Capítulo 16

16

«… y coser corte en lado izquierdo.»

Me desperté en la silla con el libro sobre mi regazo. Me sentía rígido e incómodo, lo cual es natural después de dormir en una silla. Me estiré para desentumecer los músculos, y luego me di un baño. Era muy temprano. Metí un poco de leña en la cocina y la encendí con un poco de hechicería. Después cocí unos huevos y calenté un pan de hierbas que Cawti había preparado antes de irse. Quedaba especialmente bueno con mantequilla de ajo. El klava colaboró, y me dio ánimos para lavar los platos y limpiar la casa. Cuando terminé, me sentía casi preparado para afrontar el nuevo día.

Escribí varias cartas con instrucciones a determinadas personas, en caso de fallecimiento. Eran sucintas. Me senté y pensé un rato. Odio, y lo digo muy en serio, cambiar un plan en el último momento, pero no había remedio. Cawti corría peligro. Además, existía la posibilidad de que Kelly estuviera en lo cierto. No, no había forma de lograr que mis enemigos se mataran entre sí y me dejaran en paz; tenía que hacer otra cosa. Repasé los acontecimientos de los últimos días y mis opciones de lidiar con la situación que yo mismo había provocado, y por fin se me ocurrió la idea de integrar a mi abuelo en el esquema general.

Sí, podría funcionar, siempre que no se presentara en plena batalla. Pulí la idea y le di los toques finales.

Me concentré en Kragar.

¿Quién es?, contestó al poco.

Soy yo.

¿Qué pasa?

¿Puedes ponerte en contacto con Ishtvan?

Sí.

Dale la nueva dirección de Kelly en Adrilankha Sur, y dile que espere allí, escondido, esta tarde.

Muy bien. ¿Algo más?

Sí.

Le di el resto de las instrucciones.

¿Crees que picará el anzuelo, Vlad?

No lo sé, pero creo que es nuestra única posibilidad.

De acuerdo.

Desenvainé el espadín y ejecuté unos pases en el aire, para «soltar» mi muñeca. Ágil pero firme, siempre decía mi abuelo.

Verifiqué todas mis armas con sumo cuidado, como siempre, organicé mis pensamientos y me teleporté. A menos que estuviera muy equivocado, hoy sería el día clave.

Un viento desagradable azotaba las calles de Adrilankha Sur. No es que fuera muy frío, pero el polvo que transportaba aguijoneaba la piel. Agitó mi capa cuando me apoyé contra una pared, cerca del cuartel general de Kelly. Me trasladé a un lugar resguardado del viento, que también era más discreto, aunque no gozaba de buena visibilidad. Vi que los Guardias del Fénix patrullaban en grupos de cuatro. Intentaban mantener el orden donde no había desórdenes, y algunos, sobre todo los dragones, se veían aburridos o irritados. Daba la impresión de que los tecklas se estaban divirtiendo. Podían pavonear por las calles y sentirse importantes. Eran los que, en todo momento, aferraban las empuñaduras de sus armas.

Lo interesante era la facilidad conque se adivinaba la filiación política de los transeúntes. No llevaban cintas en la cabeza, pero tampoco eran necesarias. Algunas personas caminaban por la calle con aire furtivo, o se dirigían con celeridad a su destino si tenían miedo de estar en la calle. Otras, parecían saborear la tensión que se palpaba en el aire. Caminaban con la cabeza erguida, y miraban a su alrededor como si algo fuera a suceder en cualquier momento, y no se lo quisieran perder.

A media tarde, Ishtvan ya habría llegado, pero no le veía. Quaysh también, supuse. Quaysh sabía que yo sabía que estaba por allí, pero confiaba en que desconociera la presencia de Ishtvan.

Me volví a poner en contacto con Kragar.

¿Ha pasado algo emocionante?

No. Ishtvan está allí.

Estupendo. Yo también. Muy bien, envía el mensaje.

¿Estás seguro?

Sí. Ahora o nunca. No volveré a tener las agallas.

De acuerdo. ¿Y la hechicera?

Sí. Envíala a la farmacia que hay frente a casa de Kelly. Y que espere. ¿Me conoce de vista?

Lo dudo, pero es muy fácil describirte. Me ocuparé de que te reconozca.

Muy bien. Vamos a ello.

Bien, Vlad.

La suerte estaba echada.

* * *

La nota que Herth iba a recibir era muy sencilla. Rezaba: «Estoy preparado para alcanzar un compromiso, si consigues que los Guardias del Fénix se retiren. Por culpa de los Guardias, no puedo salir de mi piso. Puedes venir cuando quieras. Kelly».

Su fuerza residía en su debilidad: era demasiado evidente para ser la falacia que era, pero Kelly y Herth no se conocían lo bastante para poder comunicarse psiónicamente, de modo que los mensajes eran necesarios. Herth debía despreciar a Kelly, lo cual era importante. Para que la treta funcionara, Herth debía creer que Kelly tenía miedo de los Guardias del Fénix, y Herth debía pensar que Kelly ignoraba la amenaza que los Guardias representaban para un jhereg. Yo sabía que Kelly sabía todo eso, pero imaginaba que Herth no.

Por lo tanto, las preguntas eran las siguientes: ¿aparecería Herth en persona? ¿Cuántos guardaespaldas traería? ¿Qué otras precauciones tomaría?

La hechicera llegó antes de que pasara algo. No la conocía. Era una jhereg alta, de cabello negro rizado. Tenía la boca severa y observé ciertas características que hablaban de algún antepasado athyra. Iba vestida con el gris jhereg. Entró en la tienda. La seguí con cautela. Me vio al entrar.

—¿Lord Taltos? —preguntó. Asentí. Señaló el edificio de Kelly—. Queréis un bloqueo que impida teleportarse fuera. ¿Eso es todo?

—Sí.

—¿Cuándo?

Saqué una moneda, la examiné con los ojos y los dedos un momento, y se la di.

—Cuando esto se caliente.

—Muy bien.

Salí de la tienda, con toda clase de precauciones. No quería que me atacaran todavía. Volví a mi anterior escondrijo y esperé. Pocos minutos después apareció un dragaerano con los colores de la Casa Jhereg.

Muy bien, Loiosh. Lárgate.

¿Estás seguro?

Sí.

Muy bien, jefe. Buena suerte.

Se alejó. Su partida ponía un límite de tiempo a la situación. La parte sangrienta del día tendría que haber concluido en unos treinta minutos. Extraje una daga y me adentré más en las sombras que arrojaba la casa alta en la que estaba apoyado. Después guardé la daga y acaricié el espadín, sin desenvainarlo. Toqué a Rompehechizos, pero la dejé ceñida alrededor de mi muñeca. Abrí y cerré las manos.

Sólo podía adivinar lo que estaba pasando en el piso de Kelly, pero no me cabía duda de que el jhereg era un mensajero de Herth. Al entrar, habría dicho: «Herth viene hacia aquí». Ni Kelly ni el mensajero sabrían por qué, de modo que…

Natalia y Paresh salieron del edificio y se alejaron en direcciones opuestas.

… Kelly pediría ayuda. ¿A quién? A la «gente», por supuesto. Era un requisito de mi plan anterior, y después habría informado a los Guardias del Fénix, incitándoles a la destrucción mutua. No iba a hacer eso, porque Cawti seguía en el movimiento.

Cuatro jheregs aparecieron. Protectores, músculos a sueldo, mensajeros. Dos entraron a examinar la casa, mientras los otros dos escudriñaban la zona, en busca de gente como yo. Seguí escondido. Si Ishtvan estaba por allí, también lo hizo. Al igual que Quaysh. Estaba aprendiendo una lección sobre lo fácil que es esconderse en la calle de una ciudad, y lo difícil que es encontrar al que se oculta.

Unos siete minutos después apareció Herth, junto con Bajinok y otros tres guardaespaldas. Entraron en el piso. Me concentré un momento y realicé un conjuro muy sencillo. Una moneda se puso al rojo vivo. Un bloqueo antiteleportación se formó alrededor del piso de Kelly.

Más o menos en aquel momento, orientales y algún teckla empezaron a congregarse en la calle. Entró uno de los mensajeros, supuse que para informar de la circunstancia. Volvió a salir. Entonces los Guardias del Fénix empezaron a tomar posiciones al otro lado de la calle. En un espacio de tiempo sorprendentemente corto (unos cinco minutos, tal vez), se repitió una escena anterior: unos doscientos orientales armados a un lado, unos ochenta Guardias del Fénix en el otro. Va por ti, Kelly. Confrontación instantánea, cortesía del baronet Taltos.

El problema era que ya no deseaba aquella confrontación. Aquel plan presuponía haber sacado a Cawti de enmedio, para que yo pudiera matar a Herth mientras Ishtvan mataba a Quaysh y los Guardias liquidaban a Kelly y su pandilla. Sin embargo, yo no había dado el soplo a los Guardias del Fénix. Se habrían enterado por otros medios. Mecagüen su madre.

Bien, ya no había forma de dar marcha atrás. A estas alturas, Herth ya estaría dentro, habría descubierto que el mensaje no procedía de Kelly y se habría dado cuenta de que un bloqueo antiteleportación rodeaba el edificio. Deduciría que yo merodeaba por las cercanías, dispuesto a matarle. ¿Qué haría? Bien, podía tratar de salir, confiado en que yo me abstendría de atacar a causa de los Guardias del Fénix. También podía llamar a más guardaespaldas, y salir de la casa rodeado de ellos. Hasta llegar a un punto en que fuera factible teleportarse. Debía estar muy acojonado.

La teniente de la última vez no estaba a la vista. El comandante de los Guardias era un dragaerano viejo que exhibía el azul y blanco de la Casa del Tiassa bajo la capa dorada del Fénix. Tenía aquel porte tenso pero relajado del soldado veterano. De haber sido oriental, habría llevado un bigote largo del cual se tiraría. En este caso, se rascaba la nariz de vez en cuando. Por lo demás, apenas se movía. Observé que su espada era muy larga, pero ligera, y decidí que no quería pelear con él. Después pensé que era un viejo tiassa al mando de los Guardias del Fénix, y comprendí que se trataba tal vez del mismísimo lord Khaavren, el general de brigada de la Guardia. Me quedé impresionado.

Seguían congregándose orientales y Guardias. Kelly salió y miró a su alrededor, acompañado de Natalia y un par más. No tardaron en volver a entrar. No deduje nada. Un poco más tarde, Gregory y Paresh salieron y se pusieron a hablar en voz baja con los orientales. Supuse que les estaban pidiendo calma.

Flexioné los dedos. Cerré los ojos y me concentré en el edificio. Recordé el vestíbulo. Vi la porcelana rota junto a mi pie derecho, pero no le hice caso. Podrían haber barrido los restos. Convoqué una imagen de unas manchas rojizas en el suelo y la pared, que debían ser de licor. Después recordé la escalera en mitad del vestíbulo, que debía llevar al desván, con una cortina en lo alto. El techo estaba sembrado de pintura descascarillada y carpintería astillada. Una cuerda deshilachada colgaba de él. En otro tiempo habría sujeto una araña. Recordé el grosor de la cuerda, la forma en que colgaba el extremo deshilachado y la forma de las deshiladuras. Recordé la capa de polvo que recubría la parte interna de la cortina, y la cortina en sí, tejida en zigzags de marrón oscuro y un azul feo y sucio, sobre un fondo que habría sido verde siglos atrás. El olor del vestíbulo, condensado, polvoriento y asfixiante. Noté el sabor del polvo en la boca.

Decidí que ya lo tenía. Retuve el punto exacto, activé mi vínculo con el Orbe y el poder surgió de mí hacia las formas que yo creaba, moldeaba y hacía girar, hasta que reprodujeron, de

una forma profunda pero inexplicable, la imagen, el olor y el sabor que retenía en mi mente.

Los absorbí, con los ojos cerrados, y supe que me había asido a algún lugar, porque empezó aquel movimiento torturante en mis tripas. Efectué el último tirón y abrí los ojos, y sí, estaba allí. Su aspecto y olor no eran tal como los recordaba, pero no había ido muy desencaminado. En cualquier caso, el escondite era perfecto.

Supuse que habría guardaespaldas en el pasillo, de modo que procuré guardar silencio. ¿Habéis tenido alguna vez ganas de vomitar en un momento que exigía absoluto silencio? Pero no abundemos en el tema. Lo conseguí. Al cabo de un rato, me asomé por detrás de la cortina. Vi a un guardaespaldas en el pasillo. Estaba tan vigilante como es posible cuando no pasa nada, o sea, nada. Eché la cabeza hacia atrás sin que me viera. Miré al otro lado, hacia la puerta trasera, pero no vi a nadie. Puede que hubiera uno o dos más ante la puerta, o dentro de la entrada posterior al piso, pero de momento decidí olvidarlos.

Escuché con atención y distinguí la voz de Herth, que hablaba en tono perentorio. Estaba dentro, por consiguiente. Mis alternativas parecían bastante limitadas. Podía eliminar a sus protectores uno por uno. O sea, encontrar una forma de silenciar a aquellos dos sin alertar a los de dentro, esconder los cuerpos y esperar a que alguien investigara, y repetir el proceso tantas veces como fueran necesarias. Era una posibilidad atractiva, pero abrigaba serias dudas sobre mi capacidad de hacerlo sin mido. De todos modos, Herth podía largarse en cualquier momento, si pensaba que era su mejor posibilidad.

Por otra parte, sólo existía una opción más, y era estúpida. Muy estúpida. El único momento en que se hace algo tan estúpido es cuando estás tan desesperado que no puedes pensar con lucidez, crees que vas a morir de todos modos, la frustración se está gestando desde hace semanas, hasta el punto en que deseas estallar y piensas que vas a poder llevarte a unos cuantos por delante y, por lo general, ya nada te importa.

Decidí que era el momento perfecto.

Comprobé todas mis armas, y después extraje dos cuchillos arrojadizos, delgados y extremadamente afilados. Dejé caer los brazos a los costados, para que los cuchillos, si no ocultos, estuvieran disimulados. Salí al pasillo.

El tipo me vio al instante y desorbitó los ojos. Caminé hacia él, creo recordar que con una sonrisa en los labios. Sí, de hecho, estoy seguro. Quizá fue eso lo que le paralizó, pero me miró fijamente. Mi pulso ya se había acelerado. Seguí caminando, y esperé a estar muy cerca o a que se moviera. Imagino, ahora que rememoro aquellos diez pasos, que me habría cortado en pedazos de haberme precipitado sobre él, pero como me limité a andar, sonriente, le desconcerté. Me miró como hipnotizado, inmóvil, hasta que me paré ante él.

Entonces hundí un cuchillo en su estómago, una de las heridas no fatales más eficaces. Se desplomó ante mis pies.

Saqué un cuchillo de mi bota, que servía para arrojar, cortar o apuñalar. Entré en la habitación.

Dos guardaespaldas tenían la vista clavada en la puerta y acercaron la mano a sus armas, vacilantes. El mensajero estaba sentado en un sofá con los ojos cerrados y aspecto aburrido. Bajinok se erguía al lado de Herth, que estaba hablando con Kelly. Yo veía la cara de Kelly, pero no la de Herth. Kelly estaba disgustado. Cawti se encontraba de pie al lado de Kelly, y me vio al instante. Paresh y Gregory estaban en la habitación, junto con tres orientales y un teckla desconocidos para mí.

Cerca de Herth había otro guardaespaldas, que me estaba mirando. Sus ojos se abrieron de par en par. Tenía un cuchillo en la mano. Preparado para lanzarlo. Cayó al suelo con mi cuchillo clavado en el lado derecho del pecho.

Mientras caía, logró arrojar su arma, pero me aparté y sólo me rozó la cintura. Después me volví para acabar con Herth, pero Bajinok se había interpuesto entre los dos. Me maldije y avancé unos metros más, en busca de mi nuevo grupo de enemigos.

Los otros dos guardaespaldas desenvainaron sus armas, pero fui más rápido de lo que pensaba. Envié a cada uno un pequeño dardo impregnado en veneno que paralizó sus músculos, y también atravesé su cuerpo con otras cosas. Cayeron, se levantaron, y volvieron a caer.

Entretanto, había desenvainado el espadín y tenía una daga en la mano izquierda. Bajinok sacó un lepip de algún sitio, un instrumento desagradable, porque podía romper mi espada si la alcanzaba. Herth me miraba por encima del hombro de Bajinok. Aún no había sacado ningún arma. No sé, tal vez no llevaba. Esquivé una estocada de Bajinok y respondí: le atravesé limpiamente el pecho. Sufrió un espasmo y cayó. Tenía una daga en la mano y se incorporó a medias. Dejó caer la daga y volvió a sentarse, las manos bien apartadas de su cuerpo.

Habían pasado menos de diez segundos desde mi entrada en la habitación. Ahora tres guardaespaldas se encontraban en diversas fases de incomodidad e inutilidad (sin contar a los dos del vestíbulo), Bajinok debía estar agonizando, y el restante jhereg del bando de Herth se había declarado neutral.

No podía creer que hubiera funcionado.

Ni Herth tampoco.

—¿Qué eres? —preguntó.

Envainé mi espadín y saqué la daga del cinturón. No le contesté porque no hablo con mis víctimas. Causa malentendidos en la relación. Oí algo detrás de mí y vi que los ojos de Cawti se dilataban. Me lancé a un lado, rodé y quedé de rodillas.

Un cadáver (del cual yo no era responsable) estaba tendido en el suelo. Reparé en que Cawti había sacado una daga, que sujetaba pegada a su costado. Herth aún no se había movido. Eché un vistazo al cadáver para comprobar que no fuera otra cosa. Era Quaysh. Una púa corta de hierro sobresalía de su espalda. Gracias, Ishtvan, dondequiera que estés.

Me levanté y miré al mensajero.

—Largo —dije—. Si esos dos guardaespaldas de fuera pretenden entrar, mis muchachos les matarán.

Podría haberse preguntado por qué, si tenía gente apostada fuera, aún no habían matado a los guardaespaldas, pero no dijo nada. Se marchó.

Avancé un paso hacia Herth y alcé mi daga. En aquel momento, me daba igual quién me viera, o si me iban a entregar al Imperio. Quería terminar de una vez por todas.

—Espera —dijo Kelly.

Me detuve, sobre todo a causa de la incredulidad.

—¿Qué? —pregunté.

—No le mates.

—¿Estás chiflado?

Di otro paso. El rostro de Herth estaba completamente inexpresivo.

—Lo digo en serio —continuó Kelly.

—Me alegro.

—No le mates.

Me detuve y retrocedí un paso.

—Muy bien —dije—. ¿Por qué?

—Es nuestro enemigo. Hace años que luchamos contra él. No queremos que lo hagas por nosotros, y tampoco queremos que el Imperio, o los jheregs, investiguen su muerte.

—Tal vez te cueste creerlo —repliqué—, pero me importa una cagada de teckla lo que quieras. Si no le mato ahora, soy hombre muerto. Pensaba que ya no había remedio, pero las circunstancias han propiciado que pueda seguir vivo. No voy a…

—Creo que podrás llegar a un acuerdo con él sin necesidad de matarle.

Parpadeé.

—Muy bien. ¿Cómo? —dije por fin.

—No lo sé —contestó Kelly—, pero piensa en su situación. Has acabado con casi toda su organización. Para ponerla en pie de nuevo, necesitará todos sus recursos. Está en una posición de inferioridad. Puedes conseguir algo.

Miré a Herth. Seguía inexpresivo.

—A lo sumo, eso significa que tendrá que esperar —dije.

—Tal vez —repuso Kelly.

Me volví hacia Kelly.

—¿Cómo sabes tanto sobre nuestro funcionamiento y la situación en que se encuentra?

—Considerarnos fundamental conocer todo cuanto nos afecta a nosotros y a los que representamos. Hace años que luchamos contra él, de una forma u otra. Hemos de conocerle a él y a sus métodos.

—De acuerdo. Es posible, pero aún no me has explicado por qué he de perdonarle la vida.

Kelly me miró y bizqueó.

—¿Sabes que eres una contradicción andante? Naciste en Adrilankha Sur, eres un oriental, pero toda tu vida te has esforzado en negarlo, en adoptar la actitud de los dragaeranos, en ser casi un dragaerano, y aún más, un aristócrata…

—Eso es un montón de…

—En ocasiones, hablas como los aristócratas. Tu meta no es llegar a ser rico, sino poderoso, porque eso es lo que más valora la aristocracia. Al mismo tiempo, llevas bigote para proclamar tu origen oriental, y te identificas tanto con los orientales que, según me han dicho, nunca has aplicado tus talentos a ninguno, y rechazaste la oferta de asesinar a Franz.

—¿Qué tiene eso que ver con…?

—Ahora has de elegir. No te pido que abandones tu profesión, por despreciable que sea. De hecho, no te pido nada. Te digo que no mates a esta persona, por el bien de nuestro pueblo. Haz lo que quieras.

Apartó la vista.

Me mordí el labio, asombrado de pensar siquiera en ello. Sacudí la cabeza. Pensé en Franz, satisfecho de que su nombre se utilizara con fines propagandísticos después de muerto, y en Sheryl, que pensaría de la misma forma, y en todo lo que Kelly me había dicho durante nuestras conversaciones, y en Natalia, y recordé la charla con Paresh, que me parecía muy lejana, y en la mirada que me había dirigido al final. Ahora la entendí.

La mayoría de las personas no tienen la oportunidad de elegir su bando, pero yo sí. Eso era lo que Paresh me dijo, y Sheryl y Natalia. Franz pensaba que yo había elegido. Cawti y yo habíamos llegado a un punto en el que podíamos elegir nuestro bando. Cawti había elegido, y yo debía hacerlo ahora. Me pregunté si podría elegir quedarme en medio.

De repente, me dio igual encontrarme rodeado de extraños. Me volví hacia Cawti.

—Debería unirme a vosotros —dije—, lo sé, pero no puedo. O no quiero. Creo que todo se reduce a eso.

Cawti no dijo nada. Nadie dijo nada. En el silencio espectral de aquella fea habitación, seguí hablando.

—Aquello en que me he convertido es incapaz de ver más allá de sí mismo. Sí, me gustaría hacer algo por el bien de la humanidad, si quieres llamarlo así, pero no puedo, y es un problema de los dos. Por más que llore y gimotee, eso no cambiará lo que soy, lo que eres, o lo que sea.

Todo el mundo siguió en silencio. Me volví hacia Kelly.

—Es probable que nunca llegues a saber cuánto te odio. Te respeto, y respeto lo que haces, pero me has disminuido a mis propios ojos, y a los de Cawti. No puedo perdonarte.

Fue humano por un solo instante.

—¿Soy yo el responsable de lo que afirmas? Hacemos lo que debemos hacer. Todas las decisiones que tomamos se basan en la necesidad. ¿De veras soy yo el culpable?

Me encogí de hombros y miré a Herth. Apuremos el cáliz hasta las heces.

—A ti te odio más que a nadie —dije—. Mucho más que a él. Esto ya no tiene nada que ver con los negocios. Quiero matarte, Herth, y me gustaría hacerlo lentamente, torturarte como tú me torturaste. Eso es lo que quiero.

Seguía sin revelar la menor expresión, malditos sean sus ojos. Quería verle encogerse, como mínimo, pero no lo hizo. Tal vez habría sido mejor para él que lo hiciera. Tal vez no. Pero cuando le miré, casi perdí los estribos. Aún empuñaba el estilete, mi arma favorita para un asesinato sencillo. Me moría de ganas de clavárselo, y no podía soportar que me mirara de aquella manera. Era demasiado para mí. Le agarré por la garganta y le tiré contra una pared, acerqué la punta de mi arma a su ojo izquierdo. Le dije algunas cosas que he olvidado, pero nunca sobrepasaron el límite de las maldiciones.

—Quieren que te deje vivo —dije después—. Muy bien, bastardo, vivirás. Por un tiempo. Pero no te quitaré el ojo de encima, ¿entendido? Envía a alguien a por mí, y estás acabado. ¿Comprendido?

—No enviaré a nadie a por ti —dijo.

Sacudí la cabeza. No le creí, pero pensé que había ganado un poco de tiempo.

—Me voy a casa. ¿Vienes conmigo? —pregunté a Cawti.

Ella me miró, con el ceño fruncido y dolor en sus ojos. Di media vuelta.

Cuando Herth se encaminó hacia la puerta, oí un entrechocar de aceros a mi espalda, y una espada pesada cruzó la habitación. Entonces apareció un jhereg, tambaleante. Tenía un espadín clavado en la garganta, y mi abuelo sujetaba el espadín. Ambrus estaba posado sobre su hombro. Loiosh entró volando en la habitación.

—¡Noish-pa!

—Sí, Vladimir. ¿Querías verme?

—Más o menos.

Aún quedaba algo de ira en mi interior, pero se estaba desvaneciendo. Decidí que debía salir antes de que estallara.

—Hola, Taltos —dijo Kelly a mi abuelo.

Intercambiaron cabeceos.

—Espera aquí —dije, a nadie en particular.

Salí al vestíbulo, y el guardaespaldas al que había herido seguía gimiendo y cogiéndose el estómago, aunque se había desclavado el cuchillo. Había otro a su lado que se sujetaba la pierna derecha. Vi heridas en sus dos piernas, los dos brazos y el hombro. Eran heridas pequeñas, pero seguramente profundas. Me alegré de ver que mi abuelo seguía siendo tan bueno como recordaba. Pasé al lado de los dos con cuidado y salí a la calle. Se había formado una sólida hilera de orientales armados, y otra igualmente sólida de Guardias del Fénix. Ya no se veían tampoco guardaespaldas jheregs.

Caminé entre los Guardias hasta encontrar a su comandante.

—¿Lord Khaavren? —pregunté.

Me miró y su rostro se tensó. Asintió.

—No habrá problemas —dije—. Todo ha sido un error. Esos orientales van a marcharse ya. Sólo quería deciros eso.

Me miró un momento, y luego apartó la vista como si yo fuera carroña. Di media vuelta y entré en la farmacia. Encontré a la hechicera.

—Muy bien, ya puedes levantarlo —dije—. Si quieres ganar un poco más de dinero, Herth no tardará en salir a la calle, y creo que se sentirá agradecido si le teleportas a casa.

—Gracias. Ha sido un placer.

Asentí y volví hacia el piso de Kelly. En ese momento, Herth salió con varios guardaespaldas heridos, incluido uno al que ayudaban los demás. Herth ni siquiera me miró. Pasé de largo. Vi que la hechicera se acercaba a él.

Cuando entré de nuevo, no vi ni a mi abuelo ni a Cawti.

Han ido al estudio de Kelly, dijo Loiosh.

Estupendo.

¿Por qué me enviaste en su busca, en lugar de llamarle psiónicamente?

Mi abuelo no lo aprueba, salvo en casos de emergencia.

¿Y no se trataba de una emergencia?

Sí. Bien, también quería que te quitaras de enmedio, para poder cometer una estupidez.

Entiendo. Bien, ¿la cometiste?

Sí. Hasta he salido bien librado.

Oh. ¿Significa eso que todo ha terminado?

Miré hacia el estudio, donde mi abuelo estaba hablando con Cawti.

Es probable que no, pero ya no depende de mí. Pensé que iba a morir, y quería que alguien estuviera presente para cuidar de Cawti.

¿Y Herth?

Prometió dejarme en paz delante de testigos. Eso le mantendrá aplacado durante unas semanas.

¿Y después?

Ya veremos.