Capítulo 3

3

«Este teckla de Laris no es un teckla»

¡Eh, jefe! Déjame entrar.

Voy, Loiosh.

Salí de la oficina, entré en la tienda y abrí la puerta. Loiosh se posó en mi hombro.

¿Y bien?

Hicieron lo que dijeron, jefe. Entraron y yo miré por la puerta. Varg miró a su alrededor. Temek pidió un vaso de agua. Eso es todo. No hablaron con nadie, y no me dio la impresión de que se comunicaran psíónicamente.

De acuerdo. Estupendo.

Ya estaba de vuelta en la oficina. Consulté el Reloj Imperial mediante mi vínculo y descubrí que aún faltaba una hora. Lo malo de este negocio son las esperas.

Me recliné en la butaca, apoyé los pies en el escritorio y miré al techo. Estaba hecho de tablas de madera, pintadas en otro tiempo. Un conjuro de mantenimiento costaba unos treinta imperiales, y habría conservado la pintura durante unos veinte anos, como mínimo. Pero «Dios-jefe» no lo había hecho. Ahora, la pintura, de un blanco enfermizo, se desportillaba y caía. Un Athyra lo habría tomado como una señal. Por suerte, yo no era un athyra.

Por desgracia, los orientales siempre han sido unos tontos supersticiosos.

—Jefe, Varg y Temek.

—Que entren.

Entraron.

—¡Justo a tiempo, jefe! —dijo Temek.

Varg se limitó a mirarme.

—Bien, vámonos —dije.

Los tres salimos de la oficina y entramos en la tienda. Me dirigía hacia la puerta, cuando…

Espera un momento, jefe.

Conocía ese tono telepático, de modo que me detuve.

¿Qué pasa, Loiosb?

Yo primero.

¿Si? Oh. De acuerdo.

Me aparté a un lado. Estaba a punto de decirle a Varg que abriera la puerta, cuando se adelantó y lo hizo. Reparé en el detalle. Loiosh salió.

Todo despejado, jefe.

De acuerdo.

Asentí. Varg salió primero, después yo, y luego Temek. Giramos a la izquierda y subimos por Copper Lane. Mi abuelo, cuando me enseñaba esgrima oriental, me había advertido que no me dejara distraer por las sombras.

—No hay sombras cerca del Imperio, noish-pa —dije—. El cielo siempre esta…

—Lo sé, Vladimir, lo sé. No dejes que las sombras te distraigan. Concéntrate en el blanco.

—Sí, noish-pa.

No sé por qué lo recordé entonces.

Llegamos a Malak Circle y fuimos hacia la derecha, para luego subir por Lower Kieron Road. Estaba en territorio enemigo. Me sentía como en casa.

Stipple Road, que venía del sudoeste, se encontraba en ángulo con Lower Kieron. Justo pasado ese punto, a la izquierda, había un edificio de piedra bajo encajado entre la tienda de un zapatero remendón y una fonda. Al otro lado de la calle había una casa de tres plantas, dividida en seis apartamentos.

El edificio bajo estaba retirado unos doce metros de la calle, y había una terraza con una docena de mesas pequeñas. Cuatro estaban ocupadas. Descarté tres, pues los clientes eran mujeres o críos. La cuarta, cercana a la puerta, estaba ocupada por un hombre, vestido con el gris y el negro de la Casa Jhereg. Era como si llevara el letrero de «PROTECTOR».

Nos fijamos en él y continuamos. Varg entró primero. Mientras esperábamos, Temek miró a su alrededor sin disimulos, como un turista en el palacio imperial.

Varg salió y asintió. Loiosh entró volando y se posó sobre el respaldo de un reservado libre.

Todo parece correcto, jefe.

Entré y me detuve en el umbral. Quería que mis ojos se acostumbraran a la tenue luz. También tenía ganas de dar media vuelta y correr a casa. En cambio, respiré hondo dos veces y avancé.

Como anfitrión, tenía derecho a elegir la mesa. Descubrí una pegada a la pared del fondo. Me senté para poder vigilar toda la sala (descubrí a otros dos muchachos de Laris mientras tanto), al tiempo que Varg y Temek ocupaban una mesa situada a unos mil metros. Veían sin estorbos la mía, pero no podían oírnos, detalle muy de agradecer.

A mediodía en punto, un Jhereg de edad madura (alrededor de los mil años) entró en la sala. Era de mediana estatura y envergadura normal. Su rostro carecía de rasgos distintivos. Llevaba una espada de tamaño mediano al costado y una caja completa. No observé los signos distintivos de un asesino. No vi bultos donde solían ocultarse armas, sus ojos no se movían como los de mi asesino, no se comportaba con la constante viveza que yo, o cualquier otro asesino, reconocía. Sin embargo…

Pero poseía otra cosa. Era una de esas escasas personas que Irradiaban poder. Sus ojos eran firmes, pero fríos. Sus brazos caían a sus costados, relajados, con la capa echada hacia atrás. Sus manos parecían perfectamente normales, pero tomé conciencia de que me daban miedo.

Yo era un asesino que intentaba ser un jefe. Laris había «trabajado» una o dos veces, pero era un jefe. Estaba hecho para dirigir asuntos jheregs. Se ganaría lealtad, trataría bien a su gente y exprimiría hasta la última moneda de cobre de todo cuanto cayera en sus manos. Si las cosas hubieran sido distintas, puede que yo hubiera acudido a Laris en lugar de Tagichatn, y nos habría ido de primera. Una pena.

Se sentó frente a mi, inclinó la cabeza y sonrió con afabilidad.

—Baronet Taltos —dijo—, gracias por la invitación. No vengo muy a menudo aquí; es un buen sitio.

Asentí.

—Es un placer, mi señor. Me han hablado muy bien de él. Me han dicho que la dirección es muy competente.

Sonrió, sabiendo que yo sabía, e inclinó la cabeza para agradecer el cumplido.

—Tengo entendido que sabéis algo sobre el negocio de la restauración, baronet.

—Llámame Vlad. Sí, un poco. Mi padre…

El camarero nos interrumpió.

—La salchicha de pimienta es particularmente buena —dijo Laris.

¿Lo ves, jefe, como yo…?

Cierra el pico, Loiosh.

—Eso me han dicho. —Me volví hacia el camarero—. Dos, por favor. Yo diría que vino tinto, mi señor…

—Laris —me corrigió.

—Laris. ¿Tal vez un Kaavren?

—Excelente.

Asentí al protector (perdón, al «camarero»), quien se incliné y se alejó. Dediqué a Laris mi sonrisa más cordial.

—Es un lugar estupendo para hacerse cargo de él —dije.

—Tu crees?

Asentí.

—Es tranquilo, bueno, clientela fiel… Eso es lo importante: tener clientes fieles. Está abierto desde hace mucho tiempo, ¿verdad?

—Desde antes del Interregnum, según me han dicho.

Asentí como si ya lo supiera.

—Algunas personas querrían ampliar este local —dije—, ya sabes, añadir un anexo u otra planta, pero ¿por qué? Tal como está, da para vivir bien. A la gente le gusta. Apuesto a que si lo ampliaran, cerraría antes de cinco años. Claro que algunas personas no comprenden esas cosas. Por eso admiro a los propietarios de este local.

Laris escuchó mi monólogo con una leve sonrisa asomada a sus labios, y asintió en alguna ocasión. Comprendía lo que yo estaba diciendo. Cuando terminé, el camarero apareció con el vino. Me lo dio para que lo abriera. Serví un poco a Laris para que lo catara. Asintió con solemnidad. Llené su vaso, y luego el mío.

Levantó la copa a la altura del ojo y la miró, mientras le daba vueltas por el tallo. Los tintos de Khaavn tienen mucho cuerno, y supongo que no penetra la menor luz. Bajó la copa, me miró y se inclinó hacia adelante.

—¿Qué puedo decir, Vlad? Un tío ha trabajado para mí durante mucho tiempo, una de las personas que me ayudó a organizar la zona. Un buen tipo. Viene a yerme y dice: «Oye, jefe, ¿puedo montar un garito?».

»¿Qué iba a decirle, Vlad? No puedo negarle eso a un tipo así, ¿verdad? Pero si le pongo en algún sitio de mi zona, interferiré en los negocios de otra gente que ha estado conmigo durante mucho tiempo. Eso no sería justo. Así que echo un vistazo a mi alrededor. Tú sólo tienes un par de garitos, y hay mucho negocio, así que pienso: “Eh, nunca se dará cuenta”.

»Tendría que haberte consultado antes, lo sé. Te pido perdón.

Asentí. No sabía qué esperaba, pero no era esto. Cuando le dije que meterse en mi zona era una equivocación, me respondía que no había hecho eso, que sólo era un favor a otra persona. ¿Debía creerle? Y en ese caso, ¿debía dejárselo pasar?

—Lo comprendo, Laris, pero, si no te molesta mi pregunta, ¿qué pasará si vuelve a ocurrir?

Asintió como si esperara la pregunta.

—Cuando mi amigo me explicó que habías visitado el local y parecías muy disgustado, me di cuenta de lo que había hecho. Iba a pedirte disculpas, cuando llegó tu invitación. En cuanto al futuro… Bien, Vlad, si sucede, prometo hablar contigo antes de actuar. Estoy seguro de que ya nos inventaremos algo.

Asentí con aire pensativo.

Y una mierda, jefe.

¿Eh? ¿Qué quieres decir?

Este teckla de Laris no es un teckla, jefe. Sabía lo que hacía cuando metió a alguien en tu zona.

Sí…

En aquel momento llegaron nuestras salchichas a la pimienta. Las sirvieron con arroz verde cubierto de salsa de queso. Llevaban una rama de perejil al lado, como en los restaurantes orientales, pero la habían frito con mantequilla, zumo de limón y algún tipo de licor; un efecto estupendo. La salchicha a la pimienta contenía carne de cordero, ternera, kethna y, me parece, dos clases diferentes de aves de caza. También llevaba pimienta negra, pimienta roja, pimienta blanca y pimienta roja oriental (que le proporcionaba un sabor extraordinario, a mi parecer). El conjunto era tan picante como la lengua de Verra, y buenísimo. La salsa de queso que cubría el arroz era demasiado sutil para hacer sombra a la salchicha, pero servía para apagar las llamas. El vino habría tenido que ser más fuerte.

No hablamos mientras comimos, así que tuve tiempo de reflexionar sobre la situación. Si dejaba que se saliera con la suya, ¿qué pasaría si quería más? ¿Me lanzaría tras él? Si no le dejaba, ¿podría aguantar una guerra? Tal vez debería decirle que aprobaba su idea, para ganar tiempo y prepararme, y después atacarle cuando hiciera otro movimiento. Pero ¿eso no le daría tiempo también a él para prepararse? No, ya debía estar preparado.

Este último pensamiento no era muy tranquilizador.

Laris y yo apartamos los platos al mismo tiempo. Nos estudiamos mutuamente. Vi todo cuanto caracterizaba a un jefe jhereg:

Inteligencia, redaños y una falta total de escrúpulos. El vio a un oriental, menudo, de vida corta, frágil, pero también un asesino, y todo lo que eso implicaba. Si no estaba, al menos, un poco defraudado por mí, es que era idiota.

Pero aun así…

De pronto, comprendí que, independientemente de mi decisión, Laris se había comprometido a apoderarse de mi negocio. Mis alternativas eran pelear o ceder. No tenía el menor interés de ceder. Eso solucionaba en parte el dilema.

Pero aún no sabía qué hacer. Si permitía que aquel único garito funcionara, tal vez me diera tiempo de prepararme. Si lo clausuraba, demostraría a mi gente que conmigo no se jugaba, que tenía la intención de conservar lo que era mío. ¿Qué era más importante?

—Creo —dije poco a poco— que puedo aceptar… ¿Más vino? Permíteme. Que puedo aceptar a tu amigo en mi zona. ¿Digamos un diez por ciento? ¿De los ingresos totales?

Sus ojos se ensancharon un poco. Después, sonrió.

—El diez por ciento, ¿eh? No había pensado en esa solución. —Su sonrisa se hizo más amplia y dio una palmada en la mesa con su mano libre—. De acuerdo, Vlad. ¡Trato hecho!

Asentí y alcé mi copa a guisa de saludo y luego bebí.

—Excelente. Si esto sale bien, nada impedirá que ampliemos el experimento, ¿eh?

—En absoluto.

—Bien. Espero que el dinero esté en mi oficina cada Findesemana, dentro de las dos horas posteriores al mediodía. Sabes dónde está mi oficina, ¿verdad?

Asintió.

—Bien. Por supuesto, confiaré en tus cuentas.

—Gracias —dijo.

Alcé mi copa.

—Por una larga y provechosa asociación para ambos.

Levantó la suya. Los bordes se tocaron, y se oyó el tintineo que delata al cristal auténtico. Me pregunté cuál de nosotros estaría muerto al finalizar el año. Bebí el vino, seco y fuerte, y lo paladeé.

* * *

Me derrumbé en mi butaca.

Kragar, mueve el culo y ven aquí

Voy, jefe.

—Temek.

—Así, jefe?

—Busca a Narvane, Bichobrillante, Wyrn y Mirafn. Tendrían que estar aquí hace cinco minutos.

—Voy.

Se teleportó para ir más deprisa.

—Varg, quiero dos de ellos como guardaespaldas. ¿Cuáles?

—Wyrn y Mirafn.

—Bien. ¿Dónde coño está…? Ah, Kragar, ve a hablar con la Patrulla Ruin. Quiero un bloqueo de teleportación alrededor de todo el edificio. Y bueno.

—¿En ambos sentidos?

—No. Sólo para que nadie entre.

—De acuerdo. ¿Pasa algo?

—¿Qué coño crees?

—Oh. ¿Cuándo?

—Tenemos hasta Findesemana.

—¿Dos días?

—Tal vez.

—Vlad, ¿por qué hace esas cosas?

—Vete.

Salió arrastrando los pies.

Temek no tardó en volver con Bichobrillante. No sé cuál era el nombre auténtico de Bichobrillante, pero tenía unos ojos azul brillantes y una maza de mango largo que era un amor. Era un tipo muy agradable, casi jovial, pero cuando se acercaba a un cliente con aquella maza, sus ojos se iluminaban con un resplandor maníaco, y el cliente decidía que, sí, podría encontrar el dinero en alguna parte.

Se me ocurre que tal vez os esté dando la idea de que si os presto dinero y me lo devolvéis medio minuto más tarde, enviare a sesenta y cinco matones a por vosotros. No, si trabajara así, me gastaría más de lo que gano en independientes y músculos, No sobre todo teniendo en cuenta a los clientes en potencia que ahuyentaría.

Os daré otro ejemplo. Hace un mes y medio, unas ocho semanas, me parece, uno de mis prestamistas vino a explicarme que un tipo le había pedido cincuenta imperiales y no podía devolvérselos. El prestamista quería ser benévolo, pero ¿qué me parecía a mi?

—¿Cuánto paga?

—Cinco y uno —dijo, lo cual significaba cinco imperiales a la semana, más otro semanal hasta liquidar la deuda.

—¿Es el primer pago?

—No. Ya ha realizado cuatro, más los intereses de tres semanas.

—¿Qué le ha pasado?

—Es el propietario de una sastrería en Solom. Quería probar una nueva línea, y necesitaba cincuenta a toda prisa para conseguir la exclusiva. La línea…

—Ya sé, aún no ha calado. ¿En cuánto está valorado su negocio?

—Tres o cuatro de los grandes.

—Bien —dije al tipo—. Concédele seis semanas de respiro. Dile que, si después de eso no puede ni devolver los intereses, tendrá un nuevo socio hasta que hayamos cobrado.

Ya veis, no somos tan malos. Si alguien tiene problemas y se esfuerza por pagar, le echaremos una mano. Queremos que su negocio se recupere, y no sacamos ni un cobre perjudicando a la gente. Claro que siempre hay sujetos convencidos de que a ellos no puede pasarles, o bocazas que quieren demostrar lo duros que son, o leguleyos de tres al cuarto que amenazan con acudir al Imperio. Esta gente me obligó a seguir en el restaurante durante más de tres años.

Narvane, que llegó unos minutos después que Temek y Bichobrillante, era un especialista. Era uno de los escasos brujos que trabajaba para nuestra especialidad de la Casa Jhereg, pues la mayoría de los hechiceros jheregs eran mujeres y estaban integradas en la Mano Izquierda. Era tranquilo, introvertido y poseía facciones que recordaban vagamente a los dragones: rostro delgado, pómulos altos, nariz larga y recta, cabello y ojos muy oscuros. Se le llamaba cuando un trabajo requería desmantelar conjuros de protección personales, o clarividencia, en lo cual estaba a la altura de cualquier mago dzur que yo conocía, y de muchos athyras.

Tres se apoyaron contra la pared. Temek tenía los brazos cruzados, mientras cantaba «Quiero saber de ti» desafinado y miraba al techo; Narvane tenía la vista clavada en el suelo, con las manos enlazadas delante de él; Bichobrillante miraba a su alrededor, como si comprobara las cualidades defensivas del despacho. Varg se encontraba alejado de la pared, inmóvil, como algo a medio camino entre una estatua y una bomba de relojería.

Kragar apareció cuando el silencio empezaba a ser embarazoso.

—La primera hora después de mediodía, mañana —dijo.

—De acuerdo.

Wyrn y Mirafn llegaron juntos. Ya formaban equipo cuando Welok les contrató, y lo siguieron formando cuando empezaron conmigo. Por lo que yo sabía, ninguno de los dos había «trabajado», pero tenían buena fama. Wyrn parecía un athyra. Tenía ojos grisazulados claros y siempre daba la impresión de que iba colocado. Cuando se erguía, se bamboleaba un poco de lado a lado como un árbol viejo, y sus brazos colgaban fláccidos a sus costados, con ramas caídas. Tenía el pelo claro y enmarañado, y una forma de mirarte, con la cabeza ladeada y una semisonrisa soñadora que se insinuaba en las comisuras de su boca, que producía escalofríos.

Mirafn era enorme. Medía casi dos metros y medio de alto, de forma que hasta Morrolan parecía bajo. Al contrario que la mayoría de dragaeranos, sus músculos se veían. En ocasiones, se hacía el tonto y una gran sonrisa estúpida florecía en su cara, cogía a la persona que quería intimidar y decía a Wyrn: «Apuesto a que puedo tirar a éste más lejos que al último. ¿Quieres apostar?».

Y Wyrn contestaba: «Déjale en el suelo, grandullón. Sólo estaba bromeando cuando dijo que iba a testificar contra nuestro testigo. ¿Verdad?».

Y el tío decía que sí, que sólo era una broma, y de mal gusto, y lamentaba mucho haber molestado a los dos caballeros…

—¡Melestav! Entra un momento y cierra la puerta.

Melestav obedeció. Apoyé los pies sobre el escritorio y examiné a la pandilla.

—Caballeros —dije—, estamos a punto de ser atacados. Con suerte, tendremos dos días para prepararnos. A partir de este mismo momento, ninguno de vosotros saldrá solo. Todos sois objetivos, de manera que iros acostumbrando. Os daré órdenes exactas a cada uno de lo que debéis hacer, pero de momento solo quiero informaros de cómo está el patio. Ya sabéis, desplazaos en parejas, quedaos en casa siempre que podáis, el rollo habitual. Si alguno de vosotros recibe ofertas del otro bando, quiero saberlo. No es sólo por mí, porque si la rechazáis aún os convertiréis más en objetivo, y querré tenerlo en cuenta. Por cierto, si no las rechazáis, os convertiréis muchísimo más en obvio. Recordad, no me gusta que me den por el culo, caballeros. Os destruiré. ¿Alguna pregunta?

Se hizo el silencio por un momento.

—¿Con qué fuerzas cuenta el otro? —preguntó por fin Melestav.

—Buena pregunta —dije—. ¿Qué te parece si Narvane y tú salís a averiguarlo?

—Sabía que no debía haber abierto la boca —dijo con tristeza.

—Ah, sí. Otra cosa: vuestro sueldo acaba de doblarse, pero para pagarlo necesitamos ingresos. Y para tener ingresos, los locales han de estar abiertos. Es posible que Laris vaya a por vosotros, a por mí o a por mis negocios. Yo apuesto por los tres. ¿Alguna pregunta más?

No hubo ninguna.

—Muy bien —dije—. Una última cosa: a partir de este momento, ofrezco cinco mil imperiales por la cabeza de Laris. Creo que a todos os iría bien. No espero que sea fácil de conseguir, y no quiero que nadie cometa estupideces y se haga matar al intentarlo, pero si veis una oportunidad, no hace falta vacilar.

»Wyrn y Mirafn, quedaos en la oficina. En cuanto a los demás, esto es todo. Largaos.

Se marcharon y me quedé a solas con Kragar.

—Oye, jefe…

—¿Qué pasa, Kragar?

—A lo de doblar el sueldo iba también…?

—No.

Suspiró.

—Ya me lo pensaba. Bien, ¿cuál es el plan?

—Primero, encontrar cuatro protectores más. Tienes de tiempo hasta mañana. Segundo, hay que averiguar de dónde proceden los ingresos de Laris y cómo podemos perjudicarle.

—De acuerdo. ¿Podemos permitirnos el lujo de cuatro protectores más?

—Sí…, de momento. Si la actuación se alarga, tendremos que pensar en otra cosa.

—¿Crees que va a concedernos dos días?

—No lo sé. Quizá…

Melestav apareció en la puerta.

—Acabo de recibir un informe, jefe. Problemas. El local de Nielar.

—¿Qué clase de problemas?

—No lo sé con exactitud. Recibí parte de un mensaje, pidiendo ayuda, y después el tío cayó muerto.

Me levanté y salí de la oficina. Recogí de paso a Wyrn y Mirafn.

—Jefe —dijo Kragar—, ¿es preciso que salgas? Esto huele a…

—Lo sé. Guárdame las espaldas y mantén los ojos bien abiertos.

—De acuerdo.

Vigila, Loiosh.

Yo siempre vigilo, jefe.