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«Voy a dar un paseo»
Cuando dices «emperatriz», lo más probable es que convoques la imagen de una matrona anciana, de mirada severa, cabello gris acero, vestida con ropajes dorados, con el Orbe girando alrededor de su cabeza, mientras emite edictos y órdenes que afectan a las vidas de millones de súbditos con un movimiento indiferente del cetro.
Bien, el Orbe giraba alrededor de su cabeza; esa parte era cierta. También llevaba oro, pero nada tan sencillo como ropajes. Solía llevar… Bueno, da igual.
Zerika era una joven de trescientos o cuatrocientos años que equivale a veintipico en los humanos. Su cabello era dorado, (y si hubiera querido decir «rubio», habría dicho «rubio»). Sus ojos eran del mismo color, como los de un lyorn, y muy hundidos. Tenía la frente despejada, las cejas claras y casi invisibles, y las piel muy pálida (pese a los rumores, no era una no muerta).
La Casa del Fénix siempre es la más pequeña, porque no te consideran un fénix hasta que un fénix de verdad pasa sobre tu cabeza en el momento de nacer. El Interregnum había eliminado a todos los fénix, excepto a la madre de Zerika, que murió al dar a luz.
Zerika nació durante el Interregnum. El último emperador había sido un fénix decadente, y como aquél era el decimoséptimo Ciclo, el siguiente emperador tenía que ser también un fénix pues se supone que un fénix renacido ha de seguir a un fénix decadente cada diecisiete ciclos. A propósito, por lo que yo sé, un fénix renacido es un emperador de la Casa del Fénix que aún no ha caído en decadencia al final de su reinado. Sea como sea, Zerika era la única fénix viva en aquella época, de modo que tenía que ser Zerika (todo este asunto de qué es necesario para ser un fénix es muy extraño, cuando se combina con aspectos de las relaciones entre las Casas, como la genética. O sea, parece absurdo sostener la opinión de la mayoría de dragaeranos acerca de crear híbridos, porque hasta el momento no existe otra manera de producir un heredero fénix que no sea por entrecruzamiento. Puede que me extienda más sobre esto en otro momento).
En cualquier caso, a la tierna edad de cien años o así, fue a las Cataratas de la Puerta de la Muerte y pasó, viva, por los Senderos de los Muertos, hasta llegar a la Sala del Juicio. Allí, cogió el Orbe de la sombra del último emperador y volvió para declarar concluido el Interregnum. Esto sucedió cuando mi tatatatatatatatarabuelo nació.
Por cierto, lo de descender las Cataratas de la Puerta de la Muerte es muy impresionante. Lo sé, porque yo lo he hecho.
La cuestión es que todos estos antecedentes proporcionan a Zerika cierta comprensión de la condición humana, o al menos, dragaerana. Era prudente e inteligente. Sabía que no iba a ganar nada si interfería en un duelo entre jheregs. Por otra parte, supongo que era imposible pasar por alto lo que Laris y yo estábamos haciendo.
Nos despertamos la mañana posterior a mi encuentro con Terion y descubrimos las calles patrulladas por guardias ataviados con el uniforme del Fénix. Advertencias clavadas en las paredes explicaban que no se permitía a nadie pasear por las calles después de anochecer, que no podían formarse grupos de más de cuatro personas, que toda utilización de la hechicería sería meticulosamente observada y regulada, que todas las tabernas y fondas estaban clausuradas hasta nuevo aviso. Se leía entre líneas que ninguna actividad ilegal sería tolerada.
Era suficiente para que deseara mudarme a un barrio mejor.
—¿Cómo lo llevamos, Kragar?
—Podremos aguantar, financiando todo sin ganar nada, unas siete semanas.
—¿Crees que esto se alargará siete semanas?
—No lo sé. Espero que no.
—Sí. No podemos reducir nuestras fuerzas a menos que Laris haga lo mismo, y no tenemos manera de saber silo hará. Eso es lo peor; sería el momento perfecto para empezar a infiltrarnos en su organización, pero no podemos porque tampoco funciona en este momento.
Kragar se encogió de hombros.
—Tendremos que sentarnos a esperar.
—Ummmm. Tal vez. Oye, ¿por qué no localizamos algunos locales legales con los que esté relacionado, restaurantes, por ejemplo, y hacemos amistad con los gerentes?
—¿Amistad?
—Claro. Les haremos regalos.
—¿Regalos?
—Dinero.
—¿Así por las buenas?
—Sí. Sin pedirles nada. Que los muchachos les den dinero, y digan que es de mi parte.
Kragar parecía más perplejo que nunca.
—¿De qué servirá?
—Bueno, funciona con los consejeros de la corte, ¿no? ¿No se consiguen relaciones así? Se mantienen buenas relaciones para que, si necesitamos algo, la gente esté bien dispuesta hacia nosotros. ¿Por qué no lo probamos ahora? No nos perjudicará.
—Nos saldrá caro.
—Olvídalo. Podría funcionar. Si les caemos bien, existen más posibilidades de que se vayan de la lengua, y puede que nos digan algo útil. Si no ahora mismo, quizá algún día.
—Vale la pena probar —admitió Kragar.
—Empieza con quinientos, y repártelos por ahí.
—Tú eres el jefe.
—Lo siguiente; tendríamos que averiguar cuándo será posible abrir algún local. ¿Alguna idea? ¿Días? ¿Semanas? ¿Meses? Años?
—Como mínimo, días, tal vez meses. Recuerda que esos guardias están tan disgustados como nosotros. Se opondrán a la situación por su cuenta, y todos los comerciantes que no están implicados, también. Además, no hace falta decir que todos los contactos de la organización en palacio estarán trabajando en ello. No creo que se prolongue más de un mes.
—¿Terminará de repente, o poco a poco?
—Podría ser de cualquiera de ambas maneras, Vlad.
—Uf. Bien, ¿podríamos abrir un garito en, digamos, una semana.
—Puede que nos dejen, pero en cuanto abras un garito, ¿qué pasará la primera vez que un cliente se quede sin blanca? Hemos contar con alguien que le preste dinero, y puede que se retrase los pagos y se ponga a robar. Necesitamos un perista, o…
—En cualquier caso, no tenemos a ningún perista.
—Estoy en ello.
—Ah. De acuerdo. Sí, te entiendo. Todo está relacionado.
—Y otra cosa más: quien abra un local va a estar muy nervioso. Eso significa que deberías hacer visitas en persona, y eso es peligroso.
—Sí.
—Podríamos buscar una nueva oficina. Esta aún huele a humo.
—Podríamos, pero… ¿Sabes dónde está la oficina de Laris?
—Lo se, pero ya no va por allí. No sabemos dónde está el tipo.
—Pero sabemos dónde está su oficina. Estupendo. Allí estará mi nueva oficina.
Kragar aparentó sorpresa al principio, pero luego meneó la cabeza.
—No hay nada como la confianza —dijo.
* * *
Aquella semana, Narvane estuvo en contacto conmigo constantemente, y poco a poco se fue aficionando al trabajo. Después de lo que le había pasado a Temek, iba con mucho cuidado, pero estábamos acumulando una lista de lugares, y algunos nombres.
Intenté lanzar un pequeño conjuro de brujería contra Laris, sólo para averiguar si valía la pena atacarle así, pero no conseguí nada. Eso significaba que gozaba de protección contra la brujería, e indicaba que me conocía bien, puesto que la mayoría de dragaeranos consideran superfluo preocuparse por el arte.
Mis protectores seguían a la gente conocida, e intentaban estudiar sus movimientos, por si la información nos era útil más adelante. Abordamos a un par de tipos con cantidades considerables, con la esperanza de descubrir el escondite de Laris, pero fracasamos.
El proyecto de entablar amistad con gente de Kragar fue mejor, si bien algo lento. No logramos nada útil, pero existían indicios de que, en el futuro, tal vez cambiaría la situación. Envié a algunos muchachos a hablar con los Guardias del Fénix. Nos contaron que el trabajo no les complacía, no esperaban que se prolongara mucho y estaban tan impacientes por volver a jugarse el dinero como nosotros por pagárselo. Reflexioné sobre el asunto.
Seis días después de que Zerika enviara a sus guardias, me encontré con Kragar y Sonrisas Gilizar. Sonrisas había protegido a Nielar, y se había recuperado muy bien de la revivificación. Se había ganado el sobrenombre porque sonreía casi tanto como Varg, o sea, nada.
Varg, sin embargo, apenas tenía expresión. Sonrisas exhibía una mueca despectiva permanente. Cuando daba la impresión de que iba a morderte en la pierna, era feliz. Cuando se enfadaba, su rostro se contorsionaba. Había elegido un arma oriental llamada lepip, que consistía en una pesada barra de metal envuelta en cuero para impedir cortes. Cuando no se dedicaba a la protección, musculeaba. Había empezado en los muelles, cobrando deudas para un prestamista de genio vivo llamado Cerill. Cuando Cerill se hartaba de ser razonable, enviaba a Sonrisas, y al día siguiente enviaba a otra persona para razonar con lo que quedaba.
Kragar y yo estábamos sentados con Sonrisas, que nos miraba ceñudo.
—Sonrisas, nuestro amigo H’noc va a abrir un burdel mañana por la noche. Le protegen Abror y Nephital. Quiero que vayas a echarles una mano.
Su mueca despectiva se acentuó, como si la tarea no fuera digna de él.
Le conocía lo bastante bien para no hacerle caso. Continué.
—Mantente alejado de los clientes, para no asustarles. Si los guardias intentan cerrar el local, déjales. ¿Serás capaz?
Resopló, y yo lo tome como una afirmación.
—De acuerdo, ve allí a la hora octava. Eso es todo.
Se fue sin pronunciar palabra. Kragar meneó la cabeza.
—Me asombra que puedas desembarazarte de él con tanta facilidad, Vlad. Da la impresión de que, para ello, sea necesaria una proscripción demoníaca.
Me encogí de hombros.
—Nunca ha «trabajado», por lo que yo sé.
—Nos interesaría saber algo mañana —gruñó Kragar—. ¿Alguna noticia de Narvane?
—Poca cosa. Va lento.
—Me lo imagino, pero al menos, debería comprobar si Laris va a abrir algo…
Me mostré de acuerdo. Me puse en contacto con Narvane y le di las órdenes pertinentes. Después, suspiré.
—Detesto estar en la inopia así. Contamos con una buena base para el futuro, pero seguimos sin saber casi nada sobre él.
Kragar asintió, y luego sonrió.
—¡Vlad! ¡Morrolan! ¿No eres su consejero de seguridad? ¿No tiene una red de espías?
—Claro, Kragar. Y si quieres averiguar cuántos hechicero tiene en nómina lord No Sé Cuántos de la Casa del Dragón, te lo podría decir en tres minutos, además de su especialidad, edad y vinos favoritos, pero eso no nos sirve de nada.
Una expresión vaga apareció en su rostro.
—Debería existir una manera de utilizar eso… —dijo.
—Si se te ocurre una, avísame.
—Lo haré.
* * *
H’noc se puso en contacto conmigo la noche del día siguiente.
¿Sí?
Sólo quería decirte que los guardias no nos han molestado todavía.
Bien. ¿Clientes?
Puede que dos.
De acuerdo. Algo es algo. ¿Has visto a alguien que tuviera pinta de trabajar para Laris?
¿Cómo puedo saberlo?
Bien. Seguiremos en contacto.
Miré a Kragar, que últimamente pasaba más tiempo en mi oficina que en la suya.
—Acabo de hablar con H’noc. Ningún problema: no hay clientes.
Asintió.
—Si superamos la noche, tal vez mañana abramos una tienda de peritajes.
—Claro. ¿Quién?
—Conozco algunos ladrones que andan hablando de dedicarse al negocio.
—¿En plena guerra?
—Tal vez.
—De acuerdo. Averígualo.
—Lo haré.
Kragar localizó a un perista, y abrimos un par de noches más tarde. Al mismo tiempo, Narvane descubrió que Laris no hacía gran cosa. Empezamos a respirar mejor. Llegamos a la conclusión de que los Guardias del Fénix no tardarían en desaparecer, y la situación recobraría la normalidad.
¿La normalidad? ¿Qué significaba «normalidad», exactamente, en aquel momento?
—Kragar, ¿qué pasará cuando los Guardias del Fénix desaparezcan?
—Las cosas volverán a la… Ah, ya sé a qué te refieres. Bien en primer lugar, volveremos a ponernos a la defensiva. El empezará a atosigarnos, nosotros empezaremos a tratar de averiguar todo cuanto podamos sobre él y… Por cierto, alguien más que Narvane debería dedicarse a ello.
—Lo sé. Lo haremos, pero… Creo que es nuestra gran oportunidad de salir adelante.
—Er… ¿Cuál es?
—Esta. Ahora. Cuando ninguno de los dos pueda atacar al otro pero es posible poner en marcha de nuevo los negocios. Deberíamos forzar la máquina al máximo. Abrir todos los locales posibles, reunir suficiente dinero y entablar amistades con todos los muchachos de Laris que nos sea posible. Poner a Narvane y a quien esté disponible a investigarle… Todo el lote.
Kragar meditó, y después asintió.
—Tienes razón. Tenemos al perista trabajando, lo cual supone que podemos abrir una casa de préstamos. ¿Tres días? ¿Dos?
—Dos. Habrá que pagar sobornos extra, pero no durará
—Exacto. En cuanto eso marche, empezaremos a abrir los clubes de shareba. ¿Dentro de una semana, tal vez, si todo va bien?
—Eso suena bien.
—Estupendo. Al principio, no necesitaremos demasiada protección. Wyrn y Mirafn ayudarán a Narvane. Y quizá también Chimov y Bichobrillante, pero todos se seguirán turnando como guardaespaldas.
—Chimov no. No quiero que un independiente sepa demasiado sobre lo que yo sé. Tal vez N’aal. No es muy bueno, pero ya aprenderá.
—De acuerdo. Hablaré con ellos, y se lo diré a Narvane.
—Bien. ¿Nos dejamos algo?
—Es probable, pero no se me ocurre qué.
—Entonces, vamos a ello.
Será agradable verte trabajar de nuevo, jefe.
Cierra el pico, Loiosh.
Narvane sólo tardó dos días en conseguir más ayuda para su organización. El día que el prestamista empezó, empecé a recibir informes de ellos, y me quedé impresionado. Si bien no conocían a mucha gente de Laris, y la que conocían carecía de importancia, descubrieron siete establecimientos de Laris. Ante nuestra sorpresa, ninguno había reabierto. Laris no daba señales de vida. No sabía si alegrarme o ponerme nervioso, pero como la ciudad seguía plagada de Guardias del Fénix, nos sentíamos a salvo.
Unos días más tarde, abrí un garito de shareba, y al día siguiente uno de piedras s’yang y otro de banca de tres cobres. Nuestra ventaja sobre Laris aumentaba, pero no daba muestras de reaccionar. Me pregunté qué significaba aquello.
—Oye, Kragar.
—¿Cuántos dzurs hacen falta para afilar una espada?
—No sé.
—Cuatro. Uno para afilarla, y tres para iniciar una pelea que la haga necesaria.
—Ah. ¿Hay alguna moraleja?
—Pienso que sí. Creo que está relacionado con la necesidad de tener oposición para poder actuar.
—Ummmm. ¿Quieres decirme algo, o te gusta ser ambiguo?
—Voy a dar un paseo. ¿Quién me protege hoy?
—¿Un paseo? ¿Estás seguro de que no corres peligro?
—Por supuesto que no. ¿Quién está de turno?
—Wyrn, Mirafn, Varg y Bichobrillante. ¿Qué quieres decir con dar un paseo?
—Voy a visitar mis negocios. Correrá la noticia de que lo he hecho, y de que no estoy preocupado ni por Laris ni por el Imperio. Los clientes se tranquilizarán y los negocios mejorarán. ¿Cierto o no?
—¿Vas a demostrar que no estás preocupado, dando un paseo con tus guardaespaldas?
—¿Cierto o no? -Suspiró.
—Cierto, supongo.
—Llámales.
Obedeció.
—Quédate aquí —le dije— y toma el mando.
Salimos de la oficina, dejamos atrás las ruinas de la tienda (no me atrevía a dejar que alguien se me acercara lo bastante para iniciar las reparaciones) y pisamos la calle. Había un par de Guardias del Fénix en la esquina noroeste de Garshos y Copper Lane. Tomamos aquella dirección, precedidos por Loiosh, y sentí que sus ojos se clavaban en mí. Nos desviamos por Garshos hacia Dayland, y me sorprendí al no ver a más guardias. Fuimos a la tienda del perista, ubicada en el sótano de una fonda llamada Los Seis Chreotas, que daba la impresión de estar desmoronándose desde hacía unos miles de años.
Entré a ver al perista. Era un tipo de aspecto risueño llamado Renorr, bajo, moreno, de cabello castaño rizado y facciones aplastadas que indicaban algún antepasado jhegaala. Tenía los ojos límpidos, lo cual demostraba que llevaba poco tiempo en el negocio. No es posible sobornar a los guardias imperiales para que hagan la vista gorda en esa actividad, y hay que ir con cuidado para impedir que te descubran. Los peristas siempre terminan con los ojos huidizos y aterrorizados. Renorr hizo una reverencia.
—Es un honor conoceros por fin, mi señor —dijo.
Asentí.
Señaló hacia el exterior.
—Parece que se han marchado.
—¿Quién? ¿Los guardias?
—Sí. Había varios cerca esta mañana.
—Ummm. Bien, mejor. Quizá estén reduciendo las fuerzas.
—Sí.
—¿Cómo van los negocios?
—Lentos, señor, pero en alza. Acabo de empezar.
—Muy bien. —Sonreí—. Sigue así.
—Sí, señor.
Salimos, continuamos hasta Glendon, seguimos hasta Copper Lane y nos desviamos hacia el norte. Cuando pasamos ante la Llama Azul, me detuve.
¿Qué pasa, jefe?
Los guardias, Loiosh. Había dos en aquella esquina hace quince minutos. Ahora ya no están.
No me gusta esto…
—¿Te has dado cuenta de que los guardias han desaparecido, jefe? —preguntó Bichobrillante—. Una coincidencia asombrosa. No me gusta.
—Espera —dije.
Creo que deberíamos volver a la oficina, jefe.
No creo…
¿Recuerdas lo que dijiste sobre mis «intuiciones»? Bien, esta es fuerte. Creo que deberíamos regresar ahora mismo.
De acuerdo, me has convencido.
—Volvamos a la oficina —dije a Bichobrillante.
Pareció aliviado. Varg no reaccionó. Wyrn asintió, con ojos soñadores, y su semisonrisa no se alteró. Mirafn asintió con su enorme cabeza desgreñada.
Dejamos atrás La Llama Azul y empezamos a tranquilizarnos. Llegamos a la esquina de Garshos y Copper. Wyrn y Mirafn miraron en ambas direcciones y asintieron. Doblamos la esquina y la oficina apareció ante nuestros ojos. Oí un ruido extraño a mi espalda, un paso en falso, y me volví a tiempo de ver a Varg caer de rodillas, con una expresión de estupefacción en el rostro. Vi por el rabillo del ojo que Bichobrillante se desplomaba.
¡Cuidado, jefe!
Por un brevísimo instante, no creí lo que estaba pasando.
Había sabido desde el principio que mi vida corría peligro, pero nunca había creído que yo, Vlad Taltos, asesino, pudiera ser atacado en la calle como un vulgar teckla. Pero Bichobrillante estaba cayendo, y vi que el pomo de un cuchillo sobresalía de la espalda de Varg. Aún no había perdido la conciencia, intentaba arrastrarse hacia mí, mientras movía la boca sin poder articular palabra.
Entonces, mis reflejos funcionaron, cuando comprendí que estaba vivo, y que Wyrn y Mirafn me cubrirían las espaldas. Lancé la mano hacía mi espadín mientras intentaba localizar al lanzador de cuchillos, y…
¡Detrás de ti jefe!
Giré en redondo y vi que Wyrn y Mirafn retrocedían cuando una dragaerana alta con… Espera un momento. ¿Retrocedían? Pues sí. Me miraban fijamente mientras retrocedían con cautela, lejos de la escena. Entretanto, una dragaerana alta se acercaba hacía mí, lenta y firmemente, con una enorme espada en la mano.
Me olvidé del espadín y empuñé un cuchillo arrojadizo en cada mano. Quería llevarme por delante, al menos, a aquellos dos bastardos que me habían vendido. Loiosh abandonó mi hombro y voló hacia la cara de la asesina. Aquello me concedería el tiempo que necesitaba para tomar puntería y…
Algo me dijo que saltara a un lado, a la derecha, y algo afilado desgarró la parte derecha de mi espalda. Giré en redondo, con los cuchillos preparados y…
Loiosh lanzó un grito psiónico cuando algo hendió mi costado izquierdo desde atrás. Comprendí que la asesina de la espada enorme se había librado de Loiosh. Sentí frío, y me di cuenta de que había un pedazo de acero en mi interior, entre mis huesos, músculos y órganos, y me sentí mareado. Rechacé las náuseas y descubrí a la persona que me había atacado por detrás. Era una mujer, muy baja, y empuñaba un par de cuchillos de combate. Me miraba sin pestañear, como indiferente. Arrancó la espada de mi costado con brusquedad y caí de rodillas. La asesina que tenía delante cargó hacia mí, con un cuchillo dirigido a mi garganta y el otro hacia mi pecho. Intenté levantar los brazos para parar…
Y brotó sangre de su boca, y cayó a mis pies. Uno de sus cuchillos desgarró mi pecho. Cuando cayó al suelo, alojó el otro en mi estómago. Oí alas que batían sobre mi y me alegré de que Loiosh siguiera con vida, mientras esperaba el mandoble por detrás que terminaría conmigo.
Sin embargo, oí una voz muy parecida a la de Aliera, que gritaba: «¡Tú…, tú eres una dragón!». Y el tintineo del acero al golpear. De alguna manera, conseguí volverme mientras caía, y vi que era, en efecto, Aliera, que empuñaba una espada gigantesca más alta que ella, y luchaba con la asesina. Morrolan contemplaba la escena, con una expresión de furia en la cara y Varanera en su mano. Loiosh gritó: ¡Apártate!
Lo hice, pero no a tiempo de impedir que la otra, aun viva, hundiera su cuchillo hasta la empuñadura en mi riñón. Un espasmo musculoso me tiró al suelo, de bruces, sobre la hoja hundida en mi estómago, y sólo deseé morir con rapidez y acabar de itria vez.
Un instante antes de que se cumpliera mi deseo, mi cara se encontró a escasos centímetros del rostro de la otra asesina. Aún brotaba sangre de su boca, y en sus ojos se leía un sombría determinación. De pronto, comprendí que era una oriental. Eso casi me dolió más que lo otro, pero entonces el dolor se desvaneció, y yo con él.