar. Intenta permanecer acostado un día más. Además, no…

Eso me recordó otra cosa, así que la interrumpí.

—Perdona, Aliera, pero ¿cómo fue que Morrolan y tú aparecisteis?

—Morrolan me arrastró. Pregúntale a él.

Me volví y lo hice con las cejas.

—Kragar —dijo Morrolan—. Me explicó que necesitabas ayuda inmediata, pero no sabía en qué forma. Por casualidad, Aliera estaba conmigo en aquel momento. Parece que casi llegamos demasiado tarde. Y, repito, me disculpo por mi distracción con la oriental.

Deseché sus disculpas con un ademán.

—Muy bien. Seguiré tu consejo, Aliera. Creo que echaré una siestecita.

—¿Tienes hambre? —preguntó.

Consulté con mi parte prominente y asentí.

—Un poco. Quizá cuando despierte.

—De acuerdo. Consultaré con Sethra al respecto. ¿Sientes nauseas, o te apetece un banquete?

—Estoy bien. Sólo cansado.

—Bien.

Dediqué una reverencia a cada uno y volví a la cama en cuanto se marcharon.

No estás más cansado que yo, jefe.

Es verdad, pero me duele todo el cuerpo. Cállate un ratito

Me puse en contacto con Kragar. Tardé un poco pero al final respondió.

¡Vlad! ¡Bienvenido!

Gracias. Es fantástico estar vivo otra vez.

Ya me lo imagino. Aliera me dijo que habías emprendido el viaje pero habían conseguido recuperarte. Ya empezaba a preocuparme, de todos modos. Han pasado tres días.

Lo sé. ¿Cómo están Varg y Bichobríllante?

Bichobrillante está bien. El cuchillo le alcanzó en un riñón, pero actuamos a tiempo. Hizo una pausa. Varg no lo consiguió. La revivificación fracasó.

Proferí una maldición. ¿Cómo van nuestros ingresos?

Lentos y escasos.

Uf ¿Con qué fondos contamos?

Quedan unos nueve mil.

Muy bien. Tres mil quinientos por cabeza para quien me traiga a Wyrn y Mirafn.

jefe, van a estar protegidos, nunca…

Estupendo. En ese caso, no tendré que pagar nada, pero corre la voz.

Encogimiento de hombros mental. Bien, dijo. ¿Algo más?

Sí Mucho cuidado. Me refiero a todo el mundo. No se hará nada hasta que yo vuelva, pero no quiero que nadie salga solo. ¿Entendido?

Entendido.

Y gasta otros mil en mejorar la protección de todos nuestros locales. No quiero más sorpresas.

Entendido. ¿Algo más?

Sí. Gracias.

De nada.

¿Cómo lo supiste?

Recibí un mensaje de una de esas personas cuya amistad intentamos cultivar. Parece que el asunto se acordó en la sala superior de su taberna, y decidió ayudarnos.

Bien, pues… dale doscientos.

Ya le he dado ciento cincuenta.

Bien. Kragar…, todos los Guardias del Fénix desaparecieron, se largaron, justo cuando yo salí de la oficina. No puedo creer que se trate de una coincidencia, y no puedo creer que hayan conseguido la ayuda de la emperatriz, o del comandante de la Guardia del Fénix, a ese propósito. ¿Sabes algo al respecto?

Nuestro contacto dijo haber oído que «se tomarían las medidas oportunas».

Ummmm. Entiendo. Investígalo, ¿de acuerdo?

Lo intentaré.

Bien. ¿Sabes quiénes eran esas dos que me liquidaron?

Eran cojonudas. Realizaron la mitad del trabajo, en cualquier caso, incluso después de que Morrolan y Aliera aparecieran.

Hubo una pausa. ¿No lo sabes, jefe?

¿De qué estás hablando? ¿Cómo quieres que lo sepa?

Piensa un poco, jefe. Dos asesinas. Una dragaerana, otra oriental. Una con una espada, la otra con cuchillos. ¿Cuántos equipos así existen?

Oh… Yo… Er, hablaré contigo después, Kragar.

Claro, Vlad.

Y el contacto se interrumpió.

Cuando hablas de buenos asesinos, el nombre de Mario Nieblagris ocupa un lugar preponderante. Es el mejor, siempre lo ha sido y, por lo que a mí concierne, siempre lo será. Pero después de Mario, varios nombres acuden a la mente, entre aquellos que saben de estas cosas: los que son buenos, fiables, cobran tarifas elevadas y son temidos por cualquiera que piense en hacerse un poderoso enemigo en el seno de la organización.

La mayoría de asesinos trabajan solos. El asesinato es algo muy íntimo. Sin embargo, hay algunos equipos. Uno de estos consta en la lista que he mencionado antes. Había oído hablar de ellas, y sus nombres estaban relacionados con cierto número de trabajos realizados durante los últimos cinco años. Ninguna de estas historias está demostrada, y puede que no sean ciertas, pero aun así… Este equipo incluía a una dragaerana que utilizaba una espada con la habilidad de un Señor Dragón y a una oriental que empleaba cuchillos. Hay que pensar que la Mano Izquierda del Jhereg cuenta con muy pocas mujeres (está Kiera la Ladrona, y algunas más, pero son una excepción). Este par de asesinas se hacían llamar «La Espada del Jhereg» y «El Cuchillo del Jhereg», y nadie sabía de dónde habían salido. Era muy difícil ponerse en contacto con ellas. Por lo general, si querías contratarlas, corrías el rumor por las calles y esperabas a que ellas se enteraran y estuvieran interesadas.

Debo señalar que lo máximo que me han ofrecido por un asesinato han sido seis mil imperiales, y esas dos ni siquiera te hablan por menos de ocho o nueve. Jamás se me ocurrió enviarlas a por Laris, porque habrían pedido veinte mil, como mínimo, y no había forma de reunir aquella cantidad sin arriesgarlo todo a un solo golpe, una estupidez, porque todo el mundo puede fallar (yo aún no, pero he tenido suerte).

Me pregunté cuánto valía yo, y dónde había encontrado los fondos Laris. Descubrí que estaba temblando, otra estupidez, puesto que la amenaza había desaparecido. A menos que decidieran concluir el trabajo. Seguí hablando.

¿Estás bien, jefe?

Pues no. Vamos a dar un paseo.

Salí de la habitación a los fríos y negros pasadizos de piedra de la Montaña Dzur. Enseguida supe dónde me encontraba. A mi derecha estaba la biblioteca, donde había conocido a Sethra. A mi izquierda habría más dormitorios. Guiado por un impulso, giré a la izquierda. Había puertas a cada lado del pasillo, que continuaba adelante. Me detuve. ¿Estarían las asesinas en alguna de éstas? ¿Ocuparían dormitorios separados? Decidí seguir caminando; no ganaba nada con verlas. O sea, como asesino, nunca había tenido nada que decir a mis víctimas; como víctima, ¿qué Iba a decir a mis asesinas? ¿Suplicar por mi vida? Seguro. No, era absurdo… Descubrí que no me había movido. Suspiré.

A veces, se hacen tonterías, Loiosh.

Abrí la puerta con el mayor sigilo posible y miré dentro.

Estaba despierta y me miraba. Tenía la cara serena, los ojos inexpresivos. Era tan humana como yo, sin duda. Sus ojos se desviaron hacia mi mano derecha; descubrí que aferraba el cuchillo de mi cinturón. No dio muestras de estar asustada.

Estaba incorporada en la cama. Un camisón azul descubría su piel clara a la tenue luz del único juego de velas encendido. Su cabello era castaño oscuro, casi negro. El camisón pretendía ser recatado, pero también estaba hecho para una dragaerana, de modo que el escote cortaba la respiración. Tampoco dio muestras de turbación.

Sus ojos se desplazaron desde el cuchillo a mi cara. Nos estudiamos un rato. Después, obligué a mi mano a relajarse, y a relajar su presa sobre el arma.

¡Maldita sea! Era yo quien iba armado, era ella la indefensa. No tenía motivos para estar asustado de ella. Conseguí hablar.

—¿Tienes nombre? —pregunté. Mi voz sonó seca, casi quebradiza.

—Sí —dijo con voz de contralto.

Esperé a que continuara. Como no dio muestras de hacerlo, proseguí.

—¿Me dirás cuál es?

—No.

Asentí. El Cuchillo del Jhereg deseaba que la llamaran El Cuchillo del Jhereg. De acuerdo.

—¿Cómo se escapó de Loiosh tu socia? —pregunté.

—No lo hizo. Le di unas hierbas para que el veneno no la afectara, y se limitó a no hacerle caso.

Esperé a que Loiosh hiciera algún comentario; no lo hizo.

—¿En cuánto estaba valorada mi cabeza?

—Te sentirías halagado.

Siguió mirándome. Las velas parpadearon e hicieron cosas a su cabello, su cara y cuello, y a las sombras que proyectaban sus pechos sobre la pared de detrás. Tragué saliva.

—Hemos devuelto el pago —dijo.

Experimenté una sensación de alivio, como si hubieran detenido al Verdugo Imperial justo antes de alcanzar el hacha. Noté que se reflejaba en mi cara y maldije mi flaqueza.

Sus ojos se posaron en Loiosh, y después extendió la mano. Loiosh vaciló y se removió inquieto sobre mi hombro.

Jefe…

Tú decides, colegui.

Voló y rodeó su muñeca con las garras. Ella le rascó bajo la barbilla.

—El jhereg es precioso —dijo.

—Se llama Loiosh.

—Lo sé.

—Ah, claro. Habrás averiguado muchas cosas sobre mí.

—Por lo visto, no las suficientes. ¿Cómo se enteraron Morrolan y Aliera, a propósito?

—Lo siento.

Asintió.

—Tú… tienes talento para conseguir que la gente te subestime.

—Muchísimas gracias. —Entré en la habitación y dejé que la puerta se cerrara a mi espalda. Con un cuidadoso esfuerzo por aparentar indiferencia, me senté en el borde de la cama—. Y ahora, ¿qué?

Se encogió de hombros, un gesto que valía la pena presenciar.

—No lo sé. Morrolan y Aliera intentaron sondear mi mente. No funcionó, y no sé qué intentarán a continuación.

Me quedé sorprendido.

—¿Qué intentaban averiguar?

—Quién nos contrató.

Me reí.

—Podrían habérmelo preguntado. No te preocupes. Para ser Señores Dragones, no son mala gente.

Sonrió con ironía.

—Y tú me protegerás, ¿verdad?

—Claro. ¿Por qué no? Has devuelto el dinero, aunque no fuera necesario, lo cual demuestra que no volverás a atentar contra mí. Los orientales deberíamos ayudarnos mutuamente, ¿no?

Comprendió la intención de mis palabras y bajó la vista.

—Nunca había «trabajado» en un humano, Vlad. Estuve a punto de negarme, pero…

Volvió a encogerse de hombros. Me pregunté cómo podría convencerla de que lo siguiera haciendo.

—Me alegro de que Aliera sea especialista en revivificaciones.

—Supongo que sí.

—Por los dos —añadí, y lo dije en serio.

Ella me miró con atención. Hubo un momento en que el tiempo hizo cosas extrañas. Si hubiera tirado bien mis piedras, podría haberla besado entonces. Por lo tanto, lo hice. Loiosh voló de su brazo cuando nuestros labios se encontraron. No fue un beso muy apasionado, pero descubrí que había cerrado los ojos. Qué raro.

Siguió mirándome, como si fuera capaz de leer en mi cara.

—Me llamo Cawti —dijo a continuación, con toda la intención.

Asentí, y nuestras bocas volvieron a encontrarse. Rodeó mi cuello con los brazos. Cuando nos separamos en busca de aire, le bajé el camisón hasta las caderas. Liberó sus brazos y empezó a manipular la hebilla de mi capa. Decidí que aquello era una locura. Nunca se le presentaría mejor oportunidad de arrebatarme una daga y terminar conmigo. Verra, pensé para mis adentros, creo que he perdido.

Mi capa cayó al suelo, y ella me ayudó a quitarme el justillo. Hice una pausa para desembarazarme de mis botas y medias, y nos abrazamos de nuevo, y la sensación de su cuerpo menudo y fuerte contra el mío, sus senos contra mi pecho y su respiración en mi oído, mi mano sobre sus riñones, su mano detrás de mi cuello… Nunca había sentido nada igual, y deseé seguir así eternamente, paralizado en el instante.

Mi cuerpo, no obstante, tenía sus propias normas, y me leyó la cartilla. Empecé a acariciar su columna. Apartó mi cara y me besó; esta vez, los dos fuimos al asunto. Saboreé su lengua, y me resultó muy agradable. Me oí lanzar gemiditos cuando mis labios resbalaron desde su garganta hasta el valle de sus pechos. Besé cada uno, con delicadeza, y volví a sus labios. Empezó a manotear en busca del cinturón de mis pantalones, pero la interrumpí cuando encontré sus nalgas con mi mano derecha y la aplasté contra mi.

Nos echamos atrás y volvimos a mirarnos. Entonces, paramos el tiempo suficiente para echar a Loiosh de la habitación, porque el amor, como el asesinato, no requiere testigos.